Decía Enrique Anderson Imbert que, yendo a la raíz de lo específico de la narración, todo el arte de contar consiste en «el manejo del tiempo», pero acaso ese sea el núcleo de todo acto de escritura, ya que el lector transita por un texto como alguien que camina por un espacio, pero jamás se da la percepción de detener el devenir temporal porque uno requiere un determinado lapso de tiempo para leer un texto. Incluso los textos que aspiran a transmitir estatismo requieren una duración, un periodo de tiempo de lectura. Antes o después el escritor calcula, y obliga al lector a calcular. Piglia observó que podemos haber revolucionado la velocidad de transmisión de un texto, incluso la de la escritura (ahí están las máquinas que a día de hoy «escriben» de modo automático la mitad de las páginas web por las que transitamos), pero jamás se reduce el tiempo de la lectura, se puede saltear un texto, pero leerlo exige el mismo tiempo que emplearon los primeros lectores que culminaron el paso de la Prehistoria a la Historia. Sáez de Ibarra juega en esta novela por entregas a dilatar los intermedios lectores, pero no modifica los tiempos de lectura. Vean, vean, sumérjanse en el texto. Yo no les miento.

 

Intentaba imaginar dónde habría puesto mi reloj. Ya había recuperado la totalidad de mi ropa, operación que me llevó mi tiempo en la oscuridad de nuestra habitación, por llamarla de algún modo, y en el necesario silencio. Ya había ascendido a mi cama desde la suya; ya la había dejado durmiendo su sueño beatífico. Qué furia no poder saberlo. Odio perder cosas, aunque sean inservibles –que no era el caso–. Quería dormir cuanto antes, en plena noche, en el centro de la pieza nocturna como si dijéramos. No levantarme agotado, lo que me llevaría a arrastrarme de despacho en despacho el día completo, con lo que me esperaba. Tendría que ocupar las duchas uno de los primeros; para eso necesitaba poner la alarma del reloj, o la del móvil, o la del ordenador portátil (que seguiría bien guardado en la bolsa, supuse). Aunque decían que avisaban con tiempo para que los pasajeros pudiéramos asearnos y desayunar (¿desayunar también?) con calma. Pero no había que fiarse. Una vez me dormí y casi me llevan a las cocheras.

Mi situación era la siguiente –intenté formularme–: poner el despertador del teléfono (lo primero que hice); encontrar el reloj, al menos mentalmente; procurar caerme en la fatiga del alcohol, que tenía que darme sueño; no me pondría el pijama, tapado podía dormir con solo el calzoncillo puesto: un problema menos; sólo me fastidiaba la cuestión del reloj, maldita sea, porque incluso la libreta con las pastas arrancadas la había recuperado, la palpé para asegurarme, la puse en el bolsillo de mi camisa; tratar de estar relajado, ante todo; pensar en que la mañana de luz limpiaría todos los errores, y calificaría lo sucedido; quizá hubiera tiempo para eso, o quizá no, y tuviese que seguir adelante y retomar el asunto más tarde; de un modo u otro, nos liberaría. Así obra la claridad.

Dulces habían sido sus caricias, eso era innegable. Había resultado extraño yo llegando hasta allí, más que astuto o resuelto. La pasión de ella había nacido de otro lugar, yo fui el pretexto. Había sido dulce nuestro encuentro, cuando terminamos y adopté, no sé cómo, el gesto gentil de pasar mi mano por sus hombros y dejar que jugara un ratito mi mano en su rostro que otra vez iba durmiéndose.

 

Javier Sáez de Ibarra trabaja en un instituto donde imparte Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen SalvajeEl CuadernoQuimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año. Fantasía lumpen es su último libro publicado.

Por entregas es una sección que, siguiendo la estela del folletín, alberga piezas publicadas de modo seriado.