Una novela es la narración de unos encuentros, de unas fricciones, de los roces, los afectos, los deseos, el odio, la indiferencia, el interés, la curiosidad o la displicencia. Una novela es un relato político porque se ciñe al mismo territorio de búsqueda, el de las relaciones humanas. Trenviajeros, la novela por entregas de Javier Sáez de Ibarra que publicamos a razón de dos capítulos semanales va, poco a poco, levantando el vuelo. Engánchense y vuelen con ella.
– Perdón, ¿tiene usted la ventanilla?
– Sí.
– ¿No le importaría cambiarme el asiento?
Me vi obligado a examinarla, claro, para saber con quién tenía que vérmelas y decidir el modo de proceder. No encontraba ningún motivo en ella para que me pidiera eso, salvo su propio gusto. Que coincidía con el mío, lamentablemente para ella.
– Pues…, la verdad, yo también prefiero la ventanilla.
– Es que siempre tengo problemas en los asientos que dan al pasillo, la gente se tropieza conmigo, me tiran el zapato –se justificó.
Llevaba tacones altos, pensé que quizá se sentaba con las piernas hacia fuera, lo que le causaba esos problemas. Me quedé callado, deliberé a toda velocidad. El viaje era largo…
– Perdone… Si usted quiere. –Me interrumpió. Iba a decir: “más tarde podemos intercambiar el sitio”.
– No me dé explicaciones.
Me sentí ofendido.
– No creo que sentándose de una manera normal se vaya a chocar con nadie –repuse.
– No le he pedido que me diga cómo tengo que sentarme, ni entiendo qué significa “normal”. Ya le he dicho que necesito la ventanilla. Usted, si no quiere cambiarme su sitio no lo haga, no me venga con rollos –me contestó de un tirón al tiempo que ponía un bolso de viaje en la repisa con malos modos y se sentaba.
Amagué con devolverle mil respuestas, todas desagradables. Sobre todo porque la expresión “no me venga con rollos” la desacreditó fulminantemente ante mí.
Ni te lo voy a cambiar ahora ni luego, guapa. Ella, a su vez, se encerró en un sinfín de movimientos: se atusó el cabello, se colocó los extremos de la falda, se examinó los pies; sacó una cajita del bolso que se había colocado sobre las piernas, miró en su interior y volvió a guardarla; luego una revista de cotilleos de la que pasó varias páginas hacia adelante y atrás como si buscase un artículo en concreto, haciendo ruido adrede, durante un rato, sin concentrarse en nada; suspiró de forma ostensiva, dijo algo entre dientes –creo–; miró por la ventanilla un par de segundos, no más; hasta que al fin dejó las manos quietas sobre el regazo, la cabeza algo inclinada, y se quedó igual que si un dardo somnífero la hubiera herido de pronto. Yo, por mi parte, que vigilaba con disimulo su nerviosismo, me había puesto a mirar por la ventanilla y al cabo de todas esas interminables maniobras sentí que el efecto depresor de esa misma flechita me hubiera alcanzado también a mí.
Javier Sáez de Ibarra trabaja en un instituto donde imparte Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen Salvaje, El Cuaderno, Quimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año. Fantasía lumpen es su último libro publicado.
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