La banalidad de las listas de lo mejor del año y sus miserias.

 

Los arqueos de fin de año dan, siempre, sorpresas. Eso lo sabe cualquiera que haya tenido una empresa. ¿Dónde se fue este dinero? ¿Por qué aún no se cobró esta factura? Etc. En el caso de la literatura, cuando llega diciembre comienzan a sucederse las listas de fin de año. En penúltiMa las detestamos. Hay que dejarlo claro desde el principio. Las listas de fin de año son una de las cosas más idiotas que existen en el mundo de la prensa cultural (ese oxímoron). Si siguen existiendo es porque los editores, en primer lugar, las esperan como agua de mayo para intentar reflotar algún título que pasó más desapercibido de lo que esperaban y que, acaso, se venda un poco con la excusa de los regalos navideños. No tienen más sentido que ese. Nadie se acuerda de las listas de lo mejor de un año al año siguiente, ni siquiera cuando está terminando enero hay quien recuerde los listados que con tanta profusión aparecieron el mes anterior. Y es normal, porque en realidad a nadie importan, más allá de a aquellos que las hacen, alimentado su ego con la sensación de que son ellos los que se han convertido en los sanpedros provisionales que custodian la entrada del Paraíso. Pero, ¿qué paraíso? ¿El de la campaña navideña? ¿El de su biblioteca?

Las listas de lo mejor del año sólo pueden nacer del narcisismo de los que las elaboran, tan embebidos de sí mismos que ni siquiera se percatan de que, más que engalanarlos, los deprecian. Sin entrar en los que las usan como utensilios para su propia carrera, pagar favores o halagar a hipotéticos futuros editores, quedémonos con  la idea de un crítico literario ideal que la realiza de modo «honesto». ¿Realmente piensa que leyó todos los libros que merecieron la pena ser leídos? ¿Realmente piensa que su criterio es extensible a la extensión de toda una redacción? A mí es algo que me pasma. Así pasan las cosas que pasan. Por ejemplo, la edición del New York Times en español. Sacan una lista de títulos de ficción y otra de no ficción hecha por un único colaborador del medio, que parece una broma más que algo serio, y luego en las redes sociales replican de modo insistente dicha lista «que es la del New York Times». Vamos a dejar a un lado lo absurdo del procedimiento, basta con dejar claro que uno no sabe quién demuestra menos sentido común: ¿el medio?, ¿quién redactó el texto?, ¿los que lo enlazan de modo totalmente acrítico? En la lista había un disco, sí, un disco. Uno que habrá tenido mucho eco mediático, sí, pero que narrativamente tiene la profundidad de un cuento infantil para niños de hasta cinco años. La duda queda ahí: ¿se permitiría el New York Times de verdad, que es un medio serio y contrastado, publicar semejante despropósito en su edición en inglés? Prefiero pensar que no. Es más, estoy seguro de que no. Pero, claro, si es en castellano…

Más consensuada, o al menos más popular en su elaboración, es la selección que presenta un medio como El País. Hace unos años, al menos en la versión web, tenían el decoro de publicar un pdf con la votaciones individualizadas de los colaboradores que habían participado en la lista. Uno podía entender muchas cosas al analizar un poco dicho documento. Por ejemplo, el hecho de que los críticos peleles eran los responsables de la selección mucho más que los serios, que aportaban títulos con bastante mayor criterio pero que, siempre, quedaban postergados ante el mayor número de apariciones de los ya mentados peleles. Este año han considero que eso ya no era necesario. Ha elegido libro del año el de un colaborador de la casa que se ha vendido mucho y el segundo el que trata del tema del momento., mujeres y los cambios relacionados con ellas en la sociedad de hoy. Luego, un best seller que parece oler un poco a literatura, por supuesto escrito por una mujer (lo de Lucia Berlin es, si cabe, más inexplicable aún que lo que está sucediendo con Zweig, pero tiene mucho que ver con la depauperación del ecosistema literario: cualquier cosa de segunda fila del pasado brilla e incluso refulge en el páramo actual. Es más, resulta más interesante que las verdaderas primeras plumas de su época porque aquellas exigen un esfuerzo que estos no.). Y, de repente, lega el gran momento de la lista: la nueva edición de la Comedia de Dante lanzada por Acantilado con la traducción de José María Micó. Es aquí donde hay que poner la lupa, no en lo anterior, sino en el libro de Dante. Veamos por qué. Muy al contrario del que sería el reparo fácil, y erróneo, decir que no se puede considerar al libro de Dante una novedad de 2018 y, por lo tanto, no debería estar en la lista, cuando precisamente sí que es del 2018, porque es de la versión de Micó de lo que estamos hablando, el problema viene por la inclusión de un título así como el cuarto de la lista. La única lectura coherente del desaguisado es que la versión de Micó de la Comedia es peor que los libros de Manuel Vilas, Mary Beard y Lucia Berlin. Ojo, no estamos diciendo que sean mejores que el original de Dante, sino que la versión de Micó. Si esto fuera así, si esto se pudiera sustentar y argumentar, estaría todo bien y uno no dudaría de la seriedad de la lista. Ahora bien, tenemos un pequeño problema, Miguel Yuste.

La edición de Acantilado salió a la venta en noviembre de 2018, el artículo del mismo medio del que hablamos que da fe de su aparición es del 10 de noviembre. La supuesta lista de lo mejorcito salió publicada el 14 de diciembre, como mínimo tuvo que estar realizada una semana antes, o sea, en torno al 7 de diciembre. No nos pillemos los dedos, es algo excepcional, el 10 de diciembre. Un mes, todo un mes han tenido los críticos del medio para leer la nueva versión de Micó del texto de Dante. No es algo complicado. Son tan solo 14233 versos divididos en cien cantos. A tres o cuatro cantos por día uno tiene más que suficiente para valorar el trabajo de Micó y comprender que es menor brillante que el de los que lo anteceden en la lista. Aunque quizás para saber eso sea necesario conocer el original italiano, y acaso haber leído alguna de las traducciones anteriores para poder calibrar las aportaciones de Micó dentro del singular linaje de las versiones dantianas. Pero un crítico de El País puede eso y más.

O acaso se pueda leer todo de un modo un tanto distinto. En realidad los críticos no han leído la Comedia de Micó. Posiblemente tampoco han leído ninguna de las otras versiones, ni siquiera el original de Dante. Pero saben, porque son trabajadores culturales, que es un libro muy importante, y traducirlo es muy esforzado, y lo menos que deben hacer es ponerlo en un cuarto puesto. Esta postura explicaría, también, la presencia de poemarios que uno sabe que no han debido leer mas de uno o dos colaboradores en la lista, o el hecho de que el cuarto volumen de las Obras completas de Kafka, el primero de los dos de su correspondencia, que se demoró muchísimo a causa de los problemas de salud de Juan José del Solar y de las que finalmente se ha encargado Adam Kovacsics, aparecido apenas quince días antes de la selección estén ahí. (O a lo mejor no, del mismo modo que los colaboradores del diario de doña Soledad se leen en un mes la Comedia pueden leerse en quince días las 745 cartas que ocupan apenas 1200 páginas, ellos no son colaboradores de ese medio porque sí, ellos pueden.) Aunque, si, como resulta más que probable, los que aparecen como consultados para la selección, no se han leído estos libros, ¿por qué hemos de creer que se han leído los otros? Llámenme suspicaz, posiblemente lo soy, pero intuyo que alguien que se ha leído el libro de Vilas tiene poco interés en el de Beard, por ejemplo. Pero son suposiciones mías.

Y, con todo, he dejado para el final lo más probable: que la lista sea, sin más, un timo. Porque, a ver, dejémoslo claro. Si en una lista hay un libro de Dante y otro de Kafka (con un veinte por ciento de texto inédito), no hay modo de convencer a nadie que tenga un mínimo de cultura de que no deban ser los dos libros que estén en la cima de la lista. O uno es honesto, valora la calidad literaria, y pone la Comedia como número uno, o uno es un piernas que realmente piensa que la pornografía narcisista y megalómana de un Vilas empalmando columnas de suplemento dominical es mejor. Y ahí ya apaga y nos vamos. Un tipo que acude a recepciones reales en su coche nuevo, perfectamente encantado de conocerse y de mostrarse encantado de hacerlo está por encima de alguien que vertebra todo el abanico del pensamiento medieval y repasa la historia del ser humano hasta entonces. Coño, ahí le hemos dado, Operación Triunfo es LA música y el cine es Ocho apellidos vascos. No busques más, la Esteban ha hablado bien de todo eso, luego eso ES la cultura. España, al final, va a ser un libro de Vilas, por cierto, Vilas tiene un libro que se llama España, y era mejor que la España donde parece que Ordesa fuera el libro del año.

No suceden estas cosas extrañas sólo en España, no se crean. Contemplo perplejo, desde mi atalaya internáutica, lo que sucede en focos de irradiación intelectual de primer orden como Argentina. En Clarín le copian la idea a Maximiliano Tomas de un póker de críticos para hacer la selección de lo mejor del año. Ahí están Beatriz Sarlo (por cierto, según dicen en El País ella participó también en la suya, no se nota por ningún lado), Damián Tabarovsky, Alan Pauls y Graciela Sperenza. Me quedo con esta última. Speranza es una crítica de «producciones artísticas» de primer orden, autora de una monografía fundamental, Fuera de campo, y fundadora de una revista, Otra parte, que durante una época fue una interesantísima referencia de la crítica cultura y ahora es un newsletter semanal que corre el peligro de irse a la bandeja de SPAM ya por defecto. Desde hace unos días, en su newsletter y en su página de Facebook, aparece una cita de Agustín Fernández Mallo diciendo que Otra parte es fundamental. No dice eso, dice algo peor: «Lo que ninguna otra revista de literatura te descubre, lo encuentras en la ya imprescindible Otra parte.» Dejando a un lado que es una frase que presenta dos periodos que no se contraponen y que son fácilmente desactivables: ninguna otra revista te descubre lo que está en Otra parte porque no es ningún descubrimiento, o, más duro aún: si lo encuentras en Otra parte es porque no merece la pena ser descubierto a juicio de otras revistas. Dejando a un lado que Otra parte ni siquera se propone al lector como revista de literatura. Dejando a un lado que esa frase evidencia el problema en general de AFM: no sabe muy bien por dónde vienen los tiros, no sabe manejar el lenguaje lo suficientemente bien para expresar esa desorientación, no tiene muy claras en general las cosas (por tierras madrileñas se sigue recordando con mucha guasa lo del día en que dijo en un evento público que él era retiniano y no retiniano, dejando claro que no se puede hablar de Duchamp tras haber leído un artículo en Otra parte). En todo caso, traigo todo esto a colación porque Speranza parece haber sufrido, o estar sufriendo una deriva cercana a la de su revista, y no tiene empacho en colocar como uno de los tres libros del año, a su juicio, la última novela de Agustín Fernández Mallo. Ya en Cronografías quedó más o menos evidenciado su despiste, porque en un libro dedicado a las producciones artísticas que reflejan el tiempo, y en particular que juegan a frenar la aceleración del mismo que parece ser nuestro zeitgeist epocal, casi no habla de la literatura (y cuando lo hace provoca un poco de sonrojo). ¿Por qué digo todo esto? Porque la buena gente de Perfil ha hecho otra votación para elegir sus «mejores» del año y, muy maliciosamente, los «peores». Y ahí está el mismo libro de Fernández Mallo. ¿Cómo es posible que el mismo libro sea el mejor para unos y el peor para otros? Bueno, no, es el mejor para una y el peor para 23, seamos un poco respetuosos con la democracia aunque sea de vez en cuando. ¿Hace eso mejor o peor al libro de Fernández Mallo? No. ¿Da que pensar que quien hable bien de él esté relacionada con la página web que lo usa como promoción? Dejo a cada uno que llegue a sus propias conclusiones.

Ha terminado un año más, uno sin premio Nobel de literatura. No es algo común, sólo las Guerras mundiales habían hecho a los suecos olvidarse del premio desde 1900, y no todos los años. Un detalle, en 1918 no se dio premio, y en 2018 tampoco. Creo que sería una bella tradición que en 2118 no se entregue. Una vez, cada cien años, como respeto a los lectores. Me parece una buena idea. Entretanto, quién sabe, a lo mejor en 2019 hay menos listas de lo mejor del año. O quizás no, haya más incluso, porque si algo ha demostrado ya este mundo es que sigue tropezando siempre con las mismas listas. O con otras, como esta, de lo más sonrojante de las listas, que es, intuyo, tan prescindible como esas listas de las que se burla.

 

Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor y crítico. Su libro más reciente es la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe (Festina, Ciudad de México, 2016). Además ha publicado, entre otros títulos,  la novela Lima y limón, que cuenta con ediciones en cuatro países y una digital de alcance global. Otros de sus libros son Mezclados y agitados o El sabor de la manzana. Entre otras cosas es el director de penúltiMa.

La fotografía que ilustra el texto es obra de Steve McCurry, de su serie On Reading.