Las comparaciones son odiosas, pero son muy ilustrativas a la hora de hacerse una idea de las cosas que se están haciendo mal o bien. Además del hecho de que una comida, como un libro, es buena porque existen otras que no lo son. El buenismo no lleva a nada, inventarse noticias amables para ofrecer un panorama más alentador tampoco.
Seiscientas novedades de narrativa en un mes. En eso consiste, muy resumido, lo de la rentrée literaria francesa. Se ha convertido ya, al menos en España, en un recurso habitual usar ese mismo nombre para hablar del regreso de novedades tras el supuesto parón veraniego. Pero, como todo, cuando se mira de más cerca cambian mucho las cosas. Por ejemplo en lo tocante al mencionado «parón», que de unos años hasta hoy no es tal, ya que muchas de las editoriales colocan nuevos títulos en las tiendas durante esos meses para no sufrir balances negativos en sus cuentas con los distribuidores, aunque la promoción en prensa esté reservada al mes de septiembre. Son pequeños trucos contables que pueden entenderse fácilmente cuando se está al tanto de la compleja dinámica que mueve los números del negocio editorial. Eso que la mayor parte de los aficionados a la lectura desconoce y provoca que sea un sueño reiterado fundar una editorial hasta que comienzan a informarse de los intríngulis del negocio. Así que esa es la primera mentira: la pausa estival, en muchos casos, ya ni existe, o es apenas superficial, informativa, pero no comercial. Quizás porque se vende tan poco hoy que no puede apreciarse una desaceleración en las ventas durante el periodo estival. Digamos pues que en verano se sigue vendiendo poco.
Por otro lado despierta una cierta simpatía equiparar ambas realidades, la francesa y la española, en lo tocante a la cantidad de novedades. Seiscientas novedades de narrativa, entre textos escritos en francés y traducciones, son muchos libros. No es para nada semejante en España, donde, sí, se lanzan muchos libros durante septiembre, pero no llegarán ni siquiera a cien las novedades literarias, posiblemente no sean ni cincuenta. Eso puede ofrecer una comparación válida: en España se publica en la «rentrée» una décima parte de libros que en Francia. También se venden una décima parte de libros y los índices de lectura son igualmente desiguales. Uno de las causas evidentes de esa diferencia tiene que ver con los procedimientos que siguen los premios literarios en Francia frente al modelo español. En España, como es sabido, la mayoría de los premios, sobre todo vía Planeta, son promocionales: se dan a libros inéditos que selecciona un jurado pagado por la editorial. En Francia son premios de reconocimiento: el libro ha debido ser publicado para poder ser premiado y los jurados no están dictados por las editoriales. No es lo mismo tener que seleccionar un manuscrito que tener que seleccionar un libro que está ya en el mercado. La diferencia es notable. Es por eso que la edición francesa es más abierta y justa, no se postergan tantos manuscritos y es en cambio el público, el público culto y el inculto, tanto da, quien va realizando la selección. La profusión de novedades en la rentrée gala tiene mucho que ver con esa dinámica, son los libros que se editan a la vuelta del verano los que compiten en mejores condiciones para llevarse uno de esos seis o siete premios que sirven como carta de presentación para los lectores y las editoriales foráneas que puedan estar buscando libros franceses que traducir. En Francia hay políticas del libro acertadas, destinadas a acercar a los lectores los libros y sus autores, y las editoriales participan de modo habitual en la toma de decisiones al respecto. Lo verdaderamente pasmoso es que el mercado francófono es más pequeño que el castellano. Atendiendo a eso las cifras deberían ser inversas. Pero la condición de metrópoli francesa al respecto es también muy distinta al caso hispanohablante. No hay en el mundo de la cultura francófona unas industrias desarrolladas del libro en francés más allá de la propia Francia, Bélgica y Quebec. No las busquen que va a ser un esfuerzo ímprobo. El colonialismo cultural –y no sólo cultural, Francia sigue poseyendo territorios en ultramar, lo que la convierte en el único país europeo con colonias– se deja sentir de modo evidente en este caso. Pero, regresando a lo determinante: en Francia el libro es un objeto de uso cotidiano, y las encuestas de hábitos de lectura lo demuestran. Es por eso que las políticas culturales francesas son un modelo a ser imitado. En el caso del cine, donde han sabido mantener la única industria que le hace frente a Hollywood, ni qué decir tiene en el caso de las artes escénicas o plásticas –donde son el referente mundial–, y, por supuesto, en el caso del libro. París es un ejemplo perfecto de ello. ¿A qué lugares tiene acceso un sin techo parisino? A casi ninguno. Pero sí a las bibliotecas. Basta con tener un documento identificativo de cualquier país del mundo, un documento oficial, para obtener un carnet que te permite pedir prestados hasta 40 ejemplares simultáneamente en la red de bibliotecas de la ciudad. Han leído bien, sí, 40 ejemplares de modo simultáneo. Ademas del hecho de que acceder a las instalaciones y leer en ellas, usar los equipos electrónicos (ordenadores, dvd, platos y cd, incluso un piano) es gratuito para todo el mundo. Ni siquiera hace falta tener el carnet para eso. Uno entra, coge un libro, se sienta y puede leer durante las siete u ocho horas que la instalación permanece abierta. Incluso ponerse un disco para aislarse del sonido ambiente. ¿Qué país ofrece una opción semejante de disfrute cultural al mismo tiempo que posee una pujanza cultural ineludible? Resulta obvio que en Francia comprendieron hace tiempo lo más sencillo, que en las bibliotecas, verdaderos centros del saber, se trata de tener todo, de ofrecer al usuario la mayor cantidad posible de oferta, reforzando más la atención por la creación autóctona pero sin que esto se aprecie de modo avasallador. Tomen nota. Segunda mentira: en España hay políticas culturales en general y del libro en particular eficaces. La política cultura en España es como las meigas, haberlas haylas, pero hay que tener sobre todo fe en ellas.
Y, con todo, lo más llamativo es cómo el propio sector se encarga de construir su futuro. Hace unos días, en el diario de Miguel Yuste, leía uno una noticia inventada muy interesante, sobre la explosión de lanzamientos de primeras novelas. Allí, en plan batiburrillo (da lo mismo de dónde venga cada libro y dónde se publique) se mezclaban traducciones de libros, encargos de editoras y bestsellers con verdaderos primeros libros de escritores con un futuro promisorio. La lista acumulaba diez libros de los que en puridad apenas 3 o 4 pueden considerarse verdaderamente estrenos literarios, alguno de ellos ni siquiera eso, sólo narrativos (resulta interesante como en la mente de la periodista el estrenarse es editar una novela en castellano y da igual que tengan ya libros editados de otros géneros o que sean traducciones, pero hemos llegado a eso, el filtro subjetivo total y absoluto: «el mundo no existe hasta que no lo conozco yo»). Menciona el artículo un libro de Caballo de Troya, que es una editorial dedicada únicamente a la búsqueda de nuevas voces y la ubicación de las mismas dentro del mercado de publicaciones patrio. Es bien sabido que durante años manejó el timón de la nave Constantino Bértolo y que, tras su jubilación, el grupo editorial al que pertenece la editorial tomó la decisión de que la labor de editor sea más cercana a un comisariado temporal en el que algún autor de la casa es elegido para seleccionar seis títulos (salvo Elvira Navarro durante el primer año de este nuevo formato, que editó ocho) de nuevas voces. Bueno, o que debieran ser nuevas, porque de facto no es siempre así. Lo que sucede es que los presupuestos que se manejan en la aventura evidencian lo marginal de su nicho de mercado, que obliga a cuentas muy austeras. El comisario cobra muy poco por cada libro seleccionado y siempre hay una posibilidad de incentivos en base al funcionamiento comercial de cada título, los autores no cobran mucho más por libro que el editor y también se les ofrecen incentivos. Los incentivos, como es de suponer, tienen que ver con las ventas que el libro logre, por lo cual uno contempla cómo muchos de los autores que se «estrenan» bajo el cobijo de Caballo de Troya se convierten también en gestores y promotores de su obra. Frente a esto me voy a permitir la grosería de mirar de nuevo a Francia. De los casi seiscientos libros que se publican en la rentrée de este 2018 casi cien son primeras novelas. Sí, lo han leído bien. La sexta parte de esa avalancha de libros son estrenos. Sólo de ese modo puede uno asegurar el recambio generacional. En ese artículo medio tramposo del que hablo incluso se obviaba un hecho evidente: hasta la edición catalana es más abierta a los noveles que la española, ya que de no ser así no sería posible que varios de esos «estrenos» fueran en realidad traducciones de libros publicados ya en catalán. La edición catalana ha elegido, en ese sentido, imitar a un modelo correcto que asegura la cantera literaria. Es más, es tan avasalladora la cantidad de primeros libros que se editan en la rentrée, buscando sobre todo los dos premios que están acotados a estos libros: el Goncourt joven y el Fénéon, que algunos primeros autores están ya manifestando a sus editores su deseo de que sus libros se lancen en otras fechas, para tener acceso de modo más sencillo a las publicaciones especializadas y la crítica. No piensen que esos cien libros son todos los primeros libros que se publican en Francia. Son bastantes más. Muchos de sus autores quedarán en el camino, claro. No vendieron bien, no tuvieron buenas críticas, etc. No cuajaron. Pero al menos tuvieron su oportunidad de salir a la cancha. En España los cauces siguen siendo mucho más estrechos. De todos modos no olvidemos destacar una última mentira: hay muchos buenos manuscritos olvidados en los cajones de las editoriales. Eso no es cierto, no conozco a un sólo editor al que le llegue un buen manuscrito, que son pocos y por lo tanto preciosos, y no quiera publicarlo. Basta ya del mito Kennedy Toole, que es más falso que un billete de treinta euros. En España salen pocos nuevos autores porque hay poco de dónde sacarlos. No se anden con paparruchas.

Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor y crítico. Su publicación más reciente es la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe (Festina, Ciudad de México, 2016). Además ha publicado la novela Lima y limón, que cuenta con ediciones en cuatro países además de una digital de alcance global. Otros de sus libros son Mezclados y agitados o El sabor de la manzana. Entre otras cosas es el director de penúltiMa.
Perengano: todavía menos que fulano, mengano o zutano.
La imagen que ilustra el texto es del fotógrafo japonés Toru Tanaka, su trabajo puede ser apreciado en su página web: https://www.torutanakaphotography.com/
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