El verano de 2005 un macabro crimen conmocionó Galicia y al resto de España. En Moraña un hombre había asesinado a sus dos hijas valiéndose de una sierra radial. Hace unos meses el caso volvió a salir a la luz pública al producirse las vistas orales del juicio. Basándose pues en esta tremenda historia real, el cuentista malagueño Antonio Báez se lanzó a esbozar una ficción, cuyo resultado está a disposición de los lectores de penúltiMa.

 

Me pregunto qué es lo que pretende decirnos con su renovado aspecto el hombre que ha matado a sus hijas. Con su nueva imagen, tan distinta a la que tenía cuando fue detenido, salpicaduras de sangre hasta en el techo. Hay, sin duda, un mensaje que le está dando a alguien. ¿A mí, que no sé casi nada de él y de su vida doméstica más que lo que cuentan periódicos y televisiones? Se presenta con un aspecto elaborado, artificioso y provocativo que, evidentemente, no le predispone a favor la opinión de nadie. Lo que ha hecho solo es concebible en un monstruo, cualquiera que tenga hijos estará de acuerdo conmigo.

La gente camina por la calle hablando más de lo que cree. La gente habla a través de las ropas, del cuerpo, de los gestos y de la forma de mirar. Por eso yo miro a la gente y me siento a mirar como si me quedase congelado. Me pregunto qué es lo que me quieren decir, si es que quieren decirme a mí o a quién, adónde va toda esa información, dónde queda recogida, en qué cámaras, en qué salas cerebrales.

Acusado en el banquillo declara ante el juez.

En el fondo piensas que el descuartizador te habla.

Estoy escribiendo y recojo docenas de conversaciones.  Lo que los otros se dicen y lo que me dicen a mí. Prefiero falsear yo mismo tanta información, hundirme en los pliegues de un silencio tan elocuente.

¿Te sientes elegido?

No me parece bien traer aquí a ese hombre y desnudarlo como si realmente yo supiera algo de él. Yo no sé nada, pero he de decir algo y he de decirlo ya. Lo que ese hombre ha hecho, su crimen, es algo que no logro entender, pero no lo puedo obviar solo fingiendo una historia. Si la pongo en circulación es porque me interesa un asunto distinto, un asunto que queda al margen.

¿No ilumina una buena historia?

Ilumina hasta cegar, yo prefiero una historia que oscurezca, que entorpezca el entendimiento, que vaya en la dirección contraria.

¿Cuántos escritores estarán intentando desvelarnos su alma, cuántos periodistas hay relatando los hechos?

Es que es una carnaza rica, muy rica para esa tela polvorienta de las arañas y de los indagadores del alma humana, para la red confortable del miedo, que nos advierte por activa y por pasiva; el ser humano es capaz de lo peor y también de lo mejor. El ser humano es una cabra que se despieza y se vende por trozos.

El hijo de la gran puta descuartizó a sus dos hijas con una sierra mecánica.  La metió en primer lugar por el cuello de las niñas y luego sin ton ni son fue cortando y enredando las cuchillas con sus vestidos de verano.

¿Lo ha filmado alguien?

Lo queramos o no el tipo ha entrado en los anales, en la literatura, en la mitología y lo ha hecho por la puerta grande. No tengo ni idea aún de si la sierra mecánica estaba usada o era nueva. Pero entró con sus dientes veloces en la carne de las niñas y cortó los huesos de sus piernas mientras las mantenía amordazadas y drogadas.

¿No sería mejor mantenerse en un terreno más neutro, menos morboso?

He escrito antes historias de este calibre y sé que la esencia de las mismas está en algunos detalles que actúan como símbolos y metáforas. No obstante, voy plantear un riesgo, el despliegue de la oscuridad y de las sombras, de las dudas, las incertidumbres y el mal en la vida de cada uno de nosotros. El descuartizador, después de cometer el crimen, llamó a su esposa y le contó lo que acababa de hacer; la mujer se derrumbó, cayó ipso facto al suelo. La mujer subió en los brazos de su sobrino, que la alzó.

¿La maldad se entiende con maldad?

Ese hijo de la gran puta era un tipo al que han descrito como una persona normal hasta que ha convertido a sus hijas en carne para hamburguesas.

Me veo en la obligación de ofrecer una  historia que dinamite la historia  contenida, porque si no es así me sentiré condenado por mis habilidades. Tú eres uno de los instrumentos que voy a usar para salvarme, así que deberás hallar fuera de este relato tu propia salvación. En tu sangre, no en la de las niñas que salpicó al padre cuando introdujo los dientes veloces de la sierra en su carne blanca y blanda y podríamos decir que inocente. En la sangre de tus propios hijos cuando los imaginas en peligro, en situaciones que has visualizado en más de una ocasión, entre los amasijos de tu propio vehículo o bajo los escombros de la clase en la que estudian, a manos de un vagabundo sanguinario. Un dedo cortado sobre la encimera y su cara de estupor. Ese hijo de puta lo que se merece es que le hagan lo que él le ha hecho a sus hijas. Que lo corten en trocitos pequeños. Es una justicia posible que hoy no se lleva. Hay quien le desea muchos años de vida y que las niñas se le aparezcan cada noche en silencio. Imagínatelas ensangrentadas, cosidas, fantasmagóricas. Niñas que dejaron un rastro de vida en alguna parte, en alguna memoria.

El descuartizador ha sido condenado, no ha negado su crimen, en situaciones límite, críticas, uno tiene reacciones límite, ha dicho. Los sicólogos lo han examinado y también los siquiatras y han dictaminado que en todo momento su mente discernía el bien del mal; lo han descrito como un hombre frío capaz de bromear en el momento de su detención. Les pidió un cigarrillo a los guardias civiles, pero ninguno fumaba. Al cabo de unos minutos hizo un chiste macabro. El descuartizador es un hombre presumido que sabe que va a ser fotografiado, que va a tener encima todas las miradas. Se ha rapado los occipitales y la nuca y se ha hecho una pequeña coleta. Si comparamos las fotografías que de él circulan del momento de su detención y de su declaración ante el juez vemos que el hombre corriente de entonces ha desaparecido para dejar paso a alguien que quiere distinguirse también por su aspecto.

El daño que yo te quiero hacer es extragaláctico, imposible, sideral, no me basta con hacerte sufrir, con causarte dolor, quiero tu aniquilación total, pero tu destrucción está fuera de ti. Mi venganza de tantos sufrimientos hace pequeña cualquier historia, amortigua mi dolor, la destrucción. Las amo, te juro que las amo, las quiero con todo mi corazón, pero mi odio y desesperación es más grande. Las niñas se irán al cielo y tú y yo nos quedaremos aquí para siempre. No te deseo lo peor, te deseo exactamente lo que te voy a dar. Me comeré tu alma como el viento negro y gélido que avanza por un solar abandonado se come la ausencia de la vida.

¿A quién hay que matar para que le den a uno un cigarrillo?, le dijo a los guardias civiles, ninguno de los cuales fumaba.

Mata a tus hijos, rómpeles la crisma con el piolet que usaste el verano pasado, drógalos y luego les pones la almohada encima, compra un hacha y hazles lo que se le hace a los conejos para ponerlos en el arroz. En el cielo hay una habitación de niños asesinados por su padre. ¿A qué juegan?

Lo tienen muy difícil para jugar. No se les ocurre casi nada. Papá viene a darles un beso antes de que se vayan a dormir, pero en cuanto lo ven aparecer se estremecen sin saber la razón. Uno de ellos averigua que están allí porque han sido asesinados.  Qué dulce cuento de terror mentiroso, almibarado.

Los hijos asesinados quedan colgados en la memoria de la madre, ausencias en la nada, escapularios para la creencia. Los hijos muertos por la mano paterna no hacen visitas, abren un agujero, rompen la tela de la cordura. Fueron una moneda, una bolsa de monedas.

¿Cómo puede un padre romper o quemar la carne de un hijo?

Pater omnipotens.

La mujer se desmayó al recibir la noticia de labios de su marido pegados al teléfono. Dulce momento de su venganza, ángel negro que anuncia que la tierra ha sido envuelta por un viento que devora la vida. He matado a tus hijos, le dice. ¿Quién da más? Un hombre como él acostumbrado a subir en las pujas, a poner las cosas en el límite. En las situaciones límite, uno actúa al límite, dice ante el juez.

Quiere fumar, quiere un cigarrillo, quiere volver en sí, no se ha sabido quitar la vida, quiere conservar la vida para verla a ella, para sentir como la negrura la engulle. Nadie podía imaginar que él fuera alguien capaz de hacer una cosa así. Se conocieron en una conferencia por medio de conocidos comunes que los presentaron. El conferenciante, el descuartizador y el vientre de la mujer y ahora yo. Ella no sabía aún que iba a ser despojada de la vida por aquel chico guapo, tan amable, pero quizás un poco más sensible que sus amigos, por eso irascible. Cuando un hombre recibe en sus brazos a su hija recién nacida compone una estampa tierna  que suele acabar en una fotografía y no es extraño que se le busque un bonito marco y se coloque en un estante de la casa donde es fácil de contemplar por cualquier visita amiga. A nadie se le pasa por la cabeza que un día ese padre entrará a una ferretería, comprará una radial y la usará para descuartizar el cuerpo de la niña y de su hermana pequeña, de la que en su momento también se hizo una fotografía con ella en sus brazos. Podríamos decir que hubo un tiempo dichoso en el que nadie podía aventurar lo que en este relato se anuncia en la primera línea. Si fuera posible, la mujer volvería atrás en el tiempo para evitar la muerte de las niñas; si fuera posible la madre de las niñas corregiría algunos párrafos de esta historia y precipitaría al hombre por la carretera de un acantilado dentro de su coche, que era uno de sus temores cuando las niñas se iban con su padre, debido a la forma temeraria que tenía su conducción. Incluso si él mismo fuese quien enfilase el vehículo hacia la curva, porque todavía en la duda de si hubiese sido un accidente su vida hubiera tenido una posibilidad que estos hechos no le permiten. Sin embargo, ahí está él, en la fotografía de los periódicos, en las imágenes de la televisión, con ese cambio de imagen que vuelve a ser para ella un mensaje, un mensaje también dirigido a los demás, al propio relato de lo sucedido. Mi fuerza reside en mí, parece decir. Me sobrepongo y crezco; he surgido de una metamorfosis. Soy un nuevo ser, maestro de la aniquilación. En las imágenes de su detención el descuartizador parecía un oficinista, un empleado de banca, un profesor de secundaria. Me acabo de enterar de que además era aficionado a los perros y de que llegó a ganar algún concurso. En las imágenes durante su juicio, dos años después, con parte de la cabeza rapada, coleta, gafas de pasta negra y barba hípster con canas parece un videoartista, como si hubiese experimentado un crecimiento personal basado en la exploración de sus posibilidades creativas. Antes de cometer su brutal asesinato había enviado dos cartas en las que ya insinuaba sus intenciones, una a una prima y la otra al hombre que era en ese momento su novio. El descuartizador se refugió en el cuarto de baño, donde fue hallado dentro de la bañera con una botella de ginebra y un frasco de tranquilizantes como si tuviese intención de quitarse la vida.

El hijo de perra advirtió en las cartas que no se buscasen explicaciones, que no las había.

 

Antonio Báez visto por Curro Romero

Antonio Báez (Antequera, 1964) ha participado en diversas antologías de microcuento y relato breve y ha publicado los libros La memoria del gintonic, Griego para perros y su título más reciente es La magia de los días, publicado por la editorial Talentura.

Poe y compañía es la sección dedicada a la ficción  en penúltiMa. Por necesidad un relato colgado en la web no debe ser muy largo, y eso nos recuerda a la unidad de impresión de la que habló el iniciador del cuento literario moderno. No nos parece mala cofradía para unirse a ella.

La fotografía que ilustra el relato es del fotógrafo norteamericano Jeff Jacobson, cuya obra puede ser disfrutada en su página web: http://www.jeffjacobsonphotography.com/