“Ésta es la historia más triste que he oído jamás”.

Así arranca esta novela que, leída por primera vez hace muchos años años he vuelto a encontrarme con ella estos días en la nueva y excelente traducción y edición en Sexto Piso, cuando mi edad actual es…, creo que este es un dato insignificante y como tal sin ninguna importancia pública (e incluso yo diría que ni privada o personal). Me resulta imposible acordarme cómo y porqué pude conocer este relato durante la primera parte de mi vida. Lo que sí ha protegido la memoria es que recuerdo nítidamente que no entendí nada pero que me gustó mucho, que me alteró lo suficiente para, luego de leída, intentar comprender la razón de esa inquietud sin ningún éxito, y que busqué más obras de este autor y nada encontré.

En esta segunda oportunidad que ha deparado el azar es cuando toda la novela se ha comprendido «demasiado» bien -ay, ay…- y la inicial inquietud se ha transformado en una sobria y delicada amargura. Con el paso de los años uno se fue enterando que El buen soldado es una de las más admirables novelas inglesas de la primera mitad del siglo XX y la obra más importante de su autor. A esta obra, que en esencia es un implacable discurso sobre la mentira, se la ha comparado con El Gran Gatsby. Sin ser la relación ninguna extravagancia, en mi opinión deberíamos retroceder mucho más, a otro siglo, para encontrar un referente que esté al mismo nivel de inteligencia narrativa. Y no encuentro un antecedente más apropiado que Las afinidades electivas de Goethe, no tanto porque coincidan ambas estructuras narrativas (en parte sí, desde luego, como también en la refinada crueldad con que está tratada la infidelidad, e incluso en el olímpico y sereno clasicismo de su escritura), pero especialmente por la sorda violencia sentimental y afectiva que viven y padecen los contados protagonistas de una y otra.

El buen soldado es un relato de una sofisticación extrema escrito con la mejor y más noble literatura, un cuento cruel sobre la moral victoriana y un bellísimo ejercicio de funambulismo sin red en torno a las pasiones humanas. Y por descontado, es una de las historias más tristes que he leído jamás.

Sí, ya todo se comprende…

 

Luis Francisco Pérez es un crítico de arte reconocido que, como él mismo dice «colaboró en todos los medios especializados que nacieron y fenecieron desde los años ochenta del pasado siglo». Desde entonces despliega su mirada sobre el mundo del arte en la esfera digital. Los que tienen la suerte de cruzárselo en algún café o en la barra de una coctelería saben que, además, es un fino lector. Este texto da fe de ello.

Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.