Extraídos de un proyecto narrativo de largo aliento, estos poemas inéditos de Sebastián Antezana evidencian la contundente producción literaria que se viene produciendo en fechas recientes en Bolivia. Una de las literaturas en lengua castellana que conviene no desatender.
I
La tarde en que te vas de nuestra casa
hago una siesta a las seis
duermo resoplando
deslumbrado
la medusa del lenguaje plena de vida
y despierto horas después en otro planeta
mis restos animales sobre la cama
recordando el viaje y el estómago vacío
–give me a piece of bread big enough and I shall own the world–
y entonces un desliz
un ceder a tu no presencia
un escribir estas líneas como si sirvieran de algo:
“Paralelos al agujero del pasado
en el que caigo hacia arriba y caemos
tus ruidos son la tensa intemperie
la cama partida por la mitad
en la que duermo con un ojo abierto
este de aquí
y me levanto de noche.
Paralelos al agujero del presente
en el que caigo hacia abajo y caemos
mis ruidos son moneda de cambio
que te desciende los gestos
te apoya la cabeza en mi hombro
y nos hace desdoblarnos desentendernos deshabitarnos
y también una pregunta
ese mañana en el que ya nunca te levantas”.
Luego miro hacia adentro
con estas palabras u otras
que recuerdan tus ruidos y mis ruidos
mientras la tarde se extingue en un ángulo de este planeta
y así me doy cuenta
entre el pánico y la luz que agoniza
que el mundo es una casa y cada cuarto una jaula vacía
que tus ruidos y el alcance de tu mano
esos dedos que nos alternan a mí y al otro que es como yo
y que no soy yo
y que es un lobo
–esos dedos que
sin asco
se meten en las gargantas de las vecinas
y han aprendido a cerrarse sobre mis tallos y asperezas
como un animal que le gruñe a un recuerdo–
que ellos y tus ruidos
son la almohada en la que en ocasiones
–en mitad de un barrio turco
en una ciudad alemana
en pleno siglo diecisiete–
mi pobre cabeza se asienta dichosa
porque ha encontrado en esa espina
en ese nido hecho de tráquea y mano
una cueva
una madriguera en la que crecer
y tal vez dejar atrás
al lobo que fui
para empezar a ser el lobo que seremos.
II
Una imagen:
una casa que está todo el tiempo llena
pero en la que no vive nadie.
Una casa que es como la idea de una casa
o una barca muerta de mujeres
pero en realidad es el flujo
de un abrazo y el tiempo
que nos recorre las heridas
el paisaje desterrado en que nos encontramos en familia.
Una casa como un centro comercial que cierra de noche
como una funeraria de la que los empleados se van temprano
ateridos de miedo por culpa de un mito heredado
de un retrato de sí mismos que los atornilla a la tierra.
Dormitorio 1: este estar juntas y ser nadie.
Dormitorio 2: este calor malo del cuerpo compartido.
Una imagen:
una casa en la que coagulamos al sol nuestra sangre
en la que estamos solas lamiéndonos los huesos
cada una en un cuarto y explotando cohetes
hablándonos en morse fuego artificial
sacándonos la cresta
entre chispas y colores que se consumen de pena.
Dormitorio 3: este descenso hacia el imposible Dormitorio 4.
Una casa sin perro sin pisos sin paredes
la enorme cueva en la que fuimos
el metro cuadrado en el que podríamos ser
si no fuéramos las que somos
si no cayéramos como meteoritos
de carne sobre nuestra cama.
Cada atardecer
compartimos fragmentos del Dormitorio 19
esta ventana para ti
este escritorio hecho pedazos para mí.
Que cada una se entregue como pueda a su propio paisaje.
III
O quizás el hambre
la voracidad,
el apetito quebrado,
dos depredadores de la mano
descendiendo verticales el paisaje
descifrando paso a paso la mañana
la iluminación
el frío más enigmático
más artificial
más notable,
quizás el hambre y la voz
que llegan como gesto aterido
fugaz eco geográfico
reflejo inconcluso de un espacio exhausto
y tus manos de hombre hombre
y mis manos de hombre animal
de mujer animal
y cosa
y la montaña que se deshace como una iglesia
u otra voz atravesando lluvias
o el recuerdo calcinado del agua
u otra voz,
que a gritos grita,
a lo largo de la quebrada
a lo ancho de generaciones,
padre, madre,
¿por qué me has abandonado?
¿Quién fuiste, quién eras,
ese, aquel, en medio de la música,
desde el olor
la temperatura exótica
de nuestros cuerpos animales?
Madre, padre,
somos piedras que se derrumban
torrentes de mierda
sangre seca sobre la cordillera de nuestro desconocimiento.
Y quizás todo significa nada.
Un lobo bajando a gritos la montaña.
Y ya no nos recordamos
y solo nos percibimos
en el rumor apagado
el jadeo
las huellas
del otro en el cuchillo
o el miedo que mete el cuchillo
o la música del cuchillo
que es igual a la música de la herida
pues mientras somos uno y bajamos la montaña
sonrientes
atravesando el viento
matándonos a dentelladas
herida y cuchillo son la misma forma
el corte carnívoro que nos une
el colmillo en que nos enquistamos
la gota que nos encapsula
tomados de la mano
muertos de miedo tras el pelaje
has sido el amor de mi vida.

Sebastián Antezana, nacido en México en 1982 pero de nacionalidad boliviana, es narrador y crítico. En el año 2008 obtuvo el Premio Nacional de Novela de Bolivia con la obra La toma del manuscrito (recientemente reeditada), y en 2011 publicó su segunda novela, El amor según. Realiza su doctorado en la prestigiosa universidad de Cornell.
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