La posición del escritor frente a las cuestiones palpitantes del tiempo que nos ha tocado vivir sigue siendo, hoy, uno de los aspectos más controvertidos de la «república de las letras». En penúltiMa pensamos que tan absurda es la idea del escritor que presupone ser una voz privilegiada como «intelectual» como cerrarse a las polémicas del mundo para encerrarse en una torre de marfil. El escritor es un hombre que dialoga con su tiempo, de modo más implícito o totalmente explícito, como hace Miguel Espigado en este texto sobre ese término de la neolengua: gestación subrogada.

 

La gestación subrogada es el término políticamente correcto de eso que en la calle se venía llamando vientre de alquiler, práctica por la que una mujer decide gestar en su útero el futuro bebé de otra familia, por altruismo o por dinero. En España es alegal según la Ley de Reproducción Asistida de 2006, así que quienes se decantan por esa opción deben proceder a ello en otros países donde sí está permitido, como EEUU o Reino Unido. Pero además, estas nuevas familias se están encontrando un nuevo obstáculo, si cabe más frustrante, cuando regresan con sus hijos a sus hogares españoles: una censura de nuestra sociedad a la gestación subrogada, desde casi todo el abanico ideológico. De los tradicionales, que desean que la reproducción se lleve a cabo del modo más “natural”, a los progresistas, que la consideran un nuevo atentado contra los derechos de la mujer.

El ruido de su polémica se lleva oyendo años y cada vez ocupa más titulares. Sin embargo, cuando el tema salta a debate queda patente el desconocimiento desde el que gran parte de la población española expresa su postura. Pocos conocen a niños fruto de una gestación subrogada, y casi nadie ha escuchado a una de estas gestantes contar su experiencia, pero ello no disuade a muchos a condenarlo, basándose en eso que se ha llamado posverdad. La posverdad, en esencia, es esa versión de la realidad que un individuo comparte porque reafirma su identidad personal al confirmar sus ideologías y creencias. Y así se va creando una visión social no en base a informaciones objetivas, contrastadas, completas, sino a lo se estaba predispuesto a creer de antemano. De este modo, los prejuicios que muchas personas sentían hacia la gestación subrogada les han llevado a compartir los artículos que confirman ese rechazo, y a ignorar los que lo contradicen. La cuñadología se retroalimenta y el efecto bola de nieve de la posverdad está resultando en una condena general de este modo de reproducción.

Ante esta situación, las familias españolas nacidas de este proceso comienzan a sentirse desamparadas. Los padres sufren el malestar de verse cuestionados en sus comunidades, ya sea el colegio, los círculos sociales, el trabajo o las redes y medios de comunicación. Y tienen miedo de que sus hijos carguen con el estigma de ser niños comprados, arrancados de los brazos de una mujer miserable. Lo sé porque una pareja de amigos íntimos inició hace ya cuatro años un proceso de gestación subrogada, y he tenido la suerte de vivirlo de cerca, desde la búsqueda inicial hasta el presente, cuando sus mellizos ya corretean por los parques de Madrid. El conocimiento de su experiencia me ha ayudado a escribir este artículo con el que no pretendo ganar adeptos a la causa, sino hacer reflexionar a personas progresistas, defensoras de los derechos de la mujer, sobre la lógica y la base real de muchos argumentos en contra de la gestación.

En mi opinión, dos grandes malentendidos pervierten la discusión. El primero es creer que los casos más aberrantes de gestación subrogada representan su realidad completa, error que equivaldría a condenar todo matrimonio (otro caso que aúna acuerdos legales y sexualidad) basándose en las peores experiencias matrimoniales. El segundo es considerar que se puede comprender el embarazo de una de estas gestantes como una experiencia ordinaria de maternidad, cuando dista tanto como donar un órgano y que te lo quiten en contra tu voluntad. Y a estos malentendidos, debe sumarse una convicción moral, que como toda ética no es cierta ni falsa, sino una convención en pro del bien común: la idea de que la sexualidad no debe emplearse para ganar dinero, y tiene que mantenerse al margen del capitalismo que rige nuestro mundo y el uso habitual que damos a nuestros cuerpos para trabajar. Me gustaría reflexionar sobre todo ello.

La represión de las libertades tiene lugar en muchos ámbitos de la vida, y ser mujer y vivir en un país subdesarrollado son dos de sus agravantes. Las bodas forzadas de adolescentes que aún hoy se celebran en Burkina Faso ejemplifican cómo un acuerdo socialmente aceptado puede promover la subyugación de la mujer. Sin embargo, casi nadie condena por ello la institución universal del matrimonio, sino solo los términos concretos de ciertas uniones. ¿Por qué no ocurre lo mismo con la gestación subrogada? En su amplia realidad, se han dado condiciones tan dispares para estas mujeres gestantes como las que diferencian un matrimonio civil en Francia de una boda forzada con un combatiente en Somalia, y sin embargo, un amplio sector progresista está empeñado solo en reconocer y publicitar las experiencias de gestación subrogada más deleznables. Y así, tratando de sacar a la luz “la verdad”, basan su condena universal en una mentira: que los peores casos son los únicos, y que no existe la posibilidad de mejora alguna, pues el horror es consustancial a esta práctica. Ciñéndonos solo a este aspecto, es como si alguien abogara por prohibir la fabricación textil por las condiciones en las que se lleva a cabo en las fábricas de Inditex en Bangladesh.

El grado de ofuscación ha llegado a tal punto que hasta se niega que ninguna mujer que haya accedido a gestar un bebé ajeno por dinero (o no) sea realmente libre. Y aquí se cae en una paradoja, pues para combatir el viejo paternalismo machista, se recurre a un nuevo paternalismo feminista. Se necesita una condescendencia similar a la machista para mirar a los ojos a una mujer que elige gestar, entre otros modos de ganar dinero que le brinda su sociedad, y decirle: tú no eres libre. En la gestación subrogada mayoritaria – la única que aquí se defiende-, las mujeres adultas acuden por su propio pie a buscar este trabajo. Tienen meses para madurar su decisión antes de que ocurra, y en algunos países incluso mientras ocurre, pues si así lo desean, la legislación les permiten no renunciar a la maternidad de esos bebés una vez nacen. Son adultas en pleno uso de sus facultades y protegidas por la ley, de modo que bajo las convenciones sociales y legales de la palabra libertad, no hay duda de que son libres. Sin embargo, hay quienes opinan que una mujer solo es libre si se comporta como ellos quieren. Qué contradicción, ¿no?

Entre estos últimos se encuentran madres y padres que cometen el error visceral de equiparar su experiencia vital con las de estas gestantes. Sin embargo, la posición de una mujer que acude por voluntad propia a una de estas clínicas, y vive cada minuto de su fecundación y embarazo con la certeza de estar gestando al hijo de otros, es incomparable a la de una mujer que ha querido colmar sus aspiraciones de maternidad con un hijo propio. Una vez más, el desconocimiento que la gente tiene de la experiencia real de la gestación subrogada les lleva a entender el proceso según el único modelo que conocen. La realidad es que los adultos están preparados para establecer relaciones afectivas y de cuidado con hijos ajenos. Su inteligencia racional es capaz de detener el instinto de apropiación, pues criar y cuidar a niños de otras familias forma parte esencial de la cooperación humana. Lo que ha hecho la tecnología médica ha sido adelantar el momento en que alguien puede hacerse cargo de los hijos de otros. ¡

A esto se objetará que durante el embarazo la mujer crea fuertes vínculos afectivos con el futuro bebé, algo científicamente demostrado. Sin embargo, ese apego puede dominarse desde la psicología, tanto para potenciarlo como para mitigarlo, pues lo psicológico domina la relación con nuestra prole mucho más que lo fisiológico. Pero los objetores de la gestación subrogada, en lugar de reconocer la capacidad intelectual de una mujer para dominar sus instintos, sobreentienden que su impulso emocional le impide racionalizar que se halla embarazada del hijo de otra persona. Ignoran que la experiencia demuestra que es capaz de ello, del mismo modo que los seres humanos gestionan otros muchos impulsos que el avance de la sociedad ha vuelto inapropiados, como el de ejercer violencia directa sobre otro ser humano, por ejemplo. Y es que cuando consideramos a las mujeres incapaces de realizar esta operación, de nuevo no hacemos más que sustituir el viejo paternalismo machista por un nuevo paternalismo feminista, que pinta al género femenino como secuestrado por sus emociones, con poca capacidad racional.

Ahora bien, ¿no tira por tierra cualquier argumento favorable a la gestación subrogada que estas mujeres estén mercadeando con su maternidad? Nuestras convenciones condenan que la sexualidad de una persona pueda comprarse y venderse, y de ahí las leyes que prohíben la prostitución o los antes llamados vientres de alquiler. Y lo cierto es que a muchas de estas gestantes les guía un ánimo de lucro; recibirán una cantidad de dinero difícil de conseguir por poner su capacidad reproductiva al servicio de otros. Esto, en opinión de la mayoría de críticos de este procedimiento, es la mayor aberración.

Sin embargo, casi ninguno de estos censores pone objeciones a los bancos de óvulos o esperma. ¿Por qué, si las mujeres y hombres que los donan también mercadean con su capacidad reproductiva? De hecho, es todavía más radical: venden su ADN, su identidad genética, ni más ni menos, algo que estas gestantes no hacen, pues son inseminadas con el óvulo fecundado de otra mujer. Y segundo; casi ningún censor de la gestación subrogada negará que todos los trabajos exigentes, tanto físicos como intelectuales, pueden provocar un fuerte desgaste de la salud, en muchos casos más irreversible que un embarazo, para el que el cuerpo humano sí está diseñado para recuperarse por completo en condiciones saludables. Nadie negara que nuestro cuerpo es nuestra fuerza fundamental de obtención de beneficios materiales, y muchas veces lo usamos hasta causarnos las enfermedades más graves, incluso la muerte. Ciertamente, estas gestantes tienen un trabajo muy duro, que entraña riesgos para la salud; pero no más que muchísimas labores que admitimos como válidas en países con derechos laborales.

Es comprensible que nos cueste racionalizar que un útero pueda usarse para trabajar al mismo nivel que un brazo, pues como órgano interno, da pie a una mayor mística. No por nada, el lenguaje se encuentra lleno de metáforas que apuntalan el hecho de que el yo es lo que se halla contenido de la piel para dentro, mientras el mundo comienza de la piel para afuera (nuestro interior, nuestras entrañas, lo que yo siento aquí dentro; lo que me sale de dentro, etc). Que algo que vive dentro de una mujer no sea ella no tiene cabida en esa ley atávica que dicta que todo lo que se halla dentro de nosotros, es nosotros.

Ahora imaginemos a una niñera que se ha hecho cargo de un bebé ajeno desde su nacimiento. Durante durante años le ha procurado todos los cuidados necesarios para su correcta crianza. Durante años (no meses) esa mujer ha cumplido las funciones de una madre dedicada por completo al cuidado de su hijo, y ha establecido los vínculos afectivos naturales de ese nivel de intimidad. Pues bien; bajo ninguna ley o moral se considera que esta niñera tenga derecho a arrebatar la maternidad de ese niño a su madre genética. ¿Qué diferencia este caso del de una gestante subrogada, que también se hace cargo de un ser con el que no comparte ADN? Pues sobre todo, que la crianza de la niñera ocurre fuera del cuerpo; no hay posibilidad de misticismo alguno ante lo que se ve a ojos vista como una tarea utilitaria; tampoco se tolera excusa alguna en el terreno emocional; la niñera deberá vencer con la razón cualquier instinto de apropiación.

Ignorando todos estos argumentos, algunos han llegado a la afirmación demencial de que la gestación subrogada es comprar niños. Pero, ¿cómo se puede comprar el hijo de uno mismo? A un varón que deja embarazada a una desconocida en una noche de sexo y luego se desentiende, siempre se le considera el padre legítimo del fruto de esa relación, pero a un hombre que utiliza la tecnología médica para implantar un óvulo con su ADN a una gestante subrogada, se le llama comprador de niños. ¿Un hombre que recurre a la gestación subrogada pierde el derecho a llamar hijo a la sangre de su sangre, un derecho del que goza ad eternum hasta al padre más ausente de la Tierra?

La sociedad hace bien en cuestionar los adelantos científicos sin aceptarlos de forma automática como “progreso”. Y quienes hoy reflexionan con sentido común sobre los perjuicios y beneficios de la gestación subrogada cumplen con su deber como ciudadanos críticos. Se necesita un debate profundo e informado para decidir si una práctica tan compleja debe encontrar un lugar en nuestra sociedad, o bien ser desechada por su amenaza a los derechos y libertades. Pero, por favor, no seamos cuñaos. Debatamos desde el conocimiento, el respeto y la lógica. Se lo debemos a los padres. Pero sobre todo, se lo debemos a los niños.

 

Miguel Espigado

Miguel Espigado (Salamanca, 1981) Ha publicado las novelas La vida de los clones (2017) en la editorial Aristas Martínez, El cielo de Pekín (2011), La ciudad y los cerdos (2013) en la editorial Lengua de Trapo, y su ensayo Reír por no llorar (2017), en Prensas de la Universidad de Zaragoza. Ha colaborado como crítico literario y cultural en la revista Quimera y en otros medios, ha firmado varios libros en colaboración, como “El arte de la indignación” (Delirio, 2013), donde trata la épica del 15M, y realizado performances de literatura sonora en teatros, universidades y librerías de varios países. Ahora imparte talleres en la Escuela de Literatura Creativa Fuentetaja y vive en Madrid.

Pólemo obtiene su nombre del personaje mítico que sirvió en la mitología griega como personificación de la batalla, y que fue rápidamente apropiado por la filosofía por su poder metafórico. Heidegger incluso reflexionó sobre esa figura. Más que por querer buscar bronca nos interesa lo que comporta de disenso, divergencia, desacuerdo, desavenencia, etc. Disentir es la raíz misma de la presencia del hombre en la sociedad, la política se basa en esas relaciones entre iguales donde cada uno expresa sus ideas y sentires. Por eso es una alegría ofrecer una tribuna desde la que expresarse y plantear cuestiones sobre las que pensar.

La imagen que ilustra el texto es del reconocido fotógrafo español Gerardo Vielba.