Es una alegría, siempre, abrir el correo electrónico y encontrarse un mensaje donde Payeras manda una colaboración. Y es por cosas como esas por las que merece la pena montar un tinglado como penúltiMa, que poco a poco va a atravesando este año tan arduo, siempre en compañía de amigos como Payeras.
ALGO DE MAR SIN LUZ Y NARANJA AMARGO
Diciembre y se muere el año. Tan marrón que se hace gris y triste.
Lo que fueron amigos y vino, tan fugaces que ni tiempo dio de llorarles.
Vine tarde a la vanidad y su dolor elegante, abrí algunos libros y los mordí con los ojos. Hoy encuentro cerrado el maletín de cuero lleno de dibujos y palabras.
Ojalá bajen tarde los dos soles de este martes.
Sueño una piedra enorme frente a un lago. Pero tengo las aceras debajo de los pies como la piel de mi camino.
Demasiado viejo el tallo no se dobla más, su muerte es silenciosa hasta que el viento lo parte.
Los ladrones me han dejado en medio de la tempestad.
Soy torpe desde el inicio y creo ciegamente en los errores de mi vida.
Más humana que nadie mi madre finge que no se preocupa
La escucho orar en las madrugadas, llora y suena el espíritu de la casa.
Al amanecer, yo, que me vuelvo viejo, soy de nuevo pequeño.
Me ha llegado el rumor que no solo existe este encierro de huesos en circunstancia.
Suena una canción francesa, viene luego ella que me piensa cuando apenas son las tres de la madrugada.
Su mirada tranquila deja quieto este péndulo añadido por tanto deseo en vidrio roto, tanta rabia en las ortigas
Hoy ese cuadro de luz intensa entra a mi cuarto.
Comiendo las migas se cruzan los tiempos sumergidos.
Un blíster de pastillas para aplazar el amanecer. La noche puede ser un remolino de pensamientos.
Finjo que el miedo no se acerca.
Pero ese león frente al látigo se acostumbra a regresar a su jaula: alimento y agua, pero al salir lo destruye todo y el mismo decide regresar a su cárcel, es mejor el encierro y no hacerle mal a nadie.
Pasa a la vena la heroína y cierro el pulso. Me bota el beso al escribir. Vuelvo por más y es porque todo lo he soñado.
Borracho en el timón, los amigos ríen y no pienso en la crisis que amanecerá si es que amanece mañana.
Gloria máxima es mirar en el mar de letras una palabra mía.
Lo mío y lo tuyo se equilibran en todo lo secreto.
No escribo para que me mires, escribo para que no veas la noche.
Tropiezo en una obra menor.
Tan pequeño el sonido que hace un triángulo en la sinfonía.
Es peña en el mar.
El remoto color de lejos es la sombra. La distancia acompleja la grandeza.
Amargo seca el aire la ropa en los minutos amargos llenos de gente amarga que cae de boca frente al sol amargo que tienen de corazón.
Amarga alegría de un eco entre la vasta soledad amarga que deja su cara entre las caras. Amargo silencio de quitarme los lentes y no quedarme en la imagen amarga de gente apaleada por la constancia de las razones amargas. La música dulce no es la inteligencia amarga, porque lo amargo es una ausencia más en los muros.
Amargo es desear y obtener y perder. Amargo es vigilar sin descanso la alegría.
El niño herido hace escarcha y se le ve andar dormido.
Sin rumbo cruza los precipicios desde abajo.
Al fondo una alacena con pan caliente y vino. La risa se enciende y su corazón entra en el libro.
Construye un árbol y se dibuja con buen semblante.
Son las horas del niño.
Mi madre en su infancia vio el rostro de una niña al fondo de un pozo.
Mi madre con extrañeza me dice “Ella cayó al fondo, se me aparecía porque quería jugar conmigo, pero como era un fantasma no podía salir a la superficie”.
No viajo por las carreteras, se han ido los vehículos veloces. Beber y manejar de noche. Esa libertad de antes se quedó ocupada por la rutina.
Hoy los caminos están abiertos, pero me siento cansado.
De esta orilla hice mi hogar.
Hago bocetos y no sé cómo dibujar la crisis de un mar sin luz y la naranja amarga que es apenas una rueda hecha con lápiz sobre el papel. Pintar el agua hirviendo, por ejemplo.
Quedan dos puntos helados, pienso en continuar ese camino de frentes inconstantes o ángulos opuestos a las esquinas donde se cierra el paraíso. Es revolucionario aceptar el mundo en su tristeza.

Ya sea como narrador o poeta, la obra de Javier Payeras (Ciudad de Guatemala, 1974) es un referente de la literatura centroamericana. Sobre todo por ser una figura central de la Generación guatemalteca de la posguerra, que reflejó las consecuencias del conflicto armado que asoló el país durante décadas.
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