Una de las paradojas de la crítica es que, aunque como en este caso verse y discurra sobre una monografía realizada sobre la obra de dos fotógrafos fundamentales para fijar la memoria visual de Saltillo, está hecha con mimbres literarios. Alejandro Badillo revisa el texto de Alejandro Pérez Cervantes sobre los fotógrafos José Mora y Gabriel Berumen, un palimpsesto de imágenes y palabras muy sugerente.
A menudo las disciplinas artísticas tienden a la especialización y se convierten en cotos cerrados. El diálogo que debería ser fecundo se reduce a lo mínimo. Alejandro Pérez Cervantes (Saltillo, 1973) es un narrador que, además de cultivar la literatura, indaga en el mundo de la imagen y de lo gráfico, entiende la importancia de vulnerar los límites en el arte. Un buen ejemplo de este interés es Los estatutos de la mirada publicado por el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo. El libro es una muestra representativa de la obra fotográfica de José Mora y Gabriel Berumen en el Estudio Mora y García entre los años de 1948 y 1977. Alejandro Pérez Cervantes rescató las imágenes de estos dos fotógrafos a través de una investigación que lo llevó a indagar en registros periodísticos y otros archivos. Después, escribió textos que, más que explicar, interrogan las imágenes.
Uno de los aspectos interesantes de Los estatutos de la mirada es la memoria. Literatura y fotografía comparten la vocación de derrotar el tiempo. La memoria, fugaz, tiene un ancla en las letras y en la luz capturada por una lente. Alejandro Pérez Cervantes se sumergió en archivos de cientos de fotografías y comenzó a recorrer, a través de las escenas retratadas, las calles de una ciudad que no le tocó vivir. La fotografía, cuya primera vocación fue dejar constancia de los hechos, fue para los fotógrafos del Estudio Mora y García un medio para ganarse la vida. En todo México, desde inicios del siglo XX, surgió la fotografía como una contadora de historias y un registro exacto de movimientos sociales, eventos familiares y momentos importantes en la vida de una ciudad. Sin embargo, hubo fotógrafos que, como dice el autor en las primeras páginas del libro, no se contentaron con una simple toma que cumpliera con los objetivos comerciales para los que era encomendada. Estos primeros artistas, como José Mora y Gabriel Berumen, trataron de captar algo más: una mirada, un gesto que es más que un simple testimonio. Alejandro Pérez Cervantes construyó, como si estuviera construyendo el andamiaje de una novela, una historia a través de algunas imágenes rescatadas.
Una de las virtudes del trabajo del autor es que no limita su intervención a hacer comentarios técnicos o históricos de las imágenes. Cada una de las escenas seleccionadas es objeto de una disección imaginativa. Por supuesto, hay un contexto informativo básico que sirve como marco de referencia. Sin embargo, a Alejandro Pérez Cervantes le interesa fundir la narrativa visual con la literaria. En muchas de las imágenes sólo tiene la fecha en que fueron tomadas y un puñado de rostros anónimos que miran a la lente. El autor aprovecha ese espacio en blanco para preguntarse qué hacen ahí, por qué. En varias imágenes aventura lo que pudo suponer el fotógrafo y trata de encontrar, sondeando en el tiempo, sus motivaciones. Edificios, un peatón en apariencia distraído, el retrato de una huelga de telefonistas, la taquilla de un cine, se despojan de su aparente inmovilidad y se convierten en personajes vivos a través de las palabras del autor. De esta manera tenemos el fujo de imágenes que capta la mirada y un camino paralelo que tiene como brújula la imaginación. También, para añadir una capa más de interpretación, Alejandro Pérez Cervantes utiliza un vasto repertorio de referencias que llevan a los retratados al ámbito de la filosofía, la música, el cine, entre otros. En Los estatutos de la mirada no sólo hay un rescate fecundo de una ciudad como Saltillo, llena de historia y de recovecos que se llenan de luz cuando son interrogados por la memoria, también hay un interesante ejercicio imaginativo que es acompañado, por si fuera poco, por una gran prosa. Es con esta clase de libros que el arte hace justicia a su vocación de llevar la memoria a un territorio vivo y en constante mutación.

Alejandro Badillo (Ciudad de México, 1977), es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), Crónicas de Liliput (BUAP), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta/ Secretaría de Cultura del DF) y Por una cabeza (Ficticia Editorial / Universidad Autónoma de Nayarit. Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Ha participado en publicaciones como Luvina de la Universidad de Guadalajara, GQ, Letras Libres y el suplemento “Confabulario” de El Universal. Colabora con cuentos y crítica literaria desde el año 2000 en la revista Crítica de la BUAP. Es exbecario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.
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