En esta casa somos feligreses de Pasolini (pensamos que de Pasolini no se puede ser seguidor o fan, sino que todo pasa por una cuestión de fe), y por eso nos molesta sobremanera que se lo apoltrone en un lugar cómodo y carente de la densidad y contradicción que encarnó toda su vida. Pasolini no es grande por, sino grande pese, y eso muchas veces tiende a olvidarse. Casualmente Carlos García Simón comparte en buena medida este enfoque, y cuando nos comentó que había escrito algo acerca del costado fascista de Pasolini, que siempre se olvida porque es el perfil que no queda bonito, no dudamos en dar saltos de alegría al poder contar con ese texto. Sabemos que nuestros lectores inquietos sabrán, también, valorarlo, porque en penúltiMa si algo nos desagrada es el pensamiento fosilizado y bendecido por el pensamiento único.
Pasolini fue un fascista. No en el sentido más genérico del término de señor algo autoritario en sus formas o taxativo en sus opiniones, sino un fascista en sentido estricto: un verdadero y orgulloso fascista. Desde (como poco) el comienzo de su vida intelectual hasta (como poco) la detención y encarcelamiento de Mussolini, fue un defensor activo y público del régimen fascista. No es un hecho oculto y, sin embargo, jamás se nombra. Siquiera en la celebración del centenario de su nacimiento, en que se ha escrito hasta de sus gustos culinarios, se ha señalado en parte alguna, ni de pasada. Pero basta con ojear la edición de I Meridiani de los Saggi sulla política e sulla societá para ver unos cuantos datos que no tienen contestación.
En 1942, Pasolini cofundó la revista oficial de las juventudes fascistas del Littorio, Il Setaccio, colaborando además con 16 textos, entre poemas y artículos. Durante ese miso 1942 colaboró, además, con la revista de la Gioventù Universitaria Fascista de Bolognia: Architrave.
Ese mismo año viajo a la Weimar nazi como representante de la juventud literaria italiana fascista a un encuentro de juventudes fascistas europeas que culminó, nada menos, con un discurso de Goebbels…
De este último encuentro publicó, precisamente en Architrave, una crónica titulada «Cultura italiana e cultura europea a Weimar» en la que habla de sus conversaciones con los «jóvenes camaradas españoles» Dionisio Ridruejo, Gerardo Diego, Agustín de Foxá y Adriano del Valle, todos ellos poetas y, por entonces, destacados cargos de Falange (conviene recordar que Gerardo Diego estaba a punto de publicar una loa a la Luftwaffe alemana…). Datos conocidos todos…
Incluso tres de sus artículos fascistas fueron traducidos al español en una antología carente de todo criterio llamada Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas, antología afirmativa que pretende mostrar la «visión lúcida» y crítica de Pasolini pero que deja pasar que en estos tres textos (los que abren la antología) se hace, por ejemplo, una apología de «lo desconocido, la gloria, el viaje, la lucha, la patria y Dios» o en los que Pasolini admite acuerdos con el citado Goebbels sobre la ilegitimidad de incorporar extranjerismos a una lengua. Ninguno de los editores tratan siquiera de justificar estos textos de Pasolini amparándose en su juventud, o por el «espíritu de los tiempos», es más, parece como si ignoraran que se trata de textos fascistas, parece incluso que no hubieran leído los textos.
Los datos, como decimos, evidencian que Pasolini militó activamente en las filas fascistas hasta el momento en que se clausuraron todas las revistas del movimiento en las que colaboraba como consecuencia de la detención de Mussolini en 1943.
Su familia estaba muy bien situada en el régimen: su padre, Carlo Alberto Pasolini, hombre de estirpe burguesa y oficial de caballería del ejército de Mussolini, fue el que identificó y detuvo al momento a Anteo Zamboni, un niño de 15 años que disparó sobre Mussolini durante la Marcha sobre Roma, si bien la bala pasó a unos pocos centímetros del general, heroísmo por el que fue posteriormente reconocido. Pier Paolo no fue un paria ni el hijo de la típica familia humilde que tan buena imagen ofrece en este tipo de personaje histórico: recibió la educación y la atención pública que recibían los hijos de las familias privilegiadas por el régimen fascista, privilegios que sumó a los propios de la burguesía de abolengo a la que pertenecía. Su educación fue la de la élite, se crio bajo el ideario fascista, lo respetó y lo defendió en sus años universitarios.
Hay que insistir: no son datos ocultos. Y aunque sería bien sencillo argumentar ante ello que se trataba de un joven Pasolini de 20 años que, pobre ignorante, no sabía lo que hacía, bla-bla-bla, el estado de la cuestión se detiene en un paso anterior: se trata de datos que jamás se nombran. Sobre Pasolini hay una ausencia absoluta de perspectiva crítica, es decir, seria. Su pensamiento está muy lejos de ser un modelo para el progresismo como, de facto, se ofrece.
Defendió la autonomía del Friule sin abandonar esa perspectiva de la «patria como religión» que sostuvo en los años inmediatamente previos a la abierta militancia fascista, nunca dejó de reivindicarse cristiano (o católico… como sea que diga), critico con el Partido Comunista por distanciarse del lumpen ciñéndose a un argumentario similar al que seguían por entonces los cristianos de base, en tanto «el pobre» y no «el proletariado» eran su base de construcción, en un marco más general, señalado en época por Alberto Asor Rosa («Asor, el hombre que más daño me ha hecho en la vida», le dijo Pasolini en una ocasión), su idealización del lumpen como imagen legítima del pueblo (con sus buenos salvajes, llámense ya Genariello ya Nineto) y su huida hacia un pasado mítico, tienen también un perfil populista e incontestable entre cristiano y fascista. Por último está su rechazo al aborto —pelea que dio públicamente y a cara de perro, y más tarde reproducida en el alabado Escritos corsarios— considerándolo un asesinato inducido por el capitalismo. Y cabe también recordar que su último proyecto era una película sobre San Pablo y que su héroe político era el papa Pablo VI, según afirma en un cuestionario literario publicado también hacia el final de su vida. Todos son datos conocidos al alcance de cualquiera, pero parece como si fueran invisibles o irrelevantes a la hora de ponderar el pensamiento político de Pasolini.
Podría imaginarse que son líneas de currículum que manchan la imagen hagiográfica que se ha construido del personaje. Pero lo ocurrido no es tan sencillo. Sin llegar nunca a dar los datos concretos, también en el caso de Pasolini se suele tirar de la irritante herramienta para vagos que es la celebración de la contradicción: «Pasolini era un hombre lleno de contradicciones». Que incluso se puede llevar a un límite absurdo: «Son sus contradicciones las que lo hacen un gran pensador». Aunque, en realidad, un pensador es potente «pese» a sus contradicciones y no, jamás, gracias a ellas. No se puede confundir la figura de la contradicción dialéctica con una contradicción discursiva. Una cosa es la contradicción como motor, otra como estructura de pensamiento. Lo último es propio de imbéciles, y Pasolini no lo era. No se puede reconocerle a alguien inteligencia e incongruencia a un tiempo. De hecho Pasolini, por apasionado que fuera, es uno de los pensadores más congruentes de la contemporaneidad. Hay en él una línea de pensamiento, movida por una vitalidad política extraordinaria, que va del fascismo de juventud a su militancia antiabortista de madurez pasando por su crítica a la pequeña burguesía y a su aparato intelectual, una línea que, con enorme congruencia, exhibe las contradicciones de su sociedad, permitiendo una descodificación ideológica de las estructuras de este tiempo.
La congruencia de Pasolini es una congruencia a quemarropa, las contradicciones que se encuentran en sus textos no son argumentales sino dialécticas, de las que señalan hacia fuera, a los lugares nodulares en donde se sustentan como garrapatas las ideologías hegemónicas. El problema y las contradicciones discursivas las tienen hoy los intelectuales biempensantes que entronan a Pasolini como ídolo del pensamiento progresista abierto y crítico, intelectuales que, precisamente, eran el blanco predilecto de las críticas de Pasolini, de Pasolini el fascista, de Pasolini el antiabortista, el santón, el populista, el fetiche de la pequeña burguesía.
Carlos García Simón (Albacete, 1980) fue licenciado en Filosofía y ahora trabaja en una librería de usado de Madrid. Eventualmente, a lo largo de los años, ha maquetado, editado, redactado, hablado, corregido, vendido, peritado auditado y editado en diversos lugares.
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