Está llegando ya mismo a las librerías de la mano de Kriller71 un nuevo libro de Fernanda García Lao, Autobiografía con objetos, donde, como se indica en los paratextos del libro, la autora se hace preguntas  del tipo  ¿Cómo narrarse si la memoria es imprecisa, un híbrido entre invención y realidad? Asumiendo, como dijo Roland Barthes, que toda autobiografía es ficcional, Fernanda García Lao emprende un ejercicio literario a base de evocar aquellos objetos donde el recuerdo ancla y, al mismo tiempo, se construye. Entre el apego y el rescate del olvido, su autobiografía se despliega como un inventario o una maleta que contiene las piezas a través de las cuales se cuenta una vida: un moisés, una escayola, las sábanas mojadas, unos patines, la casa que hubo que dejar atrás y los apartamentos que vinieron, los cigarrillos robados al padre, una Vespa, pesos, pesetas, la Olivetti heredada y un test de embarazo. Cada una de estas cosas que la prosa poética de García Lao ilumina con una lengua delicada y precisa se enlazan con el cuerpo, la familia, el fin de la infancia, la pérdida, un exilio y el regreso al país. Fragmentos de experiencia se suceden en el relato de una primera persona que se narra en segunda y, como señala Alejandro Zambra en el precioso prólogo que acompaña a esta edición y que también compartimos con nuestros lectores gracias a la generosidad de la editorial, los recuerdos puros “son falsos o todo lo verdaderos que los recuerdos pueden llegar a ser”.

 

“Dolorosas flores de una singularidad cruel”, por Alejandro Zambra

«Durante mucho tiempo insistí en que había presenciado la escena de mi nacimiento», dice Koo-chan, al comienzo de Confesiones de una máscara, la novela de Yukio Mishima: «Cuando me ponía a contarla, los mayores se burlaban de mí». Un par de párrafos más adelante, después de reseñar la incredulidad de los adultos, apoya su relato en el recuerdo de «un balde de aspecto refrescante, hecho de madera, flamante y nuevo» en el que habría recibido el primer baño de su vida.

La novela entera nace de ese primer desacuerdo radical con los demás, con el mundo. Esa misma rebeldía hermosa y necesaria late en cada página de este libro de Fernanda García Lao. Ya sabemos que no existen los recuerdos puros: los inventamos, los modificamos, los alteramos para legitimar la felicidad o la angustia o la perplejidad presente. Pero saber que recordamos mal no nos exime del deseo de recordar bien, ni de la ilusión de haber acertado un recuerdo, como quien se vuelve millonario en un juego de azar. Así, las imágenes preciosas que inundan este libro («dolorosas flores de una singularidad cruel», para decirlo con palabras de la autora), provienen de un deseo de objetividad que paradójicamente genera apego cómplice y ternura rotunda.

Fernanda García Lao inventa aquí sus recuerdos puros, que son falsos o todo lo verdaderos que los recuerdos pueden llegar a ser. Los objetos –exhibidos en un museo personalísimo o arrumbados en una bodega, a la espera de un ataque de melancolía– producen a la criatura que décadas más tarde los vivifica para aferrarse a ellos con vacilante felicidad y orgullo. Un moisés («sensación de rama y sabanita»), una sillita reposera de tela blanda («cierto olor a baba, a tierra seca de patio») o un andador («puntas de pie coinciden con el suelo sin tocarlo»), funcionan, aquí, como el balde donde bañaron al personaje de Mishima.

«La infancia no viaja, se hace vieja, atrás», dice la voz que avanza a tientas por su propia biografía, sin contentarse con el puro valor referencial de su ejercicio. Sus recuerdos se vuelven, por lo tanto, nuestros. Sus objetos despiertan en nosotros el recuerdo de los objetos propios que generarían un libro similar. La infancia es siempre una ficción, un cuento que nos contamos a nosotros mismos, y una dictadura de los padres, de los adultos.

La amnesia infantil de pronto lo borra todo y por eso nuestros primeros recuerdos, a la altura de la adultez, se remontan a los tres o cuatro años de vida y son más bien sensaciones que elaboramos narrativamente. Si el mal de Funes nos condenara a recordar cada vez que nuestros padres nos cambiaron los pañales o nos salvaron de la muerte, sería difícil matar al padre: cualquier asomo de rebeldía o de ingratitud se vería neutralizado. Y si no nos cuidaron bien y estuviéramos en condiciones de recordarlo, de probarlo, matar al padre sería demasiado fácil y por lo tanto insustancial.

Quienes llevamos un par de décadas leyendo a Fernanda García Lao no sabíamos que esperábamos este libro que ahora nos permite releer su obra entera bajo otra luz u otra penumbra. Al pasar las páginas sobreviene la certeza de que este es un libro más encontrado que buscado: un proyecto que estaba allí, agazapado, en perpetuo estado de inminencia, y de pronto se volvió visible o urgente y hubo que escribirlo en una semana de maravillosa locura o a lo largo de años recolectando notas.

Para la autora, como para Yukio Mishima o Marcel Proust o Sandra Petrignani o tantísimos otros y otras, hablar de sí misma es hablar en plural. O más bien: para hablar en plural debe dirigirse, a zancadas valientes, hacia el interior. A Fernanda García Lao no le interesa contarnos su historia  deteniéndose en los giros inesperados de su pequeña o grandiosa odisea. Su humildad equivale a la ambición máxima de entregarnos unas imágenes a la vez falsas y verdaderas. Quiero decir: no bajar nunca la cabeza ante el misterio.

Ciudad de México, abril de 2022.

 

Fragmentos de Autobiografía con objetos de Fernanda García Lao

 

Andador que no avanza

Permanecer ahí, colgada. Puntas de pie coinciden con el suelo sin tocarlo. En lugar de pasos, taquigrafía o código morse sobre las baldosas. Bailecito en puntas. No entendés el sentido de moverse en horizontal. Tu mamá te lleva al médico, pero el diagnóstico descarta un asunto anatómico. Aprendés mal a caminar: sos un desequilibrio que termina en el suelo.

 

Garabato con pretensiones de lenguaje

Lentitud motriz inversamente proporcional al optimismo semántico de esos temblores sin forma definida que terminan estampados en los libros de tu padre. Espirales y cruces con ínfulas de conocimiento. Idioma condenado al olvido que sólo se entiende en el instante. Inventar un cuento cada vez frente a la familia, que tuerce la nariz en señal de suspicacia.

 

Pianito japonés arriba del ropero

Música inalcanzable que hay que pedir cada vez. Ni subida a una silla con los brazos extendidos, llegás. Que tu felicidad dependa de alguien más alto, te achica. La escasa dimensión del instrumento contrasta con tu deseo. Suenan mal sus teclas, peor que los ronquidos de tu abuela.

 

Disfraz de candombera

Mentiste mal y tu mamá se equivocó de negra. Era un 25 de mayo y no estabas en la lista para el acto. Las otras tienen canastos de tortas fritas, ropa para planchar en la cabeza. Vos, nada. Los brazos en jarra, volados y la cara ennegrecida con un corcho. Sos la esclava sin labor, a la espera de una revolución que no llega.

 

Agujero en el patio a la altura de los tobillos

Ves pasar por ahí a tus vecinas descalzas, del otro lado del muro. Hablás arrodillada, enviando la voz o algún juguete a la que es tu amiga. Transacción incómoda pero sutil que anula el muro y se hace costra en las rodillas.

 

Inodoro a la manera de bufete

Cenar sola en el baño te gusta, aunque la comida se enfríe y estés castigada. Hablas bajito para no alertar a los otros. Las ideas deben pronunciarse para que existan. En la cabeza se pierden. El baño se transforma en tu departamento de soltera. Reubicar el mobiliario mental sin moverse.

 

Pasaporte recién sellado

Que los cumplas feliz dicen personas con los pies en el cielo. Tu vida empieza de nuevo en un 747. Elegiste el libro y la muñeca. La biblioteca y los cuadros viajarán más lento, en la bodega de un barco. La infancia no viaja. Se hace vieja, atrás.

 

Lenguaje que hay que ocupar a las apuradas

Que lo tuyo es incorrezto, dice la franquista junto al pizarrón que ha mutado en pizarra. La cartuchera es el estuche. En el sur hace calor y en el norte, nieva. Hay un río que es un tajo. Te encerrás en el baño y subís los pies. Que una niña está en el wáter, dice una persona de tu tamaño mientras disimulás la soledad durante el recreo.

 

Botas soviéticas que te compra tu papá

Te observás en el espejo de la zapatería y no te gusta. La ausencia de plasticidad del cuero barato come las piernas hasta la rodilla. No las quiero, decís. Son demasiado duras. El bolsillo familiar no puede pagar las otras, las que están en la vidriera. Se las lleva puestas, dice tu padre. Sos un soldadito que camina raro, que se lastima mientras avanza. Pero no llora.

 

Reloj barato como señal

Que lo devuelvas, dice tu padre. Ningún hombre regala si no espera algo a cambio. Pero tu novio no es un hombre. Tiene dieciséis. Y el reloj no vale nada. Te ajustás el tiempo a la muñeca, desobedeciendo al padre, que muere a los pocos días. Te sacás el reloj. Dejás al novio. La tragedia se arrastra sin horario.

 

Dejamos aquí un enlace directo a la web de la editorial, desde la que pueden hacerte llegar el libro sin gastos de envío (a España), e incluso pagar en tres cuotas sin intereses: https://kriller71ediciones.com/coleccion-poesia/autobiografia-con-objetos/ 

 

Fernanda García Lao nació en Mendoza en 1966. Vivió en España desde 1976 hasta 1993. Es narradora, dramaturga y poeta. Ha escrito y dirigido piezas teatrales que le valieron, entre otros, el premio Antorchas. Publicó las novelas Muerta de hambre, primer premio del Fondo Nacional de las Artes; La perfecta otra cosaLa piel duraVagabundasFuera de la jaula y Nación Vacuna, los libros de cuentos Cómo usar un cuchillo y El tormento más puro, los poemarios Carnívora y Dolorosa. En coautoría con Guillermo Saccomanno escribió la novela erótico-epistolar Amor invertido y el libro de relatos Los que vienen de la noche. Ha sido traducida al inglés, al francés y al italiano. Su obra fue publicada en América Latina, España, Francia, Italia y Estados Unidos.

Fotografía de la autora: Isabel Wagemann