Aunque sea cada vez más numerosa, cosa lógica porque lo bueno termina haciéndose conocido y seguido, hubo un tiempo en que la cofradía de levrerianos no era muy extensa. De esa primera época data el momento en que el director de todo esto escuchó hablar por vez primera de Montoya, que es, al César lo que es del César, el primer profesor/autor/crítico del entorno universitario español que se acercó a su obra. Con el paso de los años ha ido atreviéndose a soltarse la melena como autor de ficción, y finalmente ha publicado su primera colección de relatos, El tiempo real (Boria ediciones), del que compartimos uno de sus textos con nuestros lectores.

 

A Edmundo Paz Soldán

Now what built these
walls is in my veins.
No time for looking back,
the wolf is at the door.
This heart, this soul,
This house is not for sale.
Ryan Adams, This house is not for sale

 

Amanecí esta mañana decidido a concluir mi dichoso artículo sobre los primeros cuentos de un conocido escritor latinoamericano. Tras una jornada de lucha intelectual e innumerables interrupciones en forma de llamadas telefónicas, reproches de mi esposa, por haber olvidado las mínimas obligaciones de la rutina, y urgencias de mi hija lo he conseguido. Al fin, de madrugada, cuando ya mi familia dormía –ajena por completo al importante sacrificio que hago de cara a obtener el ascenso que merezco–, he logrado poner el ansiado punto final de la victoria. Siento ese leve entusiasmo trepar por mi espalda e, inmediatamente después, la vergüenza de sentirlo, esa culpa extraña y el cansancio por las horas invertidas habituales. Me levanto a la cocina a tomar agua. Una explosión en la calle rompe el silencio nocturno: sirenas de las alarmas de los chalés de enfrente, en la urbanización de lujo que algún día nos acogerá. El edificio entero de súbito queda a oscuras. Me desoriento. El vaso resbala de mis dedos, se hace añicos contra el piso. A vueltas con Globalux, la empresa suministradora: ha habido un nuevo apagón en el barrio popular en el que aún vivimos, a pesar de los años que hace que nos mudamos a la ciudad. Años de sacrificios y renuncias, de préstamos al consumo y nepotismo y rabia reprimida en los puños. Inútil mirar atrás. Descalzo como estoy, siento clavarse los fragmentos del cristal –diminutos– hiriendo mis pies en la oscuridad, y pienso de inmediato en mi trabajo recién terminado, oculto en alguna parte, tras la pantalla negra de mi ordenador sin energía. A tientas, trato de recoger el estropicio y de regresar a toda prisa al despacho, preocupado por mi texto, angustiado porque no recuerdo si guardo una copia en la nube. Pienso en la palabra nube e imagino un cielo de tormenta, como el de esta noche, morado y violento, dispuesto a devorar los archivos en un vendaval de olvido. A su venida, la luz eléctrica me ha devuelto la horrible certeza de que el documento en el que trabajaba ha desaparecido –no encuentra su rastro el explorador de Windows– y, con él, todo un día de investigación se ha borrado. Y ahora no sé dónde puede estar ese archivo, ni cómo recuperarlo, como tampoco mi Mac, ni el escritorio cubierto de libros en el que escribía, ni recuerdo si tuve alguna vez un despacho donde pasaba las horas mientras mi familia iba y venía sin mí, ajena por completo a mi labor, que ya no estoy muy seguro de que fuera importante. En el lugar donde debía estar la puerta puedo ver el blanco humo de la pared. He buscado en vano a mi mujer e hija en el dormitorio contiguo: hace años que vivo solo, en este estudio que me resulta ajeno sin las fotografías que dudosamente recuerdo decorándolo. Del otro lado de la calle no hay ya casas de lujo, sino sucios bloques de ladrillo visto. Un vecino, en un apartamento igual al mío, escucha en su ordenador a todo volumen –la ventana abierta– la misma machacona canción de Ryan Adams que yo escucho cuando escribo y que he llegado a odiar tras todos estos años. Tantas desapariciones detrás de un solo archivo son demasiado: reconozco haber pensado en arrojarme desde el balcón, pero tampoco lo hay en este diminuto monoambiente. Así que he decidido no hacerme problema; sacudirme los añicos de la vida que una vez creí tener, como quien se sacude cristales diminutos pegados a la planta de los pies; sentarme en mi sillón de terciopelo verde, y encender el televisor. Dan un episodio del Correcaminos.

 

Jesús Montoya Juárez es Profesor Titular de Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de Murcia. Ha sido investigador visitante en Duke University, Universidad Paul Valéry de Montpellier, Universidad de Buenos Aires y La Sorbona, y profesor de Lengua Castellana y Literatura en Secundaria y Bachillerato. Cuentos y microrrelatos suyos han aparecido en revistas literarias como Por leer (México DF), Letra Clara (Granada) o El Coloquio de los perros (Cartagena); así como en la antología De mes en cuando (Granada: Ed. Puravida, 2009), y en el fanzine literario Manifiesto Azul. Ha publicado, entre otros, los ensayos Narrativas del simulacro (2013) y Mario Levrero para armar (2013).