Florencia Edwards comparte no solo su opinión sobre el libro de Rircardo Vivallo, sino las circunstancias que han marcado la puerta en circulación de este y el modo en que ella se ha sumergido en su lectura. Más que valoración crítica este texto transita por la representación de la experiencia lectora y la cartografía de los pensamientos e ideas que detona.
Este es el segundo libro del autor Ricardo Vivallo, pero esta vez decidió autopublicarlo. Supongo que debe tener muchas razones, como cumplir el sueño que muchos han tenido de salirse de los mecanismos de las editoriales, pero también creo que lo hizo porque le gusta ser autodidacta, le interesa pensar el tema del aprendizaje. Vivallo, que abandonó su licenciatura en literatura, tiene una editorial de libros raros llamada Libros Tadeys- en honor a los monos Tadeys que inventó Lamborghini- , y la formó aprendiendo por su cuenta a corregir, diseñar y diagramar los textos. También, como hace collages, ha hecho el arte de algunas de las portadas. Con esos conocimientos hizo solo “Como una música de cosas rompiéndose”.
Para mi, este es un homenaje a la metodología “Hazlo tu mismo”, en el sentido de que el autor se hace cargo de la parte material y mecánica del libro: incluso hace la venta él mismo y despacha desde el correo, envolviendolos en un sobre e incluyendo con cada copia una postal con un collage propio. Esto del “Hazlo tu mismo” es interesante porque se ve muchísimo en los procesos de computación y electrónica. Verlo en la publicación de Vivallo, hace recordar que el libro es una de las tecnologías más antiguas, como cuando William Blake inventó el aguafuerte en relieve, una modalidad del grabado para poder producir sus textos junto a imágenes. Al asumir partes del proceso como el envoltorio del libro y los envíos, Ricardo asume también el tedio repetitivo del trabajo manual. Creo que esto influyó en su decisión de autopublicar, porque la alienación en lo operativo es un tema que parece obsesionarle.
Sin editorial ni lanzamiento, “Como una música de cosas rompiéndose” se nos aparece aislado. Nos remonta a cuando uno leyó algo que le gustó por la primera vez , en una edad más joven, y sintió que descubrió la telepatía por azar en su casa o en una biblioteca. Siente que gracias a un libro, por primera vez tiene una conversación mental y abstracta, y se le olvida incluso que esa conversación la inició alguien en específico. No se le ocurre pensar cuál es la editorial, cómo el autor se empujó a sí mismo para llegar a ese punto de publicación, o cuáles eran sus gustos ni quienes eran sus amigos. En esa inocencia, el libro se te aparece como una carta secreta que te llega a ti específicamente. Así se siente “Como una música de cosas rompiéndose”.
Pienso en el futuro. Pienso que sin editorial ni constantes reediciones – porque el autor pensó este libro para que tuviera un número fijo de copias, es decir, una vez que se acaban, se acaban para siempre, igual que los bitcoins- pienso que este va a ser un libro que se va a encontrar con nuevos lectores de la siguiente forma: alguien que visita la casa de una persona que lo tiene, de aburrido lo toma de un velador, lo hojea. El dueño le dice «ese ya no se encuentra». Así que el invitado lo pide prestado y no lo devuelve. Sus hijos, o los hijos de alguna persona que no conocemos que van justo a esa casa, lo encuentran en un verano interminable en el que no se sabe cómo escapar del calor, porque ya no van a existir mayores diferencias entre las estaciones, y lo leen como cuando se explora por primera vez otro planeta.
Era necesario hacer esta introducción porque estamos frente a una rareza respecto al proceso de producción de este texto, Ahora voy a meterme más en detalle en la experiencia de lectura, que también es peculiar: esto no es narrativa, ni poesía, ni diario de vida, ni ensayo.
El libro – que trata sobre el exceso del pensamiento y la depresión- es un párrafo tras otro, lleno de citas de otros libros e imágenes poéticas hasta que se termina. Al principio, como lector quería que ciertos puntos climáticos o imágenes tuvieran una pausa antes de continuar con el párrafo siguiente (por ejemplo un salto de página). Quería que tuvieran un aire y un silencio necesario que rodeara lo que me interesaba, para que se quedaran un poco más tiempo en mi cabeza. Pero me di cuenta que tenía que seguir avanzando a los otros párrafos, y que no me quedaba de otra que dejar atrás.
Daba esa sensación de que el texto me obligaba seguir hacia adelante, aunque se me olvidara lo que estaba leyendo. Las novelas en cambio, como se dividen en capítulos después de los que hay una pausa (cambio de página, cambio de capítulo) o los cuentos, que terminan y entregan un “intermedio” largo antes de seguir con el cuento siguiente, no solo te permiten quedarte aferrado a algo, sino que te controlan para que se queden en tu memoria esas últimas oraciones e imágenes que van antes del descanso. Los poemas también son especialmente efectistas en este sentido, porque tienen estrofas, y los silencios entre cada una son bien marcados y más largos que los que hay entre párrafos.
En cambio, este libro no permite esa manipulación de las impresiones del lector a través de las pausas, más bien avanza parecido a la mente cuando se le ocurren varias ideas encapsuladas y bien fraseadas, una tras otra. De repente en la mitad de una de esas oraciones mentales, te preguntas, ¿qué estaba pensando hace un rato, qué imagen se me había ocurrido recién? “Se avanza igual” , parece decir el libro, y aunque se va perdiendo algo, los párrafos continúan a pesar de tu voluntad. Me recuerda a cuando paseo a mis perros, y se quedan detenidos olfateando, pero yo les tiro la cuerda para que sigamos caminando hasta que encuentran otra cosa que quieren oler. No hay opción de volver ni de restar, se van multiplicando las visiones y se abre la calle para los perros.
Hubo un momento que sentí, tal cual como lo mencioné en la introducción, que se lograba una telepatía con el tipo de pensamientos que tengo en la mañana, justo antes de levantarme, y especialmente cuando no quiero levantarme y me quedo inútilmente pensando, buscando alguna razón para hacerlo. Una especie de examen de alternativas que me imagino que toda persona ha hecho alguna vez, de si conviene o no iniciar el día, o iniciar cualquier día. Se evalúan esas alternativas, que finalmente solo se multiplican en la cabeza hasta no poder levantarse, porque el examen se vuelve cada vez más grueso.
Por eso me parece interesante una imagen en la cual se insiste en el libro, que es la búsqueda del Error que “terminó por torcerlo todo”. Ese mecanismo, de buscar El error que tiró todo por la borda, es uno de los artefactos de la mente más comunes en la adultez – aunque sea ineficiente – para iniciar y lograr el avance de la imaginación:
“Quizás el gran error, el error decisivo, fue creer que la vida era solo un pretexto para la escritura”. (p. 13)
“O quizás el error fue creer que la anarquía interior —el infame desarreglo racional de todos los sentidos— podía ser verdaderamente un medio para liberarse, y no el camino directo al manicomio que terminó siendo” (p. 15).
“O quizás el gran error, el error que terminó por torcerlo todo fue creer que el pesimismo iba ser, paradojalmente, el impulso de una existencia fulgurante y meteórica” (p. 19).
“Enseñarle a la mente a disfrutar del error, de la yuxtaposición de lo que es y lo que no es. Un zoológico de animales invisibles, por ejemplo” (p. 15).
Haciendo avanzar la imaginación, el texto logra que uno sienta un alivio, cuando te empuja y enseña a dejarte a llevar por la multiplicidad de los pensamientos que pasen como si fueran esos “animales de un zoológico invisible” que caminan al frente tuyo, y que no puedes perseguir corriendo mientras se alejan.
Creo que en ese interés por el tema del aprendizaje que tiene Vivallo, el texto toma ese lado pedagógico en el que enseña sobre lo que es el placer de la lectura: por ejemplo, yo partí leyendo queriendo memorizar, tomar notas, aprender, encontrar citas y bibliografía (siempre parto leyendo así, con esos ímpetus, con la equivocación de exigirle cosas al libro), y terminé leyendo sin querer hacer nada de eso, solo sintiendo placer por avanzar, sintiendo placer de que texto escurriera y punto.
Ese es un placer que genera leer, y a veces uno no sabe hacerlo. Es como cuando haces un deporte, como en el fútbol, después de media hora concentrado, ya no estás pensando que tienes que hacer los movimientos, y tomando las decisiones, tu cuerpo empieza a hacer los movimientos solos, el cuerpo tiene memorizado y dibujados en él las líneas de la cancha y frena sin tener que ver esas líneas. Así no se sale la pelota, el cuerpo avanza sin tu conciencia, solo ve la pelota y todo el resto se ve borroso, y tampoco se necesita voluntad.
En el caso de este libro se demuestra que la mente tiene una manera de funcionar como el cuerpo en el deporte. La mente adentro suyo tiene la opción de funcionar como un «segundo cuerpo en movimiento» que funciona solo una vez iniciado el ejercicio de dejar pasar las ideas sin seguirlas. Pienso en el fútbol de nuevo y una de las primeras cosas que uno aprende pero parece contraintuitiva: no hay que perseguir la pelota corriendo detrás de ella, hay que mantener fija la posición e interceptarla cuando pasa en tu órbita.
En ese sentido el orden de los párrafos de “Como una música de cosas rompiéndose” no importa, igual que las pelotas en todos los juegos con pelotas no tienen un orden predefinido de cómo se mueven. El orden de las ideas que vienen a la cabeza no es un montaje consciente, es un conjunto de tensiones que aterrizan. Funcionan sin el permiso de la persona que está pensando.
Podría concluir con que este libro, en el ritmo y en el hábito (porque los párrafos vienen del ejercicio de tener un diario de vida, de ahí los extrae el autor), inventa un nuevo deporte que termina demostrando el placer asociado a la escritura y la lectura. Vuelvo a acordarme de las mañanas, en las que me despierto pensando y haciendo este examen de alternativas para ver si me levanto o no, cuando ese examen no busca encontrar una solución o respuesta de si levantarme o no, o ningún tipo de solución, y simplemente se les da el permiso de pasar a todos esos pensamientos y dudas como pelotas, se siente un relajo chistoso de las mañanas, una serenidad que da risa, y que uno sentía con facilidad cuando chico.
Florencia Edwards (1987) escribe y trabaja en tecnología. Una de sus experiencias favoritas, es que trabajó en un laboratorio de neurociencia ayudando a escribir y crear experimentos de electrofisiología en cucarachas y humanos. El 2009 ganó el primer lugar en el concurso de poesía Universidad Mayor con el poemario “Ya no van a haber robots: aventuras de motel”. El 2010 imprimió y encuadernó, como parte de una colección de libros artesanales creados por el grupo “La Faunita”, su libro de cuentos llamado “Historias de Terror para niños”. Al año siguiente, este libro se tradujo al Francés y se publicó por LC Editions bajo el nombre “Hitler in love”. El 2018 Lecturas Ediciones publicó la reedición de «Ya no van a haber robots». Actualmente trabaja en una novela corta, o un cuento largo sobre un inventor.
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