Nos remite su editorial, o al menos la editorial que le ha publicado su poemario Nuevas especies de óxido, porque hay que tener mucho cuidado con esto de las posesiones. Ni la editorial es del autor ni el autor es de la editorial. Aunque sea lo más normal del mundo ir por ahí diciendo «mi editorial» o «mi editor», o «mi autor», porque se conoce que la posesión no solo denota cariño, sino un proyecto común. O acaso todo esto no sean más que elucubraciones sin sentido (pajas mentales las llaman en mi pueblo), porque nadie le daría tantas vueltas a un » mi jefe» o «mi empleado», donde el posesivo lo único que indica es una relación contractual, o a veces ni eso, que de relaciones mercantiles se está llenando el mundo de la esclavitud, pero queda claro quién posee a quien. En fin, me van a perdonar, porque al final me he ido por los cerros de Úbeda y en realidad, lo que es hablarles del poema y del poeta, que posiblemente es lo que ustedes esperan, es algo que no he hecho. Me lo van a perdonar, el título del libro ya lo he dicho, el del autor ya lo saben y falta el de la empresa. Se llama Boria. El tipo de empresa es una editorial. Hay empresas que se montan para perder dinero. Ya sé que no van a creérselo, pero así pasa. Vamos a poner que por editar poesía si tiene que ver con la cultura. O quizás, no, o desde luego sí con su cultura. En este caso el posesivo indica más predilección o afiliación que pertenencia, la cultura no le pertenece al editor. Es más, hasta es probable que la cultura no le pertenezca a nadie y en realidad nosotros nos incluimos en ella con el posesivo, como en la familia o en el país. Mi país, decimos, y el país no es nuestro. En fin, esto no sirve si uno es…
Intermedio: Berlín, 1933
Las luces del infierno parecen brillar mucho esta noche
—Observa Peter encantado
Adiós a Berlín, C. Isherwood
Quién fuera un maricón de cabaret
en el Berlín de los treinta.
De esos que fumaban tanto y tanto
en las puertas de Postdammer Platz.
Espectáculo y sexo.
Prostitución y drogas.
Todo acto obsceno es una misma cosa:
una estética e idiosincrasia particular.
Fumados, borrachos y si Frau Schoeder
nos permite retrasarnos con el alquiler
también habría coca para ser nosotros mismos.
En verano cambiaríamos
diríamos:
No hay por qué seguir con esto.
E iríamos a Rugen
a enamorarnos de un inglés
delgado y alto.
El calor nos haría pensar que somos más que escombros.
Pero somos hijos de lo decaído
y en otoño regresaríamos al casino
o al KitKat a seguir
haciendo lo único que sabemos.
Trabajar sin pensar.
Ya que pensar es llorar hacia dentro.
Tras una dura jornada
un gordo judío sale del reservado.
Te retocas las ojeras.
Te lavas la boca de simiente semita
y sales demacrado.
Sally, padre no hubiera querido esto
Sally querida. . . Tenemos que hacer algo para salir de esto.
Pero lo estático y terrible es tan pesado
que adormece.
Y la muerte en el campo
el ruedo
el baño
aprieta.
Nos acercamos a ella sin pudor.
No podemos.
No queremos escapar.
Antonio Soriano Santacruz, natural de Alicante, pasó sus primeros años entre naranjos, rosas, hierros oxidados y piedra. A los once años y sin saber por qué empieza a tocar el piano. Continúa en la carrera musical fascinado por Chopin, el análisis musical y los supuestos dorados de la ópera de la Edad Moderna. Acaba musicología y se muda a Madrid para dedicarse a la investigación musical. Actualmente reside en esta ciudad, donde realiza un doctorado sobre teatro musical del siglo XVIII madrileño. Alterna diferentes bares con paseos a Septiembre, su galgo. Le gustan los teatros, los fermentos, cantar boleros mientras cocina y muchas otras cosas, quizá demasiadas. Echa mucho de menos a su gato sin pata.
La fotografía que ilustra el poema es de Ryszard Lenczewski, y pertenece a la serie que hizo cuando buscaba localizaciones y rodaba su película Ida.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero