Javito Payeras prosigue en su repaso de figuras centrales del arte contemporáneo mesoamericano que viene realizando para deleite de los exigentes lectores de penúltiMa con un acercamiento a la pintora Paula Nicho, figura singular y poco conocida fuera de su país de origen por esa desgraciada costumbre de no atender a los que no es perfectamente ubicable dentro de las clasificaciones con las que constreñimos nuestro mundo.
Yendo directo a la vena, nací en un país donde hablar de pueblos indígenas significa alinearse con dos cosas que no soy: a) un bolchevique de twitter convencido de que la salvación del mundo es iniciar largos debates en redes sociales b) un Viernes convencido por la academia norteamericana (ese amable Robinson Crusoe en decadencia) que me verá como otro útil informante nativo que puede ganarse la vida cancelando a la gente y rascando más de algún financiamiento. Simplemente soy un escritor independiente y disidente de todo tipo de progresismos woke y el afecto que siento por la gente que amo y con la que comparto esta región invisible, Guatemala, es hablar acerca de su genialidad periférica, acaso de muy extraña comprensión para muchos que leen estas palabras desde afuera.
Paula Nicho Cúmez (San Juan Comalapa 1955), es una artista Maya Kaqchikel que inició su trabajo como pintora a la edad de treinta y cinco años. La región a la que ella pertenece asume el color como una suerte de espiritualidad, para dar una estampa de Comalapa, solo puedo decir que para llegar a esta pequeña ciudad hay que manejar por una carretera estrecha al borde de los filones de una montaña llena de árboles y de flores, en realidad es una experiencia visual suprema hacer ese trayecto. El pueblo en sí no se diferencia con tanto otros que existen en el país, sus habitantes son en su mayoría indígenas que se dedican al comercio y a la agricultura, como suele suceder, algo que es importante aclarar para no ser determinista y romantizar que solo existe pobreza y analfabetismo en estas regiones… si uno abre los ojos y abraza la realidad, descubre gente organizada que cultiva, comercia y sobrevive, acaso con mayor dignidad que en la ciudad capital, esta cuadrícula subdesarrollada de lavanderías de dinero, gente abandonada en la calle, arribistas que aceleran sus coches agrícolas atropellando ancianos que atraviesan la calle y zombis rumiando mensajes a través de sus móviles.
Mi sueño, 2003
Paula Nicho forma parte de las artistas más virtuosas de su generación, toma un capital profundamente simbólico para las mujeres mayas, el conocimiento profundo del tejido. Tejer no es una práctica heteropatriarcal como se le define hoy en día a las construcciones de identidad de clase heredadas por siglos de tradición y cultura, mas bien, se trata de una forma de escritura con hilo, porque un güipil lleva en su bordado las formas de un códice, el rojo contrasta con el lila o el amarillo, una amalgama que ni Paul Klee en toda su teoría de la composición plástica pudo imaginar. La signatura de las mujeres que pinta Nicho en sus obras son precisamente el espejo de esa otra forma de ver los colores, el hilo hace los caminos y los ríos, el bordado son las casas y las montañas, sus personajes son mujeres que ascienden al cielo con un mensaje en las manos, en la tierra queda la comunidad absorta contemplándola, viéndola como se aleja mientras sus sandalias caen lentamente al suelo. Su poesía es tan perfecta como el vuelo de una cometa de papel que de pronto se suelta de las manos y se pierde como un punto rojo-azul entre las nubes. No se ocupa de los asuntos del dolor suburbano de una Frida Kahlo por ejemplo, no tiene un ápice de dolor exótico, creo que no lo necesita, su pintura dialoga con toda esa obra rezagada del arte no occidental que, sin venderse dentro de esta parafernalia oportunista, defiende el oficio paciente del trabajo acucioso y ordenado para “hacerse multitud”, tomando este enunciado maravilloso de Walt Whitman.
Mi soledad, 2006
En Mesoamérica se condensa la literatura más antigua del continente. Pero la mayoría es indescifrable para su lectura. No somos subsidiarios de una tradición cultural europea como sucede con la literatura argentina o chilena, tampoco hemos logrado hacer de la vanguardia una tradición como sucede con el arte mexicano o cubano, somos una estabilidad resiliente, algo que se va acumulando en el tiempo, de eso que los tejidos no tengan un autor/a, por lo mismo solo pueden ser patentados por la comunidad que los adjudican como una creación colectiva. Así la noción de obra de arte no existe si no es algo que pertenezca a todos… y no me refiero únicamente a los pueblos originarios de América, sino a todos los seres que respiran sobre este planeta. Es muy notorio que una época en la que se habla tanto de la espiritualidad como clave del éxito, este tipo de argumentos culturales suenen extraño, acaso porque a diferencia del budismo enlatado y los ritos celtas para el empoderamiento cool, la permanencia de una visión de la vida desde el silencioso acto de cosechar o moler el alimento suenen a formas de sometimiento, pienso que quienes ven de esa manera la resistencia de una cultura no sean más que tristes radicales privilegiados por su rol de espectadores.
Paula Nicho pinta y su obra ha llegado muy lejos en el mundo, puede rastrearse en colecciones de Asia y de Europa, acaso porque no busca excluir al mundo de sí misma y puede entender la profunda belleza de una cerámica japonesa como la de una pintura del Greco, el arte es la vida misma sin los marbetes de colonialismo y resistencia. Sustraer lo poco de bello que queda en la humanidad para seguir tejiendo, aclarando la poesía, resistiendo con nuestras ideas sin dejar que nos arrastre el odio divisionista, observando el cielo –acaso lo único que no pertenece a nadie por el momento- y no esperar más retribución que el inmenso espíritu que nos invade luego de terminar un cuadro o colocar un punto final a un escrito… puede que eso sea para algunos de nosotros, la única forma de sentido que tenga la vida.
Cerrito del Carmen 2 de noviembre 2022
Javier Payeras (Ciudad de Guatemala 1974) es narrador, poeta y ensayista. Ha publicado: Biografía de la imaginación (ensayo, 2022), Imagen de un segundo (poesía, 2022), La región más invisible (ensayo, 2018), Volumen de islas (poesía, 2017), Esta es la historia azul cobalto (diarios, 2017), Slogan para una bala expansiva (poesía, 2015), Fondo para disco de John Zorn (diarios 2013), Imágenes para un View-Master (antología de relatos 2013), Déjate caer (poesía 2012), Limbo (novela 2011), La resignación y la asfixia (poesía 2011), Post-its de luz sucia (poesía 2009), Días Amarillos (novela 2009), Lecturas Menores (ensayo 2007), Afuera (novela 2006), Ruido de Fondo (novela 2003 segunda edición en 2006), Soledadbrother (poesía 2003, segunda edición 2011, tercera edición 2012, cuarta edición 2013, quinta edición 2018), Raktas (poesía 2001, segunda edición 2013) (…) y Once Relatos Breves (cuento 2000, reeditado 2008 y tercera edición 2012) y la antología Microfé: poesía guatemalteca contemporánea (editorial Catafixia 2012). Su trabajo ha sido incluido en diversas antologías en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos y su obra, completa o parcialmente, ha sido traducida al inglés, alemán, francés, italiano, portugués y bengalí. Actualmente escribe para http://revistapenultima.com/
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero