Que una novela genera todo un revuelo crítico es, siempre, importante. Que, además, como es el caso de Dígame quién soy yo, madre, de Juan Hernández lo haga entre escritores debería servir como aviso para navegantes. Con este texto de Carla Pravisani ya son dos las lecturas que hemos compartido de esta novela. Ojalá sean más.

 

Para mí existen dos tipos de novelas: las novelas de estructura y las novelas de pulsión. Las novelas de estructura son aquellas que el autor “quiere” escribir, parten de un deseo y una intención razonada. Las novelas de pulsión son novelas que el autor “necesita” escribir. Y por eso las escribe a su ritmo interior, la intención es inconsciente, el autor obedece al pasar en limpio el caudal de su silencio.

La novela de Juan Hernández lleva décadas escrita. La escribió un niño de cuatro años. Es un retrato múltiple del dolor, o como él mismo lo menciona, una historia infectada con el germen de la familia. Porque en este espejo en el que se miran generaciones enteras a la espera de una posible identificación, de entender quienes son a partir de los otros; la voz que narra reclama —con justicia poética— el desdibujo que ha hecho de él su madre y el descuido, que ha hecho de él una familia numerosa y egoísta, que ha hecho de él la iglesia y sus curas pedófilos, que ha hecho de él la pobreza.

Advierte la novela: La gente que te habla de la pobreza queriendo darte pan, techo y conocimiento no sabe de estas cosas. Nosotros fuimos niños de una pobreza intangible. Ni el pan ni el techo ni el conocimiento nos pudieron librar de la herencia de nuestras familias. Mamá me llevaba de la mano para que otros pusieran sus manos sobre mí. La pobreza que la embargaba no le permitía ver más allá del sentimiento hacia su madre, hacia ella misma, hacia mi padre, hacia mí. El sentimiento que genera la pobreza nunca se borra. No importa cuanto intente eliminarse, prevalece. Aprendí a vivir con ello. Aprendí a vivir con la pobreza. Somos niños y lloramos. Lloramos de grandes porque no fue la pubertad la que se llevó nuestra niñez, fueron adultos, fueron nuestras familias. Son todos esos otros momentos. Soy yo. Es usted.

Villoro lo explica así: “El contacto con el otro compromete y vulnera. Quien establece un vínculo no juzga de la misma manera, la confianza y la empatía lo vuelven frágil y, en esa medida, corrompible”. Todo hombre está constituido por su subjetividad, por su pasado transformado en recuerdos o en impactos, en imágenes que se traducen de los sueños. Durante la narración los símbolos crecen como hongos después de la lluvia, aparecen para dar fe de la destrucción o para remediar la vida: vemos perros aplastados o maltratados, una fogata eternamente encendida, una ola que nunca baja, una playa infinita. Es la pesadilla de quien sueña despierto, de quien sabe (porque esa es la gran magia de la conciencia) de que a la infancia no se vuelve, de que el daño está hecho y el mayor miedo es replicarlo. El amor es a veces un límite insondable, porque amamos como podemos y nunca como quisiéramos. Porque somos esas caras que tanto odiamos, esa familia que nos configura y nos hiere.

Dice la novela: Mamá quiere sentir mis logros como suyos. Desearía que le dijera “gracias por mi vida, mamá”, pero mamá es el cáncer que me invade. Madre es un espejismo que de niño me daba miedo. No me protegió de la iglesia. No me protegió cuando me golpeaban en la escuela. No me protegió cuando otros familiares me humillaban. No me protegió cuando mendigaba mis regalos, los días de cumpleaños, llevándome de romería por las casas y negocios de otros familiares. No me protegió del recuerdo que llevo a cuestas.

Para Piglia la realidad puede ser dolorosamente comprendida pero no modificada. Es por eso que el narrador de Dígame, quién soy yo, madre, con su honestidad brutal, comprende que su madre es víctima y victimaria, y él apenas un esbozo de sus intenciones. Comprende que su hijo mayor fue obligado a crecer de golpe, y que sufrirá a solas la ausencia del padre. Porque las familias se conforman para traducir, de una torpe forma, su capacidad de amar. Somos el eco de los otros, somos sus genes y sus miedos. Y en esta latencia de las relaciones truncas aparece el espejo en el que osamos mirarnos. No hay dolor más grande que el dolor que se libera y se esparce y se comparte.

Dice la novela: ¿Ves esa playa, hijo? En esa playa vos traerás a tu hijo, le contarás de nosotros, la risa, la fogata, el atardecer como naranja del mercado, le digo. Me decís que nunca vas a tener hijos, que yo soy tu hijo. Me decís que el sueño está en los ojos. Mañana querés ver el amanecer, igual que la tarde, como la naranja del mercado. Vos me ves a los ojos y me decís esa palabra que nunca supe pronunciar: papá. Soy yo.

Esta novela es un llanto que hace agua a sus lectores, que los llena de una inexplicable sensación, de ganas de correr hacia algún lugar del pasado y rescatar a los niños, a todos y a cada uno, sacarlos de las fauces del amor materno.

¿Por qué los niños siempre pagan los platos rotos de esos niños que ahora son adultos? El narrador nos dice que “es hijo de su hijo” porque sabe que ha nacido de nuevo, el amor por un hijo produce la oportunidad de volver a empezar, de aprender a ser ese padre ideal o idealizado para abrir esa fruta que es la vida y saborearla por primera vez. Un hijo siempre nos llena de renovadas esperanzas en nosotros mismos.

Una vez Werner Herzog tuvo esta conversación con el hombre que le estaba escribiendo su biografía: “¿Cuándo estará listo el libro?” le preguntó el cineasta y ante las dudas del escritor, Herzog agregó: “Tendría que hacerlo en cinco días como máximo. No es necesario que tenga una estructura. ¡Lo que tiene que tener es vida! Deje cabos sueltos, deje que sea poroso. Sáquese de encima la estructura y escriba el libro”. Pues bueno, eso fue lo que también hizo Juan Hernandez.

 

Carla Pravisani

Carla Pravisani nació en Argentina pero reside en Costa Rica. Escritora y consultora en estrategia y creatividad. Publicó los libros de cuentos Y el último apagó la luz (Perro Azul, 2004 / Germinal, 2013) y La piel no miente (Premio Nacional Aquileo Echeverría 2012, Uruk 2012), Las hienas del Miedo (Germinal 2016) y los poemarios Apocalipsis Íntimo (Mención de Honor Luis Cardoza y Aragón 2010, Perro Azul 2010 / Germinal, 2012) y Patria de Carne (Casa de Poesía, 2015). Algunos de sus cuentos se incluyeron Un espejo roto. Antología del nuevo cuento de Centroamérica y República Dominicana (Centroamérica: GEICA, 2014) / Zwischen Süd und Nord. Neue Erzähler aus Mittelamerika (Entre Sur y Norte. Nuevos narradores de Centroamérica) (Zürich: Unionsverlag, 2014), Una región de historias. Panorama del cuento centroamericano (Ed. La Pereza, 2014), Pasajeros en Arcadia (Ed. Belgrano, 2000) Poetas y Narradores del 2010 (Instituto de la Cultura Peruana en Miami) y 12 relatos centroamericanos (Editorial Catafixia, 2010) Algunos de sus poemas se tradujeron al italiano, al maltés, al ucraniano y al serbio. Realizó el Master en Creación Literaria (Universidad Pompeu Fabra), y el posgrado en Literatura Digital (IL3 / Universidad de Barcelona).

Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.

La fotografía que ilustra la reseña es de Arindam Mukherjee, su trabajo puede ser disfrutado en su página web: http://www.arindam-mukherjee.com/