Que los subrayados difieran en cada lectura que se hace de un libro (lecturas realizadas en momentos diferentes y con preocupaciones distintas es algo común). Pero como Vicente Luis Mora apunta en este texto, tratándose de un texto de César Aira, y más en concreto de Continuidad de ideas diversas, que desde su publicación fue saludado de modo casi unánime como uno de los mejores títulos de su autor, esa disparidad no se explica sólo por las divergencias entre contextos de lectura, sino que encuentra su razón primera en la multiplicidad y riqueza del texto glosado.

 

Hay sobreentendidos y acuerdos y claves que se van construyendo con el tiempo, y que los hacen irremplazables a todos.
César Aira, Las conversaciones

Porque el noventa y nueve por ciento del valor de las cosas, de su belleza intrínseca, lo pone el tiempo.
Aira, Las curas milagrosas del doctor Aira

en esta nueva etapa el nombre del juego era Repetición […]
Aira, La vida nueva

En algún texto anterior destacaba la importancia de subrayar a la hora de leer los libros, sosteniendo que deben mantenerse los subrayados a buen recaudo, por constituir autorretratos psíquicos de su autor, y añadía que “suponen una escritura sin el vértigo de la autoría, una emanación libidinal en estado puro”. Años más tarde me alegró ver que no iba por completo desencaminado, al leerle a Sergio Chejfec que “el subrayado es la escritura por otros medios” (Últimas noticias de la escritura, 2015), porque la selección, la organización -y todo énfasis organiza, divide entre lo discriminado y lo indiscriminado-, según mantiene Aira en Continuación de ideas diversas (2014, 2017), puede ser también la forma de un libro.

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Pero ¿qué sucede cuando uno subraya, en dos épocas diversas de su vida, el mismo libro? Eso me ha sucedido con este ensayo de Aira. Lo leí por vez primera en la edición chilena de la Universidad Diego Portales en 2014, cuando me dedicaba a comprar en línea compulsivamente todas las ediciones de Aira que pudieran encontrarse (ni de lejos tengo todo Aira, y bien que lo siento). Pero traspapelé el volumen en alguna mudanza o revuelo, con gran pesar, pues había hecho numerosos subrayados de citas que necesitaba, y por eso me alegré hasta el infinito cuando me llegó hace poco la edición de Continuación de ideas diversas aparecida este año en el sello mexicano Jus. Como no encontraba la versión de 2014, me lancé de nuevo sobre el ensayo, suponiendo que las citas anheladas estarían ahí, fáciles de identificar por mi memoria, y lo leí de nuevo, marcándolo de modo inmisericorde, como suelo hacer con todos los libros, porque los libros están para trabajarlos, y la mejor forma de respetarlos es leerlos crítica y físicamente, cuerpo a cuerpo, dejando arañazos en su piel (les ahorro un cursi y previsible símil).

Para mi sorpresa, poco después de terminar la lectura de la versión de 2017, descubrí, mientras buscaba en los estantes un libro de poemas, ¡la edición chilena de 2014! Disimulaba agazapada entre libros de versos de gran tamaño, con razón no di con ella. Esa ubicación desagradaría, quizá, al escritor de Coronel Pringles, pero no dejó de parecerme natural, porque el arte es uno y las estanterías cortas.

Y de pronto, me surgió la duda: ¿serían iguales los subrayados que había realizado en los dos ejemplares? ¿Sería yo el mismo lector, o habría cambiado mi mirada durante estos tres años?

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Para distinguir las dos ediciones llamaremos “Aira I”, o simplemente “I” al Aira editado por Universidad Diego Portales en 2014; el que ha visto la luz en Jus en 2017 será Aira II, o II.

La comparación de los dos volúmenes me ha servido para darme cuenta de que hay pequeñas diferencias entre las dos ediciones. Un par de fragmentos han cambiado de lugar: “A una joven actriz…” situado casi al final en I (p. 81), pasa al principio en II (pp. 10-11), y también varía de ubicación la pieza “Indeterminación y azar”. Otras veces se han unido en Aira II fragmentos que iban separados en Aira I (pp. 12-13, por ejemplo), o alguna mención que aparecía en cursiva en I (p. 18) viene en redonda en II (p. 22); o entrecomillados (el “ahora” de I, 40, o los “después” de I, 50) devienen cursivas (II, 48 y 60). Aunque no he hecho una close reading de los dos textos conjuntamente (que elevaría las dos lecturas realizadas a cuatro, esfuerzo que merecería, quizá, una recompensa económica o académica), he encontrado alguna levísima variación de estilo: “El segundo:” (I, 42) se transmuta en “La segunda vez,” (II, 50); la coma tras la palabra “pesquisa” en I, 53, desaparece en II, 64, etc. La única variación de relieve entre las dos ediciones es que, si he leído bien, ha desaparecido una pequeña esquirla presente en Aira I sobre los manifiestos vanguardistas (p. 48).

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Como el lector quizá sepa, Continuación de ideas diversas es una secuencia de fragmentos sobre temas distintos, construida siempre en tono ensayístico excepto alguna variación narrativa, que resume tocadas en fuga varias preocupaciones constantes en el escritor argentino: la imaginación, el realismo, las vanguardias y su relación con la tradición, el arte, la traducción literaria, la escritura como actividad mecánica, etcétera. De entre los asuntos, uno de los más repetidos en este ensayo reticular es el tema de la vanguardia: Aira recuerda en varias ocasiones la imposibilidad de repetir las vanguardias en nuestros días (I, 10, 30, 75-76; II, 11, 37, 90-92), pero sólo para sugerir que su espíritu sigue siendo necesario, y que él mismo ha intentado una recuperación de las mismas, utilizando una hábil metáfora, la de la traducción: en su obra narrativa no ha copiado las vanguardias, ni las ha tematizado, argumenta, ni ha intentado reactivarlas quebrando el pertinente historicismo; lo que ha hecho es “‘traducir’ esas actitudes, sin traicionarlas (y hasta radicalizándolas más todavía), al idioma de la vieja literatura que decidió nuestra vocación” (II, 37). La idea de la traducción ampara el sentido de salvar lo importante del espíritu de las vanguardias para oponerlo al “enemigo al que apuntaban, que sigue siendo nuestro enemigo: el pasatismo, la demagogia, la apropiación comercial del arte.”, sentencia en el mismo lugar.

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En principio, un libro como éste, por ser de Aira y por tocar temas de perpetuo interés para mí, es un texto llamado a ser subrayado a menudo, y así ha sucedido en ambas ocasiones. Lo que me resulta curioso es que hay bastantes diferencias entre los subrayados de cada edición, resaltando páginas y asuntos diferenciados, aunque no siempre, claro: algunos párrafos concretos están resaltados en las dos ediciones, de la misma forma; por ejemplo, esta humorada airiana: “Ayer me enteré de que el tercer nombre de E. T. A. Hoffmann era Christian. Se lo cambió por Amadeus en homenaje a su ídolo, Mozart. Pero si no se lo hubiera cambiado, sus iniciales habrían sido E.T.C., o sea ‘etcétera’, lo que no es buen pronóstico para un escritor” (I, p. 11; II, p. 13). En algún caso descubro que subrayé en 2014 cosas cuyo interés personal no entiendo en 2017 -como una reflexión sobre el whiskey en I, p. 12, no bebo destilados-; otras veces reduzco la marca de atención de un párrafo a una frase concreta, o al revés: la alargo al párrafo completo que la contiene. Los cambios oscilan entre la jibarización y el ensanche, como les pasa a la paciencia y al cuerpo con los años.

Es lógico predecir que los subrayados responden a las preocupaciones que uno tiene en cada momento. Veamos un caso concreto:

[A la izquierda, edición de Jus, la de U. Diego Portales a la derecha]

Los énfasis de estos interesantes pecios divergen, y elijo diferentes párrafos quizá porque hacia 2014 me hallaba en plena escritura de Fred Cabeza de Vaca y me gustaba el tono fantástico de la idea del hombre “interior” que no lee -como si el homúnculo de Descartes renunciase a dirigir la máquina-, mientras que en otoño de 2017, vaciado de pulsión imaginativa tras la publicación de la novela y sumido en preocupaciones teóricas, me interesa más la mención a la metaliteratura y al modo en que ésta contamina de literatura, o mejor dicho de manierismo narrativo, al incauto lector primerizo.

En alguna ocasión creo pensar que el yo de 2014 estaba un poco atontado, o que soy ahora un lector menos torpe que antaño, pues he subrayado hallazgos que me pasaron desapercibidos la primera vez, como “El estudio es algo demasiado importante para que sea transitivo” (I, 21; II, 25).

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En Continuación de ideas diversas hay un fragmento sobre la relectura, en el que me fijo especialmente, como es natural, durante mi relectura. Aborda un libro que Aira había recuperado muchos años más tarde, y el autor de Cómo me hice monja muestra en el apunte la sorpresa sobre su diferente reacción, como si los lectores no actuaran en dos momentos históricos, sino desde dos identidades: “No es un mero reacomodamiento del juicio, sino un juicio radicalmente distinto” (II, 69). Mis subrayados diversos no llegan a tanto; se ve que hay un lector parejo en ellos, obsesionado con la vanguardia y con las limitaciones del realismo, pero, en algún momento, me ha sorprendido enfrentarme a un yo sólo tres años anterior en el que puntualmente no me reconozco. Como atenuante puedo alegar que mi segunda lectura era una relectura consciente de ser relectora, carácter que, obviamente, nunca podría haber tenido la primera visita al texto. No es lo mismo releer un texto olvidado décadas después que un texto estudiado tres años atrás: se lee con la conciencia gravitatoria del desiderátum de coherencia intelectual, con la obligación de coincidir con uno mismo, so pena de ser acusado íntimamente de volatilidad teórica, dispersión identitaria y decadentismo selector.

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En términos generales, se puede resumir esta experiencia del siguiente modo: yo sigo siendo tan mal lector como antes y Aira es aún más brillante en la segunda lectura.

Estimados editores, pueden volver a reeditar este libro en 2020, dentro de otros tres años, con la certeza de que será todavía mejor, aunque el texto sea idéntico.

 

Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970) es escritor y crítico literario. Sus últimos libros son la novela Fred Cabeza de Vaca (2017), ganadora del XVIII Premio Torrente Ballester, el libro de aforismos Nanomoralia (2017), el libro de poemas Serie (Pre-Textos, 2015), la monografía El sujeto boscoso (Iberoamericana Vervuert, 2016), el ensayo El lectoespectador (Seix Barral, 2012), y la antología La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (Vaso Roto, 2016). También ha escrito el monólogo teatral (Miguel, 2016), proyectos de escritura digital (70 palabras, LAVA, 2014; Blog decreciente, en El Boomerang, 2013-2106) y el hoax Quimera 322 (2010). Su trabajo de crítica cultural puede encontrarse en http://vicenteluismora.blogspot.com.

Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.

La fotografía que ilustra el texto es del fotógrafo chileno Francisco Ubilla, cuyo trabajo puede disfrutarse en su página web: http://franciscoubilla.com