Hace unos años ni siquiera conocíamos su nombre, sencillamente era estropear la tensión argumental de una historia, ya fuera literaria, cinematográfica o de cualquier otro tipo. Ahora, los spoilers han llegado para quedarse con esto de las series televisivas y su esplendor. Libia Brenda, aún así, no los encuentra tan problemáticos.

Revelar un misterio que nadie quiere saber de antemano es una grosería, estoy de acuerdo, pero amenazar a alguien con el odio eterno y las llamas del infierno por hablar de un detalle que forma parte de una obra, me parece una exageración. En general, hablar en una línea o un párrafo (depende de la red social) de una sola escena no tiene por fuerza que arruinar un libro entero, dos horas de película o el capítulo de 50 minutos de una serie. En breve: no creo en los spoilers. (De ese descreimiento hablaré más adelante.)

Cada vez que un contacto escribe en FB: “Ya saben, al que suelte spoilers lo desamigo” o alguien se queja en TW: “Todos ustedes están comentando el último capítulo y merecen ser hervidos en aceite porque yo no lo he visto”, mi primer impulso es decirles: “Salte, salte ahora mismo de internet, ponte a hacer otra cosa, ¿para que vienes a hacer corajes?, doce o veinticuatro horas sin pantalla táctil no te van a hacer daño”.  Ahora, como bien apunta Alberto Chimal la gracia de una obra no radica en que la consumamos, no se agota solo con conocer un detalle, igual que no tendría que perder su chiste una vez que la hayamos visto o leído; y siguiendo con otra idea del mismo Alberto, también está el lado colectivo del asunto, la gente que entra a sus redes sociales el domingo por la noche o el lunes por la mañana a escribir sobre el más reciente capítulo de su serie preferida, no está echando a perder nada, ni está soltando spoilers. Este punto me parece importante, porque la experiencia colectiva de hablar sobre esa serie o esa película (mucho menos sobre un libro, es verdad) es parte de la gracia de estar en un medio masivo de distribución de información y es parte de lo que a mucha gente le entusiasma: tener un punto de encuentro, así sea en la pantalla, con otros a quienes les entusiasma lo mismo. Ya se ha dicho que hace treinta años ser nerd era una desgracia, y ahora es una virtud en ciertos círculos, igual que ser geek; bueno, parte de cultivar un lado ñoño, geek, nerd o de aficionado a algo, es entablar una conversación y si para algo son buenísimas las redes sociales es para entablar conversaciones (omito la parte que se usa para atacar o denostar).

Estas conversaciones, claro, no siempre resultan interesantes para todo el mundo y si se conversa sobre la película recién estrenada, es posible que resulten molestas, pero ¿por qué?, ¿por qué nos irrita entrar a poner el .gif de un gatito y encontrar una serie de comentarios sobre un giro de la trama?, ¿en serio nos están rompiendo el encanto de manera flagrante cuando mencionan que un personaje se besa con otro o que a mengano actor le queda muy flojo el traje de superhéroe? Aquí quiero hacer dos notas, la primera es que si los productos que ahora se consumen a pastos son tan frágiles que se deterioran, sin habernos acercado a ellos siquiera, solo por un par de líneas o de párrafos en un muro o una línea del tiempo, quizá nuestro entusiasmo está invertido en un objeto que no vale tanto la pena. La segunda es que, en todo caso, podríamos pararnos a pensar, antes de oficiar la misa negra, en que esa persona que comentó la falsedad de la peluca de la actriz, no está ofendiéndonos, no está ejerciendo un acto de maldad y no está echando a perder la gran obra de entretenimiento que el mundo estaba esperando: está gritando a los cuatro vientos que le puso atención a una obra y le gustó o no le gustó, igual que nosotros estamos gritando a esos mismos aires que hoy desayunamos huevos fritos o que nos gusta el vecino que vive cruzando la cuadra.

He tendido varias pláticas al respecto en los últimos días (todas vía FB o TW) y la gente que odia los spoilers coincide en que es cruel, malintencionado o, cuando menos, desagradable que si alguien ya vio la película salga y diga frente a la fila del cine que Darth Vader es padre de Luke, o el destino final de Dumbledore; e incluso puede que revelar el punto de quiebre en Psicosis o en Sexto sentido siga siendo mala idea, porque hay gente que no ha visto esas obras o leído esos libros. Aquí estoy de acuerdo, en cuanto a que revelar un giro de la trama sobre el cual descansa si no la obra completa, sí una buena parte de su peso narrativo es echar a perder un aspecto importante de esa obra. Pero, si sigo de abogada del diablo, insistiría en que aquí lo importante es que se echa a perder solo un aspecto, pero es difícil echar a perder toda la obra.

Hay obras que empiezan por el final o in medias res, cuando esto sucede en un libro el lector muerde el anzuelo y se deja llevar para descubrir cómo es que los elementos se concatenan hasta llegar a ese final (a veces sabemos que es el desenlace, a veces no); como dice Alejandra Arévalo (@soysputnik) en un video [link: https://www.youtube.com/watch?v=_ImboFtUvuY] sobre este fenómeno, Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, es un buen ejemplo. Pero en general, si una obra empieza por el final, lo que hace es acumular la tensión durante el desarrollo de la historia, hasta que la serpiente se muerde la cola y nos encontramos con la misma escena, solo que ya tenemos los elementos para descifrarla en su totalidad y para dotarla de su significado más amplio, según lo quiso el autor o director. Hay capítulos de series lineales que empiezan con un giro emocionante, pero se tardan 45 minutos en mostrarnos cómo llegamos allí (como Hannibal); películas que dependen enteramente del proceso de edición, porque no muestran los hechos en el orden cronológico en que suponemos sucedieron (como Pulp Fiction o Memento), y a los directores nadie los acusa de haber trastocado el disfrute de la historia. Sí, es verdad que esos elementos están puestos allí adrede y son parte de la obra (y no tiene que ver con el efecto que produce un tuit que diga que Tormund le sonrió a Brienne mientras mascaba una pata de pavo), pero mi punto es que, si fuera tan grave que conociéramos de antemano los detalles de una trama, nunca funcionarían las tramas no lineales y estaríamos condenadas a vivir en un mundo donde sólo se puede ir de A a B en línea recta y en una sola dirección. Me parece que ese sería un mundo mucho más aburrido.

Otro asunto que me llama la atención es menos frívolo y más invisible todavía: el clasismo que se esconde bajo la máscara de la diversión. Para ver la película del momento, hace falta ir al cine, y se necesitan recursos, más que nada tiempo y dinero; para ver al minuto el capítulo más reciente de la serie superpopular, hace falta tener la señal de cierto canal o de ciertos canales de televisión de paga o, cuando menos, el enlace del sitio desde donde se puede descargar o donde se puede ejecutar, y para eso hacen falta recursos como tiempo, dinero, una pantalla de televisión o el monitor de una computadora (no voy a jugar a que todos tenemos para pagar 70 pesos de entrada al cine o televisión de paga con todos los canales nacionales y extranjeros, escribo desde México). Aquí el campo de batalla de los spoilers cambia, hay un juego de poder que puede pasar desapercibido, pero existe: hay una sutil confrontación entre los privilegiados que lo pueden ver todo en el momento que quieran, y quienes tienen que esperar a que suban los subtítulos, se descarguen los archivos, se publique el contenido en su canal de televisión oficial, hayan acostado a sus hijos, esté la ropa lista para la semana o hayan terminado de trabajar y a las diez de la noche del domingo por fin ven si les queda energía para un capítulo de 30 o 50 minutos, o una película de más de hora y media; y están otros, claro, que salen de paseo o de visita, vuelven a esa hora y llegan a hacer más o menos lo mismo. Entonces hay una competencia, fomentada por cierta mercadotecnia, que se basa en ver quién es más cool, quién tuvo acceso antes que otros, quién tiene la posibilidad de decidir si se espera a hacer un maratón o sigue las entregas conforme salen; es una carrera contra el tiempo y contra otra gente en la que si no estás al día estás fuera de onda, porque no perteneces al nivel inmediato de la conversación, es decir, no perteneces al club de los que tienen a la mano el objeto de codicia. El mensaje dice, a veces de manera obvia y otras de manera invisible, que si no estás al tanto eres un paria social. Digresión: en paralelo se juega a ser cool si no se menciona el tema del momento o si se finge desprecio, de ahí el famoso tren del mame. El punto es que se está dando carpetazo a un montón de gente que no está al tanto porque no puede (quienes tienen la opción y no la eligen, ni siquiera se enteran) y aunque es un propósito no siempre obvio y a veces ausente, también hay que tomarlo en cuenta. Así el spoiler se convierte en una herramienta de estatus, no se revelan detalles o se comentan puntos importantes como una verdadera muestra de entusiasmo, se hace para evidenciar cierto acceso y ciertas posibilidades. En ese sentido, los sopilers quizá tengan una cara peor de la que siempre vemos y ya no son una piedra con la que tropezamos, sino una manifestación de desprecio por el prójimo.

En el primer párrafo del texto digo que no creo en los spiolers, aclaro que esta es una posición completamente personal, no una prédica. No creo en los spoilers porque también me causa mucho entusiasmo la ejecución y el armado de una obra; la trama y la historia son importantes, pero es igual de importante cómo se lleva a cabo la puesta en escena, cómo el personaje llega a cierto punto o cómo la narrativa avanza para que ese punto sea posible, esto aplica desde la muerte sorpresiva de un personaje hasta el cantadísimo desenlace de una comedia romántica; conocer un detalle no me molesta, saber de antemano uno de los posibles giros no me decepciona. Y, en cualquier caso, para mí aplica también en adaptaciones a la pantalla de obras literarias que ya haya leído, tanto como para las revisitaciones; ver una película varias veces y sentir en el estómago cómo se va acumulando la tensión porque ya sé qué va a pasar y cómo, me causa mucha emoción; igual que disfruto de jugar a que adivino lo que viene en el guion de algo que veo por primera vez, pero cuya estructura me es familiar porque es una obra semejante a tantas otras, no en su detrimento, simplemente en su relación con las cientos de miles de horas que ya se han filmado o de páginas que se han escrito; no que las conozca todas, pero uno aprende a ver y a desmenuzar las obras cuando las analiza y cuando pone atención a ciertos detalles. Esta es una manera quizá enredada de decir que los spoilers me dan casi lo mismo, si me cuentan el capítulo me emociono porque me entero del qué, luego la veo y ya me entero del cómo.

Creo que por sentido común no se deben revelar los detalles de las obras cuyo desenlace depende de una revelación inesperada, como Otra vuelta de tuerca de Henry James o El prestigio de Christopher Priest y, por costumbre, yo misma no hago spoilers a menos que alguien en una conversación me pida que le cuente algo específico. Pero si, por ejemplo, tengo muchas muchas ganas de hablar de un detalle de Wonder Woman y la película ya lleva dos semanas en cartelera, escribo en mi muro de Facebook lo que me da la gana y no advierto nada, confío en que si a alguien le interesa leer mi punto de vista, pero teme que revele detalles importantes, deje de leer si no conoce la película, es decir, confío en el criterio de quien lee. No puedo hacerme responsable de que a toda la gente le guste todo lo que yo pongo en mis redes personales, y tampoco es que haya pirateado la película diez días antes y me ponga a narrar la historia al completo (por otro lado, en ese caso específico también confío en que la historia básica es más o menos conocida, sobre todo porque el cómic lleva más de medio siglo de haberse publicado por primera vez). No trato de arruinarle nada a ningún transeúnte virtual, pero tampoco puedo gritar spoiler alert! si voy a hablar de los Montesco y los Capuleto, no porque crea que todo mundo tiene la obligación de conocer Romeo y Julieta, sino porque sé que la gente está más o menos familiarizada con la historia. Así funcionan las redes sociales.

Mi conclusión es que podríamos dejar de darle tanta importancia a los spoilers o, al menos, podríamos darles otra dimensión. En vez de descansar toda nuestra esperanza en que nadie diga nada revelador sobre algo que nos gusta, podríamos tomar alguna de estas medidas: no usar las redes durante ciertas horas de tráfico; replantearnos si en verdad saber de antemano que a Jessica Jones le cambian el atuendo nos echa a perder la nueva serie; incluso asumir que Sherlock va a revivir y sentir curiosidad por ver cómo regresa de entre los muertos, en lugar de desear una muerte lenta y dolorosa para todas las cumberbitches que están discutiendo sus teorías en público. Y, sobre todo, podríamos dejar de preocuparnos tanto por decir algo erróneo que nos granjee el desprecio del prójimo, podríamos dejar de preocuparnos tanto por leer un comentario que parezca quitarle el sabor a tres cuartos de hora de pantalla, y más bien disfrutar el hecho de que podemos descalzarnos o comprar un bote de palomitas y sentarnos a ver eso que tanto nos apasiona o, en su caso, a leer ese libro al que le traíamos tantas ganas.

Y una última opción: podemos consumir más películas, libros y series imposibles de echar a perder. A ver quién es el guapo que me dice que no soportaría spoilers de Twin Peaks: The Return (mi teoría es que alguien puede contarle a otra persona exactamente cada escena de cada episodio, y todos nos quedaríamos exactamente igual) o que se siente muy mal porque ya sabe en qué acaba Orgullo y Prejuicio, tanto la novela de Jane Austen como cualquiera de sus adaptaciones. Porque sigue habiendo obras que valen más por el camino que recorren y que no pierden nada si se conocen detalles de antemano, igual que es verdad que cada vez más, hay productos que descansan en una sola vista y en un par de puntos endebles que soportan mal una historia de por sí aguada y poco interesante.

 

Libia Brenda

Libia Brenda es editora, también lectora irredenta. Como escritora ha publicado varios cuentos de ciencia ficción y de imaginación en antologías, en México y en otros países. Empezó haciendo fanzines, estudió literatura, se hizo editora de oficio, ha trabajado en la industria editorial desde finales de los noventa. Es cafeinómana y tiene aficiones «de señora», como cocinar y coser.

Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.

La imagen, cómo no, es un fotograma de la mejor serie de la HBO, The Wire. Aguanta todos los spoilers. De hecho.