Una estancia profesional en la ciudad condal sirvió como excusa a Sesi García para hilvanar unas estampas a medio camino entre el costumbrismo y la proyección de sentimientos que cartografían una ciudad muy distinta a la que nos tienen acostumbradas las miradas turísticas al uso.

 

Estoy bien. Escribo
mucho. Te
quiero mucho.

Roberto Bolaño

 

I

La lavandería

Esto parece un poema de William Carlos Williams:
sobre las siete y media, después de una jornada
completa de trabajo vete tú a saber dónde,
nosotros, los que no tenemos lavadora,
acudimos callados a lavar nuestra vida
a la lavandería más cercana del barrio.
Casi una hora entre suavizante y secado
—un total de once euros si separamos todo
lo blanco de lo oscuro—, y tiempo suficiente
para comprar manzanas y conocer mejor
los sitios de la calle larga y barcelonesa
que enclava la rutina de todos nuestros lunes,
justo antes de tender el armario mirando
hacia una ciudad con mar, ramblas y puerto.

II

La ausencia

Las luces de la lámpara de IKEA
y del calefactor barato
que se unen en medio del salón
traen a este pequeño ático
del carrer d’Alí Bei
un calor parecido al del hogar
cuando te encuentro por las tardes
leyendo un libro mientras el mar
se apaga al fondo entre las torres góticas.
Pero hoy, al regresar de la universidad
e introducir la llave y abrir la puerta,
he aparecido en un salón extraño,
en un ático extraño,
en un carrer d’Alí Bei muy, muy extraño
porque te has ido a Reus
a visitar a una amiga,
devolviendo mi hogar,
de nuevo, a los paseos largos de Periferia.

III

Con los cristales sucios
a causa de mis días extranjeros,
paseo como los turistas con este mapa
abierto de mi soledad,
tropezándome en los pasajes
sin gente del Distrito V
con los oscuros rizos de María,
la larga cola de caballo de la calle Amparo
o el ruido seco de los calendarios
que guarda Periferia en sus trenes de Cercanías.
Ni Hospitalet de Llobregat, ni el mar o la montaña,
ni siquiera el Besós sobre su brújula de mosquitera:
simplemente, la vacuidad del caminante,
la mano que no da, que atrapa
convierten mi horizonte en un sobre sin sello.

IV

Los viejos de la Biblioteca de Catalunya

Los viejos de la Biblioteca de Catalunya,
con sus espaldas encorvadas
y con sus gafas alpinistas,
leen periódicos gigantes de antes
de la guerra —y también de la posguerra—,
se pasean con pocos libros
y una vieja carpeta por los pasillos góticos
y hacen figuras de papel
con hojas de colores
que debieron comprar hace cien años.
Todos, todos los resultados
de su día sentados bajo la lamparita negra
los anotan en cüadernos de anillas oxidadas
con una letra muy pequeña y muy, muy lenta.
Al cierre, víctimas de una jubilación ya veterana,
se van callados del Hospital de
la Santa Cruz para volver mañana
y seguir con sus investigaciones,
como si su pensión o el paso por la vida
no se acabaran nunca.

V

Cuando subo al terrado
de Escudellers Blancs, 2,
estoy en el centro del barrio gótico
pero, al mismo tiempo, siento como
si no estuviera en Barcelona.
Estoy, pero no estoy.
Y estoy a gusto
sin estar pero estando
en esta vida de antenas y días
de trabajo tendidos
cerca del país de las gaviotas,
donde los gatos negros hablan y hablan
sin callarse a pesar del ruido sucio
de las calles durante el sábado.

VI

Las señoritas de Avignon, de Pablo Picasso

La verdad es que fumo
como si me lo fueran a prohibir.
Compañeros y compañeras de humo
caminan, danzan, vuelan siempre conmigo
cuando subo por la Rambla de Catalunya
y cojo el metro en la salida
más modernista del Paseo
de Gràcia.
También siempre se me aparecen
al salir a Ferran o Escudellers
para seguir con Vázquez Montalbán
o ir a echar una carta a Antonio López
—dicen que por allí, cerca del puerto,
vivió Cervantes
y, además,
que en la calle de Avinyó se fue de putas
Picasso para luego acordarse
de ellas desnudas, imposibles
y geométricas,
de aquellas señoritas que no, no eran de Francia—.

VII

De Barcelona me gusta

De Barcelona me gusta la calle
de Tallers a las cinco casi de la mañana,
la fuente de la Plaça Reial sin gente,
mi amiga de Madrid que echa en falta Madrid,
así como sentarme a leer en los bancos
de la Rambla de Catalunya al salir del cajero.
Y también he de confesar
que me gusta quejarme y quejarme y quejarme
de los turistas y su horizonte,
y de las putas y los yonquis
y de los putos y las yonquis
que no le dejan a uno bajar por la noche al puerto.

Barcelona, febrero-abril de 2017

 

Sesi García

Sesi García (San Sebastián de los Reyes, 1992), filólogo de formación, es Personal Docente e Investigador en Formación del departamento de Filología Española de la Universidad Autónoma de Madrid, donde realiza su tesis doctoral sobre la poesía de Manuel Vázquez Montalbán. Finalista de varios certámenes poéticos, en 2015 obtuvo el Primer Premio en el XV Concurso de Poesía de la UAM. Ha publicado poemas en varias antologías y revistas, entre las cuales cabe destacar Antología poética Bukowski Club (Canalla Ediciones, 2011), En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (Bartleby Editores, 2014), Volavérunt y Pineal Magazine, y ha escrito junto con María Cabrera el libro de viajes Dos islas (Séxtaxis Ediciones, 2015) y junto con Alberto Guerra Obispo, el poemario De gatos, noches y días (Séxtasis Ediciones, 2016). Además, es autor de los poemarios Tabaco de liar (Canalla Ediciones, 2012) y Otro perfume de hablar (Eirene Editorial, 2014).

Polisílabos es un espacio dedicado a compartir la mejor poesía que se está escribiendo hoy en castellano y, siempre que sea posible, inédita.

La fotografía que ilustra los poemas es de Francis Peres. Con ella ganó el World Press Photo en categoría de naturaleza. Puede verse toda su obra y adquirir copias de sus imágenes en su web https://francisperez.es/