Hasta aquí llegamos. Hoy termina la novela. Quizás para algunos empiece, porque ahora que está colgada completa se decidirán a leerla a su ritmo. Para otros supondrá el final de un romance, que comenzó en el verano (boreal) y llegó hasta este invierno que se ha saltado al invierno. Habrá sido para otros acicate de lecturas y para otros remanso y punto de descanso. En fin, lo importante es que ha sido, ha ocurrido aquí gracias ala generosidad de Javier Sáez de Ibarra que va por ahí regalando novelas para los lectores atentos. Muchas gracias a todos: a Sáez de Ibarra y a los lectores. Aquí les dejo el final de la novela.

 

Encontramos un hotel y una habitación para los dos. Dejamos el equipaje y, tal como estábamos, salimos a caminar.

Nos movimos juntos por aquella ciudad. Nada en ella significaba lo más mínimo para ninguno. Su hijo se encontraba en un centro de las afueras, donde iría a visitarlo, y quizá a llevárselo de regreso si todo iba bien, según habían quedado. En cuanto a mí, colé a la persona que me esperaba la mentira de que el tren aún no había sido reparado y llegaríamos al día siguiente.

Conservaba mis preguntas; quizá todo aquello no condujese a nada. Apenas sabía quién era aquella mujer. Si sería posible una vida común. Si ella podría aceptarme. ¿Cómo iba a saberlo? ¿Y en qué momento lo averiguaríamos? Quizá nos esperaba un trastazo. (Me gusta esa palabra.) Dos trastazos, mejor dicho. En un lugar imprevisible.

Nos besamos en un parque público, detrás de unos arbustos, madroños parecían, muy crecidos. Sin que nos vieran. Cenamos una cena lenta, escogida mediante señas y risas, a la luz de unas bombillas y bajo un ventilador ruidoso, pero al menos práctico. Hablamos.

Sólo contaré lo que yo dije. Ella me había preguntado. Yo dije:

 

– Sentí que quise hacerlo, sentir el tacto de tu mano, y que no otra cosa era lo que buscaba.

 

Y también lo que ella me preguntó:

 

– ¿No quisiste saberlo?

– Para qué quiero una maleta que me ayude. Si te tuve a ti entreteniéndome.

– Yo sé lo que había.

– ¡La abriste sin avisarme!

– Aquella misma mañana. ¿No quieres que te lo diga?

– No.

Había un reloj.

 

 

– Precisamente yo perdí el mío, ¿lo sabías?

– Un reloj de pulsera. Lo dejé allí.

– ¿No sería un cronómetro?

– Sólo un reloj –me dijo–. Lo que tú necesitabas.

 

Javier Sáez de Ibarra trabaja en un instituto donde imparte Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen SalvajeEl CuadernoQuimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año. Fantasía lumpen es su último libro publicado.

Por entregas es una sección que, siguiendo la estela del folletín, alberga piezas publicadas de modo seriado.