La pandemia que asola el planeta parece haber revivido el idílico símbolo de la vida rural. Esa vida que todos los que la desconcen añoran, pensando que la rutina campestre es una prolongada escapada de fin de semana, aunque nunca sea así. Juan Hernández, poeta y editor que vive en una zona rural en Costa Rica reflexiona y escribe sobre ello.
Lo mejor del año
Te asomás por la ventana: una ola verde con la espuma celeste
está inerte frente a vos.
Si no fuera por el ciprés que se mece,
que ves a través de la ventana, pensarías que estás en el mar.
Ese ciprés parece que surfea sobre el monte.
Un punto blanco te dice que los cambios vendrán:
es la luna que se deja ver y no te asombra tanto
como de pequeño. Entonces sentís algo en la boca del estómago.
No sabés si tu paladar te engañó en la infancia
o si esa burda nostalgia por recrear el mismo chocolate,
treinta años después, de una calidad inferior, te tima.
Entendés que la desconfianza es parte de la certeza de tu nueva vida.
Desearías usar la palabra primavera para un poema,
pero acá, en el trópico, donde la humedad amenaza
todos los intentos de una biblioteca en el Caribe,
no se puede usar. Entonces pensás en palabras complejas
que usan en la academia para adornar la desolación
de una vida miserable en la ruralidad, donde los primos hermanos
combaten a puño limpio por el amor de su prima hermana,
donde hombres embisten mamíferos para eyacular en sus muslos,
donde niñas son confundidas como nietas del hombre corpulento
de pelo canoso que les robará la idea de virginidad,
y donde un montón de gente que piensa que es mejor
la vida rural que la urbana,
pero lo cierto es que acá, donde ya todo se perdió,
es mejor aceptar que no podemos
jalar el agua con la palma de las manos.
Entonces ves con rencor, a través de la ventana,
ese ciprés que se mece sin que nadie sepa qué hace.
Pensás que debés talarlo antes de que crezca,
antes de que sea muy alto y no podás controlar su peso.
Ahora, el ciprés podría alimentar una pequeña fogata,
luego, aserrado, cubrir cien metros de pared de una cabaña.
Regresás la vista a vos mismo y estás en la cama,
escuchando el viendo, pensando en todo lo que una vez quisiste
y ahora no importa. Desearías ver arder el cielo sobre esa montaña.
Desearías ver cómo un grupo de hormigas devora insectos mientras
otro grupo de pájaros va detrás comiendo aquellos que intentan
huir volando, pero caen en el pico del ave. Entendés
que las vías fáciles son un espejismo y regresás tu vista a la montaña,
esa ola verde y ese ciprés que amenaza con destruirte la casa
si lo dejás ahí unos veinte años más.
Sin controlarlo, comienza el germen de una idea
que puede destruir todo,
entonces, tenés intenciones de escribir.
Hacés una lista de palabras que podrías usar
para hablar de la vida rural desde la academia y te sentís feliz
porque no las has leído. Entonces,
creés que vas a colonizar un nuevo territorio.
Vas por páramos donde tus palabras
son el machete que corta la maleza.
Ya no existe un mar, con espuma y otras cosas.
Es una pequeña pendiente con zacate
y una nube manchó tu celeste cielo.
El ciprés seguirá ahí porque suficiente hacés
editando libros como para cortar un árbol.
Entonces, te asomás por la ventana. Ahora que lo ves bien,
no hay nada de qué fascinarse.
Te asombra, sí, esa inútil capacidad de buscar
nombrar las cosas por otros nombres.
¿Con que eso es hacer literatura?
A lo lejos, tu vecino le echó
algún agroquímico a unos palos de aguacate
que se te presentan como una mejor inversión
que los miles de bloques impresos en tus estantes.
Vos ves, decepcionado, una pila de libros
que no lograste leer durante el año
—pero que no te va a impedir comprar más—,
junto a una nota con los títulos de otros libros
que leíste en los artículos de prensa
de otros países que decían “lo mejor del año”.
Juan Hernández (1981). Editor, escritor y librero. Fue director editorial de Editorial Germinal (2009-2017). Ha sido curador de contenido para la Feria Internacional del Libro, la Fiesta de la Literatura Germinal, el Festival de Librerías y Editoriales. Fue coordinador de INSUMOS (programa pedagógico y literario del Centro Cultural de España). Becario del Colegio de Costa Rica para las Artes Literarias. Invitado del HAY FESTIVAL, Querétaro. Textos suyos han aparecido en periódicos y revistas como Samoa, Vacío y Paquidermo. Ha publicado los libros Insomnio (2010), Sentimos una cosa en un momento (2015), Una pequeña muestra del vicio (2015), Dígame quién soy yo, madre (2016), Carta al hijo (2017) y La noción de construcción (2018).
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