Crónica de la escritura del relato «Recuerdos del pelo largo», este texto reflexiona, también sobre las influencias y el modo en que las permitimos, las revivimos y, sobre todo, las aniquilamos.

 

El día 9 de Marzo de 1984 yo tenía 19 años y en absoluto me consideraba un joven poeta maldito, todo lo más un oscuro, a tan temprana edad, merodeador de vidas ajenas y de tumbas literarias. Ese día le devolví a la odiosa bibliotecaria de mi barrio el libro que un par de semanas antes me había llevado por el cauce legal del préstamo, ya que alguno había que directamente me metía feliz en el bolsillo y feliz salía a la calle feliz. En cuestión se trataba de Escatófago de Fernando Merlo (1952), poeta malagueño muerto a los 29 años. No obstante, si sé tan exactamente esa fecha es porque tengo el libro en mi poder ahora mismo y en la ficha del lector está mi firma con esos datos. En el mes de Julio de 1995 tenía yo todavía 30 años y seguía husmeando por las calles, entretenido en vigilar a la población paseante, y de vez en cuando me metía en alguna librería de segunda mano, como aquella a la que solía ir en la calle Ollerías en Málaga. Pues digamos que el día 15, sábado por la mañana, mirando entre sus estantes, di con La memoria olvidada de Félix Francisco Casanova, poeta que había muerto antes de haber cumplido los veinte años. La editorial Hiperión le había puesto a la portada un retrato del poeta, guapo y sensual, con una repeinado pelo largo. El caso es que cogí y ojeé el tomito y lo devolví a su lugar y proseguí una caótica inspección que no me deparó nada interesante, así que al volver sobre mis pasos me encontré con la sorpresa de que el librito estaba en las manos de otro curioso, al que reconocí instantáneamente, sabiendo yo de él y él nada de mí, pues se trataba de un poeta más o menos local con el aire místico y desvalido de los mendicantes. Finalmente me hice con el libro porque el otro cometió el fallo de dejarlo en su lugar antes de seguir su merodeo. Cuando quiso recuperarlo ya me encontraba yo pagándolo, hacía tiempo que había dejado de, feliz, robar y seguir siendo feliz. En el año 2004, ya con cuarenta tacos, la cosa no tenía camino de enderezarse, y asumido el vicio, lo único que podía hacer era darle satisfacciones que no se salieran de los cauces no solo de la legalidad sino tampoco de la decencia, así que una buena tarde, veraniega, soleada, o bien borrascosa e hiriente, encontré y compré Diario y cartas, de Manuel Iván Camargo, nacido en Madrid en 1947 y muerto el 30 de Junio de 1987. Fue un escritor precoz, que a los 18 años le entregó al editor los poemas que componen su obra La Paz Desatendida, pero la muerte de su padre en 1967 marcó trágicamente su vida y su literatura, y tras 16 años de ostracismo interior, retomó su obra. En Mayo de 1998 la editorial Ópera Prima editó su Diario y cartas, donde también se incluyen algunos de sus poemas. En la portada una fotografía del autor del año 1974, con expresión doliente, sentado y con las manos entrelazadas por delante de las rodillas. Nariz y labios generosos, en rictus de dolor. Vidas ajenas, sarcófagos literarios. Arthur Rimbaud dejó de escribir a los 19 años. Je meurs de lassitude. Me muero de cansancio, escribió. Con todos estos ingredientes en el año 2007, o en el 2006, se publicó en el 2008, escribí un relato que titulé “Recuerdos del pelo largo”, como dice un verso de Una noche sin ti, la canción de Burning. En él, en el relato, con cierta distancia, ternura e ironía, cuento la malograda vida de un poeta maldito de provincias. “Sólo la muerte es lógica, / lo demás es una frecuencia / estúpida.”, dice uno, Camargo; el otro, Merlo: “Pero te has muerto, Nafa, y te has llevado/ un trozo de esta tierra entre los dientes / Nafa ladrón de besos, Nafa célula, /ajeno ya, ya muerto, a toda historia / de mierda”; y este, Casanova: “Tan lleno de dolor /como el ataúd / de una negra vieja, estoy.” Irse a criar malvas pronto, demasiado pronto, no deja de ser una estupidez, un fallo garrafal, como largarte de la fiesta porque de pronto parece que decae. “Dan las seis, sintonizo a los Stones, recuerdos del pelo largo, viejo blues, queridísimo Eric Burdon. …», cantan los Burning. Y comienza el relato, escribo: “Todo ha sido muy tonto y absurdo, quizás insuficiente para que le sirva de cimiento a mi gloria. A una gloria de verdad, no a una de esas glorias de gilí…” La vida permite muchas bobadas, poder hacer el ganso, mentir, amar, pero los poetas malditos se enamoran pronto de la muerte, se cansan, creen haberlo visto todo, les da por salir pronto de escena. Henry Miller más o menos pudo decir que escribir siempre es algo distinto de lo que la gente piensa. Pues eso, y vivir, y morir. Los poetas malditos son muy tontos y muy intercambiables entre sí, suelen tener razón en casi todo lo que argumentan, aunque argumenten mal, porque la estupidez de la muerte controla muy bien las cartas que reparte. No quiero hablar aquí del club musical de los 27, porque esos sí que son para correrlos a gorrazos. La juventud, el talento y una vida malograda siempre hacen un relato rutinariamente interesante. Y sirven además para alimentar el mito. Quien ha querido alguna vez ser un sueño, el sueño de alguien, a qué o quién le va a tener miedo. Solo debería pararse unos minutos ante su propia estupidez.

 

Antonio Báez visto por Curro Romero

Antonio Báez (Antequera, 1964) ha participado en diversas antologías de microcuento y relato breve y ha publicado los libros La memoria del gintonic, Griego para perros y su título más reciente es La magia de los días, publicado por la editorial Talentura.

Personae es la sección que habla, como su nombre indica, de las máscaras, tanto las ajenas como la propia, porque todo texto autobiográfico está preñado de ficción y todos los textos ficcionales han brotado de las semillas de nuestra experiencia. Muchas veces la mejor máscara es la del rostro propio.
Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.