En penúltiMa disfrutamos mucho de los envíos espontáneos de lectores que nos proponen la publicación de algún texto. Nos hace sentir que la comunidad lectora se interesa por la revista hasta el punto de hacerla suya, de querer integrarse en la comunidad de penúltiMa. Por eso nos hace tanta ilusión compartir este relato inédito de Alejandra Szir. Que lo disfruten.
En una casa vivía una familia de cuatro personas: padre, madre y dos hijas. Tenían una mascota, un hámster enano al que las niñas llamaron Momo.
Era ya el tercero porque los animalitos no suelen vivir más de dos años y las niñas querían mascotas y perros y gatos les parecían a los padres muy complicados, especialmente durante las vacaciones. Para un hámster enano es más fácil conseguir a alguien que venga a darle de comer día por medio.
Ya se habían dado cuenta de que era distinto a todos los hámsteres que habían tenido hasta entonces. El primero, Mimi, era increíblemente dócil. Nunca mordía si lo alzabas. Una vez lo llevaron al veterinario porque tenía un tumor. Se sorprendió de que el animalillo fuese tan manso. Mimi era un caso único.
Muffin, en cambio, mordía demasiado, y fuerte.
Momo era un hámster intermedio. A veces mordía, pero no tan fuerte.
Todos tenían otro color de pelambre. El primero más gris, el segundo blanco y Momo color té con leche muy clarito, con mucha leche.
Y fue entonces, durante un verano más caluroso de lo habitual, que Momo empezó a cambiar.
El cambio de Momo lo atribuyeron al calor; en lugar de enrollarse en su madriguera (un tunelcito de aserrín en la jaula) como es la costumbre generalizada de estos roedores, solía extenderse impúdicamente en los lugares más curiosos. Uno de los favoritos era el comienzo del tobogán. También utilizaba el piso de plástico azul, donde solía adoptar una pose perruna. Incluso a veces se tiraba de espaldas, sobre el aserrín. Las patitas replegadas con ternura en su peluda superficie y un punto misterioso, que podía ser ano o sexo, visible justo abajo de su pancita, entre las piernas despatarradas.
La madre, que había considerado dejar morir al hámster de hambre porque no conseguían a nadie que lo cuidara esas vacaciones, se compadeció de él. Así fue como preguntó tanto, que encontraron a quien lo cuidara. Se irían de vacaciones tranquilos.
Las posturas del hámster enternecieron a todos. La hija más joven propuso enviar las fotografías a la redacción de la serie de animación We bare bears, porque un hámster tan adorable merecía transformarse en personaje.
El verano terminó, reanudaron el cole y otras actividades, y la niña olvidó estos proyectos.
La madre empezó a dormir mal. Le gustaba su trabajo, pero el deseo de hacerlo bien le ocasionaba mucho estrés. «Es que soy nueva», se decía. «Es solo una etapa».
En las noches de insomnio escuchaba a menudo a Momo correr en su rueda. Solo se dormía al imaginar a Momo durmiendo en una de sus posturas relajadas.
Una noche, bajó y lo miró a los ojos. Dos puntos negros como cuchillos en la pelambre mullida. Momo en la jaula no era feliz. Quería salir. Corría en su bola, las chicas le hacían circuitos con frazadas, pero no era lo mismo que abrir puertas y montarse en una bicicleta y en el tren y en el trabajo portarse bien. Momo supo que él podría.
La madre quiso la jaula, no le asustaba la corta expectativa de vida de los hámsteres enanos. Le gustaba la paz y relajación del roedor durmiente. Y el límite.
A la mañana siguiente, el padre y las hijas notaron que esposa y madre estaba algo distinta. El padre supuso que era la menopausia. Cualquier anomalía de su mujer la atribuía a un desarreglo hormonal. Ella estaba muy callada y feliz. Nunca había estado tan feliz.
¿Y el hámster? Momo seguía cambiando. Ahora, además de las poses exhibicionistas que adoptaba al dormir empezó a ser más activo de día y a estar más tranquilo por las noches. Le gustaba estar despierto cuando toda la familia estaba en la sala, si veían una serie en la tele parecía mirar también. Eso no les sorprendió.
Vivió dos años más de lo que suelen vivir los hámsteres. Eso tampoco les sorprendió.
Alejandra Szir es escritora, traductora y docente de español. Se licenció en Estudios Neerlandeses en la universidad de Leiden, donde también hizo la maestría de Estudios Latinoamericanos. Su último libro publicado es Las fronteras del yo. Entre señoras, prostitutas, indios y gauchos (Ravenswood Books, 2017) sobre el escritor holandés Jan Jacob Slauerhoff en Argentina.
Poe y compañía es la sección dedicada a la ficción en penúltiMa. Por necesidad un relato colgado en la web no debe ser muy largo, y eso nos recuerda a la unidad de impresión de la que habló el iniciador del cuento literario moderno. No nos parece mala cofradía para unirse a ella.
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