Reflexionar desde dentro del acontecimiento es un ejercicio arriesgado, pero es necesario. Frente a la imposición del miedo, es necesario pensar, y quizás cuestionar, el discurso que se nos ha impuesto. Esto es una guerra, nos dice Herzovich que ha dicho Macron, entre otras cosas porque el inconsciente colectivo responde muy bien a la simbología bélica. Pero, ¿realmente esto es como la Batalla de Inglaterra que mitificó a Churchill como líder?, ¿tiene esto que ver con la capacidad de sufrimiento y desgaste de la URSS Stalinista en el frente del Este? Muchas son las metáforas, la realidad, en cambio, se nos presenta tenebrosamente unívoca. Pero, como bien nos recuerda Herzovich, ¿se puede mandar a alguien al frente sin prometerle una victoria? ¿En qué está fallando, o que descuida la retórica del poder? No es una pregunta inane, porque si algo es el poder es, ante todo, retórica.
Un jueves a la tarde el presidente de Francia le habla al país. Le dice a sus compatriotas que está orgulloso de su solidaridad, su fraternidad y su “sangre fría” frente a la amenaza del COVID-19: hubieran podido entrar en pánico pero no, adoptaron en cambio las actitudes correcta para ralentar la difusión del virus y permitir que los hospitales se prepararan mejor. “C’est cela, une grande Nation”. El lunes les habla otra vez, visiblemente decepcionado. Durante el fin de semana, horas antes de que el cierre de establecimientos “no esenciales” entrara en vigor, multitudes se apiñaban en los barcitos y en las discotecas de todo París. Al fin de la noche se abrazaban y besaban. “Au revoir, les amis…!”. Para hacerse entender, esta vez el presidente de Francia decide puntuar su discurso con este estribillo: “Nous sommes en guerre”.
Cada noche mi mamá me llama para cruzar información. “En Argentina la cosa está cada vez más estricta. Los chicos ya no van a la escuela y uno de los padres se tiene que quedar en la casa. La mayoría de mis colegas están atendiendo a distancia. La mayoría de los pacientes que atendí hoy ya mañana no van a trabajar. Prohibieron los vuelos de cabotaje y los micros de larga distancia. Van subiendo la intensidad de las medidas. ¿Cuántos casos hay en México? Acá hay 79 infectados y 2 muertos”. Es su parte de guerra. En el siguiente mensaje me cuenta una frase que circula por whatsapp: “A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra. A nosotros nos piden que nos quedemos en casa. ¿Tan difícil es?”.
Algunos grupos religiosos han protestado contra la suspensión de los servicios en templos. “¿Sabés qué contento está el diablo ahora que nadie se abraza?”. Se me ocurrió que podía decirse, como eslogan de campaña, que hoy no hay mejor manera de abrazarnos que no abrazarnos.
Pero ahí reside el problema: lo que vuelve tan difícil quedarse en casa es que nuestra estrategia de guerra es deprimente y desmoralizadora. Los que se iban a la guerra abrazaban y besaban a todo el mundo. El pueblo entero salía a la calle a verlos partir. Los que se quedaban se abrazaban, se besaban como nunca, se decían cosas por última vez. Nunca se habían sentido tan iguales, tan juntos. “Hasta pronto, querida amiga”. “Si Dios quiere…”.
Nuestra estrategia de guerra consiste en alejarnos a todo nivel: distancia social, cierre de fronteras, suspensión del transporte. No se trata de infundir el heroísmo sino de difundir eficazmente el miedo. ¿Sabés qué contentos están el Diablo y Marc Zuckerberg?
A nosotros ni siquiera nos inspira el triunfo. Por televisión, en los diarios, a través de las redes sociales, individuos cada vez más aislados se dan aliento y se recuerdan que todavía es posible lograr nuestra meta: ¡si nos soltamos la mano, si no vacilamos nunca en dar otro paso atrás, tal vez conseguiremos “aplanar la curva” de nuestra derrota!
Guido Herzovich es escritor, investigador y traductor. Es uno de los editores de El Ansia. Revista de literatura argentina (https://www.revistaelansia.com/). Sus artículos académicos pueden leerse acá: conicet.academia.edu/GuidoHerzovich
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