Ha querido la casualidad que coincidan la aparición de un nuevo libro de Iván de la Nuez, Posmo, editado por Consonni, con la traducción al inglés de su anterior propuesta, Cubantropía, de la que ya dimos cuenta por estos pagos en su momento. Como en toda su producción ensayística, De la Nuez entrega un texto explosivo capaz de socavar muchas de las ideas que damos por asumidas acerca de nuestro presente y presenta una mirada crítica que desentrañe nuestro modo de lidiar con el mundo que nos ha tocado vivir.
Ahora que lo no-muerto, el o lo zombi, ya sea como encarnación simbólica o como apocalipsis activo y destructor, ha desplazado de una vez por todas a los referentes del fantasma, o lo fantasmático, y al vampiro, por extensión lo vampírico, sobre todo en su condición parasitaria, entre las metáforas predilectas de la modernidad (esa modernidad perpetuamente abstracta y difusa, y por eso siempre socorrida como objetivo teleológico y como detonante), Iván de la Nuez nos entrega un nuevo libro que, como todos los suyos, parte de la reunión de textos publicados en diversos medios que sufren un proceso de ordenación y edición para aquilatar y densificar un mensaje más sofisticado, poliédrico y proteico, frente a su alcance inicial como textos independientes, mediante el que se permite ofrecer un discurso que aúna la ironía y el escepticismo, proyectados sobre este mundo en el que nos ha tocado vivir, uno de ultratumba a tenor de la productiva metáfora postulada en Posmo.
De la Nuez, nos cuenta, murió por un error administrativo, esto es, en vez de darle el certificado de defunción de su padre, le dieron uno a su nomnre. Todavía conserva el documento y lo exhibe en el libro para los que, como santo Tomás, necesitan meter el dedo en la llaga. Quizás es por eso que se permite contemplar nuestra realidad desde el más allá, para devolvernos la imagen de una sociedad más inquietante y delirantemente agónica de lo que nos suelen contar. El libro, que se ha armado con los mimbres de la muerte de su padre como detonante, y la muerte del hijo el tiempo, como una ironía burocrática del destino gracias al error administrativo, y la de su madre, sucedida en medio de la pandemia, lo que postergó un año el acto de esparciar las cenizas en el mismo lugar, la playa, donde ya entregó de vuelta al mundo las de su padre. Aquel 2019 prepandémico, revolucionario y reivindicativo, como él mismo recuerda al echar la vista atrás al convulso año que fue enterrado en el olvido como nuestra vida social con la llegada del enclaustramiento, que terminó con el mundo tal y como lo entendíamos, ha venido a ser sustituido por este Nuevo Orden Normal, acuñación terminológica del propio De la Nuez con la que bautiza este mundo virtualizado hasta el desenfreno. Su escritura, donde siempre destaca el tino en los juegos de palabras, en el chiste, el retruécano capaz de desvelar el reverso insospechado del léxico bastardeado por los medios y trastocado por los think tanks tardocapitalistas, subraya el acierto de las predicciones de Agamben, ya saben ustedes, ese filósofo del que quisieron reírse los profetas de las bondades del sistema, los periodistas de tres al cuarto de las redacciones de los tabloides virtuales que exudan neoliberalidad y falta de rigor, los filósofos de medio pelo que se presentan a las elecciones en España, e incluso la esposa del lector de manifiestos oficial de la triple alianza de la derecha española: la franquista, la derechita cobarde y el centro neoliberal que se deshace entre ambos, cuando se burlaron de sus artículos urgentes en su momento, y hoy visionarios, en los que alertó de las consecuencias inminentes de la pandemia, sobre todo en lo que se refiere a las medidas de control que los gobiernos implementaron y que, todavía hoy, parecen no tener la más leve intención de aliviar. Iván de la Nuez, sin explicitar esa tensión, alude a ella de modo reiterado, y lo hace mediante una sinécdoque de una pujanza insospechada: la de un estado, una sociedad, un sistema económico y un planeta, también zombificado, encarnado en un país concreto, Cuba. La isla, sujeta a los vaivenes internacionales y la persistente crisis interna, que no sobrevivió al periodo especial sino que convirtió la carestía en lo cotidiano, lleva desde hace tiempo intentando lidiar con la avalancha de un mundo deslocalizado donde las islas geográficas, antes inexpugnables y aisladas, se tornan permeables e hiperconectadas, y los ciudadanos siguen viviendo sometidos a corsés que, por inoperantes y anacrónicos, subrayan la incapacidad de la revolución estrangulada por el embargo y el inmovilismo para administrar la capilla ardiente en que se ve inmersa su población. Además, por esos mecanismos que subrayan la capacidad de síntesis de Iván de la Nuez, Cuba termina por ser no todo el mundo, ni siquiera todo occidente, sino toda la modernidad, sea ya la modernidad lo que sea, a la que reiteradamente nos emplazamos. Iván de la Nuez repasa, con el mismo tino de siempre, la aparición de sucesivos conceptos, su fugacidad y desactivación, y al hacerlo muestra las costuras de la sociedad, sobre todo en el modo en que esta queda fijada en las producciones culturales y pretende ser analizada desde los enfoques académicos, o críticos, elijan a su gusto si ven mucha diferencia, que pretenden decodificarla o, al menos, ofrecerla deglutida y sintetizada para el hombre contemporáneo.
La caja de herramientas deleuziana, por recurrir a su propia imagen, a la que recurre De la Nuez pivota en torno a dos procesos fundamentales. Uno es su inveterada y siempre sorprendente capacidad de reventar el lenguaje desde dentro, acaso herencia del pensamiento cubano, desde luego sí que de Caín, que se plasma en juegos de palabras, ironías, diversos tropos que desventan la vacuidad de muchos de los supuestos hallazgos intelectuales que se suceden en el panorama cultural, esos que terminan por revelarse antes o después como meras ocurrencias inanes que no alcanzan a profundizar en el grueso calado de la realidad en que nos vemos inmersos, un mundo que se resiste, cada vez más, a los análisis simplistas e interesados que proclaman pensadores, escritores o artistas obsesionados con estar a la última, y que precisamente quizás a causa de esa ansiedad de urgencia terminan quedando en evidencia ante lo epidérmico de sus enfoques. De la Nuez, con tino, con referentes, reclama a dos pensadores del pasado, siempre fértiles y de una vigencia perenne, para sobrevivir en medio de esta jungla de la velocidad y mercadeo: Oswald de Andrade y sus herramientas antropofágicas, y Fernando Ortiz con sus utensilios facilitados mediante la transculturación. Lo advierte desde el inicio del libro, en ese epígrafe donde recupera a uno de los pensadores más afilados, y desgraciadamente poco conocidos en España, que ha aportado Cuba: Antonio Benítez Rojo, que postuló en La isla que se repite una metáfora mucho más sugestiva y eficaz del presente de lo que suelen ser las que periódicamente nos endilgan desde suplementos de prensa y redes sociales o memes. Frente a lo efímero del pensamiento contemporáneo, obsesionado en el reciclaje continuo de ideas que en muchos casos nacieron ya al borde de su caducidad, o con la fecha de consumo preferente demasiado cercana al momento de su gestación, la mirada de Iván de la Nuez se evidencia, como indica el título, posmo, pero no posmoderna (ni, como ironiza en el mismo libro una mirada «posposmoderna», que existió aunque hayamos preferido olvidarla antes de que llegue, si no ha llegado ya y aún no la conocemos, un «posposposmodernismo», porque siempre hay un rebaño necesitado de descubrir mediterráneos y en cualquier momento nos van a endilgar algo parecido), sino postmortem, debido a que el libro subraya, regresemos de nuevo a la metáfora deleuziana de la caja de herramientas crítica, la funcionalidad y eficacia de las herramientas acuñadas unos años antes, en la época anterior a la eclosión digital y sus evanescentes propuestas, y que nos permiten, acaso, entender o diseccionar mejor nuestro presente. Iván de la Nuez trabaja con el bisturí más afilado, el del humor, y la contundencia de un borbotón teórico que surge en cada párrafo para sustentar el acto de separar el grano de la paja, y reconocer en muchos de los supuestos hallazgos y revoluciones del presente el eco, acaso el canto del cisne, de propuestas ya finiquitadas, en muchos casos extintas, que tampoco merecen dedicarles más tiempo del necesario. Una posición no peyorativa, pero si desde luego distante y escéptica, frente a la celeridad con la que tantos se apuntan a cualquier estupidez que acaba de surgir o ponerse de moda.
Y, sin embargo, pese a lo que podría parecer, no hay en Posmo el rastro de la nostalgia a la que nos han acostumbrado tantos columnistas casposos o el enfoque del que viene de vuelta de todo, o que piensa que lo hace, cosa que suele más común, y que suele ser la patente de corso habitual en la prensa y los debates en los que perdemos más tiempo del necesario, ya sea en los medios de comunicación o en las redes sociales, cada día más indistiguibles. No, lo extraordinario del libro de Iván de la Nuez, lo fértil de su enfoque es que esa socarronería no es caduca, no está enamorada del pasado ni atada a él, ni siquiera se presenta, como suele ser habitual, como una elegía a un pasado arcádico donde las cosas eran mejores, valoración sustentada en un pensamiento hegemónico y sancionado a la hora de interactuar con el presente. El acierto de la mirada de Iván de la Nuez es que esa socarronería se dirige en ambas direcciones, y al mismo tiempo que cuestiona las propuestas emergentes y recién nacidas que carecen de todo interés también se atreve a desnudar a las vetustas que hacen aguas por su vacuidad, pone en tela de juicio el pensamiento ajeno sin olvidar no terminar de creerse demasiado el propio. Se ven asói cuestionadas, a la vez, la nostalgia y la vanguardia, no me refiero al periodo histórico o al concepto de vanguardia como tal, sino la idea de estar a la última tal y como se presenta en un mercado siempre necesitado de las propuestas de temporada, las colecciones de cada estación (acaso en ese sentido la idea de Baudrillard del mundo como supermercado se quedase corta y en realidad vivimos en un mercadillo o una tienda de saldos, donde las tiendas para potentados marcan la tendencia de las copias de baja calidad o de marca desconocida, la marca blanca —que en realidad no son mucho peores que los productos que se venden a un precio más elevado—, los objetos, ideas, novedades, reciclajes, etc. que consumimos de modo masivo, sin reparar en que todas, unas y otras, no son más que actualizaciones aggiornadas de productos ya inservibles), y todo termina entreverado en un tejido de ideas evanescentes, que nada producen y a las que uno no puede aferrarse. El mundo zombi que retrata Iván de la Nuez no es ni mejor ni peor que el pasado, es menos consistente, menos sólido, más fantasmático y voraz, aunque no mejor o peor, y en medio de esa nebulosa resulta un poco más complicado encontrar algo tangible y válido, pero no por eso quiere decirse que no exista, ni que deba abandonarse la búsqueda del mismo y la posibilidad de encontrarlo. Acaso ese algo a lo que aferrarse, esa realidad material del cadáver, sea la mirada desprejuiciada e irónica que destila Posmo, donde se pone en cuestión, por ejemplo, no la Revolución cubana, sino su capacidad para evolucionar y ponerse al día, su desconexión con los hijos de los que la llevaron a la práctica, su productividad como caja de herramientas teórica con la que dialogar con el mundo. Resulta irónico, y esclarecedor, en ese sentido, que recurra a una figura como Lenin, poco sospechosa de ser considerado un referente posmoderno o cuántico, para desarmar este mundo paparruchas (perdonen, pero es que no me gustan los términos como posverdad o fake) en el que nos movemos, o la cruzada de la inteligencia artificial, que se revela más como un artefacto muy poco brillante, que embelesa a los poco inteligentes y que, de hacer algo, subraya la escasa o nula capacidad de producir nuevas ideas o entablar un marco de pensamiento sólido desde el que planear el futuro.
Y hay más. Iván de la Nuez no se resiste a la mezcla, a trazar un ensayo mestizo por el que circula la creación, lo narrativo. No se trata de parches, ni siquiera de prótesis, sino de la facultad de un libro proteico de ensamblar diversos discursos, mutar de acuerdo a las necesidades de cada momento, y llegar, incluso, a levantar pequeñas narraciones que, además de encarnar las ideas que circulan en el texto, se atreven a interpelar de modo mucho más directo al lector.
Posmo es un libro pesimista, sí, pero no porque plantee, como suelen hacer tantos, un futuro agorero, sino porque alumbra la idea de que el pasado se construyó sobre interpretaciones demasiado simples, endebles y, por qué no decirlo, poco inteligentes. Por eso el reciclaje perpetuo de nuestro presente no suele aportar nada duradero, porque trabaja con materiales de escasa, mala o nula calidad. La mirada iconoclasta de Iván de la Nuez dinamita humor mediante muchas de las ideas consensuadas sobre el pasado, acerca de lo que se asume como sólido y válido, esas sobre las que se han construido los endebles cimientos del presente: los estudios culturales que se vendieron como reivindicación de los pueblos han servido para expoliar sus valores pero no sus necesidades, el poscolonialismo que se ha dirigido desde el primer mundo y proyecta una jerarquía casi idéntica a la existente con apenas un epidérmico lavado de cara, o la posmodernidad, que lejos de conceptualizar la idea de lo moderno y periclitarla para construir un nuevo mundo se ha limitado a permitirse poner reparos a toda su cosmovisión sin alcanzar a proponer una distinta, quedando todo en la mera volutad de saldar cuentas pendientes. Por eso seguimos inmersos en debates posmodernos, poscoloniales, nacionalistas y de clase donde nos e aprecian avances, sino todo lo más una constante relectura de los cuatro mismos pilares retñoricos que no terminan de sostener la tramoya siempre volátil de nuestro presente.
Benítez Rojo presentó la idea de unas insularidades conectadas pero independientes, un archipiélago de realidades, que Iván de la Nuez va recolectando su néctar, como el colibrí de Sarduy, de las que liba para esbozar un libro en perpetuo tránsito y siempre dúctil, que pasa de un tema a otro sin abandonar un enfoque reconocible que le da consistencia y unidad, irónico y culto, afectuoso pero no regalado, versátil pero no voluble, que le sirve para esbozar el retrato de un mundo que se deshace y que, al menos, de momento, no parece tener visos de armar un discurso convincente que permita enfocarse en su reconstrucción. Un mundo zombi que, si se resiste a morir es porque, basta con mirar con detenimiento, está aún lleno de muchas propuestas llenas de vida. Y es ahí donde Iván de la Nuez nos recuerda que debemos atender. Este libro se atreve no ya a cartografiar esos territorios, sino a reivindicarlos.
Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor, crítico y traductor. Su libro más reciente es NOLA ( 2021). Además ha publicado la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe, la novela Lima y limón, editada en cuatro países y en digital, y Mezclados y agitados, entre otros.
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