No son muchas, apenas un puñado, de editoriales las que pueden presumir de verdadera independencia. Muchas están encerradas en las necesidades económicas, otras en las ideológicas, pero libres, verdaderamente libres, hay muy pocas. Entre esas, contadísimas, destaca Libros corrientes, capaces de publicar libros que desmitifican a santones de la derecha o de la izquierda, que revisan el origen histórico de prácticas hoy naturalizadas o que recuperan textos verdaderamente necesarios en el mundo gregario en que nos movemos. Un ejemplo perfecto es la correspondencia entre Zola y Cézanne, donde además de cuestiones artísticas se airean sus diferencias ideológicas e, incluso, morales, que muchas veces se han querido obviar porque no interesa. Un ejemplo de todo esto es el prólogo del libro, redactado por los editores, donde no dejan títere con cabeza, y que por eso molesta tanto a los fascistas de izquierda como a los estalinistas de derecha. Una primicia maravillosa para los lectores de penúltiMa.

 

De tiempo en tiempo, un personaje señalado del mundo de la cultura es condenado por sus actos o posicionamientos. En los últimos tiempos, cabe señalar a Martin Heidegger, Louis-Ferdinand Céline o Pablo Neruda, entre los más egregios: nacionalsocialista, antisemita, agresor sexual. Sin embargo, cuando se mira en perspectiva, parece que se tratara, más que de un acto de justicia, de chivos expiatorios que permiten a la mayoría mantener su prestigio y no tener que rendir cuentas por ciertos episodios. Se cita a menudo a Renan cuando señala que «el olvido, y hasta yo diría que el error histórico, son un factor esencial en la creación de una nación», pero no por manida deja de ser certera la frase. Los flecos de estos olvidos activos siguen muy a la vista; los sacrificios de las pocas victimas propiciatorias no los cubren. Antonio Merino cita varios ejemplos en su introducción al volumen III de los ensayos completos de César Vallejo, publicados por esta misma editorial: «¿Cómo vamos a leer (me refiero al hecho mismo de la lectura) al poeta Gerardo Diego después de las «loas» dirigidas hacia la Luftwaffe alemana, tras devastar la ciudad de Guernica en plena Guerra Civil Española?» Y se pueden añadir a la lista las vacas sagradas que se quieran: Antonio Machado recibiendo un homenaje del dictador Miguel Primo de Rivera y su hijo José Antonio; José Bergamín prologando un libro que pedía el exterminio físico de militantes del POUM a sabiendas de que todo él estaba basado en información falsa; Blas de Otero activo falangista; Manuel de Falla felicitando a Franco por carta por la victoria o Zuloaga pintando el cristo central de la basílica del Valle de los Caídos; Simone de Beauvoir suspendida en 1943 para ejercer la maestría tras la denuncia de una de las madres de las varias alumnas y alumnos con las que mantenía relaciones sexuales; Thomas Jefferson, el abolicionista, defendiendo la inferioridad «tanto corporal como mental» de los negros; Degas, furibundo antisemita; Mary Wollestonecraft maldiciendo a las mujeres de la Marcha sobre Versalles… Cuáles son las razones por las que se elige a unos y se exonera a otros sin juicio no es, claro, baladí.

La resistencia a juzgar a estas vacas sagradas es tal que, en el caso en que los datos son públicos y están contrastados, como último recurso de absolución al personaje, se argumenta la contundentemente separación entre vida y obra. Así, en la pintura de Degas no habría antisemitismo, ni nacionalcatolicismo en la obra de Zuloaga o Falla, ni estalinismo en la prosa o poesía de Bergamin o defensa del abuso de autoridad en la de Simone de Beauvoir. Sin embargo, ¿llevará razón Adorno cuando escribe que «si escuchamos a Beethoven y no oímos nada de la burguesía revolucionaria —no el eco de sus proclamas, sino más bien la necesidad de cumplirlas, el reclamo de esa totalidad en la que la razón y la libertad tendrán su justificación— estamos entendiendo a Beethoven no mucho mejor que aquel que no puede seguir el contenido puramente musical de sus pieza»?

Cuando se nos pasó por la cabeza el presente volumen, no fue la atracción por los grandes nombres la que nos llevó a trabajar en él. Más bien quisimos aprovechar la fascinación que estos nombres producen para tratar de dar respuesta a las dudas planteadas anteriormente, que desde hace tiempo nos asaltan. Es decir: ¿hasta qué punto la pintura del icono de la modernidad pictórica, Paul Cézanne, se ve influenciada por el patriotismo del personaje? ¿Hasta qué punto transluce su catolicismo radical? Según menciona Robert Lethbridge en el texto que incluimos, algunos de sus defensores consideraban su «clasicismo inseparable de su nacionalismo artístico». Parece que Cézanne nunca quiso distanciarse de esa idea. Por la otra parte, encontramos a Cézanne diciéndole a Joachim Gasquet que pintar un paisaje es «evocar su religión» o, en el mismo pasaje, equiparando Dios y naturaleza; él, un paisajista, que, como por arte de birlibirloque, tras una declaración así, pasaría ahora a hacer pintura religiosa.

O en Émile Zola, ¿hasta qué punto su obra se ve influida por su ideología política, acaso de otros signo de lo que se suele crees? En 1871 encontramos al retratista de la clase trabajadora escribiendo crónicas en las que justifica la matanza de decenas de miles de los integrantes de la Comuna de París como una «horrible necesidad», lamentando, en el mismo texto, los destrozos de mobiliario público y «palacios de nuestros reyes» y pidiendo «guardar en París el recuerdo material de la insurrección del 18 de marzo» (cosa que el general Thiers hizo encarnarse exhibiendo públicamente los cadáveres de los insurrectos). Desde luego, el obrero que Zola representa en sus narraciones no era ni el communard ni el militante de la Internacional. Es, más bien, el trabajador noble: el resignado, como aparece en el cuento que escribió que poco después de la Comuna escribiera y que incluimos en este volumen, «El paro». El libro de Paul Lidsky, Los escritores contra la Comuna, editado recientemente por Dirección Única, es una fuente absolutamente imprescindible para pensar sobre estas cuestiones.

Pero ya la misma relación, o más bien su relato, nos resultó, una vez comenzamos a indagar en ella, muy significativa. El relato oficial durante mucho tiempo aceptado —y que el descubrimiento reciente de una carta posterior a la llamada «última» ha invalidado—, en la que Cézanne, supuestamente, agradece a Zola el envío de su novela La obra para poner, reglón seguido, fin a la relación ofendido por la caricatura de su persona que el personaje principal de la misma, Claude Lantier, encarna. Invalidada esta lectura durante tanto tiempo aceptada, las vicisitudes de la relación entre ambos autores pasan, en cambio, por diversas tomas de partido que acaban poniendo fin a la relación. Entre las tomas que polarizaron y acabaron con la relación, analizadas magistralmente en el texto de Robert Lethbridge que incluimos, surge como principal el caso Dreyfus, que situó a los patriotas republicanos frente a sus homólogos católicos. Pero no es la única. También la toma de partido de Zola por Manet frente a Cézanne como icono de la modernidad, o los mundanos roces entre ambos matrimonios están entre los factores a tener en cuenta. Las vidas paralelas de ambos son una radiografía de la cultura política de su época y el uso partidista, no solo de las figuras, sino de su relación y ruptura, son un documento histórico de primer orden. En un libro anterior de esta editorial, Las hijas de Karl Marx, realizábamos un ejercicio similar pero focalizando el relato en otros personajes, la familia Marx. Ambos libros comparten una misma época; sin embargo, de no explicitarse, parecen ser épocas muy dispares, sin nada en común: el problema de la representación pictórica está tan ausente de una como la Internacional de la otra. Quizá, el evento que supuso la irrupción de la Comuna sea lo único en común, y las respuestas de ambos grupos sociales a la misma son tan antagónicas (pese a lo que se pueda creer) que incluso podemos llegar a dudar de que el referente sea el mismo.

 

Émile Zola / Paul Cézanne

CONTENIDOS DEL LIBRO

Selección de la correspondencia entre Zola y Cézanne

[ Doce cartas de Zola y  una de Cézanne INÉDITAS EN CASTELLANO]

Incluye, además de diversos dibujos e ilustraciones, los documentos siguientes:

Robert Lethbridge, Reconsiderar a Zola y Cézanne: biografía, política y crítica de arte [INÉDITO EN CASTELLANO]

Émile Zola, Proudhon y Courbet (1865)

Émile Zola, A mi amigo Paul Cézanne (1866)

Émile Zola, última crónica de la Comuna (7 de junio de 1871) [INÉDITA EN CASTELLANO]

Émile Zola, El paro (1872)

Émile Zola, Yo acuso. Carta a Monsieur Félix Faure (1898)

Léo Larguier, El Domingo con Paul Cézanne (1901)

La amistad entre Émile Zola y Paul Cézanne se erige como uno de los más reseñables jalones del mundo cultural europeo, y su correspondencia es una ventana privilegiada. Uno de los más prominentes escritores del siglo XIX y uno de los pintores más grandes de la historia, ambos, iconos de la modernidad, dejan ver sus debilidades a lo largo de una relación epistolar que, como por arte de birlibirloque, acaba bruscamente, de un modo que ha dado lugar a las lecturas más esotéricas.

En el centro de la ruptura siempre se ha situado el caso Dreyfuss, en el que todos los personajes públicos se vieron obligados a posicionarse. Pero si se escarba un poco más, descubrimos que este no es, ni mucho menos, el principal motivo de ruptura, ni tampoco la publicación de la novela La obra (con la que, supuestamente, Cézanne se sintió ofendido al encontrarse retratado como perdedor).

El descubrimiento de una nueva carta de Cézanne posterior a la considerada la «carta de ruptura» (por primera vez traducida al castellano en este volumen) ha hecho que estudiosos y curiosos se volvieran a preocupar por las vicisitudes de la relación y su final, ahora parece que no tan abrupto, en el que no solo las decisiones políticas o los egos sino también los roces familiares y la consideración artística mutua tuvieron un importante lugar. En el presente volumen, además de una selección representativa de las cartas (incluida la carta recién descubierta de Cézanne y una docena de cartas de Zola inéditas en castellano), se incluyen otros materiales (entre los que cabe destacar una crónica, también inédita en castellano, de Zola sobre la Comuna de París), entre ellos, un iluminador prólogo de Robert Lethbridgecríticas de arte, ensayos, testimonios de y a terceros, diverso material gráfico y hasta un relato de Zola; todo con la intención de arrojar luz sobre las personalidades de ambos y sobre su compleja relación