Cuando vi el título de este capítulo (yo lo veo cuando Sáez de Ibarra nos lo envía, un poco antes que ustedes, claro), se me vino a la cabeza inmediatamente una de las novelas menos reivindicadas de Galdós, El amigo manso. Esa novela, que está escrita bastante pronto dentro de la trayectoria de don Benito el Garbancero (dice mucho que se pretenda denigrar a alguien aludiendo a un alimento tan excelso, pero esas cosas Valle no las entendía), está protagonizada por un personaje. Puede parecer una obviedad, pero no lo es, y menos teniendo en cuenta que esté escrita en pleno fervor realista. Lo repito: está protagonizada y narrada por un personaje, alguien que se presenta como tal, que dice no ser más que una ficción creada para contar una historia. Esto, en medio de una estética que pretende hacerse pasar por verdadera, como algo real, como era el realismo, es un hito, un acto casi terrorista, un delirio genial, un ejercicio de anticipación, un escándalo, una genialidad. Si no es noticia es porque los textos de Galdós están llenos de cosas así, no es algo excepcional, es la tónica. Pero no por ello debe ser ignorado o pasado por alto. La literatura está hecha de seres que no existen, incluso cuando se pretende postular ante el lector como real. Y ya otro día si quieren hablamos de la denuncia que le ha puesto a Carrére su ex mujer por su última novela. Hay para todo un tratado del estatuto de la ficción ahí, pero no quiero entretenerles más, pasen a leer Trenviajeros, que es a lo que vinieron.
Los que nos quedamos en las mesas esperamos sin querer a los que llegaron tarde. Así fue. Y no tengo más que añadir.
Para entonces ya sabíamos algo fiable. El tren se había averiado gravemente; pese a los esfuerzos de los mecánicos, no sería posible ponerlo en marcha; de manera que todo el pasaje continuaría el viaje en autocares que acababan de fletar desde nuestra ciudad de destino. Ya se habían comunicado con ellos; tardarían a lo sumo un par de horas en llegar y recogernos. Ocuparíamos el convoy con la misma disposición que en los vagones, para evitar el desorden o que alguno, por despiste, se quedara allí. Debíamos tener listo el equipaje para entonces. Las personas interesadas en presentar una reclamación podrían hacerlo en la estación de ferrocarril: se les atendería con mucho gusto. La ciudad no distaba más de ciento cincuenta kilómetros; el viaje no sería muy pesado porque los vehículos que vendrían a recogernos eran de primera calidad. Asimismo nos advirtieron de que nos fijáramos en los números que figuraban en el parabrisas de los buses porque los conductores, previsiblemente, no hablaban nuestro idioma. Lamentaban las molestias. Les parecía justo informarnos de que nunca había sucedido nada parecido en los veinte años que llevaba trabajando la empresa en esta línea. Rogaban, como una mínima reparación, que aceptáramos la invitación por parte de la compañía a nuestro desayuno. Esperaban contar con nosotros en próximos viajes. Les hablaba el máximo responsable del tren, señor…
Elena hablaba con el joven delante de mí; traían una broma desde el pasillo. Fueron los últimos en aparecer. “Usted siempre de buen humor”, había dicho don Samuel al recibirla, “eso es la juventud”. “Hay que sobreponerse a las adversidades”, contestó ella. Entendí que sugiriendo más. Le bastaba decir algo o mover la cabeza para que su cabello hablase, y se descubría esplendorosa. No le había preguntado por su edad, pensé de pronto, y yo soy pésimo calculándola, me equivoco de diez en diez años.
Se sentaron y la conversación tomó por un mal camino.
– En vez de estar ya en la ciudad, nos hemos quedado aquí teniendo que soportarnos.
– Cualquier cosa es mejor que el trabajo.
– Yo me he divertido mucho, no me importaría seguir viajando unos días más con vosotros.
– Eres muy joven, para ti el tiempo no corre igual. ¿No le parece, Sélon?
– Sélon no parece un hombre que se deje sorprender por los imprevistos
– Y que lo diga; más bien al contrario, le gusta ser él quien sorprenda a los demás.
– Para eso son los viajes, ¿no? ¿Qué es un viaje sin un contra-tiempo?
– ¡Qué bueno!
– Lo que me gusta de usted, Sélon, es su aplomo. Todos criticándole y ni se inmuta.
– No crea, Tomás –dije. Y cerré el diálogo.
Ya nuestro grupo, como algún otro, se deshacía; algunos pasajeros pedían salir, pero la dirección del tren lo prohibió tajantemente. Nos encontrábamos bajo su responsabilidad y todo eso. Éramos unos niños para ellos. Volvimos a los vagones, nos lavamos los dientes, tropezamos entre nosotros suavemente por los pasillos, exhibíamos una sonrisa, guardábamos lo que se nos olvidaba por ahí… el servicio había recogido las camas, repuso los asientos y algunos de los viajeros volvimos a ocuparlos mientras otros se quedaban por los pasillos, charlando, mirando por las ventanas, o en las plataformas de salida lamentándose y contándose sus motivos para la impaciencia.
Yo había vuelto a mi asiento. Me quedé de cara a mi ventanilla, por la que había luchado… observé el paisaje que aquella misma noche me había fascinado tanto. El sol implacable ya a media mañana lo deletreaba. La llanura reseca, unos montículos blancos, una veintena de arbustos. Y ese viento invisible, ardiente como sabía, que se escapaba a su acción sin nada contra lo que enfrentarse. Estaba yo, también, con el magnetismo de esa fatalidad, esperándola.
Llegó silenciosa, adrede. Yo la sentí al hacer sonar el asiento y ocuparse de sus enseres de mano. Hurgó un rato dentro de su bolso; luego sacó un libro delgado, se diría que de poemas, que quizá leyó o consultó durante un rato. Luego tal vez lo dejase sobre su regazo, no sé, estoy imaginando…
Descarté ocho o diez comienzos. Dije lo obvio.
– Acabaremos el viaje en autobús.
Ni se esforzó.
Javier Sáez de Ibarra trabaja en un instituto donde imparte Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen Salvaje, El Cuaderno, Quimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año. Fantasía lumpen es su último libro publicado.
Por entregas es una sección que, siguiendo la estela del folletín, alberga piezas publicadas de modo seriado.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero