Tenemos el inmenso placer como revista digital de publicar este adelanto de un libro fundamental para todos los interesados en el forjado del pensamiento europeo, y más en concreto en el modo en que se consolidó tanto el idealismo como el romanticismo en lengua alemana. Libros Corrientes, una editorial ya insoslayable para el lector culto e inquiero ofrece una edición actualizada de la correspondencia completa que tuvo lugar entre cinco de los pensadores más influyentes y complejos de la historia: Kant, Fichte, Schelling, Hegel y Hölderlin.
Se trata de un total de 85 cartas que resultan una herramienta clave tanto para entender las ideas de sus remitentes como para arrojar algo de luz sobre unos años que dieron lugar al mundo en el que ahora vivimos. A través de estas cartas se pueden trazar las tensiones cambiantes durante los 16 años que van desde 1791 (aparición de la primera Constitución moderna de la historia, promulgada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa como consecuencia de la inmediatamente anterior revolución) hasta 1807 (en el corazón de las guerras napoleónicas), uno de los tiempos más convulsos conocidos en los que, como dice el profesor Hugo Renato Ochoa Disselkoen, «hay militares que son políticos, leen a Kant y reflexionan sobre sus escritos políticos; filósofos poetas o poetas filósofos; banqueros literatos, o poetas naturalistas», todos en el esfuerzo común de tratar de apresar desesperadamente el nervio de este tiempo nuevo con un atrevimiento casi inaudito. Tanto la traducción como las introducciones a cada uno de los juegos de cartas y las abundantes notas filológicas y aclaratorias han corrido a cargo de Hugo Renato Ochoa Disselkoen, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, y Raúl Gutiérrez, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Frente a la edición publicada en 2011 en la Universidad Nacional de Colombia, esta nueva edición cuenta con el importante añadido de 8 nuevos documentos: las cartas intercambiadas con Friedrich Hölderlin, no incluidas en aquella ocasión.
1. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (I)
18 de agosto de 1791
Hombre digno de veneración:
Porque diciendo las cosas de corazón, no se os podría dar otro título sino este. Fui a Königsberg para conocer más de cerca al hombre que toda Europa venera, pero que, por cierto, en toda Europa pocos hombres estiman como yo.
Me presenté ante Vos. Sólo más tarde caí en la cuenta de que era una desmesura requerir entablar conocimiento con semejante hombre, sin la más mínima competencia para ello. Tendría que haber tenido cartas de recomendación. Prefiero, no obstante, las presentaciones que yo hago de mí mismo. Aquí está la mía.
Me es doloroso no poder entregárosla con una conciencia satisfecha, como la que quisiera tener. Es posible que al hombre que en su disciplina debe ver profundamente bajo sí no le satisfaga el que no haya nada nuevo por leer tanto en el presente como en el pasado; y nosotros, todos los demás, sólo podríamos acercarnos a él en la modesta espera de su dictamen, como nos acercaríamos a la misma razón pura en un cuerpo humano. Quizás sería posible que yo fuera perdonado por un hombre semejante y por mi propia conciencia —yo, espíritu que anduvo errando por diversos laberintos antes de que fuera un discípulo de la Crítica, lo cual soy recién desde hace muy corto tiempo, y a quien su situación le ha permitido dedicarse a estos asuntos sólo una pequeña porción de ese corto tiempo— si mi trabajo alcanzara el grado de lo satisfactorio, en la medida que el maestro descubra en él lo mejor. Pero ¿se me podría perdonar el que yo os entregue este trabajo, dado que según mi propia conciencia está mal? ¿Me disculparán en realidad las mismas disculpas incluidas en el texto? El gran espíritu debería haberme intimidado, pero me atrajo el corazón noble, unido sólo con el cual era posible restituir la virtud y el deber a la humanidad. Sobre el valor de mis escritos he pronunciado sentencia yo mismo; si acaso alguna vez entregaré algo mejor, eso decidlo Vos. Consideradlo como la carta de presentación de un amigo, o de un mero conocido, o de un completo desconocido, o de nadie. Vuestro juicio será siempre justo. Vuestra grandeza, eximio hombre, tiene, ante toda grandeza humana imaginable, la característica, a semejanza de la de Dios, de que uno se acerca a ella con confianza.
Tan pronto como crea que Vos mismo hayáis leído estos escritos, os visitaré personalmente para saber si me puedo llamar en adelante vuestro más íntimo admirador.
J. G. FICHTE
2. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (II)
Königsberg, 2 de septiembre de 1791
Ilustre señor
Venerable señor profesor:
Vuestra Ilustrísima debe bondadosamente perdonar que prefiera hablaros nuevamente por escrito antes que en forma verbal.
Vos mismo me habéis recomendado con una bondadosa calidez, lo cual yo no me habría atrevido a solicitaros; tal generosidad aumenta infinitamente mi gratitud, y me alienta a descubrirme completamente ante Vuestra Ilustrísima; a lo cual por cierto, en razón de vuestro carácter, me habría atrevido incluso antes, pero sin una licencia más explícita por vuestra parte no me lo había permitido, por cuanto a aquel que no le gusta descubrir una necesidad ante cualquiera, le es doblemente sensible hacerlo ante un carácter tan bondadoso.
En primer lugar, permitidme asegurar a Vuestra Ilustrísima que mi decisión de preferir marchar a Königsberg en lugar de regresar inmediatamente a Sachsen respondía, por cierto, a un interés egoísta, por cuanto deseaba satisfacer la necesidad de descubrir una parte de mis sentimientos al hombre al cual debo tanto todas mis convicciones y principios, como mi carácter y el afán de querer tener uno; quise aprovechar de Vos tanto como fuera posible en tan breve tiempo y, si así pudiera ser, recomendarme ante Vos en forma favorable para lo que vaya a ser mi futura carrera. Sin embargo, no he podido prever una necesidad tan inmediata de vuestra bondad, en parte porque me imaginé que Königsberg era muy rico en recursos, y hasta más rico que, por ejemplo, Leipzig, y en parte porque desde acá esperaba encontrar alojamiento en Liefland, con ayuda de un amigo que ocupa un importante puesto en Riga. Creo que en alguna medida esta explicación, por una parte, la debo por mor de mí mismo, para no permitir que caiga ninguna sospecha de bajo interés egoísta sobre sentimientos que provienen de un corazón puro, y, por otra parte, os la debo a Vos, si os es grato un agradecimiento libre y abierto de quien ha sido instruido y corregido por Vos.
He ejercido el oficio de preceptor privado por cinco años, y he tenido que ver las mortificaciones y deficiencias del mismo, que tienen graves consecuencias, y he visto cómo lo bueno que uno pudiera promover es tan fuertemente impedido que desde hace un año y medio creía permanentemente tener que renunciar. Esto hace que esté temeroso, pues si un hombre benévolo asume recomendarme para este trabajo, debo luego temer que no pueda hacerlo completamente a su entera satisfacción. Me permití aceptar este trabajo nuevamente en Varsovia, con la poca fundada esperanza de encontrarlo mejor de lo que es en realidad, y quizás insensiblemente me dejé llevar por la perspectiva de ventajas económicas y por el monto de la remuneración, sin hacer una apropiada reflexión; una decisión cuya frustración bendeciré por la manifestación de las perplejidades en las cuales actualmente estoy. Siento a este respecto la necesidad cada día más fuerte de recuperar todo lo que tuvo una alabanza tan temprana de maestros bondadosos pero poco sabios, de retomar una carrera académica que fue muy rápida, realizada casi antes de la salida de la adolescencia propiamente tal, y que desde entonces la constante dependencia de circunstancias me ha hecho descuidarla; retomarla antes de que los años de juventud se evaporen completamente, abandonando toda exigencia pretenciosa, la que precisamente me ha apartado de formarme para todo aquello que pudiera ser capaz, y abandonar lo restante a las circunstancias. Este objetivo no lo puedo alcanzar en ninguna parte con más seguridad que en mi patria. Tengo padres que, aunque no me puedan dar nada, en su casa, sin embargo, puedo vivir con poco gasto. Puedo ocuparme allí con los trabajos propios de escritor (que es el verdadero medio para alcanzar mi perfeccionamiento; trabajo que tengo que corregir, y tengo demasiado pundonor como para dar algo a la imprenta sobre lo que no esté yo mismo completamente seguro) y, justamente, permaneciendo en mi provincia paterna (Ober-Lausitz), gracias a una plebanía, es la manera más pronta y más fácil de alcanzar la total inspiración, plebanía que deseo hasta mi completa madurez. Lo mejor para mí parece ser, pues, volver a mi patria. Sin embargo, no tengo los medios suficientes para ello. Tengo todavía dos ducados, y estos no son míos, pues los tengo para pagar el alquiler y cosas semejantes. Parece, pues, que no resta ningún medio para salvarme, si no aparece alguien, que no sé quién pueda ser, que me preste el dinero para los costos del viaje de retorno, contra la hipoteca de mi honor y en la firme confianza del mismo, hasta el plazo cuando pueda con toda certeza según mis cálculos pagar nuevamente, esto es, hasta Pascua de Resurrección del próximo año. No conozco a nadie a quien se pueda brindar esta fianza sin temor a que se me ría en la cara, excepto Vos, hombre virtuoso.
Tengo la máxima de no pedir nada a nadie sin haber examinado de manera racional si yo mismo recíprocamente no podría hacer eso por otro; y he encontrado en este caso que ciertamente, supuesta la posibilidad física, haría esto por cualquiera a quien yo ciertamente pudiera creer capaz de los principios de los cuales estoy realmente persuadido.
Creo tan ciertamente en una auténtica entrega del honor en prenda que creo perder una parte de este por la necesidad de tener que asegurar algo sobre él; y la profunda vergüenza que me aqueja a este respecto es causa de que no pueda de ningún modo hacer verbalmente una proposición de la índole de la presente, ya que a nadie deseo por testigo de esta. Me parece que mi honor queda realmente comprometido hasta que esta misma promesa no sea satisfecha, porque a la otra parte siempre le es posible pensar que no la cumpliré. Sé, pues, que, si Vuestra Ilustrísima satisficiera mi deseo, ciertamente os recordaré siempre con íntima veneración y agradecimiento, aunque también con una cierta vergüenza, y sé también que sólo será posible el recuerdo plenamente grato de una familiaridad que yo pensaba que disfrutaría a lo largo de mi vida cuando haya recuperado la palabra empeñada. Sé que estos sentimientos provienen del temperamento, y no de principios, y son quizás inadecuados, pero no quisiera erradicarlos hasta que la plena solidez de los últimos haga completamente superfina esta alusión a ellos. Puedo, sin embargo, confiarme a mis principios hasta el punto de que, si no fuera capaz de sostener ante Vos mi palabra dada, me despreciaría toda la vida y tendría que temer echar una mirada en mi interior, de modo que, para librarme de reproches penosos, tendría que abandonar principios que me recordarían continuamente a Vos y a mi deshonor.
Si pudiera presumir semejante modo de pensar en alguien, entonces yo ciertamente haría por él aquello que precisamente os solicito; sin embargo, cómo y por qué medios pueda yo convencerme, si yo estuviera en vuestro lugar, de la presencia de un semejante modo de pensar no me es igualmente tan claro.
Honorable Señor, si me es permitido comparar lo muy grande con lo muy pequeño, yo concluyo a partir de vuestros escritos con completa confianza que Vos tenéis un carácter ejemplar, y habría apostado todo, incluso antes de saber lo más mínimo sobre la índole de vuestra actividad en la vida civil, que así era. Acerca de mí, he sometido a vuestra consideración sólo una pequeñez, con todo, en un momento en el cual no se me habría ocurrido en absoluto que tendría que hacer un uso como el que ahora hago del conocimiento que tengo de Vos; pero mi carácter no es aún suficientemente firme como para imprimirlo a todo lo que hago; ahora bien, para ello es también Vuestra Ilustrísima un conocedor de hombres sin parangón, y descubriréis quizás también en esta pequeñez amor a la verdad y honestidad, si es que ellos pertenecen a mi carácter.
Finalmente —y esto lo pongo avergonzado—, si yo fuera capaz de no sostener mi palabra, está también mi honor ante el mundo en vuestras manos. Pienso convertirme en autor bajo mi propio nombre; para el caso de que pueda regresar, le ruego cartas de recomendación para unos sabios profesores. En tal caso, notificarles mi deshonor a aquellos cuya buena opinión tendría que agradeceros sería, según mi parecer, una obligación; así como creo que sería del mismo modo una obligación advertir al mundo de un carácter tan absolutamente incorregible como el que pertenecería a este hombre, de modo que sufra en esta atmósfera de falsedad, y en virtud del reconocimiento de una honestidad así minada se modifique la concepción que de él se tiene, y así se rían de él la virtud y el honor.
Estas eran las consideraciones que me planteaba, antes de que me atreviera a escribir esta carta a Vuestra Ilustrísima. Soy, pues, más por mi temperamento y por mis experiencias que por principios, muy indiferente respecto de aquello que no está bajo mi poder. No estoy por primera vez en semejantes apuros, a los cuales no veo ninguna salida; pero sería la primera vez que yo permanezca en ellos. Todo lo que siento en semejantes casos es curiosidad respecto a cómo se habrá de desarrollar. Cojo simplemente los medios que mi reflexión me muestra como los mejores, y espero luego tranquilamente el resultado. Aquí puedo hacerlo tanto más, dado que lo dejo en las manos de un hombre sabio y bueno. Pero, por otra parte, envío esta carta con una inhabitual palpitación del corazón. Vuestra resolución puede ser cualquiera, así pierda yo algo de mi alegría para con Vos. Si es afirmativa, entonces puedo alcanzar nuevamente lo perdido; si es negativa, nada, según me parece.
Como quiero terminar, recuerdo la anécdota de aquel noble turco que le hizo una proposición semejante a un francés completamente desconocido. El turco fue directo y claro: él no había tenido seguramente en su nación las experiencias que yo he tenido en la mía; pero no sabía tampoco, con la convicción que yo sí tengo, que se las tenía que haber con un hombre noble.
Me avergüenzo de la vergüenza de contener este sentimiento de arrojar al fuego mi carta; de enviárosla y de dirigiros la palabra, como el noble turco al francés.
Respecto del tono que impera en esta carta, Vuestra Ilustrísima, no os puedo pedir perdón. Es precisamente una singularidad del sabio que uno habla con él como un hombre con un hombre.
Os esperaré para conocer vuestra decisión, tan pronto como pueda creer no molestaros con ello; y quedo ante Vos con íntima veneración y admiración
vuestro honorable
completamente respetuoso
J. G. FICHTE
3. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (III)
Krockow, 23 de enero de 1792
Honorable señor
Muy venerado señor profesor:
No hace mucho he recibido la noticia, que alegra mi corazón, de que Vuestra Ilustrísima, con la más benevolente solicitud ante el inesperado rechazo de la censura y el señor Hartung, con vuestro consejo, habéis discurrido con serenidad decisiones respecto de lo que puede ser bueno para mi porvenir. Me son caros tanto el ser tenido presente como la solicitud de un hombre que para mí es venerable por sobre todo; y os aseguro por la presente mis más calurosos agradecimientos por ello, lo cual habría hecho sólo más tarde por respeto a vuestro tiempo, si no necesitara ahora mismo vuestro consejo.
Es el caso que un protector, a quien respeto, me solicita sobre este asunto, en una carta que está escrita con buenas intenciones, lo cual me conmueve, poner bajo otra luz un par de puntos, lo cual podría hacer quizás en una de esas detenciones de la impresión que se hacen para una posible revisión del escrito, puntos que entre él y yo han llegado a ser puestos en cuestión. A saber, he dicho que la fe en una revelación dada no puede ser fundada, conforme a la razón, en la creencia en milagros, porque ningún milagro como tal se tiene por demostrable; he agregado, empero, en una nota, que, por otros buenos motivos, uno puede servirse en todo caso de la representación de milagros ocurridos en una revelación, de modo que una revelación sea admisible como divina para sujetos que necesitan algo así como conmoción y asombro; tal era la única atenuación que yo creía poder dar a esa proposición. He dicho, además, que una revelación no puede ampliar, según su materia, ni nuestro conocimiento dogmático ni nuestro conocimiento moral; pero concediendo bien que sobre objetos trascendentes, sobre los cuales, a decir verdad, creemos el qué, pero respecto del cómo no podemos saber nada, algo no puede ser establecido como provisoriamente verdadero y, para aquellos que así quieren pensarlo, como subjetivamente verdadero hasta no tener la experiencia; lo cual, sin embargo, no debe ser considerado una ampliación material, sino meramente una representación corporeizante que pertenece a la forma de lo espiritual ya dado a priori. A pesar de las reiteradas reflexiones sobre ambos puntos, no he encontrado hasta ahora ninguna razón que me pudiera autorizar a cambiar aquellos resultados.
Podría yo, Vuestra Ilustrísima, solicitaros, como el más competente juez sobre esto, que me digáis también en sólo dos palabras: ¿si y por qué otros caminos pueden buscarse otros resultados sobre estos puntos, o bien, si acaso aquellos sean los únicos resultados a los cuales inevitablemente conduzca una crítica del concepto de revelación? Si tuvierais, Vuestra Ilustrísima, la bondad conmigo de esas dos palabras, no haré otro uso de ellas que el que esté de acuerdo con mi más íntimo respeto para con Vos. Precisamente en vistas a esta carta respuesta se me ha hecho claro que no debo dejar de reflexionar la cuestión, y siempre estaría dispuesto a rectificar lo que reconociera como un error.
Respecto del rechazo de la censura en sí misma, no puedo hacer otra cosa que admirarme, dada las intenciones tan claramente manifiestas del escrito y dado el tono que impera a través de todo él. Tampoco advierto absolutamente de dónde obtiene la Facultad de Teología el derecho a hacer examinar por la censura el tratamiento de una pregunta semejante.
Os deseo, Vuestra Ilustrísima, una óptima salud; me encomiendo a vuestras constantes buenas intenciones, y os ruego que creáis que soy con el máximo respeto
vuestro honorable
completamente respetuoso
J. G. FICHTE
4. DE KANT A FICHTE EN KROCKOW (IV)
Königsberg, 2 de febrero de 1792
Vstra. Ilustrísima demanda ser orientado por mí, si es acaso posible encontrar un remedio para vuestro tratado sometido actualmente a tan severa censura, sin tener que dejarlo completamente de lado. Respondo: ¡No!, a saber, tanto como puedo concluir, sin haber leído vuestro escrito mismo, a partir de lo que vuestra carta expone como tesis central en él, vale decir: «que la fe en una revelación dada no puede ser fundada, conforme a la razón, en la creencia en milagros».
Pues de aquí se sigue inevitablemente que una religión no puede incluir en absoluto otros artículos de fe que aquellos que son tales también para la mera razón pura. Esta proposición es, pues, en mi opinión, incluso completamente inocente, y no suprime ni la necesidad subjetiva de una revelación ni tampoco el milagro (porque se puede admitir que, aunque sea igualmente posible que sean examinados por la razón una vez que ocurran, sin embargo, la razón sin revelación por sí misma no podría llegar a ello; pueden haber sido necesarios milagros, en todo caso, para introducir estos artículos al comienzo; los que ya no son necesarios para fundar la religión, dado que puede sostenerse por sí misma con sus artículos de fe); sólo que, según las que parece ya aceptadas máximas de la censura, ciertamente con eso no conseguiríais nada. Pues según estas máximas, ciertos pasajes deben ser incorporados literalmente en la profesión de fe, porque pueden ser aprehendidos por el entendimiento humano sólo con dificultad, y mucho menos pueden ser comprendidos como verdaderos por la razón; y allí necesita, sin duda, permanentemente el apoyo del milagro, y no pueden ser nunca artículos de fe de la mera razón. Según los principios de la censura, no cabe el que la revelación de estas proposiciones sólo abrigue la intención de ponerlas bajo una envoltura sensible para acomodación de débiles, aunque la misma revelación pueda tener, por cierto, mera verdad subjetiva, pues aquellos principios exigen literalmente un reconocimiento de la verdad objetiva de estos.
Sin embargo, os resta todavía un camino: conciliar vuestro escrito con las ideas del censor (en verdad, no completamente conocidas); si Vos consiguierais hacerle comprensible y aceptable la diferencia entre una fe dogmática que está por sobre toda duda y una adhesión meramente moral apoyada en fundamentos libres pero morales (satisfaciendo la insuficiencia de la razón en cuanto a sus mismas necesidades), entonces la fe religiosa injertada de fe en milagros por medio de buenos sentimientos morales sonaría más o menos así: «¡Creo, amado Señor! (esto es, acepto gustosamente, aunque no lo puedo demostrar suficientemente ni a mí ni a otros) ¡Socorred mi falta de fe! Es decir, tengo que poseer la fe moral en relación con todo aquello que puedo obtener de la narración de historias de milagros como provecho para mi perfeccionamiento interior, y quiero también la fe histórica, en tanto esta pueda contribuir igualmente a ello. Mi carencia de fe no premeditada no es una premeditada falta de fe». Sólo que vos difícilmente haréis aceptable este término medio a un censor, el cual, como es de presumir, hace del credo histórico un insoslayable deber religioso.
Con estas ideas mías, apresuradamente vertidas e incluso no meditadas, podéis hacer lo que os parezca, sin, empero, hacer alusión ni explícita ni encubiertamente a quien os las proporciona; supuesto que antes Vos os habéis sinceramente persuadido de su verdad por Vos mismo.
Por lo demás, os deseo satisfacción en vuestra presente situación doméstica y, en caso que deseéis modificarla, quisiera tener en mi poder medios para mejorarla, y soy con mucho aprecio y amistad
vuestro ilustre
muy devoto servidor
I. KANT
5. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (V)
Krockow, 17 de febrero de 1792
Ilustre señor
Muy estimable profesor:
La bondadosa carta de Vuestra Ilustrísima me ha producido una íntima alegría, tanto por la bondad con la que Vos habéis satisfecho tan prontamente mi petición como también por su contenido. Siento ahora la más completa tranquilidad sobre los puntos sometidos a examen, tranquilidad que tiene que dar, además de la propia convicción, también la autoridad de aquel hombre a quien se reverencia por sobre todo.
Si he comprendido bien la opinión de Vuestra Ilustrísima, entonces he ido verdaderamente en mi composición por el término medio, recomendado por Vos, de distinguir entre una fe propia de la afirmación y la fe propia de una aceptación motivada por la moralidad. He buscado distinguir cuidadosamente, a saber, según mis principios, entre el único tipo racional posible de fe en la divinidad de una revelación dada, fe que sólo tiene por objeto una determinada forma de verdades de la religión, y aquel tipo de fe que acepta estas verdades en sí como postulados de la razón pura. Fe que era, a saber, una aceptación libre del origen divino de esta forma; aceptación que se funda en la experiencia de la eficacia de una forma de estas verdades para el perfeccionamiento moral; forma pensada como de origen divino; origen divino que no puede ser probado ni a uno mismo ni a otros, pero precisamente es tan cierto que no se lo puede ver refutado; una aceptación que, como toda fe, es puramente subjetiva, y que no tendría valor universal como la fe propia de la razón pura, pues aquella fe puramente subjetiva se funda en una experiencia peculiar. Creo haber aclarado esta diferencia bastante bien, y busqué, por último, exponer las consecuencias prácticas de estos principios, a saber: que estos, a decir verdad, incluso invalidan todos los esfuerzos por obligar a aceptar a otros nuestras convicciones subjetivas, pero que aseguran, sin embargo, también a cada uno el goce imperturbable de todo aquello que pueda necesitar de la religión para su perfeccionamiento; y que acallan al impugnador de la religión positiva no menos que a su defensor dogmático, etc. Principios por los cuales no creía merecer la ira de teólogos amantes de la verdad. No obstante, ha ocurrido, y ahora estoy decidido a dejar el escrito tal como está, y que el editor proceda como él quiera. Le ruego, sin embargo, a Vuestra Ilustrísima, a quien agradezco todas mis convicciones, pero particularmente la corrección y la consolidación de aquello de lo que aquí principalmente se trata, aceptar benévolamente la seguridad del aprecio y completa devoción, con los cuales tengo el honor de ser
Vuestro ilustre
seguro servidor
J. G. FICHTE
6. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (VI)
Krockow, 6 de agosto de 1792
Ilustre señor
Muy estimable señor profesor:
Indirectamente, porque yo mismo recibo la Literatur-Zeitung muy tarde, recibí la vaga noticia de que en la página de anuncios de esta mi escrito había sido dado por un trabajo de Vuestra Ilustrísima, y que Vos mismo os visteis obligado a protestar a este respecto. En qué sentido ha sido posible decir una cosa semejante, no lo entiendo, y puedo comprenderlo mucho menos porque sólo sé vagamente sobre el asunto. Semejante malentendido, que debía ser por sí mismo para mí muy halagador, me atemoriza ciertamente mucho cuando me imagino que es posible que Vuestra Ilustrísima, o una parte del público, puedan pensar que yo mismo haya vulnerado, mediante algún tipo de indiscreción, la alta estima que a Vos todos tanto más os deben, pues la estimación es casi lo único que podemos demostraros, y también que yo haya dado con ello la más remota ocasión para este incidente.
He intentado cuidadosamente evitar todo lo que pueda haceros arrepentir de vuestra intercesión realmente benevolente —la que reconozco y agradezco— por este mi primer ensayo del que soy autor. No he dicho nunca algo a alguien que contradiga vuestra declaración, de que Vos sólo habéis leído una pequeña parte de mi escrito y habéis concluido lo restante sólo a partir de ello; antes bien, he dicho precisamente esto muchas veces. He eliminado del prefacio la nota apenas perceptible de que he tenido la suerte de ser juzgado, al menos en parte, benévolamente por Vos. (Desearía ahora, ¡desgraciadamente demasiado tarde!, haber conservado todo el prefacio.)
Este es el testimonio que yo, Vuestra Ilustrísima, quisiera dar, no por temor a que Vos me pudierais tener por indiscreto sin estas explicaciones, sino para daros a conocer mi participación en el bochornoso incidente, fundado en el más puro respeto hacia Vos. Si fuera necesaria todavía una explicación pública por mi parte, la daré sin tardanza; como yo no puedo juzgar con pleno conocimiento del asunto, ruego a Vuestra Ilustrísima un consejo bondadoso.
¿Podría Vuestra Ilustrísima tomar a bien una pequeña curiosidad de la Sra. Condesa de Krockow, en cuya casa pasé tan felices días, la cual me encargó asegurarle su aprecio, y la cual merece también el aprecio de todo el mundo? Encontró escrito vuestro nombre no ha mucho tiempo en la estatua de la justicia en el jardín episcopal de Oliva, y quisiera saber si Vos mismo habéis estado allí. Sin saberlo a ciencia cierta, yo le he asegurado, pues, provisoriamente, que no se puede concluir nada del nombre escrito allí, porque es seguro que no habéis sido Vos quien lo ha escrito; pero ella ya se ha ilusionado mucho con la idea de haber estado en un lugar donde también Vos estuvisteis alguna vez, y persiste en su deseo de preguntároslo. Encuentro, sin embargo, que esta curiosidad tiene en el fondo algo más. «Si vos habéis estado alguna vez en Oliva, piensa ella, entonces podríais ir nuevamente alguna vez en vuestras vacaciones, y desde allí también a Krockow», y pertenece a sus más caros deseos veros alguna vez en casa de ella y daros un par de gratos días, o incluso semanas; y yo mismo creo que ella obtendría seguramente la segunda parte de sus deseos, si pudiera conseguir la primera.
Soy, con caluroso respeto,
vuestro ilustre
más obediente servidor
J. G. FICHTE
7. DE KANT A FICHTE EN KROCKOW (VII)
Königsberg, a mediados de agosto (?) de 1792
[CARTA PERDIDA]
8. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (VIII)
Krockow, 17 de octubre de 1792
El más respetable protector:
Hace tiempo le habría manifestado, Vuestra Ilustrísima, mi agradecimiento por vuestra última benevolente carta de respuesta, si no hubiera querido leer antes vuestra declaración en el lntelligenzblatt de la Allgemeine Literatur-Zeitung para poder apreciar en toda su extensión hasta qué punto estoy en deuda con Vos. El benevolente juicio privado de un hombre, a quien por sobre todos los demás respeto y estimo, fue para mí de lo más tranquilizador, y el juicio ahora conocido por el público, precisamente del hombre que la parte del público más respetable no poco reverencia, ha sido lo más honroso que me podía ocurrir. La primera consecuencia honrosa de un juicio tan relevante fue la reciente invitación para colaborar en la A. L. Z.; esto me fuerza seriamente a seguir estudiando, a lo cual me someteré de buen grado tras recibir unos informes que he solicitado y que necesito conocer.
A la señora condesa de Krockow, que le asegura su permanente aprecio, le dolió ver destruido un hermoso sueño; y me ha conmovido íntimamente el pasaje de vuestra carta donde habláis del viaje a otro mundo.
Os ruego mantener vuestra benevolente opinión, para mí lo más estimable que me pueda dar la estadía en Königsberg, y os ruego que me permitáis llamarme
vuestro ilustre
más agradecido respetable
J. G. FICHTE
9. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (XIX)
Berlín, 2 de abril de 1793
Ilustre señor
Respetabilísimo señor profesor:
Hace ya tiempo mi corazón me animaba a escribir a Vuestra Ilustrísima, pero no había podido satisfacer esa demanda. Perdonad Vuestra Ilustrísima también ahora si me expreso en tan pocas palabras como sea posible.
Puesto que me imagino que Vuestra Ilustrísima se interesa por mí —lo cual me halaga, halago que es una vanidad de juventud—, ¿o acaso está en la superioridad de vuestro carácter ser condescendiente también ante lo pequeño?, os expongo mis planes. Ahora me propongo ante todo fundar mi teoría de la revelación. Los materiales están allí, y no exigirá demasiado tiempo ordenarlos. Entonces se iluminó mi espíritu con un gran pensamiento: la tarea de resolver el problema de las páginas 372-374 de la Kritik der reinen Vernunft (tercera edición). Para todo esto necesito ocio libre de preocupaciones; este ocio me ofrece la posibilidad de dar cumplimiento a una obligación indeclinable pero dulce. La disfrutaré en un clima que me es muy favorable hasta que esa tarea sea resuelta.
He querido tener el juicio respecto de mi escrito del hombre a quien ante todo respeto para mi formación y para la conducción respecto del camino a seguir. Coronad todos vuestros favores para conmigo comunicándome vuestro juicio por escrito. No tengo actualmente una dirección postal determinada. ¿No podríais, tal vez, enviar vuestra carta con la dirección de alguno de los libreros de Königsberg que van a Leipzig para la feria? (En tal caso, la recogeré.) Así es como la señora del primer predicador de la corte, Schulz, tiene mi dirección, segura, aunque con algo de retraso. El censor de la Neue Allgemeine Deutsche Bibliothek me ha puesto en la más crasa contradicción conmigo mismo; por cierto, esto sé cómo resolverlo, pero él me ha puesto en la misma contradicción pública con el creador de la filosofía crítica. También esto sabría resolverlo si la cosa no ha de ir con el relato del censor, sino con mi libro.
Y ahora, si la Providencia no quiere escuchar el ruego de tantos, y vuestra edad os hace traspasar el más desacostumbrado límite propio del tiempo de los hombres, bueno, caro, respetado hombre, me despido en este mundo por personal consideración, y mi corazón bate adolorido, y mis ojos están húmedos. Estoy seguro que os reconoceré nuevamente, no por los rasgos corporales, sino por vuestro espíritu, en aquel mundo, cuya esperanza Vos le habéis dado a tantos, a quienes no tenían ninguna otra, así como también a mí mismo. Queréis permitirme también, sin embargo, en mi futura lejanía, escribiros, no para comunicaros lo que es eternamente invariable, el respeto inefable que os tengo, sino para solicitaros vuestro consejo, vuestra dirección, vuestro sosiego; entonces aprovecharé humildemente semejante licencia.
Se despide agradecido vuestro ilustre íntimo admirador
J. G. FICHTE
10. DE KANT A FICHTE EN LEIPZIG [?] (X)
Königsberg, 12 de mayo de 1793
Os felicito de corazón, hombre honorable, por la afortunada tranquilidad que habéis logrado para consagrarla a la realización de importantes tareas filosóficas, aunque, por cierto, tengáis a bien callar dónde y bajo qué circunstancias esperáis disfrutar de semejante tranquilidad.
El escrito que ha hecho vuestra reputación, Kritik aller Offenbarung, lo he leído sólo en parte y he debido interrumpirlo entretanto por menesteres cotidianos. Para poder juzgarlo debería leerlo en su completa interconexión, de modo que lo leído me quede siempre presente, para cotejar así la secuencia del discurso; para lo cual, no obstante, no he podido obtener ni el tiempo ni la disposición, los que hasta ahora, desde hace unas semanas, no han sido propicios para mis trabajos intelectuales. Quizás podréis ver fácilmente, al comparar vuestro trabajo con mi nueva disertación titulada: Religion innerhalb etc., cómo concuerdan mis pensamientos con los vuestros, o bien cómo discrepan entre sí.
Para el desarrollo de la tarea planteada en la Kritik der reinen Vernunft, páginas 372 y ss., deseo y anhelo la buena suerte de vuestro talento y aplicación. Si con todos mis trabajos no fuera ahora demasiado lento, de lo cual pueden ser culpables mis setenta años de vida que pronto alcanzaré, entonces ya estaría en el capítulo de la proyectada Metaphysik der Sitten, cuyo contenido Vos habéis escogido como objeto a desarrollar, y debo alegrarme si Vos me adelantáis en este asunto, de modo que yo pueda, por mi parte, prescindir de ello.
Cualquiera sea lo cerca o lo lejos que pueda estar también el término de mi vida, no concluiré descontento mi carrera si me puedo congratular de que lo que mis pequeños esfuerzos han comenzado pudiera ser llevado cada vez más cerca de la perfección por hombres industriosos y hábiles que se propongan mejorar el mundo.
Con el deseo de tener, de vez en cuando, noticias vuestras, y de que vuestros esfuerzos, útiles a todos, prosperen felizmente, soy de Vos con plena estimación y amistad, etc.
I. KANT
11. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (XI)
Zúrich, 20 de septiembre de 1793
Con íntima alegría, el más honorable de los protectores, recibí la demostración de que Vos, incluso en la distancia, me honrabais con vuestro benevolente afecto: vuestra carta. Me disponía a viajar hacia Zúrich, donde ya durante mi permanencia anterior una honorable joven dama me había brindado su cara especial amistad. Ya antes de que viajara a Königsberg deseaba ella mi retorno a Zúrich y nuestra plena unión, lo cual entonces yo estimaba que no me estaba permitido, pues no había hecho nada aún; ahora sí puedo permitírmelo, dado que al menos para el futuro pareciera haberme comprometido a hacer algo. Esta unión, que ha sido retrasada hasta ahora por dificultades imprevistas, dificultades que plantean las leyes de Zúrich a los extranjeros, tendrá lugar, sin embargo, dentro de algunas semanas; esta unión me daría la posibilidad de dedicarme a estudiar con tranquila independencia, si el carácter en sí bondadoso de los zuriqueses, pero muy incompatible con mi carácter individual, no me hiciera desear un cambio de domicilio.
Espero obtener la misma alegría de la aparición de vuestra Metaphysik der Sitten, que aquella con la cual he leído vuestra Religion innerhalb der Grenzen pp.. Mi plan con respecto al derecho natural, al derecho civil, a la doctrina de la administración del Estado sigue adelante, y puedo necesitar fácilmente la mitad de una vida para la ejecución de este. Tengo, pues, siempre la feliz perspectiva de ocupar vuestra obra para ello. Hasta que mis ideas se formen, y si topo con dificultades inesperadas, ¿querríais entonces permitirme que solicite vuestro benevolente consejo? Quizás someta al público para su juicio, bajo distintos ropajes, mis ideas que se resisten a elucidación, por supuesto que anónimamente. Admito que algo mío de este tipo está ya ante el público, lo cual, sin embargo, por ahora no deseaba, pues no quería que esto se considere como mi trabajo, ya que he corregido muchos errores con plena libertad y celo, sin haber ahorrado medios, por ahora, porque aún no he llegado tan lejos como para que sean corregidos sin desorden. He visto una alabanza entusiasta, pero todavía ningún juicio fundamental sobre este escrito. Si quisierais concederme el vuestro —diré con confianza o familiaridad—, entonces os enviaría mi escrito para vuestro juicio tan pronto como reciba la continuación desde la imprenta. Vos, Ilustre Señor, sois el único en cuyo juicio confío plenamente, tanto como en vuestro riguroso silencio. Respecto de temas políticos, en la peculiar confusión actual, son ¡lamentablemente! casi todos parciales, incluso quienes son muy buenos pensadores; o bien son temerosos partidarios de lo antiguo, o bien son sus ardientes enemigos, meramente porque es antiguo. Si quisierais acoger mi benevolente petición, sin la cual no me atrevería a enviároslo, entonces, creo, el predicador Schultz podrá procurarme las cartas que me dirijáis.
No, gran hombre, el más importante para el género humano, vuestros trabajos no sucumbirán, producirán abundantes frutos, darán a la humanidad un nuevo impulso y un total renacimiento de sus principios, opiniones y constitución: No hay nada, creo, a lo cual las consecuencias de vuestro trabajo no se extiendan. Y estos, vuestros descubrimientos, abren alegres perspectivas. Le he escrito al Sr. predicador Schultz a este respecto algunas notas que he hecho durante mi viaje, y le he pedido que os las participe.
¡Cómo debe ser, gran y buen hombre, poder tener al final de vuestra carrera terrenal semejantes sentimientos como los que Vos tenéis! Confieso que el pensamiento en Vos será siempre mi genio tutelar, que me empujará, tanto como cabe en mi esfera de actividad, a abandonar yo también la escena de la humanidad no sin provecho para ella.
Me encomiendo a vuestra continua benevolencia, y soy con el más alto respeto y veneración
vuestro ilustrísimo
íntimo devoto
FICHTE
12. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (XII)
Jena, (17) de junio de 1794
El más ilustre de los hombres:
Es quizás una pretensión de mi parte si creo poder agregar peso, mediante mi ruego, a la proposición del Sr. Schiller que os fue enviada con el correo recién pasado. Pero la vehemencia de mi deseo quisiera que aquel hombre, que para el progreso del espíritu humano ha hecho inolvidable la última mitad de este siglo para todas las épocas futuras, autorizara, por medio de su incorporación, una empresa que intenta difundir su espíritu sobre muchas disciplinas del saber humano y sobre muchas personas; quizás también la intención de que yo mismo convendría con Vos en un proyecto no me permita examinar detenidamente lo que el decoro me podría permitir.
Vos habéis enviado cada cierto tiempo artículos a la Berliner Monatsschrift. Para la difusión de estos es completamente indiferente dónde estén: todo periódico, por su propio bien, hará esfuerzos por conseguirlos; pero para nuestra empresa sería, para el presente y la posteridad, la más alta recomendación si pudiéramos citar vuestro nombre en nuestra portada.
Os he enviado mi Einladungsschrift mediante el Sr. Hartung; y sería para mí altamente instructivo si yo pudiera —ciertamente si no os produce ninguna incomodidad— llegar a conocer vuestro juicio al respecto. De ahora en adelante dejaré madurar mi sistema mediante la exposición oral, para luego darlo a conocer públicamente.
Aguardo con ansia vuestra Metaphysik der Sitten. He descubierto particularmente en vuestra Kritik der Urteilskraft una armonía con mi particular convicción sobre la parte práctica de la filosofía, que me vuelve impaciente por saber si tengo en general tanta suerte que llego a concordar con el primer pensador.
Soy con íntimo respeto vuestro devoto.
FICHTE
13. DE HÖLDERLIN A HEGEL EN WALTERHAUSEN BEI MEININGEN (I)
Waltershausen Meiningen, 10/14 de julio 1794
¡Querido hermano!
Estoy seguro de que a veces has pensado en mí desde que nos separamos con el lema ‘Reino de Dios’. Creo que nos reconoceríamos en esta santa expresión después de cada metamorfosis. Estoy seguro de que, pase lo que pase contigo, el tiempo nunca borrará ese rasgo en ti. Creo que ese debería ser el caso conmigo también. Este rasgo es excelente, es lo que amamos el uno en el otro. Y así estamos seguros de la eternidad de nuestra amistad. Por cierto, a menudo desearía que estuvieras cerca de mí. Has sido mi genio tantas veces. Muchísimas gracias. Esto solo lo he sentido desde que nos separamos. Me gustaría aprender mucho de ti, y también compartir contigo algo mío de vez en cuando.
Escribir cartas siempre es apenas suficiente, pero sigue siendo algo. Es por eso que no deberíamos dejarlo del todo. A veces debemos recordarnos que tenemos grandes derechos uno respecto del otro.
Creo que, en algunos aspectos, encuentras tu mundo bastante adecuado para ti. Pero no tengo por qué envidiarte. Para mí, mi situación es igualmente buena. Estás más en paz contigo mismo que yo. Para ti es bueno tener algo de ruido; yo necesito silencio. A mí tampoco me falta la alegría. Tú no la pierdes de ninguna manera.
Me gustaría tener tus lagos y Alpes a mi alrededor de vez en cuando. La gran naturaleza nos ennoblece y fortalece irresistiblemente. Yo, en cambio, vivo en el círculo de un espíritu raro, inusual en alcance y profundidad, claridad y destreza. Difícilmente encontrarás una señora Von Kalb en tu Berna. Debería ser muy bueno para ti tomar el sol bajo ese rayo. Si no fuera por nuestra amistad, deberías estar un poco enojado porque me cediste tu buen destino. Ella también casi tiene que pensar que ha perdido con mi ciega suerte, después de todo lo que le dije de ti, muchas veces me ha recordado que te escriba. También ahora nuevamente.
La señora Von Berlepsch estuvo o aún está en Berna; también Baggessen. Si puedes, escríbeme mucho de los dos. Hasta ahora, Stäudlin solo me ha escrito una vez; también Hesler solo una vez. Creo que tenemos mucho que hacer si esto último no nos avergüenza. Siempre espero verlo pronto de alguna manera.
¿Está Mögling en Berna? Mil saludos para él. Pasarán muchas horas felices juntos.
Escríbeme mucho sobre lo que estás pensando y haciendo ahora, querido hermano.
Mi ocupación ahora está bastante concentrada. Kant y los griegos son casi mi única lectura. Particularmente estoy tratando de familiarizarme con la parte estética de la filosofía crítica. Recientemente hice una pequeña excursión a través de las montañas Rhön hacia Fulder Land. Uno cree estar en las montañas suizas, al contemplar las colosales alturas y los valles fértiles y encantadores, donde las casitas dispersas yacen al pie de las montañas, a la sombra de los abetos, en medio de rebaños y arroyos. Fuld en sí también tiene una ubicación muy bonita. Los habitantes de las montañas, como en todas partes, son un poco duros e ingenuos. Por cierto, pueden tener algunos lados buenos que nuestra cultura ha destruido.
Escríbeme pronto, querido Hegel. Me es imposible prescindir por completo de tu comunicación.
Tu
HÖLDERLIN
A toda prisa debo agregar, ¡por mi honor!, que las hojas adjuntas las acabo de recibir hace unos días. Estoy muy enojado por la impertinencia de un abogado de Hildburghausen, a quien Hesler le entregó las cartas en Pascua, y que probablemente solo las envió hace unas semanas a Meiningen, de donde las recibí sin saber por qué vía. Porque de una carta que recibí ayer de Hesler deduzco que vienen de Hildburghausen y en la que parece expresar su recelo hacia mí, él debería haber comprobado antes todo esto. Como dije, el caso me molesta en grado sumo, especialmente porque sabes demasiado sobre la negligencia de los viejos tiempos. Por cierto, esta negligencia sería demasiado para mí, y di mi palabra de honor. Para tu tranquilidad debo decirte que conozco el escudo de armas de Hesler y que estaba intacto en mi carta. ¡Escríbeme pronto! Te escribiré sobre las cartas de Hesler lo antes posible.
14. DE SCHELLING A FICHTE EN JENA (I)
Tubinga, 26 de septiembre de 1794
Ilustrísimo señor:
Me tomo la libertad de remitirle el pequeño escrito adjunto, no porque lo considere más digno de atención que otros, sino porque quisiera aprovechar esta ocasión para expresarle mi más sincero y profundo agradecimiento por lo que he aprendido a través de sus admirables obras, y, al mismo tiempo, también, reiterarle el testimonio de mi más incondicional y respetuosa estima. Tal vez el escrito adjunto haya adquirido incluso cierto derecho a llegar a manos de Su Señoría por haber sido escrito sobre todo en referencia a su última obra, que tantas perspectivas nuevas e importantes ha abierto al mundo de la filosofía, y que ha sido, en parte, su verdadera inspiradora.
Hasta hoy permanece para mí oscuro uno que otro aspecto de esta obra; muchos otros y, sobre todo, lo que parece ser la idea principal, se me han vuelto —si no me engaño del todo— más claros. Si no fuera excesivamente inmodesto para el principiante, que, ante todo, ha de mostrarse digno del particular magisterio de los filósofos, si no fuera, digo, excesivamente inmodesto pedirle en alguna ocasión a esos grandes hombres algún gesto instructivo, allí donde uno se vea detenido por dificultades demasiado grandes, ¡con gusto, venerable Señor, me atrevería a pedírselo! Sé, sin embargo, que no tengo ningún derecho a hacerlo, y que sólo puedo disculpar la libertad con que me he dirigido a usted —libertad que parece superar con mucho las barreras de la timidez juvenil— con el sentimiento de gratitud y de infinito respeto con el que tengo el honor de ser su atento y seguro servidor.
F. SCHELLING
15. DE FICHTE A KANT EN KÖNIGSBERG (XIII)
Jena, 6 de octubre de 1794
¿Podría yo, distinguidísimo señor, interrumpir vuestro descanso con la petición de examinar el programa anexado al erster Versuch, anunciado en mi escrito Über den Begriff der Wissenschaftslehre perge perge, leerlo cuando vuestros asuntos en algún momento os lo permitan y hacerme saber vuestro juicio al respecto?
Dando por descontado que la advertencia del maestro al discípulo tiene que ser infinitamente importante, y que vuestro juicio guiará, rectificará y apresurará mis pasos, quizás no sería de poca importancia para el progreso de la ciencia misma que este vuestro juicio fuera conocido. Por el tono que amenaza llegar a ser dominante entre el público filosófico, por la presuntuosa condena que realizan aquellos que creen tener derecho a hacerlo, por su permanente arrogancia de no haber entendido nada y de no haber podido entender nada, y del mismo modo nunca llegar a entender, será cada vez más difícil conseguir apenas ser oído; en esas circunstancias, se acalla la prueba y el juicio iluminador.
Inspirado por el más íntimo respeto ante vuestro espíritu, el cual creo intuir, partícipe de la fortuna de haber admirado de cerca vuestro carácter personal, ¡cómo sería yo de afortunado si mis más recientes trabajos fueran honrados por vos con una mirada benevolente, como la que hasta ahora les habéis otorgado!
El Sr. Schiller, que os asegura su respeto, espera ansiosamente vuestra resolución respecto a la petición que os hizo en un asunto que a él le interesa extremadamente, y que a otros no nos interesa menos. ¿Podemos tener esperanza? Me encomiendo a vuestra benevolencia.
Vuestro
más íntimo devoto
FICHTE
Adjunto un ejemplar de 5 de mis lecciones apartadas por mí. Me parecen, al menos para el público, de poca significación.
16. DE HEGEL A SCHELLING EN TUBINGA (I)
Berna, Nochebuena de 1794
¡Mi querido!
Hace ya tiempo que quería renovar, de algún modo, el vínculo amistoso que mantuvimos en tiempos pasados. Este deseo volvió a surgir en mí al leer (hace poco) el anuncio de un artículo tuyo en las Memorabilien de Paulus y encontrarte por tus viejas sendas aclarando importantes conceptos teológicos y ayudando a quitar del medio el viejo fermento. No me queda más que testimoniarte mi satisfacción e interés por ello. Creo que ha llegado el momento de llamar, con libertad, las cosas por su nombre, lo cual en parte ya se hace y es lícito hacerlo. Solamente la lejanía de los centros de actividad literaria me impide recibir, de vez en cuando, noticias acerca de algo que me interesa tanto. Y por eso te estaré muy agradecido si estuvieras dispuesto a informarme, de tiempo en tiempo, tanto acerca de ello como respecto de tus obras. Añoro la estadía en algún lugar —pero no en Tubinga— donde pueda recuperar lo que descuidé en tiempos pasados y, de cuando en cuando, poner manos a la obra. No es que esté del todo ocioso, pero mi trabajo tan heterogéneo y a menudo interrumpido no me permite hacer nada valioso.
Hace unos días hablé aquí por casualidad con el autor de las Briefe que tú bien conoces, publicadas en Minerva de Archenholz y firmadas por O., supuestamente un inglés; en realidad, el autor es un silesiano y se llama Elsner. Él me informó acerca de algunos wurttemburgueses que se encuentran en París, y también sobre Reinhard, quien tiene un puesto de gran importancia en el Département des affaires étrangères. Elsner es un hombre aún joven al que se le nota que ha trabajado mucho; se ha retirado aquí para pasar este invierno. ¿Qué hay de Renz? ¿Acaso ha enterrado su talento? Espero que no. Por cierto, valdría la pena sugerirle o alentarlo a recopilar sus indudablemente rigurosas investigaciones sobre importantes temas; tal vez así podría compensar el disgusto que tuvo hace un tiempo. En Sajonia tengo algunos amigos que bien lo podrían ayudar a conseguir una ulterior colocación. Si crees que no tiene ningún inconveniente, anímalo a hacer algo por el estilo e intenta vencer su modestia. De todos modos, salúdalo de mi parte.
¿Cómo andan las cosas por Tubinga? Nada significativo saldrá de allí hasta que no ocupe una cátedra alguien como Fichte o Reinhold. En ninguna otra parte se perpetúa tan fielmente el antiguo sistema, y si bien no tiene ninguna influencia sobre buenas cabezas individuales, se impone, sin embargo, sobre la mayoría, es decir, sobre las cabezas mecánicas; en lo que a estas concierne, es muy importante la clase de sistema o de espíritu que tenga un profesor, pues es por estas cabezas que en gran parte se mantiene o difunde este sistema.
Aparte de la de Storr, no he oído nada acerca de otras réplicas a la doctrina kantiana de la religión, aunque seguramente se darán a conocer otras más. Pero la influencia de ellas, que es todavía ahora silenciosa, con el tiempo habrá de salir a la luz.
Ya sabrás que Carrier ha sido guillotinado. ¿Lees aún diarios franceses? Si mal no recuerdo, alguien me ha dicho que estarían prohibidos en Württemberg. Este proceso es muy importante y ha puesto al descubierto la total vileza de los robespierristas.
Muchos saludos para Süsskind y Kapf.
Tu amigo
HEGEL
Chez Mr. le Capit. Steiger
[Al margen de la p. 2:] Mögling me dijo hace poco que Süsskind cree que en Suiza se abren las cartas; pero te aseguro que te puedes despreocupar por completo a este respecto.
[Al margen de la p. 3:] Otro favor: ¿Crees que Süsskind podría enviarme las páginas de la Oberdeutsche Zeitung en las que se encuentra la reseña del Repertorio de Mauchart? Yo no sabría cómo conseguirlas aquí.
SR. M. SCHELLING
Fr. Schafhous en el Convictorio de Tubinga.
Tanto la traducción como las introducciones a cada uno de los juegos de cartas y las abundantes notas filológicas y aclaratorias (que hemos obviado en el presente adelanto para no dificultar la lectura) han corrido a cargo de Hugo Renato Ochoa Disselkoen, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, y Raúl Gutiérrez, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Aunque publicada en 2011 en la Universidad Nacional de Colombia, esta nueva edición cuenta con el importante añadido de 8 nuevos documentos: las cartas intercambiadas con Friedrich Hölderlin, no incluidas en la anterior.
Hugo Renato Ochoa Disselkoen es Profesor Senior de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra con una tesis sobre El tiempo de Aristótelesy antiguo presidente de la Asociación Chilena de Filosofía, es especialista en idealismo alemán (con densa incidencia en las figuras de Fichte y Schleiermacher) y pensamiento griego. También destacan sus trabajos sobre Clarence Finlayson.
Raúl Gutiérrez es profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Doctor en Filosofía por la Universidad de Tubinga y magíster en Filosofía e Historia de las Religiones por la Universidad de Friburgo, Alemania. Editor responsable de la revista Areté, es autor de Los símiles de la República VI-VII de Platón (2003), Wille und Subjekt bei Juan de la Cruz (1999), Schelling: apuntes biográficos(1990) y de diversos trabajos sobre filosofía antigua, helénica, mística, metafísica y filosofía de la religión.
Immanuel Kant nació en Königsberg el 22 de abril de 1724, y murió también en Königsberg el 12 de febrero de 1804.
Johann Gottlieb Fichte nació en Rammenau el 19 de mayo de 1762 y murió en Berlín el 29 de enero de 1814.
Friedrich Wilhelm Joseph (von) Schelling nació en Leonberg el 27 de enero de 1775 y murió en Bad Ragaz (Suiza), el 20 de agosto de 1854.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel nació en Stuttgart el 27 de agosto de 1770 y murió en Berlín el 14 de noviembre de 1831.
Johann Christian Friedrich Hölderlin nació en Lauffen am Neckar (Alemania) el 20 de marzo de 1770 y murió en Tubinga el 7 de junio de 1843.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero