Los escritores proyectan sus temores y ansiedades en sus textos, a veces los únicos capaces de entrever esa angustia son otros autores. Mireya Hernández lee a Stephen King y, a la vez, se lee a sí misma.

 

Misery Chastain es la protagonista de una saga de Paul Sheldon. En la película de Rob Reiner, James Caan interpreta al famoso escritor y Kathy Bates borda el papel de Annie Wilkes, una enfermera psicópata obsesionada con sus novelas. Pero Annie es mucho más que una enfermera. Es la conciencia contra la que lucha Paul durante las casi dos horas de metraje y la que nos hace preguntarnos, como espectadores, como lectores, hasta qué punto depende el escritor de sus fans y dónde está el límite entre la voluntad del que escribe y la vida propia que adquieren sus personajes.

Misery es un estado de ánimo. El de Stephen King cuando escribió la novela y el de su homónimo Paul Sheldon en el filme. Paul está atrapado, física y emocionalmente, en un espacio del que no puede salir. Está inmóvil, su antagonista lo tiene encerrado y paralizado para que cambie el rumbo de Misery, porque la trastornada enfermera no acepta el destino fatal de su protagonista favorita y es capaz de cualquier cosa con tal de devolverla a la vida. Es como si la propia conciencia de Paul dudara, como si se le diera la oportunidad, tras un infortunado accidente de tráfico en medio de una tormenta de nieve (motivo que ya vimos en El Resplandor de Kubrick, también basada en una historia de King), de revivir a su personaje, lo mismo que ha hecho Wilkes con él. La salvación y la condena caminan pues de la mano.

Misery es un cerdo. Son los litros de alcohol y los kilos de estupefacientes que Stephen King consumía en la época en que escribió su obra (1985-1986). Es la alfombra llena de colillas, cocaína, Valium, basura y sangre seca. Misery representa todo aquello de lo que el escritor (King, Sheldon) quiere huir. Quiere pero no puede, porque, aunque una buena crítica pueda ser muy gratificante, nada supera el apoyo incondicional del público, representado por Annie en el filme. Si un escritor renuncia a sus lectores, pierde.

Misery es el lector, es la resurrección de esa confianza labrada año tras año con todos los libros de la saga. Es la patada en el culo a la crítica. Es la imposibilidad de retroceder. Es la seguridad de vender, de seguir vendiendo. Es la rentabilidad de un producto que se ha probado y ha tenido éxito.

Misery es el éxito comercial. Pero es el éxito conseguido a un precio muy alto. Cuando uno termina de ver la película, con un nudo en el estómago y mil pulsaciones por minuto, no siente que Paul se haya liberado de su verdugo, sino que ve cómo el arraigo y la obsesión por Misery no cesa ni cesará mientras el personaje siga vivo, mientras le siga dando al público lo que quiere ver.

 

Mireya Hernández fotografiada por Ruth Zabalza

Mireya Hernández (Madrid, 1981) ha publicado la novela Meteoro (Caballo de Troya, 2015). Además da clases de español y pincha discos en diversos locales de la capital española.

Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.