Publicada hace cinco años en Italia, la traducción al castellano en Periférica de la epopeya de Pecoraro permite repensar el relato que de la época reciente se ha instalado en Europa así como cuestionar la idea que se tiene hoy en el mundo hispanohablante de la narrativa italiana.
No corren buenos tiempos para la épica. No ya porque la literatura se hiciera terreno casi acotado del antihéroe, hasta el punto de que el fracaso dejara de ser un estigma para convertirse en un adorno que se exhibe incluso cuando jamás se haya sido un fracaso. Basta con ver el tratamiento que se da a escritores como Bolaño, un tipo que en vida fue ya un autor exitoso reverenciado en todo el ámbito hispanohablante –buena muestra de ello es que editor y deudos se decantaran por publicar como libro único lo que él planificó como cinco antes de que se lo llevase la enfermedad al otro barrio–. Tampoco ayuda mucho que la épica se haya convertido en un extraño concepto al que sólo aluden los periodistas deportivos para adjetivar una remontada o una actuación que se salga de la mediocridad más o menos habitual con que participan los deportistas en campeonatos de todo tipo. No son, me temo, buenos tiempos para la épica, y eso hace doblemente interesante que un escritor se anime a trazar una epopeya de setecientas páginas que pueden ser leídas como una muestra de ese género, el épico, hasta el punto de que sólo bajo ese prisma pueda entenderse la peripecia que ofrece a los lectores.
Francesco Pecoraro es un autor inusual, que apenas ha dado a imprenta unos pocos libros, cada uno en un género, pero que en 2013 publicó una novela tan ambiciosa como socavadora que cinco años después ha sido finalmente traducida al castellano. Narra dicha novela la vida de Ivo Brandani, un ingeniero que, desde el aeropuerto de Sharm el Sheik, aborda un vuelo que debe devolverlo a su país, Italia, tras haber estado realizando unos trabajos secretos destinados a implantar unos corales sintéticos que puedan paliar la desaparición de los naturales como resultado de la creciente contaminación que sufren los hábitats marinos del planeta. Dicho viaje sucede el 29 de agosto del 2015, en el futuro respecto al momento en que la novela se escribió y editó, lo que convierte a la novela, en cierto modo, en una suerte de narración distópica o anticipatoria sobre el mundo que nos ha tocado transitar. Durante dicho viaje se van acumulando los síntomas que hacen pensar en una enfermedad terrible que el mismo protagonista porta, y es durante ese viaje agónico y estremecedor (resulta muy complicado no sentir una compasión absoluta por un hombre que suma una dolencia a los sufrimientos que hoy comporta ya todo desplazamiento aéreo) que Brandani revisa toda su vida yendo cada vez más atrás en su pasado, sumergiéndose en las profundidades de su memoria y de la historia de su generación. Un grupo de seres humanos que ha tenido que vivir sin la experiencia traumática de un conflicto que les haya permitido otorgar un sentido a su existencia.
Benjamin, en su mil veces citado ensayo sobre el narrador generó un concepto muy interesante, el de la experiencia, que se opone en sí al de la vivencia. Pecoraro parece tener en la cabeza, de modo consciente o no, dicha diferenciación, en torno a la que pivota toda la novela. No parece casual que el ejemplo que tomó Benjamin de los combatientes de la Gran Guerra, que superados por sus vivencias eran incapaces de encontrar un sentido que les permitiese narrar, encontrar sentido, a lo vivido. Pecoraro destaca, en la ironía del título de su novela, esa contradicción. Brandani, como tantos otros de sus coetáneos, carecen de esa matriz que los cohesione y otorgue un sentido, y por lo tanto la ausencia de dicha vivencia traumática los empuja a encontrar sus propias batallas y, por extensión, sentido vital. Esa lucha, en el caso de su generación, tiene más que ver con los conflictos sociales y políticos que, en Italia, tuvieron una plasmación vívida en las luchas sindicales de finales de los años setenta y los actos paramilitares que las rodearon. No es tampoco azaroso que algunos de los más sugestivos pensadores del presente (Agamben, Bifo, Negri) estuvieran involucrados en esos episodios y que algunos de ellos, el caso más notable es el de Negri, se hayan visto obligados a exiliarse del país a consecuencia de ello. Ese pasado común reverbera en todo momentos en esta narración que, sin retratar dichos acontecimientos, parece tenerlos muy presente como caldo de cultivo de la lectura del mundo que proyecta.
Por eso esta novela no narra dichos hechos, sino que la épica subyacente en la novela se representa mediante los retos profesionales de Brandani, su labor como ingeniero contratado por diversas empresas que realizan sus trabajos lejos de Italia, exportan por así decirlo la sofisticación técnica, en entornos más primitivos. Las tensiones económicas alumbran y rodean cada una de las vivencias de Brandani, ejemplo perfecto de una clase media embriagada de aspiraciones sociales y económicas. Italia es retratada sin piedad alguna, y su sociedad no sale bien parada tampoco en el mural de un hombre entregado al mar y que encuentra en el entorno oceánico contundentes metáforas sobre el progresivo hundimiento del mundo en que se educó. La obsesión por la caída de Bizancio frente al Imperio turco, que se produjo en el mismo día en que él emprende su viaje, sirve como algo más que un símbolo de la historia particular del ingeniero además de su obsesión recurrente, es la anticipación mil veces repetida de lo que narra. Novela del hundimiento, de la necesidad de la vida sumergida, como ha sido en sí la peripecia vital de Brandani, además del escenario de su trabajo, y de la épica que vertebra y determina el sentido de la novela. Una épica del triunfo técnico y el fracaso vital en el que el lector se va, también, sumergiendo fascinado, impactado y asombrado por el despliegue de referencias técnicas que el narrador sabe incrustar sin merma ninguna en el discurso para, lejos de desbordar al lector, ir poco a poco haciéndole tomar conciencia de que esa vida que desaparece bajo el nivel del mar es, también, la propia, y que ese fracaso que lo va lastrando es, también, el que puede sentir uno. Leopardi en su Zibaldone se atrevió a aventurar una descripción de las obras maestras como aquellas que, pese a recordarnos lo fútil y pasajero de nuestra existencia además de hacer patente la constante gravitación en torno a la muerte que da sentido a nuestra existencia, nos empujan a vivir y a exprimir cada uno de esos momentos inanes y vacíos de sentido. Pecoraro ha osado escribir una de esas piezas incombustibles.

Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor y crítico. Su publicación más reciente es la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe (Festina, Ciudad de México, 2016). Además ha publicado la novela Lima y limón, que cuenta con ediciones en cuatro países además de una digital de alcance global. Otros de sus libros son Mezclados y agitados o El sabor de la manzana. Entre otras cosas es el director de penúltiMa.
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