Alejandro Badillo va, libro a libro, convirtiéndose en una voz reconocida, y reconocible, dentro del panorama literario mexicano. Ana García Bergua, notable cuentista, lee en este texto uno de los libros de Badillo, estableciendo un intenso diálogo entre creadores de narraciones breves.
Desde hace tiempo que conozco a Alejandro Badillo y su escritura cuidadosa y amante de las oscuridades. Aunque no tenemos una amistad cercana, sé de sus pasiones públicas, la cerveza y los gatos, y aunque no comparto la primera con tanto ahínco, en la segunda cuenta con mi incondicional complicidad. No sólo eso, puedo reconocer a un afiliado a los gatos en su escritura y es justamente lo primero que me llamó la atención cuando leí El clan de los estetas: esa prosa amante de las sombras, los recovecos, los lugares imposibles, la melancolía y las espirales, ámbitos gatunos si los hay, y que dan a los cuentos de Alejandro Badillo su tono particular, de estilo obsesivamente acabado. En ellos se descubre y se disfruta la paciente orfebrería que piensa y repiensa las tramas y los pasos, y cuyas soluciones lanzan al lector al interior de extrañas grietas y agujeros negros.
La cuarta de forros de El clan de los estetas, el quinto libro de relatos en la ya nutrida obra del escritor poblano, menciona la pasión lectora de su autor un poco de pasada. En efecto, uno puede reconocer en una primera lectura el espíritu borgeano en muchos de los relatos, pero creo que también, de alguna manera, es la lectura, o más bien la idea de la lectura, la que arma el andamiaje de estas historias que en su mayoría podrían calificarse de fantásticas o incluso cercanas a la ciencia ficción. Así, resalta en El clan de los estetas un afán por leer la realidad o las realidades de maneras metafísicas y obsesivas. Esto es muy evidente en el cuento “La noche mil dos” cuyo título alude, evidentemente, a Las mil y una noches si bien la conexión no es del todo mecánica. Unas luces en el cielo, que podrían ser unos gatunos ojos lectores, desatan una serie de irrealidades que involucran al tiempo, a un libro y una extraña partida de ajedrez.
También sobre ajedrez trata “El hombre que siempre ganaba”, un cuento perfectamente redondo y sorpresivo, de cariz policiaco, que recrea la figura siempre hermosa y aterradora de los antiguos autómatas en la leyenda de un famoso muñeco ajedrecista. “Una palabra” y el cuento que le da título al libro, “El clan de los estetas”, aluden a la lectura del cuerpo como una especie de alquimia. El primero recrea la historia y la muerte de un hombre a partir de su cadáver, en una brillante narrativa detectivesca que parte de la propia escritura para abrir con ella un mundo literario. El segundo cuento trata de una secta que busca adivinar el futuro en el cuerpo humano como los antiguos griegos que leían las vísceras de las aves, pero estos buscan “prolongar la juventud, encontrar la inmortalidad modificando la alquimia de tejidos, órganos y fluidos”. Ambas historias, al igual que “La noche mil dos”, van más allá del hecho del asesinato para considerarlo en planos metafísicos, cercanos, de nuevo, a Borges y a De Quincey. Algo similar ocurre en “La emboscada”, donde un asesino que planea matar a una mujer se topa con las maldiciones de la simetría.
En cambio, en ”Objetos perdidos” y “La espera” la realidad es asaltada por lo fantástico más al estilo de Ray Bradbury, en el primero en una pesadillesca invasión de objetos y en el segundo en el misterioso espacio de redención que parecería salvar a los viejos abandonados en un asilo. Aquí lo fantástico traga los pedazos de lo material un poco al estilo de David Lynch, con resultados inquietantes, cuando no desoladores o extrañamente esperanzadores.
Tres cuentos me llamaron la atención en El clan de los estetas pues su tono se aparta un poco del libro. Se pueden calificar de relatos realistas y en ellos el trabajo de la prosa carveriano, más centrado en el seguimiento de las pequeñas acciones que en lograr un estilo, es muy distinto al resto del libro. Sus protagonistas son hombres solitarios con perra o gata, por lo general abandonados, que viven a las afueras de la ciudad en suburbios desiertos, olvidados y son los sobrevivientes de desgracias que los dejan en una especie de invalidez emocional la cual los conduce por derroteros que son, en un sentido similar a lo que sucede en los otros cuentos más metafísicos, como agujeros negros que los van devorando. En “Memorias incompletas del desempleado Rodríguez”, un oficinista atrapado en el círculo de la búsqueda eterna de trabajo se pierde en ella. En “Atlas del frío en el cuerpo”, un hombre que perdió a su hijo se aferra, a sabiendas, a un asidero desesperanzado. El protagonista de “Un ajuste de cuentas”, solitario heredero de una perra abandonada como él a la que bautiza como Karma, preparará el ajuste de cuentas a que alude el título con un cuidado enfermizo que todo lo carcome.
Más que estar dominados por el clásico juego de la tensión narrativa, los cuentos de Alejandro Badillo van arrastrando al lector a su centro por mor de la obsesión como procedimiento. En ese sentido sus cuentos se apartan un poco de las corrientes minimalistas predominantes en nuestros días y apelan a la reflexión y la búsqueda. Deudor de la tradición cuentística más antigua y noble que él recupera con una sensibilidad particular e inquietante, sólo le pediría que en sus siguientes libros fuera más allá, para seguirnos sorprendiendo con sus magnéticas elucubraciones sobre este y otros mundos.
Ana García Bergua (Ciudad de México, 1960). Estudió Letras Francesas y Escenografía Teatral en la UNAM. Ha publicado los libros de relatos El imaginador, La confianza en los extraños y Otra oportunidad para el señor Balmand. Muchos de sus cuentos figuran en antologías. Ha publicado las novelas La bomba de San José y recientemente Fuego 20, entre otras.
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