Con cierta frecuencia las editoriales me mandan libros de motu proprio. Libros en los que uno no tiene especial interés, pero que las editoriales te hacen llegar porque uno tiene ya como bien labrado un nicho de mercado, por así decirlo. Es una cosa que uno agradece, que lo sigan teniendo en cuenta para estas cosas. Además, cuando uno quiere algún título de modo concreto no suelen dudar y te lo mandan, así que uno transa con esto de los «no solicitados». Mi rutina es más o menos la misma. Llega el mensajero, abro el sobre, le echo un vistazo rápido y lo dejo en el cuarto de baño. Antes o después tendrá uno la necesidad de usarlo, y en ese momento aprovecharé para hojearlo. Vengo ahora de hacer eso con un libro que me trajeron esta mañana. Una chica que ha vivido mucho en el extranjero, que trabaja en el audiovisual anglosajón, una chica culta y viajada como suele decirse, una profesional de éxito. Pues ahora saca libro. Porque lo de sacar libros tiene mucho prestigio. Le he echado un ojo al inicio y me ha dejado indiferente. Una niña pija contándome su vida de erasmus pasada de vueltas. Pues muy bien. Todo muy interesante, pero para ti. Y, con todo, se me ha quedado una cosa dando vueltas en la cabeza. Al terminar de prepararme una taza de café me ha dado por releer el inicio del texto, y me he encontrado con un detalle en el que no reparé. No se pasaba el día «fumando porros», sino que se pasaba el día «fumando hierba». Joder, cómo son los pijos catalufos, me he dicho. Son tan, pero tan jipsters, que a los porros los llaman hierba. Debe ser, me he dicho, que si creces en Sarriá o en el Eixample no quieres que nadie crea que fumas el hachís culero que venden los moros de la Barceloneta o las Ramblas. Una cosa es ser vicioso y otra ser tirao. Eso se escucha mucho en los bares más in del Born. Pero le he dado otra vuelta, porque uno es obsesivo, y porque lo de «hierba» me sonaba demasiado al modismo estadounidense, al «weed» que no se les quita de la boca. Y ahí se me ha caído la ficha. He releído de nuevo el párrafo entero y me he quedado pasmado. Está escrito en castellano, sí, lo ha escrito una catalana que escribe en castellano, todo bien hasta ahí, pero no es castellano. Está pensado en inglés. Es una traducción del inglés pero transcrita al castellano. Lo traduces al inglés en tu cabeza y es el tipo de libro que te encuentras a patada en cualquier librería gringa. Pero traducido, escrito en castellano sin que te preocupe lo más mínimo la fonética del castellano, la sintaxis del castellano, los modismos del castellano. Es el texto que escribe alguien que no ha leído una mierda en castellano, para dejarlo claro. Todo en ese texto está pensado en inglés. El enfoque, la cadencia, la sintaxis. Pero te lo cascan en castellano, la tipa piensa que es así como se escribe en castellano. Te lo dicen y no te lo crees. Así que me he puesto a hacer otras calas en el libro. Lo mismo, lo mismito. Una y otra vez, una y otra vez, y otra vez más. Prosa plana y carente de todo brío, llena de clichés más o menos interesantes dependiendo de quien lo lea (ya se sabe, si uno tiene trastorno de atención y cuentan algo del trastorno de atención te llega más, si uno es alérgico a las nueces de macadamia y el narrador es alérgico a las nueces de macadamia pues te identificas, esas mierdas de revistas de moda y estilo que hoy lo contaminan todo), y luego traducida al castellano. Me ha dado por evaluar incluso cómo me sonaría eso en inglés: sonaría mediocre. Algo ha leído uno en inglés y esto suena muy planito, muy monótono, muy soso. Un puto artículo de revista gringa de esos que has olvidado a los dos minutos de haberlos leído en el café, la morralla con la que se rellena el Esquire o el New Yorker para poder sacar un número cada semana porque no todas las semanas y no para llenar todas las páginas tienes textos buenos. «Frank Sinatra has a cold» no se escribe semanalmente, amiguitos. Por lo visto es a lo que se ha dedicado nuestra amiga, a hacer factchecking en revistas de allá. La comprobación de datos está bien, hacer podcast está bien y hoy hasta puedes hacerte célebre, dirigir cortos está bien y te abre muchas puertas, pero se conoce que todo eso no sirve para aprender a escribir, y menos en castellano, y suele ser más útil leer alguna cosa de vez en cuando escrita, pensada y escrita, en castellano. Y si quieres hacer literatura leer literatura escrita en castellano, a ser posible buena literatura. Es sencillo hacerlo, las librerías y las bibliotecas están llenas de ejemplares de Cervantes, de Galdós, de Marsé, de Torrente, o si quieres probar con otras músicas tienes toda la literatura americana a tu disposición. Mira que hay cosas para leer, eh. Pues bueno, deben ser un objeto de lujo.
Así que me he quedado un poco perplejo ante el asunto. No sé cómo sus editores no se dan cuenta de algo tan obvio, y me he vuelto al despacho porque de leer cosas raras no se come. Al sentarme frente a la pantalla me ha dado por echarle un ojo a Twitter, cosas que hace uno mientras termina el café y se encuentra la pestaña abierta por el Twitter, perdónenme, y me topo con una publicación de Alpha-Decay. Lanzan una novedad y comparten el pantallazo del índice. En el pdf del libro no aparece como índice, sino como «Contenido», que ya escuece un poco pero se soporta. Lo mejor es que en el tuit se nos dice que ofrecen la «tabla de contenidos». Alguien que trabaja en una editorial escribe como un manual de Word. «Cómo insertar una tabla de contenidos». Basta imaginar cómo debe sonar el libro entero cuando lo lees.
Es curioso, si ni los escritores ni los editores se molestan en leer nada nunca jamás en castellano, ¿por qué publican libros en castellano? El mundo es algo indescifrable y maravilloso. Y uno sigue haciéndose preguntas.

 

Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor, crítico y traductor. Su libro más reciente es NOLA ( 2021). Además ha publicado la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe, la novela Lima y limón, editada en cuatro países y en digital, y Mezclados y agitados, entre otros.