El director de todo esto vio un documental sobre la figura de Alvar Aalto y se quedó perplejo del modo superficial en el que se trata su obra y cómo se resaltan aspectos personales totalmente banales y secundarios para entender lo determinante de su legado.
La plétora de plataformas digitales que tenemos a nuestra disposición hoy ha facilitado que haya muchos más materiales al alcance de los espectadores, y que, como sucede en el caso del documental, se hayan multiplicado exponencialmente. Ahora bien, documentales como este que nos ocupa, Aalto, sirven como ejemplo perfecto de lo que sucede cuando dos profesionales de la industria audiovisual oyen campanas y se acercan a la obra de una figura prominente de otro campo. Y más aún cuando lo hacen con una perspectiva completamente errónea.
Una de las respuestas más habituales que el tesinando o investigador recibe cuando postula un artículo a una revista universitaria es una bibliografía en la que un experto de los que han sido a hace la evaluación por pares del texto le informa de todos los textos donde ya se ha tratado ese asunto que a él le parece novedoso y, en muchas ocasiones, bajo el mismo enfoque. Desconocer el trabajo académico es algo habitual, y más cuando ni siquiera es el campo de uno, pero eso no exime de ser reprendido cuando uno quiere ir por ahí descubriendo mediterráneos. La perspectiva de género, tan necesaria en casi todos los sentidos, está sirviendo, también, como trampolín o palanca para numerosos dislates donde, lejos de revolucionar el terreno, se evidencia la incultura de los que ponen en circulación ciertas producciones artísticas. Sucedió, por ejemplo, con el caso de las ahora ya más que conocidas como «las Sinsombrero», donde alguien tuvo la genial idea de descubrirnos mediante un documental a un grupo de mujeres artistas e intelectuales que cualquier persona medianamente formada ya conocía de sobra. Algo parecido sucede en buena medida con este Aalto, donde, lo subrayo porque me parece paradójico, dos mujeres, la realizadora Virpi Suutari y la guionista Jussi Rautaniemi, deciden «descubrirnos» que detrás de la figura de Alvar Aalto estuvieron dos mujeres, en concreto sus dos esposas: Aino Marsio y Elissa Mäkiniemi. Las dos, por cierto, adoptaron el apellido de su esposo, por lo que no es infrecuente referirse a ellas como Aino Aalto y Elissa Aalto. He usado las comillas porque, como sabe cualquier persona medianamente interesada en la trayectoria de Aalto, se sabe que Aino no solo fue una devota esposa, sino una colaboradora fundamental para entender la evolución de su arquitectura, y en la práctica coautora, cuando no única autora, de buena parte de los diseños de mobiliario que, los dos, comercializaron a través de la empresa Artek. Enfatizo en esto porque los dos fueron socios en todo momento y en no pocas ocasiones está documentado que Aalto convencía a sus clientes o imponía la colaboración de Aino como especialista en el diseño de interiores y mobiliario. Esto es algo sabido, el documental no viene a saldar una injusticia, apenas evidencia que ni la directora ni la guionista están muy formadas en lo que se refiere a Aalto.
Pero más paradójico si cabe es el caso de Elissa. Tras la muerte temprana de Aino, provocada por un cáncer, Aalto rehizo su vida tres años más con una joven, casi veinticinco años menos que él, que había sido su discípula en su estudio de arquitectura y que permaneció como su asistente hasta la muerte de Aalto en 1978. No deja de ser curioso que se pretenda convencer al espectador de que una mujer que se casa con el arquitecto reconocido ya mundialmente, y del que fue alumna, puede ser una figura de similar parangón y que tenga que venir el documental a desagraviarla. No lo pretende, de hecho, y eso es lo más curioso, porque el hilo argumentativo del documental, transido de otras voces que desconocemos (es esa una de las grandes pegas del documental, no sabemos quién está hablando la mitad de las veces y lo escuchamos sin saber por qué es importante lo que ese alguien diga sobre Aalto), nos dice que es así, pero ni en los textos promocionales ni en la sinopsis se llega siquiera a mencionar a Elissa. O sea, que hay esposas de primera y de segunda a ojos de la promoción de la película. Posiblemente tenga que ver con que la productora, ante la insistencia o montaje final del film, diera por imposible modificar la película pero sí decidiera obviar lo indefendible a la hora de intentar distribuirla.
Mal negocio es este de inventar la Historia. Si hay algo dúctil y cambiante, eso es el pasado, todos estamos de acuerdo en ello, y está bastante claro que la batalla comunicativa de cierta parte del feminismo se ha volcado en la rescritura del pasado sin reparar en lo endeble de muchos de los argumentos que pretenden sólidos. Todo bien hasta ahí, en eso el feminismo victorioso, con ministerios y todo, no se diferencia de cualquier movimiento más o menos ideologizado. Ahora bien, quizás hay que tener un poco de vergüenza al hacerlo. Si se quiere reivindicar el trabajo de Aino Marsio y Elissa Mäkiniemi, algo completamente comprensible y a lo que me sumo, yo haría un documental que se llamara, por ejemplo, «Aino Marsio y Elissa Mäkiniemi». No «Aalto». Esto por un lado, puede parecer algo evidente, pero se conoce que se les ha pasado. O quizás se deba a que el legado de Aalto es incontrovertible, o cuanto menos, evidente. Pero es que, además, si uno se decide a hacer un documental sobre arquitectura, sobre la del esposo o las esposas, tanto da, conviene formarse un poco en lo tocante a arquitectura, también es deseable que el espectador sepa de quiénes son esas voces que escucha, de hecho la única cosa interesante y novedosa de todo el documental, relacionada con la muerte del carpintero con que trabajaban Aino y Alvar en los muebles como final del esplendor mobiliario de la pareja, no sabemos quién la dice, posiblemente sea Pallasmaä por tratarse de alguien que habla en suomi, pero no es el único de los arquitectos fineses que hablan, así que vaya usted a saber.
Por otro lado, como es obvio, lo mejor del documental son los planos en los que podemos disfrutar de los edificios de Aalto, pero eso no es mérito del documental, ni de la directora ni de la guionista, y si me apuran ni siquiera del camarógrafo. Es mérito de Aalto, que fue quien construyó esos edificios. Piensa uno que, tras haber acudido a aquellos lugares a grabar, tras haber escuchado a expertos en su obra y registrar sus opiniones, habrían sido capaces de hacer algo donde se le explicara al espectador por qué es tan grande Aalto, qué hace a sus edificios únicos, por qué modificó la historia de la arquitectura. El espectador no encontrará nada de eso, el documental no sirve, ni siquiera, como divulgador de su obra. Es una de las cosas más absurdas que puede uno echarse a la cara.
Decepcionante, pobre, carente de toda ambición a la hora de desentrañar la obra de Aalto, este documental prefiere desarrollar una reivindicación tan innecesaria como ingenua de las mujeres que acompañaron la vida del arquitecto. Si hubieran leído uno solo de los libros que se han escrito sobre él se hubieran ahorrado el documental entero. Ahora ya solo queda esperar a los loros que comenzarán a repetir, fascinados, que hay que resaltar la labor de Aino Marsio y Elissa Mäkiniemi, opacadas por el tirano de su marido. Hay demasiado idiota que no abre un solo libro y no hace más que pasarse las horas frente al televisor. El mundo lo dirige esta masa de opinadores que ponen estrellitas en las plataformas, cuelgan su valoración en Goodreads y le dan al pulgar arriba en las redes sociales. Que Aalto nos coja confesados.
Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor, crítico y traductor. Su libro más reciente es NOLA (Jekyill & Jill, España y Festina, Ciudad de México, 2021). Además ha publicado la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe, la novela Lima y limón, editada en cuatro países y en digital, y Mezclados y agitados, entre otros.
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