Publicado en 2009, Ojos que no ven, corazón desierto es uno de esos libros de cuentos que han ido labrándose una lenta peo muy segura trayectoria mediante el boca a boca que ha culminado con la reedición en versión digital, este mismo año, en una propuesta emergente que merece una especial atención: La moderna. La nueva edición aumenta hasta doce los relatos incluidos en este libro que fue el debut de Iris García Cuevas, pero en el que ya evidencia una maestría fuera de toda duda.
No hay nada más funesto que conocer el futuro y no saber evitarlo. Tirada tras tirada las cartas me anunciaron que nos espera la ruina. La Torre Fulminada junto al Carro previó la catástrofe al final de este viaje. Se lo hice saber. Le supliqué:
—¡Por favor, no regreses a Acapulco!
Pensó que quería retenerlo en Tijuana por celos del reencuentro con su esposa. Me obligó a acompañarlo, como si estar presente pudiera evitar que cogiera con ella o con cualquier otra que le diera la gana.
—Te juro que no es eso —traté de explicarle, pero él no quiso oírme. Terminó metiéndome al coche por la fuerza.
Viajamos en silencio. Él, la mirada fija en la carretera y el acelerador, a fondo. Si el coche volcara, el final sería menos tremendo. Pero eso no está escrito.
Saco la baraja y acomodo los taros para matar el tiempo.
—¿Qué pasa, según tú? —pregunta con sorna.
Aparto dos arcanos. A La Emperatriz le sigue El Ermitaño.
—El amante de tu mujer… —el resto de la predicción no escapa del cerco de mis labios.
Frena de golpe. Las cartas escurren de mis manos como vírgenes suicidas. Me toma del cabello y acerca su rostro al mío.
—¡No digas pendejadas! —escupe.
Piensa que ninguna mujer puede engañarlo.
No existen las casualidades. Recojo las cartas que han caído a mis pies; las interrogo. El Emperador, El Sol y La Muerte previenen un odio acumulado que no cesará hasta que la sangre lo diluya. El Ermitaño prepara la emboscada agazapado en las sombras, envidia su poder, quiere matarlo para tomar su lugar. La Emperatriz esconderá al traidor bajo su falda. Es ella quien ha urdido la venganza, atizando el resentimiento con un viejo dolor por algo muy preciado que perdió a causa de su esposo.
No recuerdo el nombre de la hija pero sí la historia: el padre la ofreció a uno de los capos, para que le dieran paso libre y protección en la frontera para sus burdeles.
—Es virgen y es hermosa —dijo, o así dicen que dijo.
Luego, la fotografía del cuerpo publicada en todos los periódicos: aparecía desnuda, tendida en la maleza del fondo del barranco como en un día de playa. Ni siquiera había cumplido los quince años.
A ella no le agradó la idea de fungir como enganche para facilitar los tratos de su padre. Arañó el rostro del protector, dicen, y él terminó matándola. Pero un trato es un trato, y a cambio de la vida de la hija el padre pudo establecerse en Tijuana con vientos favorables. De haber sido la madre, yo también lo odiaría, pero ese no es el caso.
La Sacerdotisa: compartiré su suerte, pero no puedo hacer ni decir nada. Sé que no va a creerme, nadie me ha creído nunca. Es una maldición. Conocer el futuro tampoco me sirvió para evitar la muerte de los míos.
Mi hermano enamoró a una prostituta, la sacó del burdel y se la llevó a casa de mis padres. Le dije:
—Toda la familia va a encontrarse con la muerte a causa de ella.
No me quiso hacer caso. A mi padre le parecía simpática.
—Haces mal en juzgarla —me decía.
—No la juzgo, solo aviso que nos traerá desgracias. Nadie escuchó. Vi cómo los mataron. Recuerdo que hicieron una fila con toda mi familia. Les fueron disparando uno a uno frente a mi hermano. Cuando tocó mi turno escuché por primera vez la voz autoritaria del que sería mi hombre:
—Esta no, me gusta para mí.
Yo tenía doce años y no quería morir. Se convirtió en mi ángel salvador.
La caseta de cobro a Chilpancingo. Eso significa que en menos de dos horas estaremos llegando. La frase a nuestro destino tiene un nuevo peso. Las cartas siguen en el piso del auto. Quiero saber qué pasa. Los Enamorados: los amantes conseguirán su propósito. La carta está al revés, así que el sabor del triunfo no les alegrará por mucho tiempo el paladar. Pero eso ya no importa; si ellos logran lo que se han propuesto, cuando esto ocurra nosotros ya estaremos enterrados.
La Luna, Las Estrellas y El Ahorcado: emociones en conflicto harán correr la sangre. La hija querrá vengarse. No es por amor al padre. El mando le corresponde por derecho y querrá recuperarlo. Urdirá en secreto la manera de deshacerse del usurpador. Azuzará al hermano para que sea él quien ejecute el castigo y ella quede incólume.
El Diablo, El Prestidigitador y La Rueda de la Fortuna: una fuerza irresistible vencerá las vacilaciones del brazo vengador. ¡El hijo derramará la sangre de la madre! La venganza será consumada.
El hubiera no existe, el destino se cumple en tiempo y forma. No somos más que el instrumento de las fuerzas del devenir. No hay voluntad que se oponga, pero no puedo evitar la idea de que nada de esto estaría pasando si nos hubiéramos quedado en Tijuana.
Miro mi propia imagen en el cristal de la ventanilla y pienso en el poco tiempo que me queda con ella. Dicen que cada vida es la calca de la vida anterior a menos que resolvamos los problemas que nos hemos creado. Si no, regresarán como la mala hierba.
No pienso en la muerte. Más bien, en lo que será de mí en la siguiente encarnación. ¿Estaré condenada a morir asesinada por la esposa de mi amante cada vez, a ver frente a mis ojos la muerte de los míos? Ya no importa. Si me dan a escoger, pediré no conocer nunca el futuro.
Me mira de reojo, no necesita ser clarividente para percatarse de mi turbación.
—¡Termina de una vez de recoger esas malditas cartas! —grita.
Guardo en el bolso las que tengo en la mano para que no se confundan con el resto. Levanto las demás. El Loco, El Mundo, La Justicia, La Templanza, La Fuerza, El Papa, El Juicio. Siete cartas. Lo que sigue de esta historia se librará en el plano del espíritu. El hijo sufrirá las consecuencias. El remordimiento de haber matado a su madre será más fuerte que las palabras de su hermana para tratar de convencerlo de que hizo lo correcto. Tratará de huir porque creerá que todos lo señalan y lo juzgan, pero el juicio más severo es el que él mismo se hace. Pobre alma. Lo imagino atosigado por el remordimiento. ¿Cómo perdonarse por haber vertido la sangre de su madre?
—Pero mató a tu padre —le dirá la hermana.
—¿No fue acaso mi padre quien provocó la muerte de mi primera hermana?
Él trata de romper el silencio. Su voz me saca de mis cavilaciones. No le gusta gritarme. Incluso puedo decir que me quiere a su manera.
—¿Sabes que tengo una hija?
No respondo, no puedo dejar de imaginarla fraguando la muerte de su propia madre.
—Es más o menos de tu edad. Ella es la que maneja las casas de Acapulco. Sabe hacer bien las cosas.
—No lo dudo.
Detiene el coche, el portón de la casa se abre. Entramos y bajamos del auto. Una joven —seguramente su hija— y una mujer madura pero guapa en la que reconozco a la esposa nos reciben. Ambas saben de mí como yo sé de ellas, pero en este negocio no hay lugar para reparar en pequeñeces. Lo importante es que soy la encargada de las casas de citas en Tijuana y hay negocios pendientes.
La hija me dedica un atisbo negligente antes de lanzarse a los brazos de su padre. La mujer me clava una mirada gélida en la que adivino que acaba de decidir mi suerte. Le pido al universo una señal. ¿A qué puedo acogerme para alterar el curso de los astros? Aprieto por instinto el bolso contra mi costado. Siento el bulto del revólver a través de la gamuza. Respiro. Tal vez haya una forma de cambiar el destino.

Iris García Cuevas (Acapulco, 1977). Ha publicado el libro de relatos Ojos que no ven, corazón desierto (Tierra Adentro, 2009; La Moderna, 2017) y la novela 36 Toneladas (ZETA, 2011), con la que obtuvo en 2008 el Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel Altamirano, en México, y en 2012 fue nominada al premio Silverio Cañada a mejor primera novela negra en la Semana Negra de Gijón, en España. Cuentos suyos han aparecido en una docena de antologías. Es coordinadora del festival Acapulco Noir.
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