La que se ha montado con una decisión personal. Júlia Bacardit, su Dietari sentimental y las polémicas absurdas. El director de todo esto contempla fascinado los motivos por los que se habla de literatura catalana en el resto de España.

Las redes arden porque una escritora en lengua catalana ha decidido vetar la traducción de su libro al castellano. Las secciones de cultura llenas de progres gafapastas se activan para colgar artículos donde unos, los menos, quieren aclarar la decisión de la autora, mientras la mayoría la cuestionan, los columnistas neofascistas (hoy es casi condición imprescindible para ser columnista en España ser medio fascista, ya lo de menos es que seas de derechas o de izquierdas, todo consiste en la negación de otro pensamiento) se relamen ante una columna de esas con las que se gana cualquiera de esos premios de periodismo de cuyo nombre nadie se acuerda, los patios de vecindad de las redes sociales se llenan de opinadores de saldo a cual más agresivo… No cuesta mucho imaginar todo el cuento. Es divertido fijarse en los detalles. Señalan que de su libro anterior, que sí se tradujo, vendió más en castellano que en catalán, decir que el tamaño de los mercados es muy distinto parece un aspecto secundario. En Catalunya hay división de opiniones, para algunos pasa a existir gracias a este gesto, nunca habían oído hablar de ella y ahora es una nueva heroína, para otros una sectaria. Ella, además, ha echado más leña al fuego al decir que las opiniones de fuera de Catalunya se la bufan, y al cuestionamiento interno les ha dedicado un vídeo de una banda sueca que canta en inglés con un explícito título: cobardes.

Ese es, más o menos, el resumen apresurado de lo sucedido. Podríamos elucubrar algún comentario ingenioso al respecto. Podríamos, por ejemplo, subrayar la acertada decisión profesional de convertirse en estandarte de una causa nacionalista, sobre todo si se tiene en cuenta que la institución que vela por la cultura en catalán, que no catalana, el Institut Ramón Llull cuenta con un nutrido presupuesto y Júlia Bacardit acaba de ponerse la primera de la lista para cualquier evento o proyecto, y, por descontado, ahora tanto los ofrecimientos para traducirla a otras lenguas como las ayudas van a ser cuantiosas. En ese sentido, gracias a lo estúpidos y superficiales que acostumbran a ser los gestores culturales, y más los que tienen una nómina nutrida de dinero público, es una jugada acertadísima.

Algunos han señalado que podría haber permitido que se hiciera la traducción y prohibir su venta en Catalunya. Pero quienes proponen eso parece que olvidan que el catalán no es una lengua oficial en Catalunya, sino en toda España, y los que quieran leerla pueden, perfectamente, hacerlo en catalán, porque no cuesta tanto aprender catalán, digámoslo claro, estamos todos hartos de escuchar lo importante que es el aprendizaje de otros idiomas en los currículos escolares, y las familias se endeudan para mandar a sus retoños al colegio bilingüe, o incluso trilingüe si se puede meter al niño en esos prestigiosos colegios financiados por otros países. Que el niño aprenda alemán es muy bueno, pero que aprenda los idiomas de su país es un esfuerzo innecesario además de costoso. Cuántas veces uno escucha que no ve práctico que su hijo aprenda catalán, o gallego, o vascuence (o bable, panocho o castuero, cojones, que tenemos mil lenguas), como si el espacio disponible en el cerebro diera solo para una determinada cantidad de lenguas, cuando si algo han demostrado los neurólogos es que el aprendizaje de varias lenguas facilita el aprendizaje de más todavía, y no hay nada mejor para el buen funcionamiento de la mente, para paliar su envejecimiento y favorecer la plasticidad cerebral que el aprendizaje de idiomas. El cerebro mejora con el aprendizaje de varias lenguas, solo por eso deberían aprender los niños las cuatro oficiales del Reino de España, porque serían más listos y seguramente aprenderían de modo acelerado el inglés, el francés, el alemán, el italiano e incluso el ucraniano que ahora está de moda. Lean en catalán, amigos, abran su mente, vean cine en gallego, escuchen a versolaris. Les voy a contar un secreto: es más sencillo entender una canción de Antónia Font que casi cualquier reguetón, las rimas de Negu Gorriak son más hermosas y lógicas que las de la canción de Chanel en Eurovisión, van a entender más de una canción de Tantxugueiras que del nuevo hitazo de Rosalía. Prueben, prueben, se van a llevar una sorpresa. El mejor antídoto contra la pereza intelectual es, sencillamente, ponerse a ello. En serio, den un sorbito, van a quedarse muy sorprendidos.

Pero lo mejor, con mucho, son los que dicen, airadísimos, que no la van a leer. Como si antes fueran a hacerlo. Esos lectores voraces que no hacen más que leer, que lo leen todo traducidito y masticadito, por los que velan los editores mediocres de las editoriales mediocres donde todo se traduce al mismo castellano de periódico de usar y tirar o memorando de empresa. Que se joda, que si no la traducen no la leo. Y la Cultura, así, con mayúscula, dolidísima ante esa dolorosa decisión. Júlia Bacardit y el resto de los millones de autores no traducidos al castellano andan llorando por las esquinas ante la venganza del lector que no lee si no le traducen. Suena cómico aunque sea patético. Alguien que juramenta su odio contra alguien que se niega a ser traducido es alguien que no entiende cómo funciona la literatura. Hace unos años me enteré, cosas de la vida, que Donna Leon tiene prohibidas las traducciones de sus libros al italiano. Vive allí, no quiere hacerse famosa, quiere ser la extranjera que vive maravillosamente en Venecia sin que venga nadie a molestarla mientras se toma su espresso. Podríamos hablar largo y tendido de lo absurdo y pretencioso del gesto de Leon, pero para qué. A Venecia y a la literatura le dan igual sus novelas. En cambio, cuánto agradece la Serenísima cada uno de los poemas que le dedicó Brodsky a sus canales, cómo se respira la poesía del ruso en cada esquina, en los tránsitos del Vaporetto. Y Brodsky jamás tuvo problema alguno en que alguien le reconociera y se acercase a él. ¿Cómo le va a molestar a un poeta ruso exiliado que alguien lo reconozca? Cuánta vulgaridad en Leon, qué hermoso el afecto recíproco de Brodsky.

Y, con todo, lo más cuestionable de todo es la estupidez de Bacardit de dedicarles a sus compatriotas que no tienen problema en ser traducidos una canción de un grupo sueco que canta en inglés. ¿Por qué no un grupo sueco que cante en sueco? ¿Por qué no un grupo inglés que cante en inglés? ¿Por qué no un grupo catalán que cante en catalán? Resulta obvio que si entiende lo que los suecos cantan es porque no lo hacen en sueco. ¿Se habrá dado cuenta de algo tan evidente cómo eso? Más allá de lo sectario o no sectario del gesto, ¿no se da cuenta de que todo es traducción? ¿No se da cuenta de que cuando habla con un payés aranés ella lo traduce a su catalán de pixapin para poder entenderle? Ni qué decir tiene que está en su derecho de impedir ser traducida al castellano, como a cualquier otro idioma, pero todos sabemos el motivo de elegir justamente el castellano, y no es solo por defender la cultura catalana del bilingüismo, porque de ser así la protesta debería dirigirse al inglés, que seguramente es una influencia mucho mayor y más perniciosa que el castellano. Tampoco es la primera vez que uno escucha algo así, y en realidad no es algo tan descabellado, porque muchos autores catalanes han señalado ya el modo en que la fricción con el castellano está modificando el léxico y la sintaxis catalana. Pero en tal caso, conviene recordarlo, esgrimen una pureza lingüística que no es más que el síntoma evidente del gran problema del nacionalismo catalán: su vocación clasista y excluyente. Un país para los burgueses de colegio de pago, su cultura y su lengua. Al menos digamos claro que es una vocación elitista, no andemos luego vendiendo la moto de la inclusión cultural.

Aunque, si he de serles sincero, lo que me deprime de esto no es tanto lo que tiene de sectario, de nacionalista, de fascista o de estúpido, sino lo vacuo y pobre que debe ser el mundo de esta gente. No solo me refiero al de Júlia Bacardit, sino al de casi todos los que han hecho de esto una batalla. Ayer, justamente, conversaba con un amigo acerca de las residencias literarias y el modo en que los autores suelen vivirlas. En un mundo sin redes sociales todo esto eran conjeturas, pero hoy, en esta exhibición constante del yo, uno ve que hay autores capaces de pasar dos o tres meses en París y pasar toda la estancia sin leer un solo libro en francés. Uno se encuentra en una ciudad que exhala cultura por cada poro y no enseñan un solo libro en francés, fotos de libros en castellano. Libros y libros en castellano. O pasan un año en Roma y no hojean un libro en italiano. Recuerdo a mis compañeros en Nueva York o Nueva Orleans que jamás leían un solo libro en inglés. ¿Cómo puede uno elegir vivir en una burbuja lingüística semejante? ¿Cómo van a escribir nada interesante si no salen del rumor constante de sus pensamientos monolingües? Ya Borges advirtió que todo es traducción, y no hay mejor mecanismo para conocer la lengua propia que enfrentarla a otras, porque de ese modo se aprecian mejor sus singularidades, sus potencialidades y sus peligros. No entender eso es absurdo. Por eso, más allá de otras cuestiones más o menos secundarias, lo que siempre me fascina de quienes se niegan a ser traducidos o a leer en otras lenguas es lo plano y epidérmico que debe ser su mundo. Yo entiendo la decisión de Bacardit, e incluso puedo apoyar la idea de que en medio de la recesión de la lengua catalana en las calles catalanas, en el día a día, porque asumo que su decisión trata de defender una lengua en retroceso, quiera apostar por la cultura en catalán, pero creo que hay modos más inteligentes de apostar por eso, basta con pensar con cierta lógica que esa gente que habla en castellano y no en catalán no va a leer un libro en catalán. Pero conviene no olvidar que lo lamentable de todo esto es que no es tan complicado leer a Bacardit en catalán, basta con hacerlo. Yo, desde luego, no voy a correr a hacerlo, pero tampoco me niego a hacerlo.

 

Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor, crítico y traductor. Su libro más reciente es NOLA ( 2021). Además ha publicado la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe, la novela Lima y limón, editada en cuatro países y en digital, y Mezclados y agitados, entre otros.