Continuamos recuperando entrevistas realizadas por la periodista y agitadora cultural venezolana María Laura Padrón a diversas figuras relevantes de la cultura que siguen siendo, injustamente, poco conocidas por el gran público. Hoy se acerca a la figura de Edda Armas, poeta y gestora cultural.
Edda Armas vive y observa lo inusual convertido en belleza. No solo desde el oficio de poeta, también en los proyectos trazados y ejecutados a raíz de su formación como psicóloga social y su experiencia en la promoción cultural, esencialmente en Caracas, la ciudad donde nació. En el empeño por que “todo el mundo” tenga acceso al arte y que “el producto cultural no sea privilegio de una élite o un grupito”, se bandea entre la solitaria tarea de escribir y la pulsión por propiciar espacios para el encuentro artístico.
Roto todo silencio es su primera obra, publicada en 1975, y desde entonces, en su recorrido como poeta, se reúnen más de quince títulos. A raíz de su participación en el Taller de Poesía del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg), nació su poemario Contra el aire (1976), dentro de la colección Voces Nuevas y, más adelante, apareció Sable (1995), con el que ganó varios premios, entre ellos una Mención Honorífica de la Bienal de Poesía “Ramón Palomares”.
La búsqueda y apreciación de la sencillez cotidiana es una de sus máximas, huella profunda de la infancia, en especial durante la época en la que toda la familia se mudó a Cumaná, debido a que el reconocido escritor e historiador Alfredo Armas Alfonzo, su padre, recibió el encargo de crear la Dirección de Cultura de la Universidad de Oriente. Recuerda que una de sus primeras labores fue buscar y contactar a los músicos y cultores de la zona para incorporarlos como profesores.
“Si tú conocías a un personaje que aprendió de su padre, su padre de su abuelo y era un ejecutante excepcional, un virtuoso, por qué no incluirlo, si es un músico que vale tanto como el que sale graduado de la escuela Antonio Lauro. Ese fue un aprendizaje que me marcó para siempre, para mí lo que importa de la gente es su manera de ser, me gusta la gente sencilla; me parece que todos nos ayudamos, que tenemos algo para el otro. En los cinco años que vivimos allí, tuve una experiencia cercanísima con el mar, los pescadores, la gente del mercado, las hacedoras de cestas y muñequitas de trapo, los artesanos, y mi padre nos enseñó que lo que importa es lo sencillo, lo verdadero”.
El afecto que sus papás mostraron a ella y a sus seis hermanos es una fortuna. Todavía siente cómo la llevan de la mano y la certeza de que nunca más estará sola. De aquellos años en el Oriente venezolano —después de Cumaná vivieron dos más en Lecherías—, reconstruye la imagen del mar, el paisaje sereno, el horizonte, los atardeceres. La casa quedaba frente a la playa, el mar se volvió para ella una presencia, un refugio.
“De hecho Corona mar (2011) es un homenaje a ese tema tan sensible para mí, a esas olas recurrentes; esa ola golpeando, yendo y viniendo. Me recuerda a mi padre, pero también es un diálogo interior. Es una postal pero también es una sonoridad, yo la sintetizo con la imagen de ponerse el caracol al oído. La primera vez que lo hice dije: ‘No lo puedo creer, no puede ser que tú oigas el mar en una estructura de caracol’. Y eso está mucho en mis poemas”.
La inclinación por el arte es natural en Edda Armas. A la casa-museo Lejarazu (lugar cercano al cielo), en Colinas de Bello Monte, —diseñada por el arquitecto Fruto Vivas a finales de los 50, después de caer Pérez Jiménez—, donde habitó junto a su familia después de la travesía oriental, solían llegar escritores, pintores, que eran amigos de su padre, a quien ella se refiere como “un gran gerente cultural”.
“Fue un privilegio muy grande relacionarme desde joven con gente maravillosa. Yo era muy cercana a mi papá y aprovechaba esos puentes que se tendían con las personas que lo visitaban o que él visitaba. Además, papá hizo algo maravilloso con nosotros, y es que todos los domingos íbamos a los museos, a la Galería de Arte Nacional, al Museo de Bellas Artes. Luego del desayuno, nos montábamos los siete hermanos en una camioneta que teníamos y mi mamá era la que manejaba. Era una rutina deliciosa”.
Desde pequeña, cuenta, se volcó en la escritura y, más adelante, en los ratos libres como estudiante de Psicología Social en la Universidad Central de Venezuela, entraba en las clases optativas de la Facultad de Letras, con los poetas Rafael Cadenas o María Fernanda Palacios. En esos vaivenes se topó con la convocatoria del Taller de Poesía del Celarg que capturó su atención.
“Me interesó mucho porque yo me sentía un poco sola, no tenía con quien compartir la tarea de la escritura, a pesar de que mi padre era escritor y yo tenía una casa muy favorecida. Yo empecé a escribir muy joven y a mi mejor amiga le mostraba los poemas y a ella le gustaban, me decía que le parecían muy bonitos, pero ella sabía lo mismo que yo sabía de poesía. Lo compartía con el mismo placer de que a uno le gusta compartir lo que hace, pero no había un diálogo con escritores contemporáneos”.
Hasta que, a los 20 años, vio su nombre entre los seleccionados para el taller, junto a otras poetas como Cecilia Ortiz y María Clara Salas. Cuando fue a la primera reunión y conoció a su tutor, el escritor y ensayista Ludovico Silva, se sintió impactada ante aquella figura atractiva, con presencia de maestro, y experimentó un gran cambio en la rutina de asistir a la universidad, añadiendo “una actividad tan personalísima” como reunirse una tarde a la semana para dedicarla a la poesía. “Empezamos a leer poemas, a preguntarnos por qué uno funciona y otro no y ahí empezó un diálogo que no se acaba nunca”.
“Ese fue un año de intensas lecturas, con Ludovico Silva acercándonos a tantos autores de la poesía francesa, Baudelaire, Valery, Artaud; a los italianos también: Ungaretti, Quasimodo. Gracias a él entramos a un mundo vertiginoso de nombres, de épocas, de tendencias; te puedo decir dos autores que todavía son para mí pilares fundamentales y los uso en mis epígrafes, son Antonio Porchia, poeta que escribió un solo libro que se llama Voces. Él escribía sus poemas brevísimos en la pizarra, era un maestro de escuela, con quien me identificaba mucho porque mis poemas eran breves, tipo aforismos; y Roberto Juarroz, con su Poesía vertical, lo disfruté muchísimo, lo leí muchísimo”.
Tantos años, tantos libros. Cuando está frente a ellos, ¿a qué momentos regresa?
Cada libro es como el testimoniante de un momento de vida, de un proceso de escritura, cada libro tiene su historia. No es que la vida termine reduciéndose a los libros, ellos te sobreviven a ti; pero el verdadero momento de sobrevivir de cualquiera de los libros es lograr los ojos del lector, si tiene alguien que los lea.
¿Cómo van calzando imágenes y palabras en el proceso de la creación?
Desde el principio, desde la primera vez, escribo de la misma manera. Yo de pronto estoy haciendo cualquier cosa, estoy cocinando o me estoy bañando y me llega una frase, una imagen, una sensación, que mi cabeza o mi piel elabora y yo tengo que volar a escribirla. Cuando estoy trabajando, a veces tengo que coger una hoja de la impresora y escribirlo tal como viene, como si me lo dictaran; ya a estas alturas sabes que nadie te lo dicta, sino que esa es la elaboración poética: es tu mente, es tu alma, es tu tejedura, porque todo lo que tú haces, todo lo que tú percibes, todo lo que es el clima del día, el clima del sentimiento, de algo que pasó ayer y te va atravesando, se teje y se convierte en una imagen poética, en un sentimiento expresado en una imagen poética.
Desde muy joven escribiendo, ¿cuándo adquirió la conciencia de “ser” poeta?
Cada poeta tiene su manera de pensarlo, de sentirlo y de decirlo, pero por ejemplo en mi caso, yo nunca tuve una contradicción entre haber decidido estudiar psicología social y ser escritora, no. Yo siempre he dicho que fue una combinación perfecta. ¿Por qué? Porque es verdad que estudié psicología social porque quería entender al ser humano, los procesos de la percepción, los procesos de los sueños; y a la vez quería saber cómo tú puedes planificar y promover eventos culturales, así que la psicología social fue perfecta para eso. La poesía siempre siguió alimentando a la psicóloga social porque cómo te haces poeta, te haces poeta porque es tu manera de mirar las cosas, es una forma de actuar sobre el mundo y por eso es que a mi edad sigo inventando.
¿Cómo ha compaginado el oficio de la escritura con la promoción cultural?
Recién graduada de la universidad empecé a trabajar en Fundarte (Fundación para la Cultura y las Artes), con los talleres de creatividad y pude ver los resultados de esa planificación cultural que hicimos en los sectores populares. Me gustó mucho trabajar para los otros y llevar el producto cultural a todas las personas posibles, sin importar dónde vivían. Nosotros hacíamos proyectos en las plazas, llevando el arte a los niños, sacándolo de las instituciones, porque la poesía nació en la calle. En mi caso he diseñado y llevado a la práctica muchos proyectos para llevar la poesía al público, desde los niños hasta los adultos. Las ciudades tienden a encerrarse pero un país en el que tengas más seguridad, más libertad, puedes hacer cosas afuera. Si tú llevas a la gente de todas las clases sociales a una plaza, para que asistan a conciertos o recitales, no se van. Porque entiendas o no entiendas, hay algo que te mueve, algo te llena.
En este caminar lleno de incertidumbres, ¿para qué sirve la poesía?
Yo creo que el arte, todo lo que tiene que ver con el arte, que nos llega a todos los seres humanos por los sentidos, por la vista, el olfato, el tacto, es lo más enriquecedor. Yo lucharía siempre porque el mundo hiciera del arte un mayor uso. Tú me dices para qué sirve y nos estamos ubicando en un renglón de utilidad. El arte también es utilitario, porque el arte enriquece el corazón, la mente de la gente. A veces nos da explicaciones, pero otras hace preguntarnos el porqué de las cosas, de las situaciones, el porqué sucede así o asao. El alma es inquieta, y necesita alimento. Entonces creo que tiene una utilidad mayor a la utilitaria, pero por lo que yo he luchado toda mi vida es que todo el mundo tenga acceso al producto cultural, que no sea de élites, que no sea de un grupito.
A veces surge la pregunta de si realmente transforma…
La poesía es una herramienta para expresar, una herramienta para registrar, es una forma de compartir con los otros. Yo creo que un libro te puede salvar, porque una lectura que cae en tus manos en un momento en el que tú lo necesitabas te cambia la vida. El arte da alegría al ser humano. ¿Por qué? Porque te eleva un poco. La vida no puede ser tan rastrera, no puede ser solo sobrevivir.
En estos tiempos se habla de la poesía como una forma de resistencia…
Ningún escritor vive en la nebulosa. Yo creo que cualquier escritor y cualquier artista es muy sensible al lugar y al tiempo que le tocó vivir. Él registra los hechos, es un testimonio. Yo creo que nunca estás de espalda a los procesos que vive la sociedad. A mí me pasó con Armadura de piedra (2005), un libro que escribí después de lo que unos llaman el paro petrolero de 2002, un momento histórico en el que hubo cambios, un viraje de muertos y si no escribía, me moría, porque cómo drenas tú tanta realidad. Yo sentí que no era mi voz nada más, que me conectaba con otras voces, con otros dolores, no solo el mío, sino que había un dolor colectivo en el ambiente y que yo era su escribiente, que yo necesitaba contar poéticamente, porque sabes que tienes que sacar los ojos del fuego para mirar esa realidad, para interpretarla y sobrevivirla. Ese es el papel del escritor.
¿Qué palabras utilizaría para describir el hoy?
La palabra dolor no la puedes no usar, la palabra injusticia. Están pasando tantas cosas que hay palabras que no puedes desvincular del ahora, como la impunidad, la rabia. El “hasta cuándo” es una de ellas.
¿Escribir ha profundizado su sensibilidad?
Creo que sí, porque tú afilas tus sentidos de la percepción. Estás atento siempre. Constantemente necesitas levantar las piedras y ver qué hay debajo.
María Laura Padrón (Puerto Cabello, 1992). Transeúnte y periodista. Vive en la búsqueda permanente de las historias detrás de los rostros, gestos, pisadas. Haciendo malabares en este mundo circense, en el que aspira jamás perder la capacidad de asombro ante lo que, en apariencia, resulta nimio. Su trabajo periodístico ha sido publicado en los diarios venezolanos El Nacional y Notitarde y en la revista digital Clímax.
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