Munir Hachemi se estrena de la mano de Periférica con una novela que subiverte géneros y es más sofisticada de lo que pudiera parecer en una primera lectura. Una de las propuestas más sugestivas de este otoño que se va difuminando ya lanzado a la carrera hacia los festejos navideños sin haber proporcionado casi ninguna novela española potente salvo, acaso, esta y la que parece muy prometedora de Cristina Morales que ha ganado el Herralde de este año.

 

Para lo que estén más o menos al tanto de la trayectoria como editor de Julián Rodríguez, director literario de Periférica, no es una novedad que, desde hace años, lleva reclamando la aparición de voces dentro de la narrativa española que provengan de las primeras o segundas generaciones de hijos de inmigrantes, ya sea nacidos o criados dentro de la lengua española pero, siempre, con una herencia cultural extranjera. No es un deseo extraño si uno lo compara con la pujanza de autores que entrarían dentro de esta categoría en literaturas como la británica o la francesa, por no entrar ya en su presencia fundamental en una literatura como la estadounidense, hecha, en buena medida de inmigrantes o de hijos de inmigrantes por motivos obvios. Se da el caso, también, de que esa tipología literaria es muy habitual en otras literaturas escritas en castellano, resulta imposible entender literaturas como la argentina, la uruguaya o la chilena sin autores que son, en muchos casos, los primeros de sus familias que se han criado con el castellano como lengua materna. Pienso, por ejemplo, en un autor tan determinante para la literatura actual como Sergio Chejfec. Y es precisamente ahora, con el paso de los años, cuando se da el caso de que dichas literaturas no reflejan esos orígenes diversos a los de sus ubicaciones de producción.

Pero es bien cierto que la literatura española ha sido renuente a permitir la aparición de autores con esas características. Por eso uno puede intuir la enorme alegría que debió suponer para la editorial Periférica la recepción del manuscrito de Cosas vivas de Munir Hachemi. Digo alegría porque cuando llega un buen manuscrito a una editorial es motivo de goce, no hay cliché más dañino que el de los buenos libros que los editores dejan pasar. Eso no es cierto. En realidad, los editores tienen, muchas veces, que terminar publicando manuscritos que no los tienen totalmente convencidos porque deben cumplir con un plan editorial. Por eso que te llegue un buen manuscrito es, siempre, motivo de regocijo y señal de que deben poner manos a la obra. Pero en el caso de Cosas vivas la alegría debió ser doble al tener, por fin, ese autor que, como muchas veces ha dicho Rodríguez, suponga para la literatura española algo semejante a lo que ha representado Kureishi en la  británica.

Hachemi, que con esta novela deja de ser un autor inédito, ha cuajado una novela de formación irreverente con el propio género y que termina, en buena medida, doblegando las marcas del mismo a su antojo, para convertirse en una novela de profundo calado que tantea numerosos temas y, sobre todo, vertebra al mismo tiempo que cuestiona, la idea misma de la narración y del argumento que la parece sustentar. Puede sonar sarcástico, pero no quiere serlo, con unos mimbres parecidos entre sí puede surgir un producto dócil y predecible como Sé lo que hicisteis el último verano o algo de profundísimo calado como una película de Rohmer.

Hachemi establece una economía del propio texto cuyas reglas y procedimientos son exhibidos ante lector con desparpajo y honestidad absolutos. Ante el lector aparece una novela de verano, de jóvenes en tierra extraña, donde se comportan como cabe esperar de unos personajes que buscan experiencias vitales y algo de efectivo para gastar, que van poco a poco intuyendo un entramado más o menos atroz que se esconde en una zona rural que podría retratarse como idílica o no del sur de Francia. La vendimia, las granjas, los campings, los cultivos, los inmigrantes norteafricanos, las noches a la intemperie, las drogas, etc. van circulando frente al lector como podría esperarse de una narración de este corte, pero lo hacen violentando continuamente su función más o menos dócil ante los lugares comunes para, por el contrario, irse constituyendo en elementos bisagra susceptibles de, en cualquier momento, convertirse en lo contrario de lo que cabría esperar de ellos. La trabazón de estos elementos se realiza mediante una articulación doble en el discurso. Por un lado está la novela, que estamos leyendo, cultivada y culterana, dada a la cita, a la referencia, a la divagación teórica unas veces ortodoxa y otras juguetonamente heterodoxa, por momentos hasta descarada y poco respetuosa con el lector y los materiales mismos de la trama que está construyendo como esqueleto del texto. Por otro está el diario, que aunque tiene su simiente en la vocación testimonial del postadolescente que vivió los hechos que narra, está recuperado como materia textual de la novela por su cercanía y falta de pretenciosidad retórica frente al estilo resabiado de la novela. En esa tensión, que difumina el propio texto al reconocer los motivos que han llevado al narrador a recurrir a ese texto «no literario» para contar la historia que esconde las páginas de Cosas vivas, es directamente señalada en el texto dentro de un marco de análisis marxista. El diario es fruto de un trabajo no remunerado y vocacional y la novela obedece más a un conocimiento del valor del trabajo intelectual donde puede transformarse el valor de cambio del diario, aparentemente ajeno al mercado, pero es precisamente la plusvalía de las dos historias del texto, la que el diario va desvelando y la que la novela finalmente confiesa en su cierre, lo que sirve además para dar sentido al inicial ensamblaje teórico y crítico que puede parecer en primera instancia innecesario o incluso pedante, y de dónde surge del desmontaje de la maquinaria de la ficción vista a la luz de la realidad. Los cuatro jóvenes que van viviendo una serie de hechos donde uno de ellos parece ser el que percibe sus engranajes y otro, el narrador, quien los registra, pero se ven finalmente superados por una narración oral, más cercana y menos fantasiosa, realizada por un elemento externo, que otorga sentido a la novela al mismo tiempo que desactiva la ficción armada en el diario. El brillante mecanismo de la novela termina así de encajar de modo sorprendente sin, al tiempo, haber necesitado recurrir a nada que no estuviera ya ante los ojos del lector.

Pero hay más, mucho más en una novela que transita por un ecologismo militante pero no ingenuo, por ejemplo. O que se atreve a retratar también de modo ingenioso la presencia del otro, ya sea el extraño dentro del grupo como el que permanece externo a él, la idea misma de la extranjería y cómo se es extranjero, no ceñida a efectos humanos sino posthumanos, gracias a la presencia del animalismo o conceptos como el del biopoder, que tiñe estas página de una densidad muy sugestiva. Asimismo el modo en que establece el marco de análisis de la lengua, como elemento de comunicación y de exclusión, así como su latente condición de mecanismo de poder. No es común encontrar una novela que pueda ser leída, en primera instancia, como una narración más o menos entretenida en su doble mecanismo de generación de suspense y que, a la vez, despliegue toda una serie de temáticas que se ofrecen al debate. Cosas vivas es una novela que cumple con las expectativas y las sobrepasa, obligando a todo aquel que se acerque a ella a ir más allá de la condición efímera, y hasta cierto punto banal, de ser una primera novela. Munir Hachemi demuestra ser un gran escritor que ha escrito un gran libro, los adjetivos relativos a su juventud o experiencia son más propios de un cierto amarillismo al que tan dado es cierto periodismo cultural (ese oxímoron) y, precisamente por su superficialidad, no tienen hueco en productos culturales sólidos como lo es este Cosas vivas.

 

Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor y crítico. Su libro más reciente es la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe (Festina, Ciudad de México, 2016). Además ha publicado, entre otros títulos,  la novela Lima y limón, que cuenta con ediciones en cuatro países y una digital de alcance global. Otros de sus libros son Mezclados y agitados o El sabor de la manzana. Entre otras cosas es el director de penúltiMa.

Perengano: todavía menos que fulano, mengano o zutano.