Este es un texto que nos gustaría no haber tenido que publicar nunca, surge del dolor, del duelo y por eso sentimos que podamos publicarlo. Siempre nos alegra contar con la presencia de un texto de Javier Payeras, así lo recordamos siempre en estas entradillas, pero este es un texto que preferiríamos no haber podido compartirlo con nuestros lectores. Toda la comunidad que se ha formado en torno a esta revista le manda un sentido abrazo y pésame a nuestro amigo Javier Payeras.

 

La tristeza tiene sabor a cobre, es como dormir con una moneda debajo de la lengua. Es difícil decirle adiós a una persona que amamos, lo inenarrable es cuando nunca nos despedimos. Puede que la última imagen que quede en nuestra memoria fuera algo muy cotidiano, por ejemplo, verla en la puerta de la casa regando las flores y diciendo “Nos vemos luego”, y uno da por hecho que ese más tarde va a llegar y de pronto todo se congela, todo lo que resume esa existencia en nuestra vida deja de latir: sucede un accidente, un infarto fulminante o qué se yo. La Torre partida por un rayo, el silencio al otro lado del teléfono cuando llamamos, la búsqueda desoladora e insistente de un vecino, de un familiar que nos indique si esa persona con la que hemos atravesado la existencia está bien, ¿dejó sin cargar el móvil?, ¿salió sin llevarlo?, ¿lo habrá apagado por error?… pero uno que está en un viaje de trabajo en otro país presiente algo, esa noche no duerme, hay zozobra, como esa de la que no recuerdo el nombre pero que sienten los marineros antes de naufragar. Cae el amanecer tan predecible y puntual, apresuramos una maleta para salir al aeropuerto y viajamos durante horas, entonces descubrimos que aquella persona está muriendo en un hospital donde es imposible entrar -pronóstico reservado- a los días llega la muerte con una llamada burocrática y solemne para informarnos que debemos presentarnos a la morgue del hospital: el sabor a cobre mientras reconocemos el cuerpo, el sabor a cobre cuando llenamos los papeles de defunción, el sabor a cobre cuando los amigos y los familiares guardan silencio frente a una caja, el sabor a cobre (más fuerte aún) cuando volvemos a casa y todo está en silencio, el plato de comida del perro está intacto e intuimos que solo ha bebido agua. Entonces es donde en realidad sucede eso que técnica y ríspidamente los psicoanalistas llaman duelo. Las flores empiezan a secarse pero uno en realidad no las cuidaba, buscamos las tijeras, los horarios para regarlas y cuáles son las formas de podar. No sé si a ustedes les pasa, pero a mí el llanto me inicia con un adormecimiento de la cara, algo que viene y me deja frío e inmóvil. Lo peor son las llamadas esotéricas: Dios la tiene ya en su reino, A todos nos llega la hora, Estoy pendiente de ti, Piénsa qué te diría si estuviera viva, Cuenta conmigo… y nada en realidad te dice algo. Uno no sabe si realmente hay un Dios con una llave dorada al otro lado abriendo las puertas del paraíso, No sabemos si la hora es la indicada aunque lo único seguro en la vida sea la muerte. Nadie está realmente pendiente, mas bien nos rodean de miradas y abrazos que con los días van desapareciendo y las llamadas se hacen menos frecuentes. Luego los malditos trámites pendientes, cerrar con nuestra firma los formularios del Seguro Social informando que la jubilada falleció, mientras los bancos de mierda piden hasta los papeles más inconseguibles con tal de alargar el proceso y robarse los ahorros de toda una vida. Según recuerdo en esos libros que van dedicados a personas co-dependientes una vez leí acerca de las etapas de una despedida: NO ES CIERTO, los adioses son largos y no existen formas definidas, uno simplemente entra en un estado de hibernación, se deja llevar por un río de lodo y construye una especie de muro alrededor. No queremos estar acompañados, pero tampoco solos. Uno agarra cosas que aún tienen su energía, hace la cama en la habitación que quedó sin nadie, uno se detiene al tocar ciertos objetos: unos lentes, meter zapatos en una caja, guardar el móvil que nunca contesto y verifica las veinte llamadas que hizo el día en que empezó a morir. Retira los cepillos de dientes y las toallas del baño, la serie de Netflix que se quedó a medias las dejamos de ver y nos sentamos en la oscuridad de la sala esperando que suceda algún fenómeno paranormal… y nada sucede, uno se queda solo y está tan harto de llorar y el mundo parece una situación de la cual quisiéramos salir de inmediato y los pocos amigos de verdad y los pocos familiares de verdad y la verdadera pareja de pronto se hacen presentes y nos sacan de paseo o nos invitan a beber algún trago fuerte… todo va a pasar muchacho, todo va a pasar… pero no pasa… no pasa… solo se enciende el enorme congelador que llamamos resignación y es entonces cuando observamos la vida como esa lista de adioses que vamos tachando una por una como si fuera el apunte de una compra en el supermercado y tratamos de convencernos que hay que vivir el presente porque el futuro le pertenece a las ausencias. Es allí donde el sabor a  cobre de las despedidas se hace permanente, los amigos poco a poco dejan de cubrirnos, nuestra pareja se aparta y nos rompe algo por dentro, los familiares se juntan para recordarnos la herida. Como todo uno sabe que llegará el día, parafraseando a mi poeta guatemalteco favorito, uno se marcha de esta patria feroz olvidándose de las citas y de las fechas humanas, hacia un largo domingo sin barriletes ni pájaros, buscando esa  región que en los mapas más antiguos solían representar como una ballena triste.[1]

Para Mimi.

Cerrito del Carmen 29 de abril 2022

[1] Mario Payeras, Poemas de la Zona Reina

 

Javier Payeras (Ciudad de Guatemala 1974) es narrador, poeta y ensayista. Ha publicado: Biografía de la imaginación (ensayo, 2022), Imagen de un segundo (poesía, 2022), La región más invisible (ensayo, 2018), Volumen de islas (poesía, 2017), Esta es la historia azul cobalto (diarios, 2017), Slogan para una bala expansiva (poesía, 2015), Fondo para disco de John Zorn (diarios 2013), Imágenes para un View-Master (antología de relatos 2013), Déjate caer (poesía 2012),  Limbo (novela 2011), La resignación y la asfixia (poesía 2011), Post-its de luz sucia (poesía 2009), Días Amarillos (novela 2009), Lecturas Menores (ensayo 2007), Afuera (novela 2006), Ruido de Fondo (novela 2003 segunda edición en 2006), Soledadbrother (poesía 2003, segunda edición 2011, tercera edición 2012, cuarta edición 2013, quinta edición 2018), Raktas (poesía 2001, segunda edición 2013) (…) y Once Relatos Breves (cuento 2000, reeditado 2008 y tercera edición 2012) y la antología Microfé: poesía guatemalteca contemporánea (editorial Catafixia 2012). Su trabajo ha sido incluido en diversas antologías en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos y su obra, completa o parcialmente, ha sido traducida al inglés, alemán, francés, italiano, portugués y bengalí. Actualmente escribe para http://revistapenultima.com/