No han pasado aún quince años de su muerte, y ya el mundo literario que obstinadamente le negó sus favores a Mario Levrero va reconociéndolo no solo como uno de los más originales escritores de la lengua castellana, sino como el autor de uno de los dos libros fundamentales que se han publicado en ella en lo que va de siglo: La novela luminosa. Aquí Pedro Pujante comparte su lectura de sus Cuentos completos.
Mario Levrero es un autor que ya no necesita presentación. Su genial “Trilogía involuntaria” o La novela luminosa son obras necesarias para comprender la literatura hispanoamericana del siglo pasado y que lo sitúan como uno de los autores más interesantes en nuestra lengua. Explica Fabián Casas en el prólogo a estos Cuentos completos (Random House, 2019), de Mario Levrero que son dos las evidentes influencias de su obra: lo kafkiano y los cuentos infantiles. Creo yo entender que esto es posible porque ambos registros, a priori tan disímiles, participan de lo alegórico y de la fábula, de la transformación (o trasposición), en definitiva, de la realidad mediante símbolos e imágenes.
Levrero concibe ficciones totales, crea mundos que en ocasiones parecen sumergidos en el océano de la alegoría. Aunque no es precisamente nuestro autor un alegórico que practique la invención de parábolas, misticismos rancios o simbolismos míticos. Más bien, cabe pensar que como Kafka, Levrero construye antifábulas, o al menos, fábulas contemporáneas, oscuros relatos que reverberan la propia realidad del mundo desde el prisma de lo fantástico, pero que reflejan un esquema arquetípico. Sórdidas radiografías del hombre mediante reconstrucciones fantasmáticas de su esencia. Así, el primer libro de cuentos, La máquina de pensar en Gladys, metaforiza en casi todas sus piezas la casa como espacio tenebroso, como “máquina” de producir fantasmas y oscuridades. Hay en estos cuentos, casas minuciosamente relatadas en las que habitan seres minúsculos, un hombre que se queda encerrado (¿hogar accidental y fantasmal?) en un mechero que ha crecido hasta devorarlo, un niño que habita una casa infinita en la que jamás logra encontrar un misterioso sótano. También la invasión de una casa por parte de un delirante circo o una bizarra pensión que tiene más de castillo kafkiano. También hay lugar para un humor oscuro, como si Levrero se riera con una mueca desencajada: un cadáver en el armario que acabará por intercambiar su condición especular con el narrador. El relato más extraño del volumen es “Gelatina”, una suerte de nouvelle postapocalíptica en la que se adivinan los más ambiciosos universos levrerianos de París o La ciudad, espacios contaminados por lo extraño, lo onírico y cierta urgencia sexual; espacios que, como sucede en este relato de un modo literal, se hallan sometidos a un acorralamiento. Una gelatina misteriosa asedia el mundo y aboca a sus habitantes a la muerte. Esta metáfora puede servirnos para ofrecer una visión cabal de la poética levreriana: densidad asfixiante que, despojada de sentido, contamina el texto y lo convierte en una pesadilla. Pero que, como la gelatina, tiene una apariencia inofensiva, morosa, sutil y casi transparente.
El siguiente libro, Todo el tiempo, está compuesto por tres relatos más extensos en los que predomina una escritura más arbitraria, historias en las que lo fantasioso, el humor infantil y la libertad creadora nos trasladan a otros territorios más abiertos. Ciudades imaginarias o reinventadas (París, Alice Spring), niños que viajan sin saber que no son niños, personajes que tienen más de muñecos que de seres de carne y hueso. Los viajes y las geografías levrerianas son ensoñaciones que pierden sus contornos de topónimos reales. Son creaciones simbólicas, puntos de fuga a los que el autor se evade con la intención de dar cierta consistencia a sus fantasías, ansiedades y temores. Hay ya, en estos cuentos inaugurales, una indagación del yo por parte del autor, aunque sea soterrada y todavía incipiente, adscrita tan solo al mundo de la ficción y sin atisbos de materiales autorreferenciales de peso.
El volumen Tres aproximaciones ligeramente erróneas al problema de la nueva lógica/Ya que estamos está formado por dos piezas de difícil clasificación. Extraños ejercicios, digresiones dadaístas al estilo oupaliano, escrituras automáticas, reflexiones curiosas, en las que Levrero conjetura un formalismo de naturaleza ensayística, aunque el objeto de estudio no esté demasiado claro. En definitiva, curiosidades que pueden ayudar a comprender mejor su idiosincrasia, su mirada, pero que no aportan nada por sí mismas.
En Espacios libres me parece de gran interés el relato que le da título, una aventura nocturna en busca de una mujer desnuda por parte de una banda de seres estrambóticos, quizá locos, ajenos a la realidad. Como casi todos los personajes levrerianos. Personajes que padecen complejos edípicos, en busca de amantes-madres con las que rellenar las carencias de un amor espiritual mediante la carne, el erotismo. La fantasía es así sublimada y transformada en realidad, impregnando cada célula de las tramas que componen los relatos del autor uruguayo. También se incluye aquí el cuento largo “Los muertos”, una narración que oscila entre el relato realista y el onírico, en el que una digresión analépsica articula la práctica totalidad del texto. De nuevo aquí Levrero hace vagar a su protagonista por una zona urbana irreconocible, una suerte de escenario que tiene más de proyección mental que de espacio factual.
Los dos últimos libros aquí recogidos son El portero y el otro y Los carros de fuego.
Esta recopilación tiende a medida que avanzados en su lectura hacia un Mario Levrero más autoconsciente de sí mismo, que persigue la sombra huidiza de su yo mediante la escritura, trazando una autobioficción, siempre tangencial, en la que el escritor cobra protagonismo, sin que la arquitectura onírico-fantástica de sus ficciones pierda vigor. Encontrará el lector aquí una entrevista que se realiza Levrero a sí mismo y la pieza “ Diario de un canalla”, una narración diarística en la que confluyen la ficción con los detalles autorreferenciales del autor. Comprendemos, a través de estos textos, que entre ficción y realidad, entre vida y obra narrativa existe una distancia imaginaria que Mario Levrero nunca ha querido ver. Su vida es su obra, y viceversa. Sus fantasías, como él defendía, son realistas.
Pedro Pujante es doctor en Literatura, profesor de escritura creativa y crítico literario. Ha colaborado con diversas revistas, como Quimera o Revista de Letras. Ha publicado varios libros de relatos, novela y ensayo. Sus últimos libros son la novela Las suplantaciones (Mar Editor, 2019) y el ensayo Mircea Cãrtãrescu. La rescritura de lo fantástico (Editorial Académica Española, 2019).
La fotografía de Jorge Varlotta es de Eduardo Abel Giménez.
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