La literatura comprometida en Argentina abrió un nuevo capítulo de su historia con la aparición de la figura de Carlos Godoy. Su Escolástica peronista ilustrada fue circulando de mano en mano y fue repetida de boca en boca hasta convertirlo en un mito literario. Afortunadamente Godoy supo trascender la honda huella de aquel poemario para ofrecer dos libros de narrativa y uno de ensayos que lo han colocado en un puesto de privilegio en la literatura argentina. Pero parece que pagó un precio y la lírica lo ha abandonado. De esa circunstancia habla su poética y ofrece como muestra dos de los últimos poemas que llegó a escribir.
El suicidio es una opción
El padre de una pareja que tuve, cada tanto, salía con que estaba cansado, ya no podía más y se quería morir. Se lo comentaba a los hijos que eran dos adolescentes y una adulta, mi pareja de ese momento. A los años tuvo un infarto y finalmente dejó de molestar con aquel planteo juvenil. El padre de otra pareja más reciente se suicidó. Ella me decía que fue porque no supo pedir ayuda. No hablo de ayuda psicológica. Me refiero a ayuda en el sentido más básico. Era un hombre orgulloso y autosuficiente que no supo resolver el no estar pudiendo resolver las cosas. El escritor Carlos Busqued solía ir a la misma universidad que fui yo. Estuvo dando vueltas por algunas materias con una especie de curiosidad por la enseñanza de la literatura en la Universidad Nacional de Córdoba. Solía llevar puesta una gorra negra que tenía impresa en letras blancas la frase: El suicidio es una opción. Una vez una compañera lo increpó por promover ese mensaje en un ámbito educativo. Hace unos años se suicidó Vicente Luy, un poeta que fue mi amigo todo lo que lo pude tolerar. Una vez me hizo salir de clases en la universidad porque me llamó al celular para decirme que se había tomado todas las pastillas de Rivotril que tenía a su alcance y que se iba a morir. Llegué a su casa de Barrio Jardín y había una ambulancia y otros amigos escritores. Uno de los paramédicos dijo que no se quería morir, que quería llamar la atención. Quizás no estaba dando con la metodología adecuada, porque luego de otros intentos, idas, venidas e internaciones en clínicas, psiquiátricas, finalmente lo consiguió saltando de un edificio en la provincia de Salta. Fue en el año 2012. De ese año son estos poemas que presentó aquí.
Desde que nació mi hija allá por el año 2010 no pude escribir un poema. En ese momento la paternidad me pegó de un modo tan extraño que perdí todo tipo de referencia sobre mi gusto. Necesité volver a leer a esos autores y libros que fueron los pilares de la construcción de lo que se podría decir “mi estética”, para reconfirmar la tan necesaria identidad como autor. Para volver a entender “quién soy y cómo es que llegue hasta acá”. Una secuela de ese shock paternal fue la poesía. No pude escribir nunca más un poema. Me senté, traté de que salga, intenté con aquellas técnicas que solía implementar. Nada funcionaba. Había escrito 6 libros de poemas y bueno, se me fue. No creo que haya que buscar otra explicación.
Este año, a raíz de que una editorial prepara un libro con todos mis poemas reunidos, volví a pensar un poco en la poesía. En porqué dejé de escribirla y en por qué la escribí. También quise recordar, situar, bien en qué momento dejé de escribir poemas y cuál fue el último. Rastreando entre viejos archivos de backups que pasan de una laptop a otra encontré dos poemas que escribí en el 2012 poco después de la muerte de Vicente Luy y recordé cómo es que hice para redactarlos, porque, como dije antes, yo, para esa época, ya no escribía poesía. No estaba dentro mío. Era como intentar sacarle jugo a un limón viejo y reseco.
Me habían invitado a una lectura y no quería leer viejos poemas. No me gusta leer narrativa porque no le llega a la gente como la poesía. Entonces, me puse a revisar mi cuenta de twitter y empecé a recolectar como si fuera un bosque de manzanos, algunos tweets que me parecía que tenían algo. Así es que los fui juntando y después busqué los nexos para que se articularan mejor. Agregué historias, datos hasta que esos tweets dejaron de estar tan expuestos y finalmente quedaron unos textos amorfos, atrevidos, oscuros, ocurrentes y por momentos graciosos. Son dos textos que hablan de lo mismo. Del cansancio, del fracaso, de la desmostivación, de las pocas ganas de seguir haciendo lo que uno viene haciendo. Y, también, del miedo a quedar, sin saber bien cómo, atrapado en una coyuntura de la que no sepamos dar respuesta. Recuerdo que luego de esa lectura charlé un rato afuera con Félix Bruzzone. Estaba Busqued también. Ya me parezco a Casas y a Cucurto contando anécdotas con escritores. Cómo si eso condimentara el relato con un aura de estatus. No sé. La cuestión es que hablando con Félix en la puerta le pregunté qué le pareció el evento, las lecturas, el lineup y me respondió: “Me dieron ganas de suicidarme”.
Estoy meando contra un árbol en la puerta de una heladería para conectarme con la pachamama.
Vengo del cinturón de Oort. Un lugar que está en los límites del sistema solar.
De ahí nacen y se expulsan los cometas. Yo no soy un cometa.
Soy una onda de radio perdida en el espacio negro que llegará al Nodo de Ambartsumian cuando la humanidad ya no exista.
Soy una nebulosa de gas condensado que junta polvo cósmico y materializa toda la mierda del universo en una espiral.
Soy una órbita vacía por la que ningún cuerpo circula, ni circuló, ni circulará.
Soy un cuerpo celeste del que sólo llega la iridiscencia que se emitió hace miles de años luz y que ya no existe.
Soy una nueva especie de cometa que no tiene cola, ni orbita y que de hecho ni se mueve.
Soy un planeta lejano en el que brilla el azufre y la inestabilidad.
Soy la luna que da vueltas en órbita a mi propio mundo de disponibilidades y entusiasmo nulo.
Soy mi propio asteroide explotando contra mi propio planeta.
Vengo del cinturón de Oort y traigo un mensaje de amor.
Ahora les voy a contar la verdadera historia de las cosas
La verdadera historia de la Pachamama.
Nuestros padres y su doctrina de la procreación y la religión son instrumentos cuidadosamente aleccionados por los extraterrestres. La Pachamama es extraterrestre.
Los extraterrestres quieren que hagamos relatos. Fuimos diseñados para hacer relatos, para relatar, para que ellos tengan relatos.
Los extraterrestres se la pasan entre nosotros mirando como nos hacemos la paja y tomando nota. Solo algunos los pueden ver. Yo vi varios porque vengo del cinturón de Oort.
La humanidad existe hace menos de 200 años. La historia es una mentira de los extraterrestres. Y yo soy parte de la planificación de los extraterrestres y lo que tengo que hacer es lo que estoy haciendo que es drogarme y desperdiciar mi vida en actividades vanas y no rentables.
Vengo del cinturón de Oort. Viajé mucho tiempo para que ustedes me miren con esa cara de pelotudos.
Algunas especies extraterrestres no evolucionaron de acuerdo a la estructura del carbono. Esas son las que no tienen ojos, ni boca, ni nariz y parecen un poco de plasma que alguien perdió en su cadena de evolución.
Pero los seres extraterrestres también flashean con lo dorado, somos parecidos en eso.
Sueño con animales que caen del cielo prendidos fuego y que soy una grúa abandonada en el medio de la pampa.
¿Puede el ser humano vivir sin vacacionar?
¿Sin sentir que el sufrimiento al fin tiene un premio?
¿El ser humano puede interpretar la información codificada en un vaso de agua?
¿El ser humano es capaz de reconocer la voz de su madre grabada hace 30 años?
¿El ser humano puede tirarse un pedo a través del cuerpo de otro?
Vengo del cinturón de Oort. Traigo un mensaje de amor. Pero amor de coger, no de amor amor.
El suicida camina con su escopeta hacia el corral
El suicida es calculador y adora los animales.
En las 300 hectáreas cuadradas de Aokigahara se pueden ver cuerpos en distintos estados de putrefacción. Y huesos con siglos de antigüedad.
En el bosque de Aokigahara, a los pies del monte Fuji, se suicidan unos cien japoneses al año. Hay expediciones anuales para buscar cuerpos y fotografiarlos.
Hannah Bond de 13 años, le dijo a sus padres «me quiero matar», y le respondieron «No seas tonta». A la hora estaba colgada con una corbata.
José Asunción Silva se suicidó por problemas amorosos. Antes de dispararse su médico le dibujo con un bolígrafo la ubicación exacta del corazón en su pecho.
Vachel Lindsay y Charlotte Mew, dos poetas lésbicas, se suicidan al mismo tiempo tomando una botella de Lysol: un desinfectante vaginal muy popular entonces.
Eugene Izzi, escritor de novelas policíacas, se ahorcó con un chaleco antibalas puesto. Y dejó armas y pistas falsas en su departamento. La policía demoró meses en confirmar que había sido un suicidio.
Yukio Mishima. Quiso dar un golpe de Estado y la guardia real se le burló. Se encerró en una oficina y se abrió el vientre. Más tarde, para aliviar su dolor uno de sus discípulos decidió decapitarlo pero recién lo consiguió al tercer intento.
Enrique La Rosa. Saltó de un árbol para ahorcarse, pero la soga era muy larga y se rompió las piernas. Arrastrándose tratando de volver a su casa lo atropelló un auto.
Franco Brun un preso de Ontario se mató por asfixia en el penal intentando tragar una biblia de Gedeón.
Bernd-Jurgen Brandes se apuñaló y fue comido por su socio Armin Meiwes. En su testamento decía que así es como quería morir.
Richard Sumner artista británico se esposó a un árbol en un bosque alejado y arrojó las llaves fuera de su alcance. A los 3 años fue encontrado su esqueleto junto a una carta.
Gerald Mellin ató 50 metros de soga de nylon a un árbol y a su cuello. Se metió en su auto y aceleró hasta que la soga lo decapitó.
Adriana Cruz ahogó a su hijo en el jacuzzi de su casa en un barrio privado para vengarse del padre. Fue detenida y se ahorcó en el baño de la cárcel con una media.
Kevin Neil Whitrick. 42 años. Se disparó en la cabeza mientras tenía una sesión de chat con su ex esposa.
Vicente Luy. Vivió con su abuelo, un reconocido poeta español. Cuando muere empiezan sus intentos de suicidio para ir con él. Este año saltó del piso 10 en Salta y lo consiguió.
Jonathan Brandis se convirtió en una celebridad con la serie SeaQuest creada por Spielberg. La depresión le hizo volarse la cabeza en el baño de su casa después de una cena familiar.
Eliott Smith músico muy reconocido de tendencias suicidas inexplicables. Su novia lo encontró muerto en la cocina con un cuchillo en la mano.
David Foster Wallace escribió la novela social americana sin proponérselo. Dejó su medicación para poder escribir, como aún así no lo conseguía, se ahorcó con un cinturón.
Paula Goodspeed fanática de Paula Abdul, concursante india de American Idol. Por este motivo la invitan a participar del programa y es humillada por el jurado. Se suicida a los días con pastillas.
Ryan Jenkins se hizo millonario participando en concursos de tv. Se casó con una modelo en Las Vegas y a los dos días la descuartizó y se mató.
Mary Kay Bergman hacía la voz de personajes animados: South park, Disney. Hasta que esas voces le empezaron a hablar. Se disparó recostada en su cama.
Ruslana Korshunova modelo rusa, estaba viendo una película con su novio, una escena la deprimió y saltó por el balcón.
El animal también se suicida para ofrecerse como alimento o someterse a la regulación de la especie. Por ejemplo el 14 de agosto de 1969, cientos de personas contemplaron desde el acantilado de Cayo Grassy, en Florida, el suicidio de unas sesenta ballenas que llegaron a estrellarse contra las rocas. Las ballenas se suicidan en masa en el mismo lugar aproximadamente cada 40 años. O los delfines que al ser acorralados se abalanzan contra las hélices de los barcos para que los despedacen. El perro, en cambio, se oculta y deja de comer hasta morirse. Los trasteros en cautiverio se ahogan en el recipiente que le sirven agua o se estrellan la cabeza contra los barrotes.
El suicida piensa en el suicidio todas las mañanas. Es un tipo ordenado. Escribe su carta. La borra. Escribe su carta. La borra. El suicida no quiere proyectar su sufrimiento en el espacio del futuro.
Cuando se le dispara a un elefante puede permanecer hasta 10 días de pie antes de caer.
El suicida camina con su escopeta hacia el corral. Confía en que los cerdos se lo devoren antes de navidad.

Carlos Godoy (Córdoba, Argentina, 1983) es autor de un libro mítico, que comenzó a circular en la edición artesanal de la Funesiana y terminó por ser editado a todo lujo en una edición ilustrada en Interzona: la Escolástica peronista ilustrada. Ha publicado, además de otros libros de poesía que en breve serán recopilados en un único volumen por la editorial 17Grises, el libro de relatos Can Solar, la novela La construcción y su más reciente lanzamiento: la recopilación de ensayos Europa.
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