Una amiga colgó en sus redes sociales una foto donde protestaba porque el jean se le estalló. Se le había enganchado, dijo. Pero en la foto se veía estallado. Ese jean ya no estaba preparado para contenerla. Pero ella prefería leer lo sucedido como un desgarro, un enganche. La suerte no se busca, se encuentra, como las roturas de los pantalones. Algunos pensarían que lo sucedido era algo molesto, en cambio otros comprenderían que los pantalones han mandado un mensaje. No necesariamente uno malo. Maduramos, crecemos, dejamos de caber donde antes habríamos estado a gusto, holgados, con espacio de sobra. ¿Engordamos o nos hicimos grandes? Qué más da. Ahora somos más. Es una suerte, no dejamos de crecer, como la novela de Sáez de Ibarra, que no deja de crecer, en todos los sentidos, y siempre buenos, siempre da para más. Más cada vez. Cada vez más.

 

Pues bien, de camino la encontré. O, mejor dicho, me encontró ella a mí; apareció a mi lado, seria, agotada, habiéndose esforzado en tirar con una mano de una maleta considerablemente grande, acarreando con la otra una bastante más pequeña, y no sucumbir al peso de un bolso y un bolsito que sostenía con el mismo hombro.

 

– Déjeme que la ayude.

– Gracias.

 

Me hice con la maleta grande y el mayor de los bolsos. Ella no se resistió. Contenía su rostro crispado por el esfuerzo. “Alguien debería estar aquí para atendernos”, se quejó, “qué vergüenza… Primera clase”.

 

– Es para que sepamos lo que tienen que pasar otros –bromeé.

– Ya.

– Mire esos hombres. Todo el día cargando bultos de acá para allá… Y con este sol. Es terrible. ¿Se ha fijado? –suspiró por toda respuesta–. ¿Sabe? Esta mañana, en la madrugada, salí del tren. Era una noche muy hermosa.

– Ya puede escribirlo en su libretita si quiere.

 

Me molestó su comentario. Podía callar inmediatamente.

 

– Usted estaba dormida.

– ¡Ah, sí?

– Yo quise mirarla por la ventanilla, ¿sabe?… Pero no se veía nada.

– ¿Y cómo sabe que yo no lo vi de mi lado?

– No puede ser –dije, burlón–. ¿En serio? ¿Tú…?

– Por favor, no hablemos más de esto –repuso.

 

Continuamos llevando su equipaje por el suelo pedregoso, penosamente.

No sé explicar cómo me sentía en aquellos momentos: ayudándola, habiéndola molestado, con deseos de hablar cuando una hora antes había sido incapaz de conducir la conversación… Era una suerte haberla encontrado ahí, era una desgracia tener que partir, era una suerte poder viajar juntos, era una desgracia todo.

Un hombre de azul, ya más cerca, con un brazo en alto nos hacía señas para que nos apurásemos; nos gritaba… nos recriminaba.

 

Javier Sáez de Ibarra trabaja en un instituto donde imparte Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen SalvajeEl CuadernoQuimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año. Fantasía lumpen es su último libro publicado.

Por entregas es una sección que, siguiendo la estela del folletín, alberga piezas publicadas de modo seriado.