Tras leer una crítica con la que encontraba algo más que diferencias estéticas, Javier Sáez de Ibarra se decidió a reflexionar en torno a la figura del crítico y el modo en que este se pliega a las necesidades del mercado y del pensamiento hegemónico, ejerciendo así la labor de custodio de un parnaso literario en el que, lejos de dar primacía a la libertad artística, y por extensión a la estética, se veta el paso a aquel autor que no trabaja desde los supuestos bendecidos por la industria y la doxa. O sea, nada nuevo, porque es más o menos lo mismo contra lo que escribieron Poe o Baudelaire. De nada han servido dos siglos, o quizás, sí, los críticos ahora ni siquiera se molestan en colocarse en una posición elitista, sino que su perspectiva es la más vulgar y adocenada posible. En fin, no me extiendo que Sáez de Ibarra lo dice mejor y con ejemplos, como buen narrador que es.

Santos Sanz Villanueva publica en la revista El Cultural (15-21 septiembre 2023) una reseña sobre Plegaria para pirómanos de Eloy Tizón titulada «Relatos para cuentoadictos feroces». En ella, plantea sus objeciones con un párrafo que empieza así: “La escritura de Tizón está como concebida para cuentoadictos, no para gente común que solo busque el disfrute de una historia breve”. Y en aras a ese disfrute, entiende que “sobran” las dedicatorias de sendos relatos a su editor y a un escritor y su familia, los “comentarios e ideas sobre la propia literatura [que] resultan pegadizos [sic]” y “elusiones [creo que quiere decir elipsis, que], convertidas en rutina, se apuran tanto que obligan a un esfuerzo de atención excesivo”.

Hace justamente diez años en un artículo yo establecía comparaciones entre las críticas de arte y las literarias en los suplementos culturales, a propósito de una reseña de José Mª Pozuelo Yvancos sobre la novela de Jesús Carrasco Intemperie: https://microrevista.com/miseria-y-posibilidades-de-la-critica-literaria/ que este crítico censuraba: “Una fábula ahogada por el lenguaje” y “Excesivo formalismo”, afirmando que “el único inconveniente de esta novela estriba en haber extremado el relieve otorgado al propio estilo y su meticuloso fraseo, hasta conseguir que la pantalla del lenguaje… entretengan en exceso su significación”, y por ello le resultaba enojoso que “no deja nunca el lector de tener al lenguaje como una pantalla en la que refracta la propia fábula”.

Diez años e idéntica posición en dos reseñistas muy afamados que podríamos resumir así: “Escribe de tal manera que todo el mundo entienda la historia y la disfrute sin esfuerzo”. Semejante tesis, aunque puede parecer indiscutible y hasta natural, esconde en realidad un sinfín de presupuestos que esa misma naturalidad  hace invisibles, pero que se afloran ante una mínima reflexión. El primero es que da por hecho una concreta práctica lectora: la gente común acude a la literatura para pasar un buen rato, atiende a lo que lee pero no está dispuesta a hacerlo en exceso y rehúye el esfuerzo. Creo que esto puede decirse también de la relación de muchas personas con otras artes (pienso en el cine, la música, las artes plásticas). Pero enseguida explota aquí una premisa política: el criterio de la mayoría debe conformar el criterio para toda la población; esto no implica eliminar las minorías (se sobreentiende que somos tolerantes y vivimos en una democracia), sino arrinconarlas; porque lo crucial es que ese modo de relación con la literatura se establece como el criterio soberano para definir y valorar la lectura y el mundo literario entero. ¿Qué es literatura? Un texto destinado a gustar a los lectores corrientes sin que les produzca la menor fatiga, lo que lo iguala a otras formas de entretenimiento (ver la televisión, jugar al ordenador, comer en un restaurante…). La tarea del escritor, en consecuencia, es la de producir textos para las personas normales que leen de esa manera; el escritor es un servidor público. La posibilidad de que exista otra clase de autor que se dirija a otros lectores es explícitamente rechazada: conforman un mundo marginal en que el lector se convierte en un individuo maniático, extraño, enfermo (sufre una adicción) que lo vuelve asocial, marginal y peligroso (feroz). Para lograr esto, la máxima de escritura a que atenerse es la claridad; el lenguaje consiste, ante todo y exclusivamente, en un medio de comunicación, nunca en un fin en sí mismo (contra la función poética de Jakobson); el lenguaje se define por su utilidad y no tiene nada que ofrecer fuera de servir a ese objetivo; en consecuencia debe asemejarse lo más posible a su uso habitual evitando complicaciones. Esto explica que en las reseñas se censuren el uso de elipsis (pues requieren un mayor esfuerzo de atención) y cualquier otro recurso retórico que hagan de pantalla y dificulten la comprensión inmediata de la historia. Las opciones técnicas del escritor son calificadas de rutinas (y no de soluciones expresivas intencionales), como si dijéramos pereza, tics o usos mecánicos perfectamente prescindibles. En este sentido, se rechaza de manera explícita la inclusión de comentarios sobre literatura en tanto estorban a la narración.

Es llamativo que este deseo de que el lector no sufra distracciones lleva a Sanz Villanueva a criticar que el autor se tome la libertad de dedicar sus cuentos a gente del gremio; dado que el mundo literario, y en particular el del cuento, no es conocido por toda la población, las dedicatorias deberían dirigirse a la esfera afectiva (supongo, puesto que todo el mundo tiene familia o amigos) o bien a personalidades célebres, pienso en políticos de relevancia, quizás al rey, alguien de la prensa del corazón, cantantes pop o futbolistas de élite).

Por último, el criterio decisivo del gusto de la mayoría orienta también el hecho mismo de que existan revistas y suplementos culturales y la práctica de los críticos en ellos. El autor de reseñas vela por que la literatura se ajuste a ese canon; prescribe las normas para prevenir que ningún autor se desvíe de ellas y se atenga al uso social de la escritura; orienta a las empresas editoriales sobre qué deben publicar y qué no; y advierten a los nuevos escritores sobre las consignas que han de seguir marcándoles el ideal de escritura que deben procurar.

Hay otros muchos signos alarmantes de esta política cultural que coloca por encima de todo criterio el gusto previamente aplanado del público mayoritario y la consagración del arte al entretenimiento; así, la bestsellerización [vaya un neologismo bruto por otro] de la literatura; la ocupación de las librerías por esa clase de libros; la ramplonería buscada de la poesía; la proliferación de películas comerciales que ahogan las carteleras (por cierto, véase la reflexión sobre la violencia en el cine en la última película de Nanni Moretti, El sol del futuro); la sospecha si no ridiculización del arte actual [en la entrevista de la penúltima  página de esta misma revista siempre se insiste: “¿Entiende, le emociona el arte contemporáneo?” (Excepto que la entrevista se le haga a un artista plástico, claro). ¿Por qué no preguntan sobre la música pop o la programación televisiva…?]. Además, asistimos a la exhibición de autoproclamas de calidad de escritores con muchas ventas; a la falta de conciencia de los propios escritores de qué es la literatura (escribir es juntar palabras una detrás de otra; escribo porque no sé hacer otra cosa; lo principal es escribir bien [¿qué significa eso?], el lector suspende su juicio moral sobre lo que lee…); o a la reducción de la creación literaria a mera técnica y tiempo de trabajo.

Vistas así las cosas, ¡claro que las críticas de libros de suplementos y revistas culturales sirven para algo! Sin duda, van ganando.

17 septiembre 2023

Javier Sáez de Ibarra es profesor emérito de secundaria, donde impartió clases de Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen SalvajeEl CuadernoQuimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008) y Fantasía lumpen (2017). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año.  Su último libro publicado es Vida económica de Tomi Sánchez, publicado primero de modo seriado en esta misma revista y luego por la editorial La Navaja Suiza, 2020.