Publicado hace casi veinte años entre las colaboraciones que realizaba por aquella época para el diario español El País, este texto de Aira obliga a repensar muchos de los clichés que últimamente se han hecho vigentes sobre la literatura infantil y la relación de los adultos con sus hijos. Posiblemente parte de las tensiones actuales tengan que ver con, como parece aludir Aira, esta voluntad de extender la infancia propia a través de los hijos.

 

Fue famosa la aversión de Borges por la literatura infantil. Hombre de otra época, era natural que la viera como una aberración, consecuencia deplorable de la expansión de la industria editorial y de la segmentación interesada de los mercados. Pudo tener otros motivos, el más patente, la formación de su gusto literario en la tradición inglesa, que fue la principal damnificada por la industria de lo infantil. Muchos clásicos ingleses parecían predestinados a la puerilización; Gulliver, Robinson Crusoe, Alicia, La isla del tesoro, Dickens, Wells, fueron objeto de criminales adaptaciones, simplificaciones, continuaciones, que no podían dejar de herir la susceptibilidad de un lector agradecido. Ahondando un poco en este sentimiento, habría que preguntarse por la relación intrínseca entre lectura e infancia, relación original, y persistente aun en un lector tan civilizado como Borges. Uno empieza a leer porque es un niño, porque no tiene otra cosa que hacer, porque está disponible para los sueños ajenos; esos motivos se mantienen intactos en el lector adulto, y le dan una buena razón para respetar al niño que fue. Los libros siguen siendo los mismos, la biblioteca establece una continuidad sin rupturas de los sueños, las historias, y el destino. Hasta que de pronto, en algún momento del siglo XX, hay una bifurcación y el continuo se rompe. Por abyectos motivos comerciales (no hay otros, en realidad) empiezan a aparecer, para el escandalizado desconcierto de Borges, libros para los niños que ya no leerán los adultos.

Hasta ahí Borges, o la reconstrucción hipotética de su rechazo. Podemos coincidir en que el pecado original de la literatura infantil, más industria que género, está en este corte y separación de los dominios de la infancia y la vida adulta. Razonando mi propia aversión a la literatura infantil, yo agregaría que lo que la hace subliteratura es que no inventa a su lector, operación definitoria de la genuina literatura, sino que lo da por inventado y concluido, con rasgos determinados por la sospechosa raza de los psicopedagogos: de 3 a 5 años, de 5 a 8, de 8 a 12, para preadolescentes, adolescentes, varones, niñas; sus intereses se dan por sabidos, sus reacciones están calculadas. Queda obstruida de entrada la gran libertad creativa de la literatura, que es en primer lugar la libertad de crear al lector, y hacerlo niño y adulto al mismo tiempo, hombre y mujer, uno y muchos.

A esta separación le adjudico una consecuencia que lamento especialmente: que la industria editorial haya reservado para el ramo infantil las mejores flores de ingenio e invención en el aspecto físico de los libros. Los de adultos, los que yo compro y leo (y ¡ay! escribo), son objetos convencionales y aburridos, siempre iguales, hojas y tapas; las innovaciones y sorpresas las encontraremos sólo en la sección infantil de las librerías, donde por supuesto no encontraremos nada que valga la pena leer. (No cuento los libros de arte, caros, pesados, incómodos, y también convencionales).

Ahí, desperdiciados en los niños, que tienen sus propios juguetes, están los juguetes que nos gustaría tener: libros acordeón, libros de tela, con ventanitas en las páginas, desplegables, transparentes, con ruido, transformables (como los que hizo el genial Lothar Meggendorfer), libros impresos con tinta invisible, libros origami, elásticos, y los maravillosos flip-books o folioscopios.

Alguien podrá decir que la literatura, la buena literatura, hace todo eso, y más, sin necesidad de recurrir a manipulaciones del papel o el cartón. Que esos trucos son «cosas de niños». De acuerdo. Pero eso quiere decir que los niños han quedado implícitos en la literatura, y que es su presencia como origen persistente lo que la hace buena literatura. La técnica puede dejar atrás su origen, el arte no. La literatura está brotando siempre de su fuente primigenia, la infancia, y toda separación es nefasta. El libro como objeto mágico es la prehistoria de la literatura, pero no deberíamos alejarnos de nuestra prehistoria. En la tarea de reintegrar el origen, un preliminar necesario es la reunificación de los estadios de la vida, o la devolución de la infancia al lector adulto, que es donde debe estar.

 

César Aira nació en Pringles el 23 de febrero de 1949. Publicó: Moreira, 1975; Ema, la cautiva, 1981; La luz argentina, 1983; El vestido rosa. Las ovejas, 1984; Canto castrato, 1984;Una novela china, 1987; El Bautismo, 1990; Los Fantasmas, 1991; La Liebre, 1991; Copi, 1991; Nouvelles impressions du Petit Maroc, 1991; Embalse, 1992; La Prueba, 1992; El Volante, 1992; El Llanto, 1992; Cómo me hice monja, 1993; Madre e Hijo, 1993; La Guerra de los Gimnasios, 1993; Diario de la Hepatitis, 1993; La Costurera y el viento, 1994; Los Misterios de Rosario, 1994; El infinito, 1994; La Fuente, 1995; Los dos payasos, 1995; La Abeja, 1996; El Mensajero, 1996; La Serpiente, 1997; Dante y Reina, 1997; El congreso de literatura, 1997; Duchamp en México/La Broma/Taxol, 1997; La Mendiga, 1998; El Sueño, 1998; La Trompeta de mimbre, 1998; Las Curas milagrosas del Doctor Aira, 1998; Alejandra Pizarnik, 1998; Haikus, 1999; Un episodio en la vida del pintor viajero, 2000; El juego de los mundos, 2000; La Villa, 2001; Las tres fechas, 2001; Un sueño realizado, 2001; Cumpleaños, 2001; Alejandra Pizarnik (biografía), 2001; Diccionario de Autores Latinoamericanos, 2001; La pastilla de hormona, 2002; El mago, 2002; Fragmentos de un diario en los Alpes, 2002; Varamo, 2002; El Tilo, 2003; Mil gotas, 2003; La princesa Primavera, 2003; El Todo que surca la Nada, 2003; El cerebro musical, 2004;Yo era una chica moderna, 2004; Las noches de Flores, 2004; Edward Lear, 2004; Yo era una niña de siete años, 2005; Cómo me reí, 2005; El pequeño monje budista, 2006; Parménides, 2006; La cena, 2006; La vida nueva, 2007; Picasso, 2007; Las conversaciones, 2007; Las aventuras de Barbaverde, 2008; La confesión, 2009; El Té de Dios, 2010; Yo era una mujer casada, 2010; El Divorcio, 2010; El error, 2010; El Perro, 2010; El mármol, 2011; Festival, 2011; El criminal y el dibujante, 2011; En el café, 2011; Los dos hombres, 2011; El náufrago, 2011; Entre los indios, 2012; Relatos reunidos, 2013; El ilustre mago, 2013; Actos de caridad, 2013; El testamento del Mago Tenor, 2013; Tres relatos pringlenses, 2013; Actos de caridad, 2013; Margarita (un recuerdo), 2013; Continuación de ideas diversas, 2014; Artforum, 2014; Triano, 2014; Biografía, 2014; El santo, 2015; La invención del tren fantasma, 2015; Sobre el arte contemporáneo, 2016 y Una aventura, 2017.