La periodista y gestora cultural María Laura Padrón sigue acercando lo mejor de la literatura venezolana a los lectores de penúltiMa. En este caso comparte una entrevista con el recientemente fallecido Armando Rojas Guardia. Sirva esta publicación, también, a modo de homenaje al poeta.
“Armando, cuando tú seas grande, ¿vas a ser poeta?”, preguntó de sopetón. Era una mañana corriente en el jardín de la casa de la tía Albertina y fue ella quien irrumpió en el silencio con una interrogante simple que quizás solo esperaba un sí o un no. Los pensamientos de Armando, quien sentado miraba las plantas, orbitaban en torno a ese espacio de naturaleza acotada. Él, con apenas cuatro años, y como si llevase rato preparando estas palabras premonitorias, respondió: “No es que lo voy a ser, ya lo soy”.
En un brevísimo encuentro bajo la sombra de los árboles en la plaza de Los Palos Grandes, en Caracas, Armando Rojas Guardia (1949-2020) empezó relatando este episodio de la infancia. Desde que era pequeñito acarició la idea de “ser poeta”, influenciado primero por su padre, Pablo Rojas Guardia, quien era uno “relativamente reconocido” en Venezuela y, sin cuya presencia tutelar, no se le hubiese ocurrido la poesía como forma de vida.
Ese deseo de escribir, que durante tanto tiempo latió feroz, se concretó cuando cumplió 15 años y cayó en sus manos el poemario Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca. “Ese libro literalmente me deslumbró, leyéndolo me dije a mí mismo: ‘Esto es lo que yo quiero ser: un poeta’”; y aunque más tarde se destacaría también por sus ensayos y sus talleres literarios, la historia le tendría reservado ese lugar. Hoy, que sus lectores, alumnos y amigos, siguen resonando con el mandato: “Vivir poéticamente”, su estampa es la de un poeta indudable.
Armando Rojas Guardia nació en Caracas, pero sus primeros siete años transcurrieron fuera del país, debido a las labores de diplomático de su padre. Recorrió, junto a su familia, un largo periplo por Martinica, Checoslovaquia, Haití, Nicaragua; de modo que este período se caracterizó por representar una lejanía con respecto a Venezuela. Sin embargo, nunca perdió “la viva conciencia de ser venezolano”, pues tanto su papá como su mamá se empeñaron en mantenerla en el hogar.
¿Qué imprimió en su carácter de niño la estancia en estos lugares?
El hecho de que yo haya vivido siete años en el extranjero marcó mi relación con el idioma, por ejemplo. Hablaba español en el interior de mi casa pero fuera del ámbito familiar hablaba en otros idiomas, en checo y en francés. Algo debió imprimirse en mi relación con el idioma porque recuerdo que en sexto grado un compañerito me dijo: “Armando, ¿por qué tú no hablas como todo el mundo?”. Yo creo que esa experiencia de una relación especial con el español determinó que yo pronunciara oral y por escrito las palabras de una manera distinta a como las hablan y pronuncian mis compatriotas.
¿Recuerda alguna de esas palabras?
No, no recuerdo absolutamente nada. Por otra parte, mi infancia fue la infancia de un niño solitario, introvertido, volcado hacia su propia subjetividad. A los ocho años mis padres me inscribieron en el colegio San Ignacio de Loyola, en Caracas, un acontecimiento crucial en mi vida pues la formación jesuítica fue absolutamente determinante. Fue una formación intelectual y humana repleta de alegría vital y de preocupación social. Yo soy un producto típico de la formación jesuítica.
Una preocupación social que se refleja en su obra…
Así es. La preocupación social que recorre vertebralmente mi obra ensayística y poética es impensable sin esa formación jesuítica.
En el prólogo de El dios de la intemperie, Juan Liscano se refiere a usted como un cristiano adogmático, incluso lo llamó rebelde. ¿Qué pasó en su vida que durante un tiempo apartó de sí la vida cristiana y quiso romper con ciertos moldes?
Bueno, la formación jesuítica me insufló un talante muy crítico, pues los jesuitas representan la vanguardia intelectual de la Iglesia católica y la formación que imparten se caracteriza por ostentar un profundo espíritu crítico. Si a eso se le suma que yo descubrí muy precozmente mi homosexualidad, eso determina que mi relación con la experiencia religiosa fue totalmente problemática, porque hasta el día de hoy la mentalidad prevaleciente en la Iglesia católica es muy negativa con respecto a la homosexualidad. Eso hizo que mi vinculación con la fe fuera conflictiva, problemática, y además mi talante psíquico desde muy chiquito se caracterizó por leer interrogantes, problemas y dudas allí donde la mayoría solo lee obviedades y evidencias. Mi relación con la realidad siempre fue problemática, creo que eso hace de mí un hombre enormemente crítico.
Un sentido crítico que no le impide creer…
Cuando llegué a los 29 años, yo decidí separarme de toda práctica cristiana porque necesitaba reencontrar mi propio cuerpo, mi propia instintividad y mi propia inclinación sexual, tenía que reconciliarme con ella; y por lo tanto tenía que poner entre paréntesis la fe cristiana, porque la fe cristiana usual, habitual, convencional, rechazaba la homosexualidad. Entonces pasaron cinco años en los que yo viví alejado de toda práctica de la fe. Sin embargo, por debajo, subterráneamente, yo sentía una profunda nostalgia. Un día decidí agarrar el toro por los cuernos y encararme conmigo mismo. Decidí pasar varios días de retiro espiritual en una casa que los jesuitas tienen en una zona llamada La Cascada de la Virgen, que queda cerca de Los Teques. Yo pedí una habitación en esa casa y esos fueron unos días de gracia porque me reencontré jubilosa y gozosamente con la fe cristiana y me di cuenta de que la fe cristiana es absolutamente compatible con la homosexualidad asumida.
El amor a los otros: creencia fundamental del cristianismo. ¿Cuál es su concepción del amor, no solamente del Eros, sino del amor fraternal? ¿Cómo vive este mandamiento primordial?
El amor es el pivote de la fe cristiana. Todo lo que el judeocristianismo tiene que decirle al hombre se resume en la pregunta de Dios a Caín inmediatamente después del asesinato de Abel: “¿Dónde está tu hermano?”. Esa pregunta que le dirige Dios a Caín nos la hace Dios a cada uno de nosotros: “¿Dónde está tu hermano?”. De modo que la fraternidad es el hecho pivotal de la actitud judeo cristiana frente al mundo. ¿Y qué es el amor cristiana y bíblicamente entendido? Es la capacidad de dar sin cálculo, ni medida. Es el amor, que es Dios mismo derramado íntegro en nuestro corazón. Cristo, en el Evangelio, en los cuatro evangelios canónicos, nos invita a amar como Dios mismo ama. Es decir, un amor puramente gratuito que no repara en los méritos de aquel que recibe el amor sino que lo ama de una manera incondicional. De modo que el amor es eso: la capacidad de dar sin cálculo y sin medida.
Durante toda su vida usted ha procurado amar hasta el extremo, amar dándose…
He procurado. Siempre uno está por debajo de esa exigencia, pero ese es el nervio fundamental de mi vida.
Quienes lo leemos, ¿podemos decir: “Armando Rojas Guardia nos está amando”?
Así es porque la poesía es para mí un pan sagrado que se comparte. Yo nunca escribo para mí solo. Tengo siempre en la mente al lector. Si establezco una analogía podría decir que con la poesía pasa lo que ocurre con la Eucaristía, es decir, el acto cristiano por excelencia es el de partir, repartir y compartir el pan. La noche en la que iba a ser entregado al suplicio y a la muerte, Cristo partió, repartió y compartió el pan con sus amigos diciéndoles que en adelante hicieran ese mismo gesto de partir, repartir y compartir el pan en memoria suya. Por lo que cada vez que en nombre de Jesús partimos, repartimos y compartimos el pan nos comulgamos los unos a los otros. Bueno, la poesía, analógicamente, se parece a ese gesto eucarístico porque la poesía es el pan sagrado que es necesario partir, repartir y compartir con los demás.
¿Y qué es ser poeta? Cuestión sencilla para usted que lo tenía claro desde siempre
Bueno, la poesía implica una espiritualidad. Hay que aceptar la subjetividad, hay que estudiar la espiritualidad del propio idioma, hay que conocer la tradición lírica a la que uno pertenece. Ser poeta es tratar no solo de escribir sino de vivir poéticamente.
María Laura Padrón (Puerto Cabello, 1992). Transeúnte y periodista. Vive en la búsqueda permanente de las historias detrás de los rostros, gestos, pisadas. Haciendo malabares en este mundo circense, en el que aspira jamás perder la capacidad de asombro ante lo que, en apariencia, resulta nimio. Su trabajo periodístico ha sido publicado en los diarios venezolanos El Nacional y Notitarde y en la revista digital Clímax.
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