Está llegando a las librerías Contra el flamenco, editado por Libros Corrientes, un volumen con afán enciclopédico que se convierte por derecho propio en un hito de los estudios sobre el flamenco debido a que recoge todos los documentos públicos que sus editores han encontrado relativos a la organización y repercusión directa e inmediata del Concurso de Cante Jondo celebrado en Granada en 1922. El material recogido abarca desde el 31 de diciembre de 1921, fecha de la solicitud formal al Ayuntamiento de Granada para la celebración del concurso, hasta el 20 de diciembre de 1922. En total se recogen 271 documentos. A ellos, y haciendo una excepción al criterio temporal, se ha añadido una entrevista a Diego Bermúdez el Tenazas publicada en 1928, por la riqueza de datos que contiene y en tanto es el único de los personajes centrales del concurso al que los documentos publicados en 1922 no dan «voz propia». Es para nosotros un orgullo poder ofrecer en primicia un extenso fragmento de este libro fundamental para nuestros inquietos lectores.
Una historia documental del Concurso de Cante Jondo de Granada no requiere demasiada justificación: se trata de uno de los eventos más relevantes para construir una historia de la vida cultural española del último siglo. Tanto es así que, pese a tratarse de un concurso de cante, el marco de análisis ha de desbordar con mucho el mundo del flamenco, incluso el musical, para resultar efectivo. El concurso del 22 fue, con una claridad especialmente meridiana, un evento excepcionalmente cargado de intereses extramusicales. Creemos que la misma lectura de los documentos aquí compilados lo muestra palmariamente.
La idea del libro surgió durante el proceso de traducción del libro de Samuel Llano, Notas discordantes (Libros Corrientes, 2021). La lectura e información documental recabada en él en torno al concurso parecía estar pidiendo a gritos un spin–off. En alguna de las conversaciones durante el proceso asomó la idea y comenzamos a preparar un proyecto de trabajo. La idea original era trazar en textos públicos la historia efectual del concurso, desde su preparación hasta los primeros meses inmediatos al evento, midiendo así expectativa e impacto. En esos no más —pensábamos— de cien textos veíamos plasmados todos los debates así como el trasfondo sociológico del evento. La cosa es que lo que parecía un trabajo relativamente sencillo de edición en tanto el marco estaba ya fijado, comenzó a crecer y crecer hasta pasar de esos cien textos a más de tres centenares. Nos dimos cuenta de que, para una parte relevante de la intelectualidad española, el concurso fue todo un jalón donde estaban en juego cuestiones políticas de orden mayor.[1]
Con el fin de dejar lo más claro posible el marco, la decisión ha sido incluir no solo los textos que aluden explícitamente el concurso sino también aquellos que consideramos que se escribieron como respuesta directa a los «retos» ideológicos que el concurso planteaba. Por otra parte, muchos de los textos son reiterativos. Excepto en el caso de que sean copias literales, los hemos incluido, en tanto entendemos que la reiteración de una idea o un motivo es también algo muy significativo. Acaso, midiendo con otros criterios, se pueda pensar que sobran varios de los textos, incluso muchos. Esperemos que al revés no ocurra (aunque algún artículo hemos dejado fuera con ciertas reservas), puesto que siempre es preferible, en estos casos, saltar páginas que no encontrarlas. Para dejar claro el sesgo de sus editores, hemos incluido en epílogo un texto de cada uno. Creemos que su lectura da clara justificación de la selección de esta edición.
Instrucciones de uso
- Los textos han sido ordenados por orden cronológico y numerados por los editores bajo este sencillo criterio.
- Con todo, pensamos que sería útil de cara a su consulta añadir unos índices onomásticos finales, en los que el vasto material se pudiera consultar atendiendo a otros dos criterios fundamentales: la autoría y el medio en que fueron publicados.
- Hemos intentado descubrir la autoría que hay detrás de todos los textos. No siempre ha sido posible. En el caso de no haber firma, los consignamos como «Redacción de…». Cuando se trata de un acrónimo o pseudónimo, de encontrar el nombre real del autor, lo señalamos entre corchetes, tanto en las cabeceras de los textos como en los índices onomásticos, donde los pseudónimos o abreviaturas remiten al nombre del autor y viceversa.
- Hemos decidido, así mismo, respetar las peculiaridades ortográficas y de estilo de cada uno de los textos. Sin embargo, cuando no se trataba de peculiaridades sino de claras erratas, hemos corregido muchas de ellas para facilitar la lectura.
- El criterio anterior resulta especialmente problemático en el caso de los nombres propios, ya que, debido a tergiversaciones de la comunicación oral, hay, a lo largo de los textos, diversas grafías para una misma persona. Por ejemplo, a la cantante Ursula Grenville jamás se la apela por su apellido, en su lugar se utilizan variaciones como Edgeville o Egdevitte. Lo mismo ocurre con otros nombres (Faya por Falla, Spla, por Esplá o Feillo por Fillo, entre otros).Consideramos que el error es informativo.
- En el caso de existir ilustraciones, van al final de cada texto.
- Hemos decidido reducir el número de notas a las referencias que se hacen de unos documentos a otros, siempre pensando en facilitar la lectura.
Además del repertorio hemerográfico utilizado en Notas discordantes, ha sido de utilidad, cómo no, el libro de Eduardo Molina Fajardo, Manuel de Falla y el «cante jondo» (reedición facsimilar de la Universidad de Granada, 1988).
Por otra parte, la irrupción de las bibliotecas digitales ha sido determinante en el trabajo de documentación. Solo gracias a ellas se ha podido pasar de las no más de cincuenta referencias que sobre el concurso se conocían publicadas en 1922 a los tres centenares que hemos localizado para el mismo lapso de tiempo. Con todo, las hemerotecas y archivos físicos siguen siendo irremplazables. Los archiveros de la Hemeroteca Municipal de Madrid han puesto todas las facilidades que han tenido en su mano. También han resultado de una increíble ayuda el Servicio de Archivo, Hemeroteca y Publicaciones del Ayuntamiento de Sevilla; el archivo de la Casa de los Tiros y el Archivo Manuel de Falla.
Por lo demás, el trabajo de hemeroteca digital sigue siendo un trabajo de documentación con cosas similares a los archivos de papel o microfichas, aunque los sistemas de OCR permiten, cada vez más, acelerar y, sobre todo, optimizar, el trabajo. Por otra parte, las hemerotecas digitales españolas están muy lejos de estar unificadas. Hemos consultado un buen montón de hemerotecas digitales institucionales. El grueso de información provino de la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España y de la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica (lo más parecido a un repositorio de catálogos de bibliotecas municipales). Del resto de las consultadas hemos sacado provecho de las siguientes: Hemeroteca Digital del Ayuntamiento de Zaragoza; Memòria Digital de Catalunya; Hemerotca digital del Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona; Biblioteca Vitual de Castilla-La Mancha; Biblioteca Virtual de Andalucía; Galiciana; Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes; Hemeroteca «El Socialista»; Jable (Las Palmas de Gran Canaria); Repositorio del Patrimonio Documental del Ayuntamiento de Sevilla; The British Newspaper Archive y Gallica, biblioteca digital de la Biblioteca Nacional de Francia.
No hemos encontrado documentos relativos al concurso en los archivos de prensa revolucionaria u obrerista. Otro dato significativo.
De entre los textos que no hemos logrado encontrar, tres ausencias nos ulceran: de Joaquín Corrales Ruiz, el artículo «Alma de esclavos. La fiesta del jipío tabernario y del pingo en tablao canalla», según Molina Fajardo publicado La Opinión, de Granada, durante junio de 1922, texto con voluntad polémica que desencadenó, al parecer, la furia de Falla; y de Antonio Rodríguez de León, «También muere el baile jondo» y «Desde Antonio Chacón a García Sanchiz, pasando por Muñoz Seca», ambos, también según Molina Fajardo, publicados en números del diario El Sol de julio de 1922. Una pena.
El proceso de trabajo más laborioso (es decir, la transcripción y homogeneización de los textos) ha corrido a cargo de Itxaso Txunturreta Merino y Saioa Sáez Domínguez. Se trata de un trabajo que a buen seguro les ha mermado la capacidad visual y facilitado la posibilidad de una crisis nerviosa en un porcentaje nada desdeñable. Aunque a primera vista puede parecer una versión editorial del fordismo, donde las tuercas son tildes y los remaches, puntos, cuando se pone en práctica se muestra como una tarea en la que hay que tomar infinidad de decisiones que, en no pocos casos, tienen un carácter ideológico y que, requiere, en todo caso, una sensibilidad lingüística y un conocimiento de la construcción de textos y libros que ellas han demostrado sobradamente poseer. El basto conocimiento de Blanca Redondo González en historia de la ilustración ha permitido la fácil identificación de los ilustradores no identificados en los textos. De nuevo, gracias.
En un libro así, la cuestión de los derechos se puede convertir fácilmente en un via crucis de fuera de temporada. En este caso no ha sido así. Ninguno de los herederos de los pocos autores de los que hemos podido localizar nos han puesto pega alguna. Muy al contrario, su amabilidad ha sido meridiana. Es así que los textos de Edgar Neville, Antonio Gallego y Burín, Zuloaga o Chaves Nogales han podido salir en este libro. Candela Tormo y Elena García de Paredes, del Archivo Manuel de Falla, pasaron de la amabilidad con la que cedieron los textos de Falla a la búsqueda activa de herederos. A ambas les estamos muy agradecidas por ese generoso esfuerzo.
Matthew Machin-Autenrieth, director del proyecto Past and Present Musical Encounters across the Strait of Gibraltar, en el que trabaja actualmente Samuel Llano, no tuvo tampoco dudas a la hora de ayudar a la prosecución de este libro con fondos del proyecto; y le estamos muy agradecidos.
Esperemos haber construido tanto una herramienta útil para investigadores como placentera para lectores a los que despierte curiosidad esta especie de Gran Carnaval en que, por muchos momentos, se convirtió este concurso.
Samuel Llano y Carlos García Simón
Redacción de El Defensor de Granada
Por el tesoro espiritual de Granada
El Defensor de Granada, Granada, 10 de febrero de 1922
El Ayuntamiento ha tenido el buen sentido de acoger cordialmente la interesante solicitud presentada por un grupo de artistas prestigiosos, al frente de los cuales figura un músico español de renombre europeo, el maestro Falla, que ha encontrado en nuestra ciudad un grato rincón para trabajar, intensamente.
La iniciativa a que se refiere ese escrito, ha tenido la virtud, apenas conocida, de producir, un vivo movimiento de simpatía en la opinión de Granada. Hace mucho tiempo que no se ha pensado en nada que atraiga hacia nuestra ciudad con tal fuerza como este proyecto, la atención y el interés de nacionales, y extranjeros. He aquí la razón de que recibamos la iniciativa con la emoción fervorosa de nuestro entusiasmo.
No todo han de ser problemas materiales con sus agobiadores prosaísmos. ¿Por qué no hemos de pensar también un poco en los problemas espirituales? Y este es el sentido de la idea para cuya realización se ha pedido el concurso del Ayuntamiento: velar por el tesoro espiritual de Granada, defenderlo contra las groserías del mal gusto, mantenerlo puro e intangible frente a una deplorable tendencia de degeneración; impedir que se pierda lo que es muy nuestro y toca muy de cerca a nuestra sentimentalidad.
El concurso de «cante jondo», que se propone y que se celebrará sin duda como el número más original y brillante de las próximas fiestas del Corpus, tiene indudablemente un alto sentido trascendental en el campo de las actividades espirituales de Granada.
Porque —digámoslo aquí someramente— el llamado «cante jondo» no es esa chavacanería flamenquista y grosera que por ahí circula en tablados de escasa visión artística, con sus manifestaciones de un lirismo plebeyo, sino que es, como hacen constar firmas prestigiosas, «el germen inicial de una parte importantísima de nuestra lírica», y además, esos cantos «se filtran y difunden desde hace muchos años por toda Europa y han ejercido, sin que de ello nos diésemos exacta cuenta, notoria influencia sobre esas modernas escuelas francesa y rusa que, por su revolucionarismo, tan distantes creíamos de nosotros».[2]
Conservar esos cantes populares, sin que innovaciones de mal gusto destruyan su pureza, es cosa que interesa vivamente a los defensores de nuestro tesoro espiritual. Si Granada, según afirman los investigadores más concienzudos, fue la cuna de esos cantos, cumple a Granada velar por que no desaparezcan, por que se perpetúe la tradición de nuestra lírica popular y se mantenga puro el carácter de nuestras canciones.
He aquí, además, un motivo de alta sugestión para el turista. Granada, —y con esto volvemos a un tema que hemos planteado siempre que hemos hablado de fiestas—, Granada no puede solicitar la curiosidad y el interés del turista, sino con espectáculos de carácter propio, con atracciones inspiradas en su tradición, con festivales que sean fiel representación de sus costumbres populares. Al turista hay que ofrecerle algo netamente granadino y, por lo tanto, sin rival en el mundo.
Con esta fiesta de los cantos andaluces, se da una sugestiva nota de originalidad que servirá de atracción, de poderosa sugestión, a españoles y extranjeros. Se piensa hacer una activa e intensa propaganda, que tendrá como consecuencia el acrecentamiento del prestigio de nuestra ciudad. Y es seguro, segurísimo, que la plaza de San Nicolás, la más típica e interesante de Granada, servirá de hermoso escenario a una de las más admirables fiestas que se hayan celebrado aquí.
Hemos dado una breve idea de todo cuanto nos sugiere la lectura del interesantísimo documento que en nuestro número de ayer reproducíamos íntegramente. Habrá tiempo de ampliar estas consideraciones para prestar una asidua colaboración a proyecto tan felizmente concebido. Por hoy, esto será bastante para acogerlo con la cordialidad que se merece y alentar a sus organizadores. Estamos seguros de que tendrá el apoyo de cuantos se interesen por la espiritualidad de Granada, por el prestigio de sus fiestas y por el encanto insuperable de sus costumbres populares. La lírica popular andaluza merece este homenaje de nuestra ciudad.
[Emilio] Ostale–Tudela
Figuras y cosas que pasan
El Noticiero, Zaragoza, 15 de febrero de 1922
Casi coincidiendo con nuestra comisión de festejos que quiere alzar un monumento a la Jota, llegan hasta nosotros los trabajos que en pro de los cantos populares están realizando en Granada los más prestigiosos artistas, literatos y músicos españoles.
Ante el temor de que nuestros cantos se perdieran y en vez de escucharse las manifestaciones del alma popular, sonasen notas de canciones exóticas, de perniciosas ideas la mayor parte de las veces, se reunieron artistas, literatos y músicos y firmaron una instancia solicitando de aquel Ayuntamiento una subvención de doce mil pesetas con objeto de celebrar en la típica plaza de San Nicolás, durante el próximo Corpus, un concurso de cantos populares.
El Municipio de Granada, dándose cuenta de la importancia que tiene el no perder en el olvido los cantos populares, aprobó el proyecto de decorado de la citada plaza de San Nicolás, cuyo decorado será dirigido por el pintor Ignacio Zuloaga. Al concurso, que se celebrará como ya hemos dicho para Corpus, acudirán cantadores de toda España y residentes extranjeros.
Además, para que no sea esplendor de un momento y la labor dure, se creará una academia de cantos populares. Ambas ideas son patrocinadas por el Centro Artístico y Literario.
Nuestra Jota se puede perder igualmente. Aquella seriedad se está transformando en teatralidades.
Esto no creo podrá impedirlo un monumento dedicado a ella.
En vez de tantos certámenes oficiales, habría que pensar en algo como lo de Granada.
Antonio Gallego y Burín
Granada : Dos exposiciones y varias conferencias en favor de los rusos hambrientos
El Sol, Madrid, 13 de junio de 1922
La Sociedad Centro Artístico y Literario es, en Granada, el eje de todo nuestro movimiento cultural; el centinela que cuida, atento, de recoger toda palpitación de arte; el Centro de donde salen las solas voces que de continuo claman por que el espíritu de Granada mantenga viva su llama ideal.
Granada, sin embargo, sumida en su continuo letarguismo, que la insensibiliza a toda vibración, acude parcamente a esta atención cuidadosa, y en su vida, en el esfuerzo del Centro Artístico, esfuerzo aislado y solitario, más noble aún y aún más meritorio porque, sobre la general indiferencia, logra alzarse con un bello gesto espiritual y mantiene la constancia con su labor, que, lentamente, va ensanchando su radio.
En el espacio de unos días Centro Artístico ha dado la nota brillante de dos Exposiciones: la del paisajista Eugenio Gómez Mir, y otra, de tapices alpujarreños, interesantísima.
Eugenio Gómez Mir, pintor granadino, ha sabido tomar de nuestro paisaje soberbio, variado, luminoso y expresivo, las notas cálidas e íntimas que le dan un espíritu y una emoción que lo entonan con luz de vida y lo matizan con personal encanto. Gómez Mir, callada y laboriosamente, contempla hace ya años, día tras día, el paisaje nuestro con el amor de quien en él educó su alma y su vista. Así ha dado en esta Exposición prueba cumplida de sus adelantos y muestras bastantes de que para él es el paisaje granadino su paisaje, que lo lleva al lienzo con su bello espíritu de comprensión y un suave calor de vida. Gómez Mir ha afirmado así su personalidad, obteniendo un éxito rotundo, por todos reconocido.
La otra Exposición, la de tapices alpujarreños, tiene un alto interés para Granada, porque significa el comienzo de un renacer de una industria muerta hasta hoy.
Aún en los finales del siglo xviii Granada mantenía vivo el prestigio de su tradición artístico–industrial, y no era la menos importante la de tejidos, que sostenía millares de obreros y contaba por cientos los telares, que ruidosamente trabajaban en las penumbras misteriosas de las casas de su Albaicín y en los ocultos rincones de su Alpujarra. Producto de ello sus telas moriscas, vivas de luz y color y herederas de una ininterrumpida tradición, y sus clásicas mantas y cobertores de mota, luminosos y sencillos, llenos de gracia y de simplicidad.
Las grandes industrias mataron notas modestas, y hoy, despierta de nuevo la atención hacia estas muestras del arte popular, tres jóvenes artistas granadinos, los señores Cumbre, Pérez Ortiz y Ruiz Mata, lo hacen revivir con un esfuerzo brillante, animados por el deseo de una restauración de nuestras artes.
En los salones del Centro Artístico han expuesto buen número de tapices, hechos con admirable perfección y con la gracia de su primitivismo, primeras pruebas estas de su iniciada labor, que ya cuenta con numerosos telares enclavados en el Albaicín. Quienes en estas manifestaciones de arte ven pruebas de una distintiva personalidad, deben felicitarse, porque este renacimiento de nuestras industrias artísticas es la afirmación de una nota espiritual que se había perdido.
En el Centro también ha dado el poeta García Lorca una interesante conferencia sobre «El cante jondo», primitivo «cante andaluz», primero de los actos de propaganda que el Comité que organiza el concurso de «cante» piensa realizar, y de cuyo concurso trataré en unas próximas notas. Y ha sido también el Centro el primero en responder al generoso llamamiento de el sol para acudir en socorro de Rusia, organizando una suscripción y una Exposición de arte, que se inaugurará esta semana, y recabando de Fernando de los Ríos la celebración de una conferencia pública, con cuyos ingresos aumentará la suscripción. Ha emprendido, además, el Centro Artístico la formación de un Ropero Escolar, encargando de organizarlo a la Sección de divulgación y defensa de los derechos del niño, habiendo obtenido ya numerosos donativos.
Y no ha querido la culta Sociedad dejar pasar los Carnavales sin dar una nota de buen gusto, celebrando dos bailes en el teatro Cervantes, adornado con arte extraordinario y extrema finura, a los que asistió lo más selecto de la sociedad granadina, y que ha sido la sola nota artística de este Carnaval, que, en lo demás, ha transcurrido entre una desanimación grande.
En el espacio de unos quince días ha desarrollado el Centro esta labor. A buen seguro no hay en Granada quien tanto haga por su espíritu y por su tradición, y hay que hacer la justicia de que si Granada no ayuda eficazmente con una amplia colaboración a realizar estas empresas ideales, tiene al menos la virtud de reconocer lo meritorio de ellas y aplaudirlas, aunque esto no sea bastante.
Redacción de El Defensor de Granada
Centro Artístico : A las señoras y señoritas de Granada : El traje de la mujer en la Fiesta del «Cante jondo»
El Defensor de Granada, Granada, 25 de mayo de 1922
Los artistas granadinos que bajo la dirección del insigne Ignacio Zuloaga decorarán la plaza de San Nicolás, para la fiesta del Cante jondo, ruegan a las señoras y señoritas que asistan a dicho acto, vayan ataviadas con el maravilloso traje romántico de los años treinta al cuarenta del siglo xix, época en que estuvo en mayor apogeo el Cante jondo, y está reflejada admirablemente en las obras inmortales de Teófilo Gautier, Próspero Merimee, Estévanez Calderón (El Solitario), Larra y otros.
Esperan los artistas granadinos que las señoras y señoritas de nuestra ciudad atenderán su ruego, a fin de dar mayor esplendor a esta importantísima fiesta de arte. Desde que se lanzó particularmente la idea, ha tenido tan excelente acogida, que nos consta son muchas las señoritas que se están haciendo los trajes o buscando en las arcas los espléndidos atavíos de las abuelas.
Solly Azagury
El cante jondo no es «pa» eso
El Liberal, edición de Sevilla, 16 de junio de 1922
—Mira, niña, yo no transijo.
—Porque es usté más terco que un pulpo bien agarrao.
—Seré lo que tú quieras; pero lo dicho no hay pa qué repetilo. En un concurso de cante jondo no pue salí de dentro er corazón toa la puresa del flamenquismo: es algo que se hace a pie forsao, ¿te enteras?
—¿Pero cree usté, presiosidá ortogenaria, que nuestro cante va a quedarse sin er puesto que le corresponde? ¿Entonse?…
—Ese cante, niña boba; no tiene ma puesto que un colmao donde corra er vino por arrobas y se hieran lo rivale, ¿estamo?
—¡Anda er viejo!
—Ni viejo ni na; lo dicho no hay pa qué repetilo. En cuantito que formen un esenario donde el sielo y lo arbole sean de mentirijillas, y lo cantaore vean a uno señore mu grave que formen el Jurao… ¡me río yo, palomita blanca!
—¡Usté se ríe; pero yo echo ya chispa!
—Pues date una ducha; pero oye antes esta seguidilla…
Que entre cuatro me lleven al Camposanto,
como llevaron a ella,
estoy anhelando.
Mientras no llego
mi gitana está sola,
negro mi pecho!…
—¿Y eso, qué?
—Eso, pa cantalo chipén tiene que se en su ambiente, con vino en er cuerpo y pasión en el alma.
—¡Señó, qué estantigua ma fogosa! ¿Entonse?…
—Lo dicho no hay pa qué repetilo. Haste cuenta de que la guitarra e una nena, mu exigente y mu caprichosa. Pa hasela hablá se presisa mucho de lo bueno, aire, mucho aire, selos encontrao, muchos selos encontrao, y pocas bambalinas. La guitarra, maga de Andalusía, suena bien cuando hay sentimiento, y sin sentimiento ni hay guitarra ni cante. Ni polos, ni tiranas, ni rondeñas, ni olés, ni malagueñas, ni sevillanas, naíta sale bien fuera de su lugá. Cada nota desde el pecho hasta los labio tiene que envolverse en hiel o en ambrosía, que es como desí pena o alegría, y como toíto ahí va a se a pie forsao… ¡No hay que repetilo!
—Pero usté lo repite, señó.
—Es que uno no pue transigí. Pero ya me callo…
—Es mejó.
—Figúrate…
—¡Mare, y qué pesao!
—Figúrate que te presentan a un cantaor y van y te disen: «Fulano, primer premio en er concurso», etcétera. ¡Ea, que no! Eso huele a lo jeroglífico der «Blanco y Negro». El cantaor no tiene ma premio que los ojo prometedore de su morena garbosa. Con eso le basta y le sobra. ¡Concurso! El cante jondo no es pa eso, y lo dicho no hay pa qué repetilo.
Fabián Vidal
El heredero andaluz
La Vanguardia, Barcelona, 20 de junio de 1922
En Granada, mi patria chica, se ha celebrado, como saben todos, un concurso de cante jondo. Fué organizado por el maestro Manuel de Falla, con la cooperación entusiasta de Rusiñol y de Zuloaga. Su éxito ha sido grande. Dióse a la fiesta un ambiente de poesía. En la plaza de los Aljibes da la Alhambra, decorada e iluminada caprichosamente, y ante una multitud ataviada con trajes típicos y donde se mezclaban la aristocracia, la burguesía y el pueblo, cantaron en competencia, al son de guitarras y frente a parejas de bailaores famosos, los más célebres y conspicuos aficionados y profesionales. Casi todos los premios fueron para ancianos y muchachos. Aquéllos conservaban los viejos estilos. Estos habían innovado audazmente.
*
Manuel de Falla, cuando lanzó su idea, salió al encuentro de los críticos e impugnadores diciendo que pretendía dar la batalla al flamenquismo degenerado y restaurar, en lo posible, el antiguo canto popular de Andalucía. ¿Lo ha conseguido? Sospecho que no. El concurso de Granada, admirable como fiesta artística, como número singular de un programa de regocijos públicos, ha servido sólo para afianzar en el alma andaluza la tradición lamentable del jipío y la pataita. Esos amateurs que han vencido al profesionalismo serán, fatalmente, profesionales también. Pronto los veremos en los tablados, acompañados de guitarristas, con la clásica vara o el abanico indispensable, según el sexo.
*
Y ello sucederá, porque el canto de Andalucía es individualista y refractario a los conjuntos corales. No hay orfeones apenas allende Despeñaperros. El carácter regional, enemigo de solidaridades, repugna toda subordinación y disciplina. Una malagueña, una granadina, una petenera, una soleá, un martinete, una almería, un polo gaditano, tienen que ser entonados por una sola voz. La guitarra, sumisa, glosa y abrillanta, oculta el desmayo, exalta el brío. Es una esclava de la laringe poderosa, rica en trémolos y «florituras».
Todavía, en Aragón, las rondallas unen, son como manifestaciones colectivas del espíritu artístico de la raza. Mas en Andalucía no hay, cuando más, sino los cuadros flamencos destinados a la exportación, y que son, en suma, desfiles de parejas.
¿Que es maravilloso el cante jondo, que heredamos de los árabes y que los gitanos enriquecieron con sus misteriosas aportaciones exóticas? ¿Que es necesario limpiarlo de la lepra flamenca del cantaor aburrido que da golpecitos sobre las tablas del escenario, y pone los ojos en blanco, y carraspea, y se retuerce como si fuera víctima de un dolor de cólico? Es verdad. Pero ello no se conseguirá nunca con apoteosis preparadas por intelectuales cansados de civilización gris y que buscan originalidades, colores locales, algo que les distraiga de sus pesimismos de catadores sempiternos. El cante jondo, puro y magnífico, vivirá esplendoroso cuando muera; el cante flamenco, que es su falsificación odiosa; cuando los cafés cantantes se cierren por falta de clientela; cuando el andalucismo de lentejuela, a caballo sobre unas palabras sonoras y vacías, desaparezca y le substituya ese otro andalucismo todavía callado, porque apenas nació, cuya existencia conocemos pocos…
Bernardo Morales Pareja
La Fiesta de la Raza
El Defensor de Granada, Granada, 23 de junio de 1922
Hacia la Alhambra
En las anchas vías entoldadas por globos, por ánforas, por guirnaldas y arcos luminosos, la ciudad arde en un incendio de colores.
Un ave de fuego con alas y la cola extendidas y el pico entreabierto, en dirección oblicua, se eleva volando hacia la Alhambra.
Los ruidos de las bocinas, del rodaje, de los pregones, del conversar alborozado dejan en nuestros oídos su potente acorde.
Un canto encendido de pasión se alcanza a percibir entre los confusos rumores. ¿Es el alma de la Ciudad en fiestas la que canta? ¿Es el ave luminosa la que modula la canción de las canciones?
En un impulso ascendente de aguas desbordadas la multitud se encamina a la Alhambra. Es que en ella se va a verificar el concurso de canto, de Cante jondo, que es el canto de los cantos populares. Es que en ella se va a celebrar la fiesta por excelencia, la fiesta de las fiestas andaluzas.
Y se ven acá y acullá subir mujeres de todas las ciudades y pueblos andaluces; y se ven a bandadas subir las mujeres granadinas con los vestidos clásicos de Andalucía, con los bustos gentiles envueltos en el rico pañolón de flecos como en un manto de flores.
Y llevan en las ideales cabecitas enormes peinas de concha que semejan coronas de oro y pedrería, y otras llevan grandes peinas de vivos colores que parecen coronas de flores. Y llevan también claveles y albas tocas que de lo alto se derraman, como espumas, enmarcando de misterio las divinas caritas; las caritas que tienen unos ojos negros o garzos, melados o verdes pero que, en el intenso colorido de sus luminosas pupilas, son poemas de pasión y de misterio. Unos ojos brujos; unos ojos parleros que nos dicen de sortilegios de amor, de dramáticos quereres, de quereres más incontrastables que el destino, más poderosos que la muerte.
Y se deslizan con todo el irresistible imán de sus hechizos modositas, pero seguras de su imperio sobre los corazones, como unas hadas juveniles que al caminar sintieran de pronto nacerles el afán y el ritmo de la danza; con un andar que tiene el más embelesador contoneo. O bien se dejan conducir en sus coches, señoril y muellemente reclinadas, en el más gentil e incitador abandono.
El bosque y la plaza. La ciudad submarina
Hemos recibido en el rostro el beso de una brisa fresca y húmeda; de una brisa que nos trae olor de arrayanes y rumores de arroyos y fontanas, y hemos cruzado por túneles de verdura. Al fin, después de pasar bajo un arco colosal que tiene una mano misteriosa en su clave y de otro que tiene una llave y está defendido por una puerta ferrada y de recorrer un estrecho callejón, hemos llegado a una extensa planicie arenosa como una playa. Bordada de macizos de arrayanes, ornada de palacios, protegida de fuertes torreones, con árboles propicios a todos los musicales rumores, en su recinto libre se ve el cielo más azul y más poblado de estrellas brillantes, y es la brisa más perfumada y saludable.
En su fondo tiene un dilatado balcón; un mirador maravilloso desde el que se ve un mar de verdura; un mar que tiene sus olas y sus rumores en la fronda de los árboles, y el acre olor de algas y sales en el fuerte aroma de los arrayanes.
Y allá, en el fondo de él, bajo el vapor azulado–verdoso que la cubre y penetra una ciudad rara, una ciudad de ensueño, una ciudad submarina. Una ciudad que, acaso, se vio sorprendida y envuelta por la gigante marea de esa mar que ahora la cubre mansa y transparente como un fanal.
Y el genio de las aguas que protege a la bella ciudad la ilumina con una prodigiosa floración de diamantes, de claveles y de lirios de luz, que emergen del centro de sus plazuelas y de los muros de sus casas y de sus románticos alcázares, que rememoran mil olvidadas leyendas, y de sus monasterios que tienen cipreses que se elevan valientes, como en un supremo anhelo hacia los cielos y torres que aguardan en silencio el instante en que deben modular el llamamiento a la vigilia y a la oración.
Y por entre las masas oscuras de sus jardines creemos columbiar, tal vez, las pupilas fosforescentes de los genios y silfos de la ciudad; de los gnomos que guardan cuidadosos los anales de su vida y saben el misterio de sus consejas y conocen el de su destino.
Y parece como si se elevara, en el silencio profundo de la noche estrellada, un suave alentar y unos dulces suspiros, y creemos percibir al cabo las dulces palabras de una voz de misterio.
«Salgamos hermanos de lo profundo, salgamos de la noche opaca que nos rodea; trepemos a la alta planicie en la que es más ligero el ambiente y se ve puro y luminoso el cielo. Celebremos nuestra fiesta favorita, la fiesta que tiene todo el ser apasionado, toda el alma y el hechizo de nuestra ciudad amada.»
El Canto grande
Suena un grito agudo y prolongado; un grito que tiene sucesivamente en su ritmo flexible, el alarido de sorpresa y dolor que lanza el que se siente herido por mano traidora; la cólera del que se ve cruelmente defraudado en sus ilusiones más queridas; la desfallecida queja del que agoniza de enfermedad o de pena. Un grito que de pronto se quiebra; que cesa en el preciso instante de su mayor intensidad como si de repente al que lo lanza, le faltase la voz y la vida.
Y ese grito desesperado tiene una grandeza trágica que nos produce terror; y oyéndolo sentimos escalofríos como si presenciáramos la instantánea muerte de un ser querido.
Y después de unos momentos muy largos, de una enorme emoción espectante, de una cruel ansiedad que nos produce el denso silencio que le ha sucedido, silencio que llegó a arrebatarnos hasta la conciencia de la vida, surge de nuevo ese grito pero ya más débil; como de quien ha reflexionado y comienza a ver la inevitable fatalidad del sino.
Y a poco comienza la voz que lo lanzara a modular el intenso poema de la pasión verdadera. Poema ingenuo y breve; poema intenso que tiene: arrobos, del más puro misticismo, llamear de brasas, braveza de celos devorantes, rugidos de fiera, estallidos de cólera salvaje, sed infinita de venganza y de sangre, acentos quebrados, roncos y desmayados de agonía. Y después, se oye otra voz que entona otra copla doliente, pero que no tiene el acerbo dolor y la pujanza pasional de la primera; y después otra y otra más, que tiene un ritmo en el que circula una savia donosa y jocunda llena de hechizos y de animación gallarda; una savia que tiene dulzuras de madrigal con dejos de picardía.
Y canta también una limpia y rotunda voz de campesino y de romero; y canta una voz de mujer con acentos de tristeza y resignación infinitas; y se oye por último la voz delgada de un niño; voz que se impregna de lágrimas, al cantar una saeta.
La danza
La plaza semi oscura alfombrada de ramos de cipreses y arrayanes, al iluminarse se nos ofrece como un prado florecido de rosas que son caras de mujeres. Y esas flores humanas se derraman, también, por las largas filas de los palcos escalonados cubiertos de tapices, y sobre un tabladillo que enfocan profuso número de luces de colores. Y se llena el espacio de un repiqueteo de castañuelas y un vibrar de guitarras; y a la luz de las bengalas, que dan a los altos y rojizos torreones más fuertes coloraciones, se entrega a los deliquios de la danza una saladísima andaluza. Y al bailar se nos muestra incitante y retadora, y afecta desdenes y ostenta en sus movimientos la rapidez y la gracia de los felinos, y la flexibilidad de la serpiente.
Y oscila como una llama; y se estremece de placer y salta y arroba, y alzando los brazos enmarca con ellos su rostro hechicero; o bien baja las manos y las dirige hacia el suelo como si fuera recogiendo o esparciendo flores; y con su danza bruja nos electriza y nos subyuga, y experimenta el deseo irresistible de arrojarle a los pies chiquitos y lindos, como modesta ofrenda, nuestros enamorados corazones.
Epílogo
Hemos presenciado, mudos de asombro una fiesta inefable; una fiesta a la que han asistido los espíritus genitores de nuestra ciudad; los espíritus que le infundieran el alma —belleza que la personaliza en el mundo.
Hemos, sí, permanecido unas horas en el mundo de las emociones, de la poesía, de la belleza. ¡Y en esas horas de vida más rica e intensa, de vida más alta, escuchamos el canto grande; el canto hendido que tiene para nosotros prestigio de reliquias y valor de oraciones, porque es el canto primitivo; el canto de nuestros padres; el canto que tiene lágrimas de elegía y dulzura de madrigales; el canto en el que palpita nuestro apasionado corazón!
Y hemos auscultado, en esas horas, el corazón gigante de Andalucía; ¡de esta amada Andalucía que adolece de idealismo y de amores insaciables! ¡De esta Andalucía romántica, de esta Andalucía artística, de esta Andalucía sentimental y bellísima!
¡Bendita! ¡Bendita Sea!
[1] Evidentemente, lo óptimo sería que a este volumen le siguiera otro que cubriera el resto de los efectos del concurso en la historia siguiente (su uso durante la Dictadura de Primo de Rivera, su relativo olvido durante la II República, o su reivindicación con motivo de los 25 años de pax franquista a través del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba o en la escuela de Francisco Moreno Galván, por citar algunos jalones). Lo dejamos para otra ocasión.
[2] Ver documento 1.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero