Antes o después todas nuestras vidas se convierten en narraciones de terror. Hay que estar atentos, porque dicho cambio viene siempre introducido por algún tipo de indicador del tipo «tenemos hablar», «hay una conversación pendiente», «esto deberíamos discutirlo». Son momentos en los que nuestras vidas más o menos anodinas se trocan en sesiones parlamentarias, negociaciones monárquicas, juicios condenatorios de los que nadie sale incólume. Es algo horroroso. La actualización del momento de la infancia en el que tu madre nombra tu nombre completo, que está destinado a los momentos solemnes, al ámbito de lo legal, de lo punitivo, del pleito. Acaso piensen que exagero, yo creo que no, detrás de una conversación siempre hay un juicio, una consideración. Sean benévolos conmigo al considerar esto que les digo. Para convencerles de que así sea les dejo aquí un nuevo capítulo de Trenviajeros. Condénenme a mí, pero salven a Javier Sáez de Ibarra, que él es, en todos los sentidos de la palabra, bueno.
No sé qué pensarán de mí.
Lo digo en serio, quiero decir, me preocupa un poco la imagen que se han formado de mí por lo que he ido contando. Por un lado, sé que la imagen que puedan tener deriva de la selección que he venido haciendo de lo que sucedió en aquel viaje en tren, de los hechos que hubo y las palabras que se dijeron. Evidentemente, ocurrieron y se dijeron muchas más cosas; la mayoría de las cuales se me han olvidado, y no tienen la menor importancia; algunas otras las he callado, y me temo que algunas sí fueran relevantes. No irán a ofenderse; yo estoy en mi derecho. Y hay secretos que no le contaría ni a Dios.
Por otro lado, soy consciente de que ustedes han podido pensar por su cuenta; y quizá, si no los ha arrastrado mi discurso, hayan sacado sus propias conclusiones. Conque estamos empatados: yo me he fabricado un personaje, ustedes –conscientemente o no– han emitido su juicio sobre él.
No creo haber sido mentiroso ni cobarde, en lo fundamental. He contado momentos de satisfacción y otros de flaqueza. He querido reconocer algunos hechos tal y como ocurrieron para mí. Creo que puede haber cierto mérito en eso, ¿no? He contado sucesos que creo haber manejado a voluntad, y otros entre los que no estoy muy seguro de haber entendido algo. Incluso, les confesaré que dos veces me sentí tentado de interrumpir la narración o de inventarme otra historia, más del gusto romántico o negro –lo que fuera–, con tal de no seguir registrando mi peripecia. Para satisfacer la curiosidad de alguno, sentí muchísima angustia mientras escribía el capítulo 22, y especialmente al final. En esa parte, yo me había reconocido débil y no tenía fuerzas para seguir maltratándome; además, escribir eso me supuso una especie de descubrimiento –dicho en palabras que parecen más de Elena que mías–, y de alguna manera me bastaba haber llegado hasta ahí como ejercicio de autoconocimiento. Pensé si consignar la historia entera no era sino una muestra superflua de narcisismo. El otro momento de vacilación ha sido al final del capítulo precedente –quizá por eso he insertado esta reflexión sobre esta memoria–. Quizá se han dado cuenta, quizá he tenido cierta habilidad en disfrazarla, mi intención en algún momento de esa noche fue ordenar mi vida al margen de ella. Aparte de Elena. Tampoco era una decisión…
A alguno de ustedes seguramente le gustaría que hubiera sido ella la que contara esta historia. Claro está que obtendrían otra, muy diferente. También resultaría distinta si yo volviera a contarla más tarde, dentro de veinte años por ejemplo. Pensar qué quedaría de ella me ha producido un acceso de melancolía (y he tenido que dejar de escribir durante un rato –por lógica todos estos detalles ustedes no pueden calibrarlos, quizá no les importen… –. Es natural que no les importe cómo la he vivido yo, ni cómo la he escrito. Ustedes sólo podrán juzgar los hechos que les deje aquí. Respecto a lo demás, quedamos incomunicados, sin remedio.
Elena podría narrar su historia, o don Samuel, o Franklin, o Tomás las suyas, alguno de los cuales lleva un nombre falso –para el joven, ni siquiera me he molestado–; personas que quizá yo he distorsionado o ridiculizado a lo largo del relato. Bueno. Es posible que ellos hicieran lo mismo conmigo o que ni siquiera me nombraran en su recuento. Vivimos en un mercado, no hay sitio para todos. Yo he podido sacar la cabeza; ellos, si quieren, tendrán que esforzarse para llegar hasta donde me he colocado yo. Que prueben también a escribir. Tal vez Elena, a la que han visto aparecer, merecería ocupar mas espacio, y yo haya sido injusto con ella. No sé qué opinan… ¿creen que está chiflada por confiar en maletas misteriosas y revelaciones esenciales? ¿Creen que pinta o escribe bien?, ¿no les parece una aficionada? ¿Qué opinan de la escena de sexo que vivimos?, ¿creen que es una consecuencia natural de lo que nos sucedió? ¿Les parece que ella fue frívola, o que lo fui yo? ¿Cómo habrían actuado en mi lugar, o en el suyo? Quizá piensan mal de ella por lo que ocurrió con su hijo. Yo creo que ella buscaba una oportunidad de rehacer su vida, aun con el lastre de lo que había ocurrido y de lo que era responsable. Es lo más fácil, juzgar. No les hago más preguntas; sólo una para concluir: ¿alguno de ustedes cree que sentiría atracción por alguien así, hasta el punto de comprometer su vida? Ya los veo cavilando esa noche de insomnio como yo, que había perdido el reloj, francamente cansado, pensando en que por la mañana no tendríamos más que un ratito escaso para vernos entre las operaciones de despertar, asearnos, vestirnos, rehacer el equipaje y demás. Antes de llegar a la estación y que todo esto se acabara del todo.
Javier Sáez de Ibarra trabaja en un instituto donde imparte Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen Salvaje, El Cuaderno, Quimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año. Fantasía lumpen es su último libro publicado.
Por entregas es una sección que, siguiendo la estela del folletín, alberga piezas publicadas de modo seriado.
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