Hace cuatro años en El Argonauta tuvieron la genial idea de editar la obra completa de Isidore Ducasse, conde de Lautréamont, el que sea acaso el más grande de los poetas uruguayos y, sin duda, un referente para la poesía en lengua francesa. Hoy, que parece haberse olvidado un poco la cenital importancia de su figura no está de más recordarlo.
La presente traducción al castellano de la obra de Isidore Ducasse (conde de Lautréamont) realizada impecablemente por el poeta Aldo Pellegrini, pone otra vez en circulación uno de los ejercicios estéticos más intensos de la literatura universal. Pues fue en principio gracias a la propuesta de este oscuro autor montevideano de lengua francesa que la imaginación literaria alcanzó, tal vez, uno de los momentos cúlmines ante el imperio de la lógica reinante del siglo XIX.
El volumen incluye, además de las poesías y cartas, el celebérrimo Los cantos de Maldoror, libro de culto que por sí solo despliega toda una concepción del arte y la literatura, influyendo posteriormente por su espíritu de rebeldía a numerosos dadaistas y, muy en especial, surrealistas. Esta alucinante perspectiva sobre el misterio de la vida abre –de manera ambigua- una oscilación indefinida de sentidos improbables, ¿se trata de una glorificación del cielo, y su combate en búsqueda de Dios? Imposible saberlo, como tampoco acordar el método astillado de su escritura onírica. La prosa rabiosa de Ducasse -ese pulso endiablado y desintegrador cuya audacia de imágenes profetizó los estragos insondables del inconsciete humano- edifica una estructura explícitamente laberíntica. Por momentos no sabemos donde estamos, nos perdemos, pero este extravío opera tal vez como metáfora de la existencia humana. Esa ilusión en que se arma y desarma el sentido. Así forja sus páginas un hermético fraseo profundamente visual, siempre dominado por un equilibrio ácrata, subversivo a la norma. Pues Maldoror no sigue orden ni de unidad, ni de permanencia lógica. El aliento luciferino de sus páginas en parte se debe al poder de su visión y al singular trabajo de su furiosa lucidez ante la extravagancia: las innumerables asociaciones libres y el abandono de las convenciones de trama y de personajes.
El vértigo volcánico de las desviaciones, vacíos y ausencias (¿lagunas?) de Lautréamont, que suman cambios abruptos de tonos y de estilo -luego incorporados por Joyce en Finnegans Wake de modo soberbio- aquí alcanza una extraña amalgama contradictoria entre crueldad y piedad, fantasía delirante y cálculo cerebral (no en vano León Bloy y Remy de Gourmont la consideraban obra de un desequilibrado). Pero no abramos juicios sumarios sobre la naturaleza del autor. Mientras la palabra escrita tenga futuro, Ducasse continuará formando lectores. Vale destacar que la nueva edición se presenta acompañada de un conspicuo estudio preliminar y notas firmadas por el mismo traductor rosarino.
Augusto Munaro. Argentino. Publicó los libros Ensoñaciones: Compendio de Enrique de Sousa (RyC editora), El cráneo de Miss Siddal (Pánico el Pánico), Recuerdos del soñador evasivo (Alción editora), Cul-de-sac (Ediciones La Carta de Oliver), Todo sea por la excepción (Letra Viva), Gesta Cornú (Editorial Lisboa), Breve descripción de una |sepultura| (Tinta China), Noche soleada (Ediciones la yunta), Camino de las Damas (Expreso Nova Ediciones), [Hna. Paula] (El 8vo. loco ediciones), Agnès & Adrien (Colisión Libros), Vida de Santiago Dabove (Ivan Rosado), Islandia (Voria Stefanovsky Editores), A la hora de la siesta (Borde Perdido Editora), Arletty (Julieta Cartonera), Celuloide (Minibus Ediciones), El baile del enlutado (Gigante) y La página infinita (Clara Beter).
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