Como todo lector habitual de la revista ya debería saber, Javier Payeras es una de nuestras estrellas, y por eso cualquier nuevo texto suyo alegra y regocija a la redacción, sobre todo cuando el director de todo esto les permite poner los pies sobre la mesa y leerlo con fruición acompañados de un refrigerio al gusto: café, té, whisky o lo que sea. Luego montamos la tertulia y lo compartimos con nuestros inquietos lectores. En este caso, además, Payeras nos manda una carta, bueno, se la manda al director, pero al final la leen todos, que es de lo que se trata, y aprendemos un poco más de la vida que lleva Payeras como escritor guatemalteco en el gran hermano del Norte, que para los centroamericanos es México. Y comprobamos que nuestras vidas, con todo un océano de distancia, no son tan diferentes, porque a nosotros nos pasa también cada vez más a menudo que lo único que nos llevamos de las librerías es el café en el estómago, y cada vez menos libros y nos dedicamos más a la relectura y a descubrir otros textos que nunca están en las mesas de novedades. Afortunadamente desde hace tiempo cada vez más librerías sirven café o alcohol, así al menos podemos dejarles un poco de dinero que engrase el tardocapitalismo de plataformas en el que nos vemos inmersos. Les dejamos con el texto de Payeras, que es a lo que ustedes han venido y no a leer la entradilla. 

 

Llevo la maleta corinta que heredé de Miguel Ángel Sagone, amigo y padre, te lo describo así para no compararlo con otro. Siempre una fila de unos treinta fulanos con pasaporte azul en el vuelo que viaja de Guatemala a la Ciudad de México. Salgo por la puerta de los centroamericanos, la de los venezolanos, la de los caribeños, la de los colombianos, la de los indeseables en cinco latitudes… Migrantes con visa de paso, pero al final siempre migrantes. Muy amable el amigo que me sella la quinta hoja del documento y me pone en circulación, el maletín de cuero conmigo y sentado espero ver a mis dos hermanos que me resisten siempre, con todo lo que soy y cargo encima, a veces coagulado sintiendo que ya no tengo razón alguna para volverme a mi lugar de origen, porque es evidente que todo se derrumba en el sur…, que es necesario irse al norte porque hay trabajo y la memoria del daño se hace una línea muy delgada.

Uno escribe, al menos eso se piensa hacia adentro, tanto esmero al anotar y transcribir, luego darse a la lucha porque te impriman un libro que no saldrá de los muros de tu pequeño país, acaso llegue a una estantería muy lejos, pero no hará ruido, los escritores reconocidos ya están cabales y puede que tus palabras no importen demasiado en esas librerías gigantes. Te guardas algún dinero para tomarte un café y lees las novedades aburridas que venden en los Sanborns, ya no existe algo que lama ni permanezca, todo son cintillos de colores afirmando que es inigualable y que es un suceso y que no puede haber reclamo más grande de justicia literaria después de aquello… Sinceramente aplaudes la pericia del corrector de estilo, del diagramador, del fotógrafo de la solapa interna, pero te sientes cansado de tantas inmortalidades frágiles y afortunadamente no compras nada, solo pagas el café.

Caminas por Chapultepec y ves las hojas amarillas. Te sientes perfecto sin tanta carga encima, tomas fotografías con tu móvil: una ardilla, la silueta de la laguna, alguna nube extraña, la descomunal ciudad desde el mirador del Castillo. Caray, se siente algo muy bonito cuando habitas una ciudad grande, una verdadera ciudad, aunque siempre estés de paso, de modo constante, pero de paso. Un par de meses y volverás a tu país llevando regalos para los pocos que amas y te aman, es allí donde retrocedes en el camino y sabes que por los días de los días no saldrás de tu casa pues nada te pertenece más que la maleta que siempre llevas contigo y esa casa que ordenas cada mañana entrando solo con tu bolsa de abarrotes del mes, tus medicinas para la hipertensión, las constancias de la renta pagada puntualmente y el incierto esperar a que llegue la providencia.

Concluyes tus clases y todavía no tienes un catálogo mental de los rostros de tus alumnos, son nombres con siluetas azules en la pantalla del ordenador; das redacción, das retórica, quisieras emocionarles, pero los sientes lejanos, puede que te haga bien escuchar sus voces o verles encender sus cámaras. Cruzas la tarde entre talleres de poesía y cursos de escritura hasta que alcanzas la noche, entonces lees a los mismos autores o reclamas algunos libros de ensayos y le instalas al teléfono un temporizador para las redes sociales. Entre la madrugada y la hora de despertar continúas sin descanso. La posible destrucción con misiles tácticos ya es casi una realidad, la celda incendiada donde quedaron treinta y nueve migrantes en el norte de México (centroamericanos todos luchando por sobrevivir al igual que tú en la aguja norte) y las opiniones funestas de la superioridad moral de papagayos canceladores de plumaje ofendido y tiempo libre con velocidad de conexión. Suspiras porque el mundo se destruya pronto.

Son las dos de la mañana y transcurren los pensamientos, ya es lunes, dormí un par de horas y al despertar recordé tomarme el medicamento y de paso encendí la computadora para anotar estas palabras antes de que se me olviden, sé que voy a enviártelas mi amigo, en un correo escueto como siempre: Te escribo de nuevo, algo para la revista, algo que puede ser, no sé, algo que pueda interesar de esta orilla del mundo siempre vigente en el sufrimiento y en las agendas de las oenegés, aquí donde no se piensa (y si sucede no interesa mientras no haga llorar a nadie)… Solo se abarca un nudo en la garganta para hacer fama en las conversaciones sensibles de tantos lectores de crónicas salvajes, esas que le interesan tanto a los dignos ciudadanos del mundo.

Para Antonio J.M.

 

Javier Payeras (Ciudad de Guatemala 1974). Narrador, poeta y ensayista. Ha publicado: Biografía de la Imaginación (Ensayo 2022), La imagen de un segundo (poesía, 2022) La región más invisible (ensayo, 2018), Imágenes para un View-Master (relatos 2013), Limbo (novela 2011), Días Amarillos (novela 2009), Afuera (novela 2006), Ruido de Fondo (novela 2003), Soledadbrother (poesía 2003) y las antologías Microfé y Cosas que aprendimos en la lluvia: poesía guatemalteca contemporánea (2012). Reconocido en el Festival Panhispanico de poesía en Artes narrativas 2022. Su obra–completa o parcialmente- ha sido traducida al inglés, alemán, francés, italiano, portugués y bengalí. Actualmente escribe para http://revistapenultima.com/.