No vamos a descubrirle a nadie el Mediterráneo si decimos que Joan Didion es una de las figuras más destacas de la literatura de no ficción anglosajona y que, de entre sus libros, acaso sea The Year of the Magical Thinking el más renombrado y sobrecogedor. Didion supo salir airosa del complicado ejercicio de desplazarse sin caer en el melodrama o la autoayuda en este texto del que compartimos una lectura llevada a cabo por Rubén J. Triguero.
Conoces a una persona, y de pronto, te has pasado la vida junto a ella. Le consultas y comentas todo, te consulta y comenta todo, os volvéis inseparables, y también, de pronto: todo se acaba, “te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba”. El año del pensamiento mágico (Global Rhythm Press, 2006), traducida por Olivia de Miguel, es una obra dura, es la crónica de un duelo, el desgarrador testimonio que Joan Didion comparte sobre el dolor sufrido tras la defunción de su marido, el escritor John Gregory Dunne, que le valió el premio nacional de Estados Unidos a la mejor obra de no ficción.
La noche del paro cardíaco, su hija Quintana se encontraba hospitalizada en la UCI, en coma, tras sufrir una neumonía que se complicó y derivó en choque séptico. Horas antes del suceso, habían estado en la habitación, visitándola. La autora narra minuciosamente los actos que siguieron a esa visita al hospital, recordándolos una y otra vez: las palabras del marido de Quintana en la habitación, la vuelta en taxi, las palabras de John durante el recorrido, la decisión de cenar en casa en lugar de salir fuera…
“Nos sentamos. Yo removía la ensalada. John hablaba; de repente, dejó de hablar”.
A partir de ese momento, Didion atraviesa por varios estados: en un primer momento siente que, de algún modo, él volverá, siente que es una especie de sueño transitorio que tendrá un desenlace feliz. Es consciente de que eso no va a suceder, sin embargo, tiene esa percepción, esa esperanza, ese “pensamiento mágico”: “Me niego a tirar los zapatos de John, porque siento que volverá…”. Pero el tiempo transcurre, y debe acostumbrarse a su nueva situación, a la ausencia, a no tener esa otra persona que la ha acompañado a lo largo de los últimos cuarenta años.
Esa ausencia no solo es evocada, sino que, sobre todo al principio, el rastro de él se encuentra por todas partes, sobre todo en su propio hogar: su ropa, sus libros, su escritorio de trabajo… todo está ahí, tal y como él lo dejó. A veces se descubre curioseando los libros que él andaba leyendo, lee y relee la página de un libro donde se encuentra el marcapáginas que le regalaron, observa las anotaciones, la pila de libros que se encuentra junto a su escritorio, su agenda, la última entrada que escribió en el ordenador. Son resquicios, sus últimos momentos que, siendo instantáneos, se han detenido, han quedado fijados, enquistados entre las cuatro paredes del hogar. Didion mueve esos libros, y olvidando el orden o la página en la que se encontraban abiertos, siente que ha cometido un sacrilegio, que ha roto ese instante detenido.
Los recuerdos aparecen, porque en la obra, la escritora no solo narra los duros acontecimientos posteriores a la defunción de su marido, sino que, constantemente, rememora tiempos pasados: esas últimas vacaciones en París, a la que John había insistido en que fueran porque si no lo hacían en esa ocasión, tenía la certeza de que ya “nunca volvería”. También recuerda con cierta frecuencia las vacaciones en Honolulu, o los años vividos en Malibú.
A medida que avanza la obra, debe deshacerse de la ropa y pertenencias de John, su hija se recupera y por fin celebra el funeral, su despedida oficial. Con el tiempo, también debe volver a trabajar, pero no es igual, después de cuatro décadas acompañada de John, tiene que enfrentarse por primera vez a un artículo sola, sin consultarle… en definitiva, tiene que sobreponerse, debe hacerlo.
Durante un viaje en avión su hija vuelve a sufrir un revés (aún convaleciente) y vuelve a ser ingresada en el hospital, donde permanecerá durante una larga temporada. Al final logra reponerse (aunque poco después, ya publicada la obra, una pancreatitis acabará con su vida).
Pasa el tiempo, de nuevo se acercan las navidades, las primeras navidades sin él, Joan debe continuar con su vida, debe seguir adelante, con todos esos recuerdos, con esa falta de la otra mitad que la acompañó durante tanto tiempo, debe seguir a pesar de todo, y es que, como a menudo suele mencionar:
“La vida cambia rápido”.
“La vida cambia en un instante”.
“Te sientas a comer, y la vida que conoces se acaba”.
Pero la vida sigue, y libros como El año del pensamiento mágico, te recuerdan la fragilidad de la vida, te recuerdan que estamos de paso y que todo puede cambiar en un mísero instante.
Rubén J. Triguero (Sevilla, 1985) reside en Madrid desde 2012 y trabaja como programador informático. Ha publicado la colección de relatos Si sale cara (Boria ediciones, 2018) y ha participado en los proyectos: Versos al paso y Llévate un poema a casa.
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